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Vinceró

Por: MONSEÑOR JULIO PARRILLA

En estos días había escrito para este domingo un artículo sobre el arte de comunicar, pero el covid 19 o coronavirus me obliga a replantearme el tema. A pesar de que hayamos leído o escuchado tantas cosas al respecto, no quiero pasar de puntillas sobre un tema que nos afecta a todos de forma tan intensa y dramática.

En aislamiento forzoso e inmerso el silencio sonoro de Santa Cruz, he tenido tiempo para pensar, rezar y poner al día papeles y afectos… Es esta una buena oportunidad para poder hacer algunas cosas:

• Tomar conciencia de la propia fragilidad. Ya hace cientos de años, las Cantigas de Don Alfonso el Sabio nos recordaban que nuestras vidas eran los ríos que iban a dar a la mar, que es el morir. En un mundo tan autosuficiente y orgulloso de sus talentos, hambriento de bienestar, un virus microscópico nos ha puesto a todos de rodillas y patas arriba, tanto a los humildes como a los poderosos del mundo.

• Y, junto con ello, descubrir lo fundamental de nuestra vida. Quizá esta es la hora de la nostalgia de los amores perdidos, maltratados o ignorados, la hora del encuentro con nosotros mismos y con nuestra propia verdad, tantas veces escondida o maquillada por la usura del tiempo, la falta de transparencia o los intereses inmediatos que tanto nos devoran.

• También es tiempo de orar humildemente a Dios, unidos al pueblo peregrino que canta “Dios de amores,… salva al Ecuador”. Esta puede ser la hora de la fe y, por lo tanto, de la solidaridad, de la cercanía y del apoyo mutuo. Ojalá que los más vulnerables, no se sientan solos y abandonados.

• Y es el tiempo de darse una nueva oportunidad. Cuando todo esto pase, que pasará, y recuperemos la salud, los mercados y la tranquilidad, puede que volvamos a tropezar en las mismas piedras. Puede que sigamos levantando muros, destruyendo el planeta, haciendo más profunda la quebrada que separa a ricos y pobres. Pero, si somos diestros en aprender lecciones, puede que aprendamos a ser mejores, más humanos, capaces de luchar contra todos los virus que nos infectan.

• También esta es la hora de valorar lo que tenemos: la vida, la familia, los amigos del alma,… Hora de agradecer a toda la gente buena que, a tiempo y a destiempo, nos cuida y vela por nosotros. Así es la vida: en los tiempos de necesidad comprendemos con mayor fuerza la necesidad de amar y de ser amados, comprendidos y ayudados.

Por ello, y muchas cosas más que no caben en un artículo, les pido que se cuiden y que cuiden cuanto aman, que no salgan de casa y que se esfuercen en administrar bien el tiempo y la vida, hoy amenazada pero no rendida.

En los cielos de Italia resonó con fuerza el “Vinceró” del “Nessun dorma” de Puccini. Vale para todos nuestros cielos y nos recuerda la capacidad que el hombre tiene de encender las ascuas que duermen entre sus cenizas.

FUENTE: EL COMERCIO
Domingo 22 de marzo 2020

Sería una ingenuidad…

Por: MONSEÑOR JULIO PARRILLA

Me refiero al hecho de pensar que huelgas generales, batallas campales, caceroladas y violencia urbana obedecen a una simple subida de impuestos, gasolinas o metros. Lo que está en cuestión en toda esta América Latina, atravesada de norte a sur por tantas injusticias y desigualdades, por tantos gritos desgarradores y silencios indiferentes, por tantos migrantes a la deriva y señoritos ocupados en sus farras, es este modelo económico perverso que, de la mano del neoliberalismo o del populismo abandona al hombre a su suerte, ubicándolo en las periferias de la historia.

El problema que aflora desde el fondo de la rabia incontenible es la inconformidad de millones de hombres y mujeres cansados, hartos, de ser pobres, de vivir en la esquizofrenia del consumo para ser alguien y de no llegar nunca a fin de mes. Hubo un tiempo en el que soñábamos, en medio de promesas vanas, con una sociedad justa, equitativa y solidaria, capaz de acortar distancias de la desigualdad y de generar oportunidades para todos. Algo que, en nuestra ingenuidad, nos parecía simple y cercano: un mundo de conversos, entusiastas de la justicia social, de la pedagogía liberadora, del cuidado de una casa común amenazada por los entusiastas de la cultura nuclear, un mundo sin corrupción y sin miedo, sin muros y sin fosos, sin telones de acero atravesando Berlín o partiendo en dos el mediterráneo o la frontera de Tijuana.

La gente ha sacado la ira a la calle porque está harta de la pobreza y de la corrupción. En medio de semejante escenario las palabras de los políticos suenan, cada día más, a falsete. Nunca las instituciones, las ideologías y los intereses económicos han estado tan lejos del pueblo, tan ajenos a su sufrimiento. Me lo decía no hace mucho un joven indígena, con la vista perdida en el páramo infinito: “Somos pobres e hijos de pobres; algún día seremos padres de pobres; pero ellos siguen robando y haciéndose ricos… El único lenguaje que entienden es el del miedo”. Mal que nos pese, así piensan muchos de los que piensan y de los que no piensan, de los que se sienten ninguneados por una clase dirigente que hace tiempo que perdió el rumbo.

Chile, Bolivia, Colombia, Ecuador,… y los paraísos endémicos de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Haití… reclaman nuestra atención. Para llorar no necesitamos más bombas lacrimógenas; las lágrimas se vierten solas. Necesitamos una economía social y solidaria, justicia ágil y efectiva, barrer a los corruptos, empleo e inversión productiva, educación de calidad, una auténtica reforma agraria, una economía que ponga, de una vez, a la persona en el centro de la vida, de la economía y de la esperanza. Y todo ello con aliño de ética y, si son cristianos, de fe. No la fe de un Dios tapagujeros, sino la de un Dios vivo que te saque de tus casillas y de tus cosillas, del fatal egoísmo que nos esclaviza.

FUENTE: EL COMERCIO
Domingo 01 de diciembre 2019

Títulos universitarios

Por: MONSEÑOR JULIO PARRILLA

En la sociedad de consumo lo mismo puedes adquirir una casa, un carro o un título universitario… Si ustedes leen en los medios las distintas ofertas de carreras y especialidades se darán cuenta de que hay infinidad de posibilidades, avaladas muchas veces por hombres y mujeres jóvenes, pintones y con cara de triunfadores. El mensaje es claro: “si usted quiere ser exitoso, estudie con nosotros”. Eso sí, hay que pagar. Y estudiar. Y sacar buenas notas, lo cual vale tanto para las universidades públicas, cuanto para las privadas, especialmente para estas últimas. En general, gozan de más medios y, en el imaginario colectivo, de mayor prestigio.

Hace unos días, escribí sobre el tema educativo en referencia a las calificaciones. Importa aprobar, aunque la sabiduría que uno adquiera sea absolutamente funcional. ¿Qué buscan hoy la inmensa mayoría de los universitarios? Buscan trabajo, prestigio, acceso a una élite social o conocimientos que consientan obtener altos sueldos. La sabiduría como capacidad de encontrar el sentido de la vida, los principios y valores, la dimensión social y solidaria frente a la injusticia y a la pobreza,… eso es otra cosa que, en la mente de muchos pertenece al mundo de la religión o de la filantropía.

Cuando estudiaba, concretamente en la vetusta universidad de Santiago de Compostela, apenas éramos en el curso treinta y cinco alumnos, sin duda privilegiados en el medio en el que vivíamos. Me encanta que el acceso a la universidad se haya democratizado, pero puede que ello acarree serios inconvenientes si deriva en un mercadeo de títulos. Difícil, en semejante contexto, la calidad propia del saber, sin la cual la docencia universitaria apenas vale nada. Además, el hecho de que unos cuantos de nuestros gobernantes estén acusados de títulos fraudulentos, no presagia nada bueno. Digamos que, más bien, el mercado se amplia.

Esta mentalidad mercantilista en torno a las universidades no me gusta nada. Estamos en tiempo de anuncios, señuelos y ofertas, con listados interminables de especializaciones de todo tipo, pero poco se dice del esfuerzo que hay que hacer, de la visión y misión de los centros docentes, de la trayectoria profesional de los docentes, de la calidad de la formación para encontrar un sitio en el mundo en el que poder crecer como persona y servir como ciudadano. En general, y no sólo en el Ecuador, la información insiste en la utilidad económica y en la de puertas que el título podría abrir. ¿Y el precio? Dada la tasa brutal de desempleo en el que nos movemos, cualquier esfuerzo vale con tal de encontrar el empleo deseado.

Con frecuencia tengo la sensación de que el proceso de formación superior se confunde con una cadena de montaje de carros, pieza a pieza, semestre a semestre. Para que la cosa funcione así se necesita ser expertos en mercadotecnia. Pero la sabiduría necesita algo más.

FUENTE: EL COMERCIO
Domingo 04 de agosto 2019