Por: Marco Vinicio Vásquez Bernal
El convivir humano, siendo una manifestación lógica de la naturaleza social del hombre, siempre será un espacio para la reflexión. Cualquier esfuerzo o avance significativo de la humanidad deberá alinearse para lograr un ambiente de paz en la convivencia de las sociedades.
La Democracia se sustenta justamente en conseguir que esa convivencia sea en paz y respeto a los conciudadanos. Por tanto, la violencia, en todas sus manifestaciones, es la antítesis de este principio y obviamente echa al traste lo avanzado, obligando rectificaciones inmediatas.
Lo acontecido en los últimos días en la campaña política es preocupante, genera un espacio donde las ideas han sido olvidadas, prima ya el sentido de fuerza y de poder bruto. Estimo que todo individuo que se reconozca como demócrata debe rechazar esta actitud y sobre todo entender su origen para erradicar esas actitudes que constituyen el insumo que las provoca.
Es criterio aceptado que la violencia surge cuando no se acepta el imperio de la ley. Acá hemos visto cómo actores que se autocalifican de demócratas critican, por ejemplo, el método de asignación de curules, a pesar de que al inscribir sus candidaturas aceptaron la normas del proceso. Voces intolerantes han hablado de incendiar espacios o de dar resultados sin respetar la institución del Estado que está para ello. Todo esto genera intranquilidad.
Es necesario generar el ambiente para que el ciudadano común acuda a votar con absoluta tranquilidad y luego retorne a sus normales actividades de cada domingo, dejando para el Consejo Nacional Electoral (CNE) y los actores políticos la tarea de velar por la cristalinidad del proceso. Se ha escuchado que cada organización política ubicara en cada mesa uno y hasta dos delegados, que bueno, así el resultado final deberá simplemente coincidir con la suma aritmética de las actas. Esta actitud ratifica que no hay necesidad de irrumpir ni llamar a tomarse por la fuerza espacio alguno.
Recalco que el proceso electoral debe ser un espacio de alegría donde cada ciudadano ejerza su derecho y desde allí asuma su responsabilidad ciudadana, a sabiendas que el domingo habrá un ganador y que es responsabilidad de todos los ecuatorianos el aunar esfuerzos para construir el país que queremos.
La irresponsabilidad de exacerbar los ánimos del colectivo con consignas ruidosas que buscan generar conflicto contradice con el actuar honrado, recaen en el espacio de la intolerancia que generalmente busca empañar el normal convivir.
Como ciudadanos no podemos permitir que el exagerado afán de conseguir votos para ganar una elección genere división entre ecuatorianos. Es imperioso que entendamos que el desarrollo de nuestro país exige una mancomunidad entre todos, sí, incluso con los que piensan distinto y no forman parte de los grandes conglomerados partidistas. Creo que está ya claro las dos propuestas: el ciudadano en su inteligencia sabrá diferenciar entre los que plantean construir y quienes buscan destruir.
En nuestro íntimo derecho a la libertad, deberemos depositar nuestro voto en apego a lo que demande nuestra conciencia.
La democracia es paz, debe ser el imperio del razonamiento y de la libertad de criterio. Su magnificencia se sustenta en el humanismo y el derecho a ser parte de las propuestas para enrumbar los destinos de los pueblos.
Quienes luchamos por una nación social y económicamente más homogénea anhelamos construir una democracia orgánica que incluye la democracia económica. Creemos en la conveniencia del fortalecimiento de los instrumentos de acción del Estado y condenamos las tesis regresivas que pretenden privatizar el manejo de las áreas fundamentales de interés público.