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¿La culpa es –solo- de Mera?

Por: Mónica Mancero Acosta

Las reacciones por las declaraciones que diera el Secretario Jurídico de la Presidencia Alexis Mera, no se hicieron esperar. Provinieron desde la sociedad y ante la presión ciudadana, también del gobierno. Hemos tenido desde sesudos artículos de feministas en casi todos los medios, hasta tuits y declaraciones del gobierno y la propia disculpa del señor Mera. Y vale decir que las mujeres ecuatorianas hemos sido entrenadas largamente para disculpar.

A pesar de todo este gran revuelo, si lo miramos bien, resulta curioso echarle la culpa exclusivamente a Mera. Ya tuvimos un código que penalizó el aborto por violación, cuando la mayor parte de la sociedad ecuatoriana, incluidas algunas mujeres asambleístas del mismo bloque oficialista, discrepaban al respecto. Y sabemos bien cuál fue la posición que se terminó imponiendo. También constatamos el giro conservador y poco eficiente que ha tomado la estrategia contra el embarazo adolescente hoy denominada Plan Familia.

Tampoco cabe exculpar al Secretario bajo el entendido de que su concepción se inscribe en un habitus patriarcal del cual él no es el único ni directo responsable. No cabe por la posición que ocupa pues como sabemos, de su mano salen los proyectos de ley que van a la Asamblea. No obstante, las declaraciones sexistas del asesor jurídico no deben sorprender demasiado, más si recordamos aquella otra infortunada frase para calificar al grupo de asambleístas de Alianza País —aquello de “las mal cul…” que se sospecha provino de su “fina ironía”— aunque no es la primera vez que lo escuchamos, ya las ecuatorianas estamos curtidas en esas expresiones.

Lo que verdaderamente sorprende son, precisamente, las reacciones encendidas y apasionadas de asambleístas y funcionarias del gobierno. Sorprende, no porque sean feministas y con inflamado ardor deban reaccionar ante tales afirmaciones, como mujeres conscientes que son. La sorpresa viene dada por 2 hechos contundentes: uno es que ellas han callado sistemáticamente frente a toda la política gubernamental sobre derechos sexuales y reproductivos. Algunas de ellas incluso, lamentablemente, aceptaron el castigo del silencio que se impuso ante la probabilidad de que se legisle en favor del aborto por violación.

Y el otro hecho, es que por su rol como asambleístas y funcionarias de alto nivel, deben legislar y diseñar las políticas públicas, y es en ese rol que deben demostrar su feminismo. Como decía un amigo tuitero “no se legisla por Twiter”. En efecto, los tuits y entrevistas de funcionarias y asambleístas, no constituyen ni políticas públicas ni leyes, ni van a disminuir el embarazo adolescente o van a parar la violencia sexista. De modo que, las mujeres y la sociedad que observamos con estupor el giro patriarcal de estas políticas, apreciaríamos mucho más que sus discrepancias se manifestaran en este otro nivel.

No sé si se alcanza a percibir la dimensión de lo que significa que 3 mujeres presidan la Asamblea, más la cuota de mujeres en altos cargos públicos. No sé si todas ellas están conscientes del rol histórico que tienen ahora, de las consecuencias de sus silencios y sus acciones. En este preciso escenario, resulta no solo paradójico sino escandaloso el hecho de que estemos retrocediendo en materia de derechos de las mujeres.

La autonomía, punto de anclaje de la U. Central

Por: Mónica Mancero Acosta

De acuerdo a Fernando Sempértegui, rector de la histórica Universidad Central del Ecuador (UCE), la autonomía constituye su punto de anclaje en este nuevo ciclo, en el que cumple sus 189 años de vida republicana. Esto implica apuntalar la visión de la Universidad enfocada al fortalecimiento del desarrollo humano y del ejercicio de los derechos humanos. La UCE, ha manifestado su rector, se encuentra comprometida con la democracia, con el afán de preservarla y enriquecerla; en este horizonte se trata de nutrir la crítica, sabiendo que en este ámbito prima una tensión de poder y una confrontación de discursos. Se trata de hacer ciencia, pero también desarrollos culturales y sociales, bajo una mirada integral.

En este contexto se enmarcan los testimonios de algunos avances que ha tenido la Universidad en este período. Estos logros no han estado ausentes de dificultades, debidas en parte a la propia inercia institucional: fortalecimiento de la planta docente con incorporación de nuevos profesionales a tiempo completo y a través de becas que les permitan formarse en posgrados; avance sostenido del proceso de acreditación, y de la graduación de estudiantes rezagados a través de los exámenes complexivos; internacionalización de la universidad a través de convenios y acciones derivadas con universidades del extranjero; vinculación con la comunidad bajo el entendido de que la universidad no se puede enclaustrar; ampliación del número de becas para estudiantes; preparación de nuevas facultades, como el emblemático proyecto de la creación de la Facultad de Ciencias Sociales; preparación de proyectos de infraestructura, entre otros. Los retos son múltiples, es necesario mejorar la gestión para una ejecución presupuestaria efectiva; llevar a la práctica de forma amplia y real la política de asignar exclusivamente 16 horas de clases a los docentes, a fin de liberarlos para la investigación; superar el excesivo burocratismo; realizar, de forma más generalizada, investigación científica, social y crítica; transversalizar en sus políticas el enfoque equidad de género, pues mientras la mayor parte de sus estudiantes son mujeres, apenas el 14% son docentes, y en el nivel directivo son ‘casi’ invisibles.

El proceso vertical, enfocado en una perspectiva racional-instrumental que está viviendo la universidad ecuatoriana, implica un redoblado esfuerzo de ellas para reforzar su autonomía y mantener un enfoque crítico, algo muy caro a los afanes de estandarización y disciplinamiento impuestos por los organismos gubernamentales que ahora controlan la educación superior. No se trata de contar con docentes que dicten sus clases y escriban ‘papers’ por decenas, sino de tener verdaderos académicos que generen un pensamiento crítico que responda a su entorno; no se trata de formar profesionales en conocimientos específicos y destrezas, sino de generar en ellos un afán por el aprendizaje continuo y por la imaginación de alternativas. Finalmente, no se trata de hacer de las universidades organizaciones de un conocimiento instrumental, ‘virtuosas’ y despolitizadas, como sueña el poder. Se trata de construir, como lo decía Derrida, “una universidad sin condición: el derecho primordial a decirlo todo, aunque sea como ficción y experimentación del saber, y el derecho a decirlo públicamente, a publicarlo”.

Edgar Rodas y la medicina social

Por: Mónica Mancero Acosta

El hablar pausado y cálido, el porte y rostro perfilado y el profundo sentido humano de Edgar Rodas ya no están con nosotros. No podemos consolarnos con los lugares comunes de que dejó un gran legado. Lo sabemos, no obstante él en sí mismo es irremplazable.

Mencionar la gran formación y los cargos de responsabilidad que ocupó Edgar Rodas es necesario, no obstante, eso no lo define. Decir que fue un cirujano de origen cuencano de alta especialidad, que hizo varias contribuciones académicas y científicas, fue decano de la Escuela de Medicina y vicerrector de la Universidad de Cuenca, decano de la Universidad del Azuay, ministro de Salud, presidente de la fundación Cinterandes. Nada de esto define en sí mismo a Edgar Rodas. Sí lo define decir que él, junto a una generación de colegas, fue el impulsor de lo que se podría denominar “medicina social”, la preocupación por llevar salud y calidad de vida a los sectores más apartados. Esta generación de médicos ha sido muy generosa con nuestro país al hacer un trabajo permanente y sistemático con los sectores más vulnerables, no como una dádiva o como un tiempo extra, sino como su pasión fundamental y como muestra de una medicina solidaria y democratizadora. Edgar, junto a una generación de profesionales de la salud en nuestro país, se apartó del enfoque comercial de la medicina, e hizo de la entrega social-profesional su vida.

Hoy debemos preguntarnos qué ha ocurrido que los médicos y profesionales de tantas ramas nos encontramos enfocados en el desarrollo profesional individual, en la monetización de nuestros saberes, en el frío cálculo de nuestras ganancias y acomodos. Esa otra generación de médicos y profesionales nos dio una gran lección de vida al poner su pasión en lo verdaderamente importante, lo social.

Edgar Rodas fue el creador del primer quirófano móvil en este país y quizás en Latinoamérica. Decidió no patentar su innovación para que nuevas generaciones tomen su contribución y la perfeccionen. Allí practicó miles de intervenciones quirúrgicas con un equipo de médicos y enfermeras de enorme vocación y alta preparación, recorrió durante 2 décadas todo el país, poniendo énfasis en la atención de grupos vulnerables: indígenas, trabajadores, campesinos de la Sierra, Costa y Amazonía, niños, mujeres, ancianos. La medicina de calidad y calidez a domicilio de los pueblos, evitando el trauma psicológico y financiero de los pacientes que deben ingresar a los hospitales y clínicas del país. Poco antes de su muerte, tras una lucha dolorosa con ella, recibió una distinción sin precedentes del Colegio Americano de Cirujanos.

Edgar se ha ido, pero reposan sus cenizas en el hermoso jardín de su casa en Ucubamba, donde vivió junto a su gran compañera Dolores. Allí decidió quedarse, junto a ella y a orillas de su río tutelar, donde juntan sus aguas el Tomebamba, el Yanuncay, el Tarqui y el Machángara, y se hacen uno solo, aguas incesantes que del goce en mirarle tantas veces, nos inducen a repensar su convicción de cambio que la sociedad merece, quizá reviviendo el río de Heráclito y su “todo fluye”.

Mujeres ecuatorianas: ¿algo que celebrar?

Por: Mónica Mancero Acosta

El debate acerca de cuánto se ha avanzado en materia de derechos e igualdad de oportunidades para las mujeres en nuestro país, a lo largo de estos últimos años, es polémico. Recientemente compareció el Gobierno ecuatoriano ante la Cedaw -Comité de la Convención para la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer- en Ginebra.

En este informe se destacaron los siguientes ejes: avance en el marco jurídico para la igualdad; nuevos servicios para mujeres víctimas de violencia; incremento de la participación política de mujeres; incorporación de un segmento amplio de mujeres a la seguridad social; incremento de inversión en salud. El resto fue retórica. No obstante, se difundió la versión oficial de que la delegación estatal recibió los reconocimientos por parte del Comité. Hoy lo que tenemos es un llamado de atención de Naciones Unidas para que Ecuador despenalice el aborto por violación, incesto y malformaciones fetales.

Ahora bien, desde el lado de las organizaciones, como la Coalición Nacional de Mujeres del Ecuador, se realizó lo que se denomina un ‘informe sombra’, es decir un seguimiento de la sociedad civil hacia las acciones del Estado. En este informe se plantea como un problema la débil institucionalidad del mecanismo para el adelanto de mujeres en el país, esto es del Consejo para la Igualdad de Género, lo cual dificulta la gestión transversal en las políticas públicas. Se destaca la debilidad de la garantía constitucional del Estado laico y la ética laica, puesto que prima un disciplinamiento impuesto desde el Ejecutivo a legisladores, decisores y operados de políticas, resultando en un comportamiento en el que impera el moralismo religioso por sobre el mandato de la protección de los derechos.

También se detallan retrocesos en la vigencia de los derechos de las mujeres, en cuanto a violencia, derechos sexuales y reproductivos y maternidad gratuita. Y, sobre todo, un profundo estancamiento en torno a derechos reproductivos, pues marcos legales y políticas resultan retrógrados, misóginos y patriarcales, como el articulado referido al aborto en el Código Penal vigente y la política pública de la anterior Enipla, hoy denominado Plan Familia.

Las expectativas que las mujeres tuvimos sobre los avances en materia de derechos y su real ejercicio, en este proyecto político, fueron inmensas y quizás poco fundamentadas. Al inicio hubo algunos destellos que permitían ser optimistas al respecto, pero estos se fueron poco a poco apagando, y más aún, han ido surgiendo peligrosísimos síntomas de un retorno de sexismo, violencia simbólica, y mentalidad conservadora.

Todo esto no preocupa porque afecte las sensibilidades de las activistas mujeres o de las intelectuales feministas. Preocupa enormemente porque afecta a mujeres pobres, que habitan en sectores marginales: niñas y adolescentes que abortan en condiciones clandestinas; mujeres que mueren durante el parto; miles de adolescentes que se embarazan.

En todo proceso hay luces y sombras, pero sin duda, en referencia a las políticas para la igualdad de las mujeres, este momento predominan las sombras que oscurecen el panorama de conmemoración de una fecha de lucha para las mujeres en marzo.

El infierno de la política

Por: Mónica Mancero Acosta

Este título está parcialmente parafraseado de Sartre, quien sostuvo en una obra de teatro que “el infierno son los otros”, con esto quiso decir, quizás, que el ser humano no puede controlar completamente lo que se le opone debido a que está fuera de él, es inasible y esto le proporciona un dolor, un castigo, un infierno. Esto, llevado a la política, también puede resultar una relación provechosa. La política es la querella constante sobre el orden de dominación que se nos impone, hay política porque hay resistencia a la dominación, porque hay litigio y confrontación.

La naturaleza problemática de la política ha ocasionado que grandes pensadores como Weber hayan sostenido que quien hace política ha pactado con los poderes diabólicos que acechan en torno de todo poder y que quien no entiende esto es un niño, políticamente hablando. Por ello mismo, el consenso es la ficción de una comunidad sin política, puesto que ella, nos asegura el filósofo francés Rancière, es lo que interrumpe la naturalidad de la dominación. Para teóricos políticos contemporáneos como Foucault el poder es una relación de fuerza y la política la continuación de la guerra por otros medios. Más aún, el poder simbólico, de acuerdo a Bourdieu, es el poder de hacer ver y hacer creer, y no se ejerce si no es reconocido. Debe haber legitimidad de las palabras y de quien las pronuncia. En nuestro país, tanto el gobierno como la oposición están viviendo su propio infierno. Desde el lado del poder les causa urticaria cualquier intento de crítica, humor, caricatura, mofa; algo que ha sido y es una práctica usual en política. Y este escozor se provoca porque sienten que a través de estas tentativas se desarma el monopolio de la palabra legítima. El riesgo de perder el monopolio de la maquinaria interpretativa que pretende ser poseedora de la verdad, es insoportable y la política deviene en más infierno. Y por el lado de la oposición, sobre todo la de derechas, hay una apelación interesada al consenso ingenuo, a la convivencia multicolor desprovista de politicidad, a una construcción pospolítica; todo esto como estrategia de regreso de las peores prácticas de exclusión. La posibilidad de un no retorno inmediato al poder los tiene condenados a un infierno insoportable.

No obstante, ambos bandos están desvirtualizando el sentido último de la política, en la medida en que buscan atrincherarse en sus posiciones, el poder por el poder, no les interesa incluir lo popular, su ethos, identidades, demandas materiales y simbólicas. Los primeros, es decir el gobierno, se fueron desligando sistemáticamente –en un error histórico en el cual se jugó todo el proceso político- de indígenas, mujeres, ecologistas, jóvenes, obreros, maestros o, a lo sumo, han reconstruido su propia parcela subordinada en cada uno de estos sectores. Han edificado un Estado para defender su propia y particular victoria. Mientras que desde la derecha, si bien hoy muestra su cara más amable, tolerante, inclusiva y democratera, cuando estuvo en el poder nunca le interesó construir un proyecto nacional popular. Ya bebimos de esa agua contaminada. En este escenario ¿qué nos queda? Pues precisamente la política. Nos ilumina Rancière al afirmar que un momento político ocurre cuando la temporalidad de este escenario dual es interrumpida, y se trata de oponer una nueva configuración e interpretación de la comunidad. Se trata de construir una alternativa –no necesariamente como una opción electoral inmediata-, un tercer modo de lo universal singularizado por actores específicos, por algunos de estos nombrados y otros. Entonces la verdadera política se podrá jugar de a tres.

El amor, opio de las mujeres

Por: Mónica Mancero Acosta

Esta frase no la dijo Marx, los grandes pensadores de las desigualdades como él o Rousseau, si bien exploraron magistralmente el germen de la desigualdad en la sociedad, dejaron intacta la más generalizada desigualdad que afecta a la mitad de la humanidad, la que hay entre hombres y mujeres.

Acabamos de pasar el día del amor, 14 de febrero, fecha en la cual circulan rositas rojas, se intercambian regalitos, se hacen invitaciones a cenar, y los moteles están a reventar. Se celebra el amor de las parejas, se vende bien, y se asegura la reproducción de la especie. No obstante hay algo en el amor que ha molestado a algunas feministas, y es la instrumentación de los afectos como un mecanismo de poder y subordinación. Kate Millet, feminista norteamericana, fue la que dijo: “El amor ha sido el opio de las mujeres como la religión de las masas. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban”. Sentencia concluyente y atroz acerca de las nefastas consecuencias del amor romántico para la mitad de la especie.

Las implicaciones del amor para las mujeres han sido especialmente complejas: enredadas en conflictos amorosos las mujeres solemos entregar largos años de vida, esfuerzos, y desgarramientos. Mientras tanto, para los varones es solo una faceta más en su vida, que frecuentemente no los implica como a nosotras. Por supuesto, hay diversidad de experiencias y no podemos ser esencialistas en el modo como hombres y mujeres asumen la faceta de enamoramiento y de convivencia, no obstante se puede distinguir unos patrones de comportamiento.

El amor romántico responde a una construcción social que da cuenta de una ideología configurada por varios componentes: la heterosexualidad, la monogamia, los fines procreativos. Esta ideología está bendecida por la Iglesia y regulada por el Estado, y se impone a las parejas con resultados bastante desalentadores expresados en la violencia intrafamiliar, el número de divorcios, la desigual responsabilidad en los roles paternos, entre otros.

Pocas feministas se han dedicado a investigar acerca del amor, objeto de estudio bastante escurridizo y que no cuenta con un estatuto de prestigio a nivel académico. La investigadora de origen vasco Mari Luz Esteban define el amor como una manera especial de comunicarnos, un tipo de relación que es capaz de superar la mera reciprocidad, y que cuenta con cuatro variables: la idealización, el erotismo de la otra persona, el deseo de perdurabilidad y de intimidad. El problema, para esta autora, es la forma como asumimos diferenciadamente esta experiencia entre los géneros, mientras los hombres casi manifiestan un analfabetismo emocional para expresar y vivir el amor, las mujeres recibimos un entrenamiento excesivo, y de esa desigualdad surge una descompensación que acaba provocando un montón de desencuentros y conflictos.

Para salir de este atolladero Esteban plantea que las mujeres podemos asimilar algunas técnicas, pues así como subimos la montaña ayudados por arnés, debemos contar con algunas ideas y claves para identificar cuándo las cosas van mal o bien, para comunicarnos, para negociar, o por últimas, para poder salirnos de la relación. Por ello se hace necesario enlazar el amor con la razón, con la evaluación, con la negociación y hasta con el cálculo.

A la voz del carnaval, todo el mundo se levanta…

Por: Mónica Mancero Acosta

El carnaval es la fiesta popular subversiva más ampliamente difundida en casi todo el mundo occidental. Durante estas fiestas, a través de rituales diversos, se invierte el orden social y las jerarquías establecidas, se da paso a un hedonismo del cuerpo que se expresa a través del baile, de la comida, del disfrute, de la sexualidad abierta que rompe las ataduras impuestas por la religión y por la moral imperante.

En el carnaval, a lo largo de la historia y en diferentes culturas, se han seguido unos patrones de comportamiento en el cual la plebe, el pueblo, los sectores populares han dado rienda suelta no solo al disfrute de sus sensaciones sino también a su rencor e ira contenida, a su cuestionamiento de dogmas religiosos y morales. Mientras tanto los sectores dominantes, los gobernantes, o los de arriba han debido tolerar estos actos. Un síntoma de esta relativa tolerancia ha sido la aceptación del disfraz, de la máscara y del anonimato, que ha sido siempre un arma del débil frente al poder. La propia Iglesia ha debido tolerar los ritos del carnaval que son seguidos precisamente del recogimiento de la cuaresma.

El lingüista ruso Mijail Bajtin analizó el ritual del carnaval como una abolición de las jerarquías, en la medida en que las distancias entre individuos son exorcizadas a través de la risa colectiva, que no distingue burlador y burlado; es decir, las distorsiones de la dominación no penetran en esta fiesta, por tanto lo carnavalesco constituye un rito de liberación.

James Scott, desde una perspectiva política, plantea que ritos como el carnaval no hay que analizarlos de forma estática sino que reflejan la estructura y los antagonismos cambiantes de una sociedad.

Particularmente el carnaval es un “momento de locura” en que aflora libremente el lenguaje y la agresión normalmente reprimidos, pero no hay que situarlo como un hecho aislado, sino que la cultura popular está llena de infinidad de resistencias y subversiones que configuran una “infrapolítica”.

El carnaval, en nuestra cultura blanco-mestiza ha sido despolitizado, se ha convertido en buena parte en una fiesta de turismo individualista perdiendo el sentido de identidad del carnaval indígena, y de subversión de la tradición del carnaval occidental. Es más, constantemente hay llamados a “culturizar” la fiesta, a despojarle de su sentido subversivo, hedónico y popular.

Se han podido registrar esfuerzos persistentes de élites culturales y políticas para manipular esta fiesta popular en diferentes ciudades y momentos históricos. Por detrás se encuentra la idea de vigilar y controlar cualquier desorden sedicioso y burlesco, algo que siempre se intenta desde el poder, el cual tiende a percibir la fiesta, la mascarada, el humor y la burla como un peligro potencial. Pero la fuerza de la cultura popular es vibrante, ya lo dice la copla del carnaval “A la voz del carnaval, todo el mundo se levanta, todo el mundo se levanta, ¡qué bonito es carnaval!”.

Grecia, nuevamente entre el logos y el mythos

Por: Mónica Mancero Acosta

En un hermoso texto de Roberto Espósito sobre el origen de la política, se remonta muy atrás, en Grecia por supuesto, pero antes del siglo de oro, más bien en la época de Homero. En ese contexto, Espósito se hace eco de dos grandes autoras judías contemporáneas, Simone Weil y Hanna Arendt, y plantea que ellas comparten, de forma sorprendente, la visión acerca de Homero y su noción de la justicia entendida como la imparcialidad y la equidad del poeta heleno ante los dos pueblos adversarios, que unifica en la misma dignidad a vencedores y vencidos. En efecto, Arendt dice: “La búsqueda desinteresada de la verdad tiene una larga historia (…) creo que se puede remontar al momento en que Homero decidió cantar las hazañas de los troyanos tanto como las de los aqueos, y exaltar la gloria de Héctor, el enemigo derrotado, tanto como la gloria de Aquiles, el héroe del pueblo al que el poeta pertenecía. Eso no había ocurrido antes” (Truth and Politics).

A partir de aquí podemos decir que Grecia se convierte en un epicentro de ideas, cultura y prácticas políticas que han trascendido hasta formar este sentido de lo clásico, y entre el mythos y el logos se desarrolla aquello que ha sido denominado “el legado más grandioso que nuestro mundo conoce”; y no es exagerado decirlo, estas tierras no solo fueron la cuna de la democracia, sino de la filosofía, la historia, la medicina, la poesía, la comedia, la tragedia, la arquitectura. Y todo esto, a decir de Peter Watson, estuvo basado en el hecho de que surgió una concepción nueva de la vida humana y de para qué está hecha la mente. Desde una orilla opuesta, se dirá que fue gracias al trabajo de los esclavos que un reducido grupo de hombres pudo dedicarse al ocio. Cierto, pero qué duda cabe de que este ocio dio sus frutos.

En la esfera política concretamente, frente a dureza de las leyes de Dracón, los atenienses tomaron la decisión de nombrar un tirano como mediador, aunque esta palabra no tenía el significado peyorativo de hoy, sino que era el sinónimo de ‘jefe’ que surgía tras una guerra. Solón fue uno de ellos y decidió, como su primera medida, abolir la esclavitud por deudas, prohibió la exportación de productos agrícolas para que no pase hambre el pueblo y finalmente cambió la Constitución. Pero antes Atenas ya había estado gobernada por un sistema tripartito de nueve arcontes, luego el consejo de los mejores hombres, y por último la asamblea popular. Solón amplió la participación de la asamblea y redujo los requisitos para ser elegido arconte, ellos no podían ser reelegidos y debían rendir cuentas de su gestión.

Clístenes profundizó más la democracia, y en la época de Pericles, el siglo de oro ateniense, el poder de la asamblea era supremo, cualquier ciudadano podía pronunciarse y realizar propuestas. Para hacer viable el funcionamiento de la asamblea se nombró un consejo integrado por quinientos ciudadanos, la boule, quienes eran seleccionados al azar, no se elegían para evitar que surja una identidad corporativa que pudiera corromper la asamblea.

Todos estos antecedentes desafían al Gobierno griego actual, que ha empezado a tomar medidas tan trascendentales como las de Solón o Pericles en su momento, para restaurar una democracia, aunque más representativa y menos participativa que la democracia ateniense como la que hemos descrito, esperemos que mucho más incluyente. Para ello tienen a su haber toda esta magnífica tradición.

Las ‘putas’ ya están muertas

Por: Mónica Mancero Acosta

Los grupos oprimidos que luchan y resisten siempre han arrebatado la palabra humillante de la boca del dominador, y le han dado la vuelta, resignificándola y convirtiéndola en arma de lucha. Los indios, los negros, los desposeídos, los de abajo, los condenados de la tierra, como los llamó Frantz Fanon. También las mujeres feministas, que vemos con indignación y rabia cómo maltratan, ofenden y matan a muchas de nosotras, tomamos la palabra que pretende deshonrarnos, la palabra que aspira a infamarnos, la palabra que intenta inmovilizarnos, la palabra ‘puta’, que en boca del agresor no significa otra cosa que el vómito de su odio, porque este hombre ha sido objeto de rechazo, porque no se ha aceptado ya su propuesta sexual, o la continuidad de una convivencia atroz.

Pero no solo los hombres, la sociedad entera “califica y señala con esta palabra a las madres solteras, las amantes, las actrices, las modelos, las solteras, las casadas, las trabajadoras, las estudiantes, las divorciadas, las adolescentes embarazadas, las chicas populares, las coquetas, las que se arreglan mucho, las que se masturban, las rebeldes, las que han sido violadas, las que se conocen, las insumisas, las inteligentes, las autónomas, las que se acuestan con quien quieren sin cobrar, las que cobran; las locas, las que disfrutan, las fiesteras, las que viven solas, las fuertes, las que se visten como quieren, las que van y vienen a su antojo; las que tienen muchos amigos, las amigas del novio” (www.actitudfem.com).

Es decir todas, en algún momento de nuestras vidas, podemos ser calificadas de este modo. Por ello, más vale tomar esa misma palabra y devolverle como una cachetada a aquellos que pretenden humillarnos con ella y a la sociedad mojigata que se convierte en su cómplice, incluidas muchas mujeres, con escasa o nula conciencia de la dominación, de la amenaza, y del riesgo de muerte que vivimos a diario, no solo histórica, sino aquí y ahora. ¿O acaso el hecho de que 6 de cada 10 mujeres hayamos sido alguna vez, o seamos hoy, víctimas de violencia no es un dato contundente de esa amenaza? ¿O acaso la muerte consecutiva y sistemática de mujeres en nuestro país, a veces junto a sus hijos, no constituye la prueba fehaciente de que la muerte ronda nuestras vidas?

Organizaciones y voceros con mentalidad retrógrada y curuchupa, hicieron todo lo que estuvo a su alcance para parar la campaña de la concejala Carla Cevallos que utilizaba la palabra puta, en el sentido de resignificarla: “Si ser puta es ser libre y dueña de mi cuerpo, soy puta y qué? No más cruces rosadas”. Apenas ocho días estuvieron exhibidas las vallas para que se haya revoloteado la supuesta decencia por la que claman grupos como organización Pro Vida y el Observatorio Católico, y hayan abanderado un malestar que, ciertamente, se posicionó en una buena parte de los “quiteños de almas puras” -como mencionó una incisiva tuitera- justamente porque mayoría son los mojigatos y cómplices de esa violencia. Y el Alcalde cedió a la presión de la “gente decente”, demostrando en los hechos, que comparte muchos de los valores de autoritarismo y machismo que van definiendo vergonzosamente a nuestros líderes políticos. Pero ¿a quiénes representan estos grupos? ¿Quién los erigió a ellos en los baluartes de la dignidad de las mujeres? Hubiéramos querido verlos cuando asesinaron a 500 mujeres en los dos últimos años en nuestro país. Sí, mientras todo esto ocurre, la violencia y el sexismo hacen su trabajo, y muchas de estas ‘putas’ ya están muertas, pero tranquilos… la ‘decencia’ ya volvió a ser instalada en los inmaculados hogares quiteños.

Ecuador en alta definición

Por: Mónica Mancero Acosta
monicamancero@hotmail.com

Qué duda cabe que quienes vivimos en ciudades como Quito, gastamos mucho tiempo en transportarnos, y en ese largo, estresante y penoso decurso, la radio se convierte en una alternativa para informarnos, escuchar música, oír bastante publicidad de la comercial y de la política, y uno que otro programa cultural. En ese desierto estéril de voces estentóreas, de publicidad no solo reiterativa sino carente de imaginación y cargada de una vocinglería estrepitosa, y también para ser justos –¡cómo no!- de algunos interesantes análisis políticos aunque nunca suficientes, podemos escuchar muy pocos programas, discursos y argumentos, aun muy poca música que valga la pena ser escuchada.

En medio de ese desierto, decía, se abre un oasis en la radio, unas cápsulas radiales de análisis pluricultural, con componentes antropológicos, históricos y sociales; suena casi como estar en otra dimensión. Esto ocurre ahora en Radio Visión, que se ha animado, entre sus programas culturales, a insertar estos cortos en horarios rotativos, acerca de nuestras diferentes culturas. Esto aún constituye una excepción en el mundo radial, pero también la demostración de que la radio no solo sirve para entretener sino, también, para enseñar, como un medio sumamente eficaz y poderoso.

Denominado ‘Ecuador en alta definición’, las cápsulas se refieren a temáticas culturales de nuestros diversos grupos humanos que los radioescuchas –hablo en mi caso, claro- solemos estar pendientes de su repetición a fin de que no se escape ningún detalle, ninguna descripción de tal o cual cultura o hecho antropológico tratado. Los libretos, construidos con la investigación de Dolores Costales Peñaherrera y de otras fuentes, son rigurosos, bien documentados, dinámicos, un verdadero disfrute, y sin duda constituyen un espacio de aprendizaje para la mayoría de nosotros. Sería muy provechoso que los libretos pudieran subirse a la página web de la radio, así los estudiantes podrían profundizar investigaciones a través de las numerosas fuentes utilizadas.

Una de las finalidades de la Ley de Comunicación, como fruto de la lucha de los pueblos y nacionalidades del Ecuador, es contar con contenido intercultural en la programación de nuestros medios. Este objetivo se cumple plenamente a través de estos micro-programas de aproximadamente dos minutos y medio de duración, y que van dirigidos a un público amplio, no especializado. Enterarnos del rito de entierro de los ‘angelitos’ de la cultura afroecuatoriana; conocer de la antigüedad y tradiciones del ‘hombre del Ilaló’; profundizar sobre nuestros hermosos villancicos; enterarnos acerca de la poesía de las monjas de claustro; conocer acerca de la tradición de nuestra riquísima colada morada, y de cuentos como la ‘caja ronca’, o personajes de Quito como ‘Cantuña’, constituyen un deleite refrescante en medio del sofocante tráfico, mientras conducimos en la feroz selva quiteña.