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La marcha narcisista

Por: Mónica Mancero Acosta

Los fundamentalismos pululan en todo el mundo, un mundo que vive lo que el antropólogo Arjun Appadurai ha llamado una modernidad desbordada. En un mundo de supuestas fronteras abiertas, mercados libres y democracias jóvenes, coexisten tendencias hacia un repliegue, hasta el punto mismo de un rechazo furioso de las minorías.

Este fundamentalismo cultural puede verse como un repertorio de esfuerzos por producir niveles de certidumbre en torno a la identidad social, los valores, la supervivencia. La violencia es un modo de producir lo que el autor llama ‘plena adhesión’, cuando las fuerzas de la incertidumbre social están aliadas con temores acerca de amenazas a las formas de vida tradicionales, seguridad, pérdida de soberanía.

Las mayorías pueden volverse predatorias respecto de las minorías, precisamente cuando estas les recuerdan a las mayorías la brecha existente entre su condición numérica y el horizonte de un todo inmaculado. Este sentido de incompletitud puede llevar a las mayorías a paroxismos de violencia contra las minorías. Concluye Appadurai que la eliminación de la diferencia misma es la nueva marca distintiva de los actuales narcisismos predatorios.

Estas reflexiones del antropólogo, me parece que pueden ser útiles para entender el sentido de la marcha reciente en el país, más allá de las malas intenciones y falsedades de los organizadores. Nos preguntamos, con preocupación, qué acontece en el país que hay un cúmulo de adherentes, que podrían llegar a construir este sentido de ‘plena adhesión’ de unas mayorías aferradas a formas de vida, de identidad, y de valores culturales decadentes. Frente a nuevas y diversas formas de vida y de construcción de identidades, se sienten amenazados y temerosos.

Pero no es que ellos mismos sientan que sus antiguas formas de vida sean mejores o perfectas. En el fondo lo que ocurre, como dice Appadurai, es que hay un sentido de incompletitud porque precisamente ahora se evidencia una brecha entre esas formas -supuestamente ideales- de familia y de construcción heteronormativa- y la realidad, que se muestra en toda su desnudez, por los altos niveles de violencia evidenciados en femicidios, violaciones a menores, maltratos, suicidios adolescentes.

Entonces, el todo inmaculado no existe, nunca existió; porque siempre vivimos plagados de exclusiones, ausencia de reconocimiento y violencias. Y, precisamente, cuando salen a flote estas violencias silenciadas, cuando se trata de prevenir la violencia instaurada contra las mujeres y la población GLBTI, paradójicamente, estos grupos se manifiestan mostrando vergonzosamente lo que Appadurai llama un narcisismo predatorio, una patología social que se expresa en una necesidad excesiva de admiración, que busca una reafirmación debido a su escasa autoestima. Pero esto no es tan inocente, detrás hay niveles de agresividad y violencia latentes. Así, Freud también afirma, refiriéndose a este narcisismo colectivo: “Es posible reunir a un considerable número de gente en amor mutuo, siempre que haya otra gente dejada fuera para recibir las manifestaciones de su agresividad”.

FUENTE”http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/columnistas/1/la-marcha-narcisista

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Octubre 21 de 2017

El pensamiento de Germánico Salgado

Por: Mónica Mancero Acosta

Me disculpo por iniciar este artículo con una experiencia personal, lo hago porque desde este lugar escribo. Cuando era estudiante de Maestría de la Universidad Andina, el coordinador del programa anunció el perfil del profesor de Integración Económica, nos dijo que era un experto con amplia trayectoria académica y profesional, conocedor a fondo de los temas de integración, y además un sabio, dado que formaba parte del Club de Roma. De ahí que esperábamos un docente lejano y quizás algo vanidoso. Nuestra sorpresa fue encontrar a un ser humano cálido, empático, pero que además era riguroso en sus clases.

Mi osadía no tuvo límites cuando con temor le propuse que sea director de mi tesis acerca del rol del Estado ecuatoriano en la integración andina. Él no dudó en aceptar, tuvo el estoicismo de leer mi trabajo capítulo a capítulo; responder una larga entrevista; entregarme documentos y orientarme en bibliografía y; finalmente, con paciencia prologó mi tesis cuando se publicó. Después de poco tiempo Germánico Salgado falleció y quedó una deuda impagable, no solo mía, sino de la academia, y del propio Estado ecuatoriano.

Esa deuda hoy se ha saldado parcialmente con la publicación de una selección de sus obras, textos inéditos en algunos casos, que su familia cuidara con celo. La Universidad Andina y la Corporación Editora Nacional van a entregarnos seis tomos; recientemente apareció el primero, que trata precisamente los temas de integración. Los siguientes volúmenes serán sobre políticas económicas, relaciones norte-sur, gobernanza global.

Con mucha nostalgia he abierto mi antigua tesis, esto es lo que menciona Germánico Salgado en el prólogo: “El cuestionamiento sobre la función del Estado es una característica del período que vivimos. Especialmente cuando se escribió esta tesis, la respuesta dominante era la de un Estado mínimo, marcado por la aversión a toda intromisión de poderes extramercado en el quehacer económico propio de la ideología neoliberal. En la actualidad, esa corriente está en discusión y sus propuestas tropiezan con un escepticismo creciente (…) En mis clases en la Universidad Andina me interesaba especialmente señalar y explicar ese cambio radical en las concepciones de la integración latinoamericana. El Grupo Andino era el mejor ejemplo y, por obvias razones, me preocupé de confrontar los dos modelos de integración: el original del Acuerdo de Cartagena, que era la quinta esencia del estructuralismo latinoamericano, y el patrón que emergió a raíz de la reunión presidencial de Galápagos en 1989. Este se ceñía rigurosamente a la versión neoclásica de la “buena” integración, en los términos que Viner había concluido su análisis pionero sobre la Unión Aduanera en 1950”. La mayor deuda de este período histórico “postneoliberal” con el pensamiento de Salgado, es no haber impulsado la integración en la dimensión que él la había conceptualizado.

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Quito, octubre 14 de 2017

«Como decíamos ayer»

Por: Mónica Mancero Acosta

La famosa frase de Fray Luis de León: “Como decíamos ayer…”, cuando fuera restituido en su cátedra luego de ser censurado, apresado y apartado de su cargo en la Universidad de Salamanca por obra de la ‘Santa Inquisición’, viene bien en nuestro contexto. Viene bien, como en la época de Miguel de Unamuno, quien también la usó varios siglos después, cuando fuera restituido en su cargo de rector en la misma Universidad de Salamanca, luego de haber sido injustamente destituido y exiliado por la dictadura de Primo de Rivera.

Pero ¿qué está detrás de la irónica frase? Caben varias interpretaciones, podría significar el hecho de retomar rápidamente lo arrebatado, o dar continuidad al flujo vital que fue abruptamente cortado. Pero también hay un sentido aún más profundo, aquel de que hay hechos o acontecimientos que nunca debieron haber ocurrido. Pero la historia, como ya lo dijo Tucídides, es ese incesante volver a empezar. Hoy, en nuestro país, estamos abocados a ese reinicio.

Muchos sucesos nunca debieron suceder, hay afrentas que no olvidamos porque lesionaron a personas o grupos y, con ello, a la sociedad entera. No debieron ocurrir los juicios y persecuciones a jóvenes estudiantes y maestros, el Estado ensañado con adolescentes o con educadores. Tampoco debieron tener lugar persecuciones a cientos de líderes sociales indígenas o mestizos que defendían sus territorios, sus pueblos, la naturaleza, los derechos sociales, económicos, o políticos. El Estado encarnizado contra luchadores que defienden la vida.

Nunca debió imponerse una visión patriarcal en la discusión de la despenalización del aborto por violación, pues ha terminado provocando la judicialización de casi un centenar de mujeres que hoy son revictimizadas. Jamás debió primar una visión tecnocrática e improvisada en la gestión de la educación superior, mientras en la práctica se asediaba a la universidad ecuatoriana. No debió suceder que un político, acusado de plagio de su tesis de grado, y comprobada la estafa académica, haya escalado a posiciones tan altas como la Vicepresidencia; la corrupción estaba a flor de piel y se la solapó. Tampoco debió acontecer que se festinaran los dineros del erario público justo cuando nos ofrecieron una revolución ética; la corrupción ha campeado en una dimensión insospechada por la mayoría de nosotros.

Finalmente, nunca debió operar la censura a articulistas de este medio público; muchos columnistas, que tuvieron posturas críticas y de alerta, fueron asumidos como enemigos del ‘proyecto político’ y sus opiniones ya no se leyeron en este diario. Ese fue mi caso. Afortunadamente hoy, gracias a los nuevos vientos que soplan en el país, tengo la posibilidad de decir a mis lectores, parafraseando osadamente a Fray Luis de León y Miguel de Unamuno, “como decíamos ayer”…

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Diálogo y política deliberativa

Por: Mónica Mancero Acosta

El diálogo siempre fue apreciado. Desde la antigua Grecia, Platón, por medio de sus diálogos, pretendía encontrar la verdad filosófica. En Roma, Cicerón continuó con métodos argumentativos en sus discursos y sus diálogos políticos.

En el siglo XX, Habermas postuló la política deliberativa como el ideal de entendimiento intersubjetivo que toma en cuenta la pluralidad en las que se configura una voluntad común, un consenso, a través de acuerdos de intereses y compromisos.

Cuando se anunció el diálogo me pareció extraño abrir un debate sobre la sociedad que queremos cuando ya lo habíamos definido en Montecristi.

No obstante, frente al escenario de conflictividad, constituía una táctica para bajar tensiones y construir acuerdos.

Entonces imaginé un diálogo sostenido con los médicos y demandas sobre salud; vislumbré un debate con los maestros y sus fondos de pensiones traspasados; sospeché un diálogo con los jubilados y sus pacientes reivindicaciones; imaginé una negociación con las mujeres y sus agravios sobre temas de salud sexual y reproductiva; supuse un debate con las universidades y su rol subordinado en una reforma educativa poco democrática; vislumbré una negociación con los trabajadores y sus demandas acerca de las reformas laborales; sospeché un debate con los jóvenes ecologistas y la explotación del Yasuní; e, igualmente, imaginé un diálogo con los indígenas acerca de tierra, agua, educación intercultural.

Pero me he dado cuenta de que mi imaginación fue demasiado prolífica, porque lo que tenemos es otra cosa.

En los diversos encuentros no noto un real intercambio de argumentos y propuestas, sino una performance en la que los actores invitados asisten bajo un libreto preestablecido a escuchar a las autoridades.

Los invitados al diálogo parecen todos pertenecer a la misma esfera de influencia ya consolidada por parte de la Revolución Ciudadana: el Frente Unidos, los gobiernos locales afines, sus bases militantes.
Se ha dicho que están todos invitados al diálogo, excepto quienes mienten, quienes pretenden desestabilizar. Esto complica mucho, puesto que generalmente nadie se percibe a sí mismo como un mentiroso o golpista. Cada actor, así sea opositor, cree tener ‘su verdad’.

Entonces, ¿cómo saber quién miente?, ¿mienten los opositores, miente el Gobierno, mienten ambos, o ambos dicen su propia verdad?

Los actores hacen sus planteamientos acerca de los temas que se sienten agraviados. Para la izquierda y los movimientos sociales son temas como inclusión, justicia, reconocimiento.

Para la derecha son temas como derechos de propiedad, reglas claras, inversión, democracia. Entonces, ¿sobre cuál de estas agendas el Gobierno está dialogando?, ¿con cuál de estos bandos? Aparentemente con ninguno de ellos.

SOS Ecuador: una sociedad maltratadora

El mes de junio, en el que se celebra el Día del niño, pasó rápido y entre la convulsión política y otras novedades, me dejó en el tintero una reflexión sobre el trato, o mejor dicho, el maltrato que como sociedad damos a los infantes en nuestro país. Las cifras son alarmantes puesto que más de la mitad de los niños y niñas reporta haber sido víctima de maltrato, el 51% (EDNA INEI). Hay formas distintas de ese maltrato: el abuso físico, sexual, la negligencia, el abandono, el trabajo infantil. Nuestros niños son maltratados en casa y en la escuela; por padres, familiares y maestros.

Si cotejamos estos hechos con los modos en que celebramos el día de la madre y del padre podemos observar una sociedad francamente hipócrita y peligrosamente autoritaria, que no es capaz de respetar los derechos de los más pequeños e indefensos, mientras glorifica los roles tradicionales paternos. De tal forma que a la par que se ensalza el rol materno, más se le recarga de trabajo a una madre que frecuentemente tiene que vivir en una verdadera esquizofrenia entre producir y cuidar, llevado hasta el paroxismo del sacrificio que termina, frecuentemente, en un maltrato de los niños bajo su cuidado. Duro pero cierto, las madres ecuatorianas somos maltratadoras, hay que decirlo con todas sus letras, sacrificadas y maltratadoras.

Vivimos en una tensión indeseable entre estratos sociales en los que se concentraría con más fuerza la violencia, el maltrato y la represión como forma de relacionamiento con los más pequeños, mientras que en otros estratos se viviría una permisividad total que lleva a que los roles entre padres e hijos se inviertan, y a una pérdida de control en la forma de relacionarse con ellos. Ni uno ni otro. No son formas saludables y constructivas de relacionarnos con nuestros hijos.

Que somos una sociedad maltratadora nos lo demuestra el hecho de que no podemos cumplir con las metas de los objetivos de desarrollo del milenio (ODM) en cuanto a desnutrición infantil ¿O es que acaso pensamos que este es un tema que pasa solo por la disponibilidad de recursos económicos? De ningún modo, es quizá la expresión institucionalizada del maltrato a nuestros niños y niñas que como sociedad y Estado no queremos reparar. Son los nuevos niños de la revolución nos han dicho, los que nacieron y crecieron desnutridos en la Revolución Ciudadana: 1 de cada 4 niños sufre desnutrición crónica, siendo más alta en grupos indígenas y en las niñas. Sabemos que estos son hechos irreparables, perdimos la oportunidad y la perdimos para siempre con estos niños.

Frente a estas desesperanzadoras cifras nos podemos preguntar ¿qué hacemos como sociedad discutiendo acerca de las herencias y plusvalías sobre propiedades que los herederos ricos —y nada desnutridos— van a recibir algún día?, ¿qué hacemos invirtiendo tantos recursos y energías en espiarnos unos a otros, o en propaganda para persuadir y convencer?, ¿serán estos los temas trascendentales que como sociedad debemos debatir y en los que debemos concentrar energías y recursos? (O)

Una carta para el Papa

Por: Mónica Mancero Acosta

Entre tanta novedad y novelería acerca de la reciente visita del Papa, llamó la atención que una pequeña niña indígena en la Iglesia de San Francisco haya logrado vencer la seguridad y entregarle al Papa una carta. Él la recibió afablemente. Sin embargo, también llama la atención que los remitentes de la carta no hubieran podido acercarse directamente y mantener un encuentro con el Papa. Más aún si consideramos que este encuentro fue con la sociedad civil ecuatoriana. Y evidentemente en nuestro país, uno de los actores fundamentales de la sociedad civil son los pueblos y nacionalidades indígenas, quienes tienen una organización con suficiente legitimidad y trayectoria.

Y es que hay que considerar que la relación entre Iglesia y pueblos indígenas es histórica y tiene sus bemoles. Como sabemos, con cruz en mano los conquistadores se sintieron con el poder suficiente para arrasar las culturas originarias e imponer la suya. Esto mismo fue reconocido en Bolivia por el Papa y pidió perdón a los pueblos y nacionalidades indígenas de América por traer la barbarie y no la civilización. Y entonces, ¿por qué no se pudo reunir la Conaie con el Papa? No lo sabemos, al parecer fue la Conferencia Episcopal la organizadora del evento. En cualquier caso, sí fueron invitadas delegaciones de indígenas, entendemos que a título individual, y entre ellos estaba una niña que pudo sobrepasar los filtros de seguridad, acercarse al Papa y entregar la carta.

En la misiva se mencionan las luces y sombras del rol de la Iglesia en América Latina y a la vez el papel de los pueblos en una resistencia permanente, bajo el histórico y significativo lema ‘Nada solo para los indios’. A partir de allí plantean la construcción del proyecto de Estado plurinacional, el Sumak Kawsay y la derrota que esto significó para el neoliberalismo. Explican la situación del momento político que vivimos: “Si bien consideramos importante la inversión pública en infraestructura y servicios públicos, esta ha sido usada para justificar la violación a los derechos conseguidos, no solo de los pueblos indígenas, sino también de otros sectores sociales, como los trabajadores, las mujeres, los estudiantes, los jubilados, los campesinos, los GLBTI”.

Finalmente, en la carta se detalla una serie de agravios y vulneraciones que sienten los pueblos indígenas y nacionalidades, encabezando la vulneración de derechos educativos; la del derecho a la consulta previa; de la autonomía y libre determinación; la del carácter laico del Estado; a las libertades y derecho a la resistencia; y de varios derechos económicos y productivos.

Al despedirse, los suscriptores señalan que las luchas de las 14 nacionalidades y 18 pueblos indígenas, “siempre enmarcadas en la democracia, buscan construir un mundo más justo y equitativo, por lo que aprovechamos la ocasión de su visita a nuestro país para compartir con usted todo esto e invitarle a juntar esfuerzos, porque otro mundo es posible”. Creo que el Papa leyó la carta, de ahí su discurso en Bolivia.

Religión y política

Por: Mónica Mancero Acosta

Las complejas relaciones entre religión y política han permanecido por demasiado tiempo como para que el laicismo haya cumplido con su finalidad, esto es separar la religión de la política. Como caballo de batalla de la modernidad, los pensadores y movimientos políticos lucharon denodadamente en occidente por lograr la secularización de la política y una separación más o menos amigable entre Iglesia/Estado.

Las grandes críticas de la religión realizadas por Marx y Nietzsche, las cuales proclamaron a “la religión opio del pueblo” y “la muerte de dios” respectivamente, no acabaron con la religión sino que provocaron más bien nuevas formas más sutiles de posicionamiento de lo sagrado: la patria, el líder, el mercado, el partido, la revolución.

No obstante, la religión sigue sirviendo los intereses de la política, y viceversa, la política suele apuntalar en ciertas coyunturas las agendas frecuentemente conservadoras de la Iglesia. En regímenes totalitarios o al menos dictatoriales, se formó lo que ha sido denominado “religión-sucedáneo”, formas de reemplazar la cohesión religiosa a través de una política con características cuasi-religiosas. De igual forma, puede operar lo que Juan Linz ha llamado “ideología-sucedáneo”, es decir una religión profundamente politizada.

Sin embargo, la religión y la Iglesia han defendido no solo los intereses del statu quo. En América Latina desde la década de los sesenta y setenta del siglo pasado se pudo presenciar una iglesia “de base” de lado de lo popular, con una vocación fuertemente social que inspiró numerosos movimientos político-religiosos de renovación ideológica y política. Pero las jerarquías eclesiales generalmente se mantenían en la defensa de proyectos elitistas y conservadores.

Hoy parece que todo esto tiene un cierto giro, observamos una renovación del discurso y de prácticas desde la cúspide de la jerarquía de la Iglesia Católica, religión dominante en nuestro país y subcontinente. La visita en estos días del jefe máximo de la Iglesia Católica, el Papa Francisco, por primera vez en la historia un Pontífice de origen latinoamericano, reposiciona las relaciones entre religión y política en nuestro medio.

El momento en que ocurre la visita es especialmente difícil: un convulso ambiente social y político por las protestas de las diversas oposiciones; un discurso del régimen afincado en la redistribución de la riqueza para debatir los recientes proyectos de ley de herencias y plusvalía; una encíclica en defensa del ambiente en cuya elaboración participó el propio mandatario ecuatoriano.

Los ‘aprovechamientos’ de la política en la agenda religiosa se visibilizan sobre todo en una feligresía que va a renovar su culto, su fe y sus prácticas que cada vez están más venidas a menos entre practicantes y creyentes.

“Así hicimos el levantamiento”

Por: Mónica Mancero Acosta

En el Inti Raymi de 1990 ocurrió un hecho que cambiaría a nuestro país para siempre, los runas de levantaron en todas partes del país, lo paralizaron, se tomaron iglesias, centros parroquiales y cantonales, marcharon por las carreteras, interrumpieron las vías, gritaron sus demandas a los cuatro vientos. No era la primera vez que se levantaban y luchaban, pero sí fue un paso cualitativamente distinto porque lo hicieron con su propia voz, superando el ventriloquismo como ha explicado A. Guerrero. La Iglesia comprometida de monseñor Proaño, los partidos de izquierda, junto a las leyes de reforma agraria y un abigarrado proceso de organización regional autónoma hicieron lo suyo. El paso decisivo fue la conformación en 1986 de la Conaie, una confederación que aunaba a las regionales indígenas y que se planteó una organización autónoma respecto de los partidos y de la religión.

En el levantamiento de 1990 la principal demanda fue la construcción del Estado plurinacional, pero también un cuestionamiento al modelo agroexportador, al pago de la deuda y otras de carácter reivindicativo, como congelamiento de precios de artículos de primera necesidad, recursos para la educación intercultural bilingüe, condonación de deudas, resolución de conflictos agrarios. Es decir, su lucha se generalizó más allá de lo étnico y se convirtieron en representantes de todo un pueblo. Esto significó adhesiones de gran parte de la sociedad nacional e internacional. Se instalaba una ciudadanía étnica con todos sus derechos, que empezaba a ser reconocida por la propia sociedad ecuatoriana.

Hoy, 25 años después de este acontecimiento, en el evento de celebración de Quito organizado conjuntamente por la Conaie y la Escuela de Sociología y Ciencias Políticas de la Universidad Central, los indígenas han recordado cómo se produjo el levantamiento y dónde se encuentran 25 años después. La dirigente histórica Nina Pacari afirmó que el levantamiento expresó la articulación de un proceso organizativo desde una perspectiva de clase y étnica de pueblos y nacionalidades; pero que en la relación con el Estado y gobierno no se ven mayores cambios, dado que la RC los sigue mirando como sujetos individuales y no colectivos y plantea “acabar con el corporativismo”, lo que en su percepción implica profundos rezagos de una mentalidad y prácticas coloniales. Además, en el ámbito epistémico hay un franco retroceso por el manejo de la educación intercultural bilingüe. Frente a esto urge la necesidad de “abrir trochas en la lucha por los derechos” y “retomar la agenda del pueblo indígena”.

Fue revitalizante encontrar también a nuevos dirigentes, jóvenes, vitales y bien formados. Ellos examinaron las vicisitudes de la relación con el propio Estado y el Municipio que los continúa viendo como organizaciones sociales y no como entidades territoriales, como minorías y no como pueblos ancestrales, mientras las comunas indígenas ubicadas en la periferia de la ciudad están siendo replegadas en sus territorios. Y nosotros, los mestizos, ¿cuánto hemos avanzado en la construcción de la interculturalidad?, ¿qué hemos hecho porque florezca nuestra otra parte runa? Debemos cuestionarnos como ha señalado un joven indígena en este encuentro.

Un fantasma recorre Ecuador…

Por: Mónica Mancero Acosta

Es el fantasma de la derechización. Y nos asecha a todos, a las oposiciones y al propio oficialismo. El proyecto tibiamente redistributivo —elaborado en una extraña coyuntura que no acabamos de comprender pero que bien podría significar un golpe de timón para recuperar el protagonismo político y puntos en las encuestas de opinión— fue retirado para evitar que “arda Troya” en los albores de la venida del Papa.

Triunfó el discurso correspondiente al “ethos realista” —diría Bolívar Echeverría— de la furibunda derecha opositora, aquel que se fundamenta en la ficción del esfuerzo personal y familiar, del denodado sacrificio para la creación de riqueza, y en el goteo que a fuerzas esto puede generar para los de bien abajo. Desde el lado de la izquierda imperó, como era de esperar, la desconfianza, la sorpresa y la falta de perspectiva para distinguir cuando algo puede ser respaldado, independientemente de que esto signifique endosar réditos electorales al gobierno. Demasiada agua ha corrido bajo ese molino, el agua de la falta de reconocimiento. Ni pensar en apoyar, más fácil fue salir a la Shyris.

Pero esta derechización también asecha a la mayoría de la población ecuatoriana, o al menos eso dicen las encuestas, que una supuesta mayoría no estuvo de acuerdo ni con el tema de las herencias ni con el de las plusvalías. Una arribista y confiada clase media que aspira siempre a trepar, puede ahora sí en sus imaginarios, soñar con ser propietaria y candidata a dejar medianas herencias. ¿Y las clases populares? ¿Alguien las ha escuchado?

Nuevamente pregunto —porque fueron los grandes ausentes— ¿Dónde se encuentran los desheredados de esta tierra? Parece que se esfumaron, parece que ya todo es clase media para arriba, parece que los datos de reducción de la pobreza que se ha esforzado por difundir este Gobierno cobraron una dimensión real y se hipostasiaron.

Desaparecieron los desheredados porque una parte habitualmente silenciada no puede ni quiere hablar, y quizás otra está confundida o convencida del propio “ethos realista”. Todo esto expresa el fracaso de una “revolución” sin base social popular, aquello que recuerdo fue una de las preocupaciones iniciales de este proceso político, que al parecer se perdió en el camino.

Hoy nos han invitado a un debate nacional sobre el país que queremos. Y esto nos coloca, como dice el bolero, en “un mundo raro”. Según recuerdo esto ya lo hicimos, aunque atropelladamente por las urgencias, definimos el pacto social de Montecristi; una abrumadora mayoría aprobamos este pacto y los que lo hicimos quizás solo nos sentamos a esperar la concreción del mismo, sin luchar como debíamos para su implementación. Ahora nos vuelven a decir que debemos definir el tipo de sociedad que queremos, ¿acaso no es la del Sumak Kawsay que incluye la equidad? Resulta extraño que se reabra ese debate en las condiciones más adversas posibles, cuando ya está instalado el fantasma de la derechización de un ethos realista en cierta parte de la población que vio hacer aguas un proyecto revolucionario, del cual ahora desconfía.

¿Y dónde están los desheredados?

Por: Mónica Mancero Acosta

Mi artículo anterior ‘La mejor herencia es ninguna’ provocó reacciones viscerales de sectores de derecha. Con igual talante, a veces, son las reacciones cuando critico las políticas del Gobierno, sobre todo en relación a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. De modo que entre estos dos fuegos hay que moverse en este momento.

De acuerdo a cómo se han decantado las marchas y plantones en distintas partes del país en estos días, podemos percibir que el problema es más complejo que el exclusivo de las herencias. Pero de todas formas lo que molesta es que el detonante haya sido un tema francamente egoísta e individualista, cuando lo que reclamábamos algunos sectores era precisamente mayor radicalización; aunque extrañamente de algún sector de esta izquierda también se están apoyando las protestas. Habríamos querido que nos movilicemos por el Yasuní, pero la ecología no afecta el bolsillo, o al menos no directamente; habríamos querido que lo hagamos por los legítimos derechos sexuales y reproductivos que se han visto menoscabados, pero tampoco afectan el bolsillo de forma inmediata.

En toda esta historia queda claro -lo reconoce el propio Gobierno- la falta de estrategia política. No hay, o parece no haber, una medida del timing político, del propio análisis de las encuestas frente a las medidas tomadas, del escenario de disputas y la correlación de fuerzas en cada coyuntura. Al Gobierno le hace falta más política y menos marketing. Eso ya quedó claro en las elecciones locales del año pasado.

Que todo sean marchas espontáneas, lo dudo; que todo sea conspiración, también. Hay de lado y lado, es innegable que hay oscuros personajes por detrás, que están financiando y avivando las marchas; pero también lo es que participa ciudadanía que se encuentra insatisfecha, no solo por las herencias sino por una acumulación de medidas cuestionables, así como por el estilo en el que se imponen las cosas. Aunque también están los que ingenuamente, desde la manipulación, creen que se verán afectados. Dudo que los verdaderamente afectados estén en las marchas de la Shyris,Parque Calderón o en la 9 de Octubre. Ellos cómodamente y frotándose las manos verán cómo la clase media los defiende. Ni pensar en que desfilen a favor, aquí no es Alemania. A ellos no les preocupa nada, tienen una enfurecida clase media para defenderlos.

Quién se nota preocupado es el Gobierno, pero ¿cómo responde? Con contramarchas. Presiento que es una estrategia agotada, debe haber más imaginación, estrategia y habilidad para manejar una situación que empieza a rebasar el manejo tradicional frente a estas crisis políticas.

Que la medida de las herencias sea necesaria y justa no me cabe duda y en mi percepción debería tener más contundencia redistributivamente. No obstante, parece ser ya algo tarde. Si no, ¿dónde están los verdaderos desheredados que no salen a defender la medida?

Bajo el argumento del corporativismo, el gobierno puso contra las cuerdas a los sectores organizados que pudieron haber sido la base para defender, en las calles o como haga falta, un verdadero proyecto redistributivo que, de acuerdo a últimas informaciones, empieza a resquebrajarse.