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Ser ateos y celebrar la Navidad

Por: Mónica Mancero Acosta

Se ha levantado una polémica en las redes acerca de que personas agnósticas o ateas celebren la Navidad. Se cuestiona que hagan cena, coman pavo, den regalos, o peor, que canten villancicos. Los no creyentes no tienen derecho a una celebración de esta naturaleza, según muchos creyentes que se reservan el uso exclusivo de la fiesta.

Vivimos dentro de un paradigma cultural cristiano occidental, y muchos de los no practicantes, agnósticos y ateos no podemos negar que somos parte de esa tradición que permea nuestra cultura. Quienes no practicamos los ritos no significa que no podamos, si queremos, asistir a un bautizo, primera comunión o boda en calidad de invitados.

Otra cosa es que siendo no creyentes traicionemos nuestras convicciones al bautizar a nuestros hijos o casarnos por la Iglesia. La verdad, conozco a muchos no creyentes que, por la fuerte presión social del entorno, terminan cediendo y celebrando ritos en los que no creen.

La sociedad ecuatoriana, huelga decirlo, es profundamente intolerable a religiones ajenas al catolicismo, y peor aún, al ateísmo.

En pleno siglo XXI ser agnóstico o ateo es casi una mala palabra, por ello muchos ocultamos nuestro agnosticismo o ateísmo, pero aquel o aquella que ose declararse de esta forma, sufrirá un acoso familiar, de su entorno y hoy, incluso, de las redes sociales.

Hay diversas formas de espiritualidad, la religión es solo una de ellas. El amor por la naturaleza, el arte, el conocimiento, la compasión hacia los demás son, por ejemplo, muestras de espiritualidad no religiosa que deben ser valoradas socialmente y toleradas como dignas y legítimas.

Las fiestas de Navidad y Año Nuevo son ocasiones propicias para un reencuentro con los amigos, la familia, uno mismo.

Oportunidades de renovación y desarrollo espiritual. Si alguien quiere arrogarse el derecho de decir quién debe o no celebrar estas fiestas, me parece que se pone en un sitial de moralidad que hoy menos que nunca le corresponde. Así que felices fiestas a todos mis lectores, sin importar su credo o fe religiosa.

 

Roma, en blanco y negro

Por: Mónica Mancero Acosta

La película Roma, del director mexicano Alfonso Cuarón, se puede analizar desde una infinidad de perspectivas. Se recrea una época de un DF mexicano setentero, en blanco y negro, que trae nostalgias, pero funciona muy bien para posicionarlos en ese contexto: la colonia Roma, habitada por una clase media alta enfrentando dificultades de convivencia de una familia aún numerosa, con roles masculinos en crisis y apoyados fuertemente por un nutrido servicio doméstico integrado por la trilogía típica que sostuvo los cuidados de la burguesía mexicana: cocinera, niñera y chofer.

Como telón de fondo del filme se puede ver un país convulso con movilizaciones constantes y grupos entrenándose y armándose, situación que contrasta con un barrio apacible y cotidiano. Sin embargo, lo que más revuelo ha causado es la protagonista, una indígena oaxaqueña sin formación como actriz, que ahora está nominada a premios cinematográficos.

Y es que en Latinoamérica estamos bastante acostumbrados no solo a la naturalizar la servidumbre, sino también a recrearnos con ella en las legendarias novelas mexicanas. La diferencia entre ellas y la película es que vemos a una actriz indígena en el rol más verosímil, y no a una muchacha blanco-mestiza que de pronto es salvada por un patrón rico. Conmueve su ternura en el trato con los niños y su gran fortaleza, cualidades habituales en las muchachas que desempeñan este rol.

La servidumbre es la principal problematización en la película, y aunque he leído críticas acerca de una mirada condescendiente de su director, me parece que nos acaba interpelando. Y es que resulta contradictoria como lo es en la vida real: una conjugación entre maltratos y afectos que generan la convivencia cotidiana en relación de subordinación.

Además, son las mujeres, sirvientas o patronas, las que terminan llevando las riendas de la situación frente a hombres que sacan el cuerpo y abandonan, tal como habitualmente ocurre.

 

Vicepresidente, ¿conspirador a sueldo?

Por: Mónica Mancero Acosta

“Conspirador a sueldo” fue una de las frases históricas de Velasco Ibarra para referirse a una figura incómoda y ambigua en un régimen presidencial, la o el vicepresidente. Según la propia Constitución ya cunde la sospecha sobre su rol, pues le corresponden exclusivamente funciones que sean designadas por el Presidente o, en último caso, ser su reemplazo.

La caída y sucesión de tres vicepresidentes en menos de dos años da cuenta de cómo la corrupción cundió en las altas esferas del poder. Poner como candidato a un vicepresidente con serios indicios de corrupción, como fue el caso de Jorge Glas, constituyó una forma de blindarlo que no dio resultado, pero también una afrenta a los ecuatorianos.

Tampoco la siguiente elección fue muy feliz, una vicepresidenta con una actitud política intransigente y con prácticas que denotaban sospechas sobre tráfico de influencias terminaron estallando en una desestabilizadora situación. Hoy, para la elección de vicepresidente, se ha ido al extremo opuesto: a la cancha de los independientes, casi a la antipolítica, y a un perfil sin experiencia en la gestión de público. La supuesta bondad ha sido buscar un perfil no contaminado con la política.

Hay una confusión bastante irresponsable e interesada en el régimen, en los medios y en la derecha que apoyó la selección: pensar que lo no político y un aparente éxito en la gestión de lo privado puede ser una carta de presentación que catapulte a lo público. Nada más erróneo. Los griegos diferenciaron muy bien el oikos, esto es el manejo de la economía y los intereses privados de lo público, del bien común que se expresaba en la polis. Quien dedica sus esfuerzos por velar por sus intereses, difícilmente va a trasladar estas prácticas al interés común, más bien puede ocurrir lo contrario.

Mi opinión es que debía ser mucho más meditada y sopesada esta decisión, por la particularidad, además, de que es un nuevo vicepresidente que no cuenta con la legitimidad de la votación popular. No se trataba de elegir a un correísta, que con esos ya sabemos que nos fue bastante mal, pero tampoco de irse al lado opuesto; en el medio hay muchos matices que pueden corresponderse de mejor modo con el programa de gobierno de Moreno, que a final de cuentas fue el votado mayoritariamente por el país.

 

El obsesivo sexismo de la RAE

Por: Mónica Mancero Acosta

La Real Academia de la Lengua Española está obsesionada con la reivindicación feminista del lenguaje inclusivo, con la intención de no dar paso a su reconocimiento, desplegando una clara estrategia sexista. Su argumento es que este uso va en contra del principio de economía del lenguaje.

La RAE parece desconocer todos los avances en la filosofía del lenguaje a partir de Wittgenstein, así como el giro lingüístico según el cual el lenguaje es contingente y “resultado de pequeñas mutaciones” como lo señala Rorty; lo que no se nombra no existe y las mujeres existimos y exigimos ser nombradas.

Para la teórica feminista Judith Butler, el lenguaje no solo es consecuencia de las desigualdades de género sino también su causante, de ahí que se requiera el uso de lenguaje inclusivo. La exclusión a través del lenguaje supone invisibilización, lo cual implica que no constamos; exclusión que es una omisión deliberada; subordinación cuando la mujer aparece como objeto pasivo en la comunicación; y desvalorización en un sentido de inferioridad (Navarro-Mantas et al.).

En el mundo existen tres tipos de lenguas con género gramatical en las cuales los sustantivos, adjetivos y pronombres tienen marcadores de género; a esta corresponde el castellano.

Un segundo tipo son lenguas con género natural en las cuales los sustantivos tienen género neutro, como el inglés; y lenguas sin género, como el finés. Investigaciones evidencian menores niveles de igualdad en países de lenguas con género gramatical a diferencia de los otros dos sistemas (Prewitt-Freilino, Caswell y Laakso, 2012, citado en Navarro Mantas).

Es indudable que el marcador de género del idioma castellano alude a un sesgo masculino y su uso remite a pensar en hombres antes que en mujeres. Para evitar esto se han planteado dos estrategias: la neutralización, sustituir palabras con género marcado por otras cuyo género sea neutro, por ejemplo, niño por niñez. Y la feminización, sustitución de palabras masculinas por femeninas. Actualmente hay un profuso uso de palabras o signos que tienen la intención de visibilizar e incluir a las mujeres.

El poder del lenguaje es indudable, constituye el principal vehículo de la comunicación humana. Por ello es imperativa la batalla que el feminismo libra con instituciones conservadoras y sexistas como la RAE para lograr que el lenguaje, en lugar de reforzar el sexismo, contribuya a alcanzar la emancipación.

Diezmos de la teología política correísta

Por: Mónica Mancero Acosta

La primicia era la primera parte de la cosecha que se ofrecía a Dios, con carácter voluntario, en el cristianismo durante la Edad Media; luego se fue convirtiendo en una coacción. En cambio, el diezmo constituía la décima parte de haberes de producción o comercio, que estaba destinado a satisfacer los diferentes estamentos sociales. De aquí se originó la propia institución de la hacienda como tesoro público. La alianza explosiva entre cristianismo e imperialismo romano hicieron el resto.

Que la política tenga mucho de religión no es ninguna novedad así, por ejemplo, en el corpus mysticum correísta había una iglesia constituida por innumerables y cómodas parroquias que se desplegaron a lo largo del territorio nacional. Sus programas, proclamas, y aun planes estatales se pretendían constituir en doctrina de fe para los fieles más ingenuos, quienes escudriñaban la letra de estos textos sagrados para encontrar las verdades, cuando las prácticas nos decían todo lo contrario.

Los fieles, adherentes al movimiento se debatían entre la lealtad a su líder, los denominados correístas; o a la organización política, Alianza PAIS; incluso unos terceros se declaraban socialistas del siglo XXI o auténticamente revolucionarios. Precisamente esta dispersión dio origen al cisma que tuvo este movimiento político recientemente.

Así, no hay que escandalizarse por el cobro de tributos a su feligresía. Si nos sorprenden los diezmos, imagínense cuando nos enteremos de los pecados y el pago de indulgencias. La vicepresidenta Vicuña afirma que eran contribuciones militantes que se las entregaban con verdadero fervor, no importa a qué cuentas iban a dar.

Un asambleísta converso señala que el propio líder/deidad, con Power Point en mano recogía las canonjías de la piedad correísta que los había posicionado en cargos de elección popular o designaciones, nada más que por el hecho de haberse fotografiado con el líder. De esta forma se sacralizó la política mundana.

El museo correísta no era más que una exaltación a la memoria del líder instalado en Carondelet, objetos/reliquias que merecían adoración. No faltaba más, no puede haber religión sin mártires y santos, hoy presenciamos la creación de uno propio, santo Glas se va a llamar si logra inmolarse porque la fe correísta lo demanda.

 

#25N Las mujeres resistimos

Por: Mónica Mancero Acosta

Cuando las mujeres hablamos de violencia se piensa que nos victimizamos. Por eso debemos afirmar que no solo la padecemos, sino que la resistimos y sobrevivimos.

Que las mujeres vivamos con miedo no es ninguna novedad, lo curioso es que no constituye una situación límite como se suele creer, sino que convivimos con ella a diario. En casa, en medio del núcleo familiar, es el lugar de despliegue de la crueldad más perversa contra las mujeres: violencia física, sexual, psicológica, económica.

Pero no es ni de lejos el único espacio, en los lugares de trabajo la violencia se reedita bajo formas más sutiles, ahí se encuentran las brechas salariales para recordarnos que no somos iguales en derechos económicos hombres y mujeres, pues por el mismo trabajo recibimos menos salario.

Las niñas, adolescentes y mujeres jóvenes deben padecer la amenaza y el temor en los centros de estudio. Es difícil de creer que estudiantes universitarias sean víctimas de saña de parte de sus docentes varones, o de sus compañeros. Ocurre que las relaciones de poder son el vehículo que impulsa la violencia de género.

Cuando la mujer se traslada de un sitio a otro, en esos intervalos cotidianos también acecha el riesgo, constatamos formas de acoso en el transporte público o en las calles, simplemente mientras se camina.

Hay formas recientes de intimidación porque la mujer habita nuevos espacios, observamos que la violencia política se despliega contra las mujeres que son figuras públicas; para desprestigiarlas se recurre a estigmas vinculados a su vida privada que a los hombres políticos jamás se les endilga. La cosificación de la mujer en los medios de comunicación persiste a pesar de todas las campañas en contra. Las redes sociales también son territorios en los cuales la provocación es solapada pero no deja de estar presente.

El concepto de violencia de género es reciente pero quizás la barbarie contra la mujer es tan antigua como la humanidad misma, y significa que se nos violenta por el hecho de ser mujeres. Este salvajismo tiene lugar porque persisten relaciones de dominación y desigualdad entre hombres y mujeres.

Que exista violencia contra la mujer significa que existen varones agresores que nos ven como carentes de derechos, de libertad y autonomía, suponen que no merecemos respeto y que no tenemos capacidad de decisión. Los hombres violentos pretenden seguir manteniendo los privilegios que les otorga una sociedad machista y patriarcal.

 

Dinero para las universidades

Por: Mónica Mancero Acosta

Gobernar en esta crisis reconozco que no ha de ser tan fácil, ser Ministro de Finanzas tampoco. Pero todos sabemos que donde está el corazón está la plata y en este régimen pretenden disminuir presupuesto a las universidades públicas y cofinanciadas justo en el momento que la demanda por más cupos para ingresar al sistema de educación superior se ha exponenciado.

Los esfuerzos de las universidades públicas por incrementar los cupos en distintas carreras han sido enormes. En la Universidad Central, por ejemplo, bajo el rectorado y liderazgo de Fernando Sempértegui, se ha trabajado consistentemente en esta dirección, puesto que es una demanda ciudadana y social crucial; en este contexto, se recibieron 7.200 bachilleres en este último semestre en las 65 carreras ofertadas. Disminuir el presupuesto sería un golpe mortal a esta gran voluntad política y académica.

No se crea que la inversión pública en educación superior es significativa en el país, apenas llega al 1,14 por ciento del PIB; esto implica apenas 2.500 por estudiante por año. Este valor, frente a la descomunal cifra que significó la inversión en Yachay es irrisoria, allí se invertía más de $ 8.000 por estudiante en el régimen anterior.

Por ello, cuando los correístas se rasgan las vestiduras por la disminución actual del presupuesto a las universidades hay que tomarlo con pinzas: ellos permitieron que existan universidades de privilegio como fueron las denominadas emblemáticas, que de ese adjetivo tuvieron muy poco. Esto consolidó no solo la marginación al interior del sistema de educación superior sino también el desprecio a las universidades públicas.

La crisis originada en el nefasto sistema de ingreso implementado en la década anterior aún no ha sido superada. Hay una situación muy seria de jóvenes que postulan innumerables ocasiones y no se les abren oportunidades en el sistema universitario. Un recorte presupuestario en estas condiciones solo agravaría la situación, ya de por sí alarmante de estos jóvenes y sus familias. La política económica del régimen debe poner la plata en el futuro de estos jóvenes y no en su fracaso.

 

Déjame decidir

Por: Mónica Mancero Acosta

¿Cómo es posible que las mujeres, en el siglo XXI, sigamos luchando por tomar decisiones sobre nuestro cuerpo, como si fuéramos seres humanos de segunda, ciudadanas de segunda categoría? En 50 años, seguramente, será increíble para la gente que esta lucha haya tenido lugar y haya tenido detractores.

Así como los hombres y las propias mujeres dudaron, en su momento, que las mujeres pudiéramos ingresar en las aulas universitarias, fuéramos capaces de tener derecho al voto, o pudiéramos terciar en candidaturas políticas -cosa que hoy nos parece risible y asombroso-, de la misma forma las generaciones futuras se sorprenderán de que la mujer no haya podido decidir sobre su cuerpo, y lo haga el Estado, el marido o la Iglesia.

Pero así es ahora, por ello esta es la lucha que nos toca librar a las mujeres hoy, para que nuestras hijas y nietas ya no tengan que vivir el infierno de tener que parir hijos de violadores, de abortos clandestinos, de tener que criar hijos fruto de esta violencia patriarcal.

Y es que acá las mujeres ecuatorianas estamos organizadas midiendo nuestras fuerzas, y así, aunque sería de justicia, no vamos por todo: la despenalización total del aborto. En la lucha actual la consigna es despenalizar el aborto por violación. Cierto que a un feminismo maximalista suena a poco, pero hay que ir paso a paso. El aborto por violación ya fue permitido en el país hace 70 años, pero solo para las mujeres “dementes o idiotas”, puesto que se pensaba que solo ellas podían ser violadas.

La violación no es algo ocasional en el país como se cree, 14 mujeres son violadas diariamente, de ellas entre 5 y 30% resultan embarazadas. En el país existen 380.000 mujeres violadas. La despenalización del aborto por violación implica dejar decidir a la mujer si interrumpe o no su embarazo. La píldora del día después no está al alcance de todas las mujeres violadas y se sabe que el trauma que causa la violación impide que las mujeres reaccionen de forma inmediata.

El Comité de Naciones Unidas ha solicitado durante múltiples ocasiones a Ecuador despenalizar el aborto por violación. El 66% de la opinión pública en el país apoya la despenalización por violación.

Las condiciones están dadas para poder legislar de acuerdo a derechos humanos, salud pública y el sentir ciudadano.

 

Los Bolsonaro criollos

Por: Mónica Mancero Acosta

La infausta noticia del triunfo de Bolsonaro en Brasil, sin duda, empieza a cobrarnos factura en la realidad local, es casi inevitable. Ahora los Bolsonaro criollos se sienten con derecho a llevar adelante su agenda retrógrada, supremacista, homofóbica, sexista.

Así, un asambleísta tiene la desfachatez de exhibir públicamente en un video la promoción de un supuesto reconocimiento que la Asamblea ha otorgado a las iglesias cristianas evangélicas. Este sujeto conservador, devenido en asambleísta, parece que no se enteró del carácter laico del estado ecuatoriano, conquista que bastante costó a este país.

Las agendas filo fascistas que se esparcen por América Latina merecen no solo un enfrentamiento desde el activismo político y social, sino también atención académica. Los análisis del fascismo europeo en su momento, dieron cuenta de una profunda imbricación del fascismo como una ideología fruto de la interacción entre cultura y política.

Para el estudioso del fascismo Zeev Sternhell, este proceso político no constituyó un simple paréntesis en la historia contemporánea, sino que fue parte integral de la cultura europea y significó una auténtica fuerza rupturista que expresó un carácter antimaterialista, antirracionalista y antiindividualista.

De acuerdo con Emilio Gentile, para explicar el fascismo no basta con hablar de oportunismo, mala fe, engaño o ignorancia; se trató más bien de una revolución espiritual contra las supuestas degeneraciones del materialismo capitalista y comunista, del que debía nacer un hombre nuevo en cuerpo y alma. El fascismo más que ser una fuerza conservadora o tradicionalista propugna el activismo y la primacía de la política, deviniendo en proyectos totalitarios que anulan lo privado en favor de lo público.

Esta es la ideología de estas doctrinas fascistas que empiezan a cobrar fuerza en nuestra región, quizás con nuevos ropajes y con un cierto aggiornamento inicial para vestirse de un ropaje políticamente correcto. El discurso y las prácticas políticas contra las “minorías” como mujeres y feminismos, grupos étnicos, diversidades sexuales, movimientos contestatarios y todo aquello que devenga en progresismos, derechos y agendas emancipatorias, corren riesgo en estos tiempos y nos debe poner en alerta permanente. Decía un pensador, con el fascismo no se dialoga, se lo combate y se lo vence.

17 millones

Por: Mónica Mancero Acosta

Amanecimos recientemente con la noticia de que ya somos 17 millones. Este crecimiento demográfico significa muchas cosas para los ecuatorianos, nos plantea desafíos, podría abrirnos oportunidades, pero también nos da algunas alertas.

Por un lado, vemos que se ha consolidado la urbanización, puesto que 11 millones vivimos en las zonas urbanas. Las implicaciones son importantes en términos de políticas de empleo, de educación, de servicios básicos y del indispensable apoyo al agro y la seguridad alimentaria que se debe otorgar a la población.

También observamos que se ha afianzado una mayor población en la Costa antes que en la Sierra, contrariando una tendencia vigente anteriormente. No obstante, la ciudad de Quito ha crecido más que la de Guayaquil, probablemente debido al crecimiento del Estado registrado en esta última década.

La relación hombres/mujeres en la pirámide poblacional se mantiene equilibrada, aunque hay una tendencia cada vez más perpendicular en la pirámide debido al menor número de hijos, mayor porcentaje de adultos mayores y una buena parte de población en edad de trabajar.

En efecto, la esperanza de vida que está en 76 años actualmente provoca el aumento de población de adultos mayores, lo que aunado al descenso de la fecundidad contribuye a lo que se denomina una transición demográfica, tendencia que ya se advertía anteriormente para el país.

Entre 1985 y 1990, de acuerdo con la Cepal, nos encontrábamos en plena transición demográfica, y paralelamente en una etapa de modernización parcial y acelerada junto a países como México, Brasil, Perú, Colombia. La transición demográfica que está caracterizada por sucesivas etapas, implica el paso de elevados a bajos niveles de natalidad y mortalidad, y son tendencias que se registran en países denominados desarrollados.

El paulatino envejecimiento de la población supone un mayor gasto en pensiones y menor recaudación de impuestos, por ello es vital fortalecer los fondos de pensiones de la seguridad social. Por otro lado, un mercado interno más amplio podría ser una oportunidad de una economía de escala, siempre y cuando se fortalezcan el empleo y la redistribución de ingresos. La demografía es una realidad franca y clara que requiere un análisis sistemático y políticas públicas acordes con sus tendencias.