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Disciplina escolar: una cuestión de autoritarismo o de reflexión

Por: Kelly Paola Loaiza Sánchez
Estudiante de la Universidad Nacional de Educación -UNAE-

En las escuelas, particularmente en las aulas, los docentes se enfrentan a un tema polémico pero real: la disciplina de sus estudiantes. Aspecto que en muchas ocasiones es negativo y desde la perspectiva actual del docente, sus consecuencias se reflejan en la obstaculización del normal desarrollo de una clase, el progreso académico de los estudiantes, la convivencia y el clima general del aula, incluso en sensaciones de fracaso en su profesión.

Antes de entrar en materia creo conveniente clarificar el concepto de disciplina que proviene del término “discere”, cuyo significado es aprender y de ahí deriva el de “discípulo” y “disciplina”, palabras que están dialécticamente relacionadas. Desde la antigüedad se buscaban las formas para que el estudiante aprendiera, por tanto, disciplina encierra el esfuerzo que hacía el discípulo para aprender. De esa concepción se derivan las expresiones “disciplinado” e “indisciplinado”, que son calificativos del discípulo, es decir, del estudiante.

En esa búsqueda de mecanismos con la finalidad de que los estudiantes aprendieran, disciplina pasó a significar, por un lado, las condiciones ambientales que permiten el aprendizaje y, por otro, las actuaciones propias del individuo para aprender. Entonces el rol del docente se concretaba en la creación de las condiciones idóneas para que sus discípulos aprendieran.

Actualmente, disciplina escolar es el conjunto de normas establecidas para mantener el orden y la subordinación, es decir, se ha extrapolado su significado hacia un sistema disciplinario, de orden, donde la disciplina como esfuerzo y las condiciones idóneas se han simplificado al buen o mal comportamiento de los estudiantes. Es así que se establece una relación donde el docente desempeña una figura autoritaria, en algunos casos, y sus estudiantes son subordinados de ese poder bajo las cuatro paredes del aula.

De manera que esta equívoca concepción de “disciplina” es el resultado de este malestar general en los docentes acerca del comportamiento de sus estudiantes, dado que al estar preocupados sobre cómo se comportarán o será su relación en el clima del aula, se está dejando de lado la labor de proponer ciertas condiciones que permitan al estudiante interesarse por el aprendizaje y esforzarse en adquirir conocimientos. Lo que sin duda demanda un impulso por parte del docente.

Es muy acertado potenciar una educación integral para nuestros niños y preocuparnos por lo cognitivo, afectivo y conductual pero lo que no se debe hacer es intentar formar entes sumisos, pasivos y premiar a quien mejor está como estatua en el aula. Ese es el grave error que estamos cometiendo. Los niños necesitan moverse, jugar, quieren hacer muchas cosas al mismo tiempo y si aspiramos a que escuchen una lectura de media hora o una exposición magistral durante todo la mañana, permaneciendo quietos en sus asientos, por supuesto que estamos fracasando como maestros. Aprender proviene del latín “apprehendere”, que se relaciona con la acción de perseguir y atrapar algo. Es evidente que con tareas pasivas en las clases no se puede atrapar el conocimiento.

Desde mi concepción un satisfactorio proceso de enseñanza-aprendizaje depende de cómo se edifique la disciplina en la escuela, de la responsabilidad del docente en crear las condiciones adecuadas y la búsqueda de una participación activa por parte de los estudiantes que persiga ese “algo” como un primer paso hacia el aprendizaje.

EcuadorUniversitario.Com

La nueva mujer ecuatoriana

Por: Kelly Paola Loaiza Sánchez
Estudiante de la Universidad Nacional de Educación

¿Cuál es el rol de la mujer ecuatoriana dentro del actual contexto social? Históricamente, la mujer ha sido discriminada y marginada en todos los ámbitos (sociales, económicos, culturales, políticos, etc.). Su papel se reducía, en el mejor de los casos, a su rol de esposa y cuidadora de sus hijos e hijas y en las peores circunstancias a ser usada como un objeto sexual. Sin embargo, los cambios sociales y la incorporación de la mujer al mundo laboral marca un cambio de época, donde el pensamiento machista sigue presente pero irremediablemente tiene que ir desvaneciéndose en este proceso de construcción social de una nueva sociedad equitativa y respetuosa en todos los órdenes.

Esta es una batalla que viene de largo. Desde tiempos inmemoriales, la mujer por tener la capacidad de dar vida, de dar continuidad a la especie humana, se la ha concebido bajo un único rol de ser madre y responsable de las actividades domésticas, siendo su lugar la casa, y su situación de dependencia absoluta al varón. Por lo tanto, el hombre era el que tenía la libertad de salir y buscar el sustento de la familia.

En esa lucha por la autonomía, libertad y emancipación de la mujer para poder hacer o decir algo, muchas mujeres han sido pioneras en nuestro Ecuador, en tiempo pasados. Pero no con guerras (rifles o machetes) sino a través de demostrar la capacidad intelectual y humana de la que somos receptoras.

Recordemos a nuestra luchadora Manuela Sáenz, patriota quiteña, reconocida como una de las heroínas de la Independencia de América del Sur. También a Matilde Hidalgo de Prócel, la primera mujer en graduarse de doctora en Medicina, la primera sufragista Latinoaméricana, la primera en ocupar un cargo político por elección popular (fue elegida como Diputada Suplente en Loja durante 1941) y presidenta honoraria de la Casa de la Cultura de El Oro. O Araceli Gilbert, quien por su trabajo pictórico logró exponer en solitario en una de las galerías más importantes de París en los años 50 del pasado siglo, hecho que pocos artistas ecuatorianos han logrado.

También nos viene a la memoria Marieta de Veintimilla, política y escritora guayaquileña, considerada como uno de los símbolos del feminismo ecuatoriano. Mujeres contemporáneas como Eugenia del Pino, doctora en Biología y una de las 10 científicas más destacadas de América Latina; Ruth Moya Torres, pedagoga y lingüista ecuatoriana, que ha contribuido al desarrollo de la educación intercultural bilingüe en varios países latinoamericanos; la joven ecuatoriana ganadora del premio Matilde Hidalgo en la modalidad “Investigador Joven”. En fin, un sinnúmero de mujeres que hoy en día desde diferentes ámbitos han aportado al desarrollo de nuestra nación, como queda bien registrado en el Instituto Nacional de Censos y Estadísticas (2014) al señalar que “las mujeres prefieren las profesiones científicas e intelectuales, pues el 53,3% de estos profesionales son mujeres”.

Si bien en esta época la mujer se ha ganado un puesto dentro de la actividad laboral teniendo que demostrar más que el varón, la distribución de las actividades del hogar no se ha dado en proporciones iguales entre hombres y mujeres. Esto implica una sobrecarga de ocupaciones para la mujer, quien aparte de contribuir económicamente en el hogar, también está encargada de cuidar, atender a los hijos/as y realizar además tareas domésticas.

La mujer ecuatoriana, ya sea mestiza, indígena, afroecuatoriana, mulata, montubia o blanca, desempeña los roles de madre y profesional, no como el hombre. La incongruencia, la disparidad en los roles se da por la diferencia en el actuar de estos dos sujetos. La mujer todavía asume el 100% de la tarea doméstica por el simple hecho de traer al mundo, alimentar y cuidar a las hijas e hijos, sin dejar de lado su desarrollado profesional. Esto implica llevar en una mano cartera y en la otra pañalera.

El hombre, en la mayoría de los casos, se da por desentendido de sus responsabilidades domésticas. Esta cuestión, independientemente de la perspectiva con la que se la analice, es una forma de inequidad entre ambos géneros.

Nos hace falta construir una sociedad equitativa y justa a través del respeto y desde el valor y amor a sus madres, hermanas, hijas y esposas. Ese es mi sueño y, sin duda, el de muchas mujeres ecuatorianas.