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Los medios masivos de colonización

POR NORA MERLÍN

Artistas, intelectuales, juristas, escritores y dirigentes políticos de varios países preparan un libro contra el golpe en Brasil, en apoyo a Dilma Rousseff. La psicoanalista argentina Nora Merlín participa del proyecto con un capítulo que detalla cómo operan los medios masivos sobre las subjetividades. Aquí, un fragmento de ese texto.

El poder político, económico, con sus medios de comunicación corporativos y parte de la Justicia, están poniendo en juego en algunos países de América Latina una nueva modalidad antidemocrática. Buscan desestabilizar gobiernos democráticos realizando golpes de Estado institucionales, con el objetivo de implementar políticas neoliberales. Los medios de comunicación corporativos asumen un rol crucial: configuran la realidad, operan sobre las subjetividades, manipulan significaciones; en definitiva, colonizan la opinión pública. En América Latina, los medios concentrados generan un orden homogéneo opuesto a lo que se entiende como una política democrática, que debe implicar disenso y pluralidad.

Brasil está atravesando un momento de suma gravedad institucional, en el que se juega el destino de este gran país. Los medios gráficos como Folha de São Paulo, Estado de São Paulo, Rede Globo, Editora Abril, Revista Veja, Midia Ninja y Jornalistas libres, y diferentes radios y televisoras, como Rede Globo, producen e imponen sentidos y saberes que por efecto de identificación se transforman en comunes, formando la opinión pública. Esos medios concentrados realizan una manipulación del pensamiento: las informaciones que transmiten funcionan como verdades irrefutables, ante la ausencia de voces alternativas. Se trata de un dispositivo que opera sobre la subjetividad, la condiciona a través de la sugestión y la reiteración de mensajes, que terminan imponiéndose como si fueran certezas. En Brasil esto apuntó a producir el desprestigio de la dirigencia del PT, repitiendo hasta el hartazgo el falaz argumento de la corrupción de sus líderes, para desestabilizar a la presidenta Dilma Rousseff a pesar de su legitimidad por haber sido elegida democráticamente, logrando impulsar un proceso de impeachment.

Según la teoría psicoanalítica, las relaciones sociales se normativizan con la instauración de un operador simbólico denominado Ideal del yo. El individuo espectador ubica a los medios de comunicación en el lugar de ese Ideal, y luego pone en juego un mecanismo de identificación. Esto produce una idealización de los medios y una identificación entre los espectadores, dando como resultado una psicología de las masas: una hipnosis adormecedora en la que el sujeto deviene un objeto cautivo, que se somete de manera inconsciente a los mensajes e imágenes que se le ofrecen. El sujeto de la cultura de masas es pasivo, servil, sugestionado; con un yo empobrecido obedece a un «amo» que articula ideologías e ideales. Al operar esta captura, los mensajes que emiten los medios terminan imponiéndose, condicionando opiniones, valores y pertenencias, lo que redunda en una manipulación de la subjetividad.

En democracia es fundamental regular el poder de influencia de los medios sobre la subjetividad, basado en el marketing político, y derivado de técnicas de venta exitosas que, a consecuencia de la rápida expansión de los medios, llegó a abarcar casi todos los aspectos de la cultura. Consiste en un dispositivo planificado de sugestión, cuyo fin es que el ciudadano devenga un consumidor que compra un objeto o un mensaje político. Mediante técnicas que implican una producción calculada de subjetividad construyen consenso, convencen, consiguen votantes, imponen valores, hábitos, posicionan un producto, una idea o un candidato. Muchas veces se adquiere una marca, una identificación y una pertenencia sin advertir que tras ello hay un proyecto económico o político.

A partir de Freud y Lacan, sabemos que las demandas no son necesidades naturales, básicas o biológicas, sino que son construcciones discursivas: la mercadotecnia impone demandas que luego aparecen como una elección libre del ciudadano. El actual modelo de los medios de comunicación de masas produce gente seriada por efecto de identificación, lo que tira por tierra la supuesta libertad que otorgan la información y los mensajes comunicacionales. Si bien en apariencia amplían la libertad individual, en sentido estricto se imponen, condicionan elecciones, llegando a colonizar y enfermar a toda una cultura. Freud vio en el rebaño, en la fascinación colectiva y en la homogeneización de la psicología de las masas un prolegómeno del totalitarismo.

La democracia no puede definirse por el sentido común, ni por el consenso de una masa de autómatas, producidos por un dispositivo de sugestión de los medios de comunicación concentrados. Una concepción democrática debe incluir pluralidad de voces, evitando la monopolización de la palabra y la instalación de un discurso único, tendiendo a que los mensajes se transmitan libremente, buscando asegurar el derecho que tienen los ciudadanos a una información veraz, vertida de manera responsable y racional.

Gran parte del espacio público ocupado por los medios de comunicación se transformó en la sede del odio y la agresión entre las personas. En esta versión, el derecho a la libre expresión se confunde con una libertad de agresión en la escena pública. En forma desmedida e insistente emiten mensajes agresivos, hostiles, que incrementan el miedo, la angustia, el terror y el odio. Los noticieros y los programas de «información» producen relatos falsos y teorías conspirativas, no comprobadas, de sospecha y complot, instalando el significante «corrupción» sobre los dirigentes del PT, apuntando a que el adversario político sea atacado como un enemigo. Esta modalidad va dando sustento a la hostilidad entre los miembros de la cultura, provocando sentimientos persecutorios e instalando los afectos señalados, que van a funcionar como desencadenantes de enfermedad psíquica. El «enemigo» es el prójimo que deviene en un objeto hostil al que se lo puede humillar, degradar, maltratar, etc. Se produce como resultado una sociedad transformada en un campo minado por la violencia y el odio en sus variadas expresiones. Una cultura así planteada está en riesgo.

Frente a este panorama, surgen algunos interrogantes: ¿dónde quedan las categorías de verdad, decisión racional y autonomía del sujeto, para filtrar y administrar la información y los afectos que éstas instalan? ¿Quién se hace responsable de los efectos patológicos que se constatan en la subjetividad y en los lazos sociales? Ante la constatación de la patología que producen los medios de comunicación y con el objetivo de proteger la salud de la población y la democracia, resulta imperioso desenmascarar los dispositivos con que operan. No se trata aquí de una práctica de censura ni un planteo de tipo moral, sino de asumir una decisión responsable fundamental a favor de preservar la salud de la comunidad.

El Estado, sus representantes e instituciones, deben encarnar una función simbólica de contención y pacificación social, garantizando el bien común, el ejercicio democrático, la disminución de la violencia y la hostilidad entre semejantes. Esto supone limitar la acción de los medios de comunicación de masas, para que dejen de calcular, de manipular la subjetividad, instalando el odio y la agresividad. Una cultura no sometida a un proceso de sugestión homogeneizante, capaz de reconocer el lugar y la dignidad de las diferencias, significará un gran avance en pos de la democracia y en contra del totalitarismo.

Fragmento del capítulo «Un nuevo dispositivo de sugestión: los medios masivos de colonización», que formará parte del libro La resistencia internacional al golpe de 2016 y que será lanzado en Río de Janeiro en vísperas de la votación en el Senado, como apoyo a Dilma Rousseff. Colaboran artistas, intelectuales, juristas, escritores y dirigentes políticos de Brasil, Argentina, Alemania, Portugal, España, Francia, Inglaterra y Estados Unidos.

Norma Merlin, psicoanalista. Docente de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Magister en Ciencias Políticas, Universidad de San Martín (UNSAM-IDAES). Autora del libro Populismo y psicoanálisis, Editorial Letra Viva.

Página/12, Buenos Aires, junio de 2016.

Nota del Director: Este artículo nos fue remitido por nuestro aliado El Observatorio Latinoamericano CRONICON.NET

Unicidad mediática:Nueva epidemia cultural

Por: Nora Merlin

La unicidad de voces en los medios de comunicación está generando una patología cultural cuyos efectos se evidencian en diversas formas de malestar, como sentimientos negativos, inhibiciones, angustia y la ruptura de lazos sociales. Con el objetivo de proteger la salud de la población, resulta necesario regular el discurso promovido desde los medios de comunicación. No se trata aquí de una práctica de censura ni de un planteo de tipo moral, sino de asumir una decisión fundamental a favor de preservar la salud pública.

Edmund Burke en 1787 llamó «cuarto poder» a la prensa debido a la influencia que ejercía en la sociedad inglesa. Con el desarrollo tecnológico, la nominación se hizo extensiva a los otros medios de comunicación, que fueron tomando el espacio público y se convirtieron en la principal fuente de noticias, información, propaganda y publicidad.

En la actualidad desempeñan un rol crucial: configuran la realidad y operan sobre las subjetividades. Esto vuelve indispensable que una concepción democrática incluya no sólo una lógica de las instituciones y de la división de poderes, sino también una distribución justa y equitativa de las comunicaciones. Resulta altamente saludable que se escuchen pluralidad de voces evitando la monopolización de la palabra y la instalación de un discurso único. En la actualidad resulta acuciante considerar lo que se plantea como una amenaza para la sociedad: los medios de comunicación están patologizando la cultura, generando diversas formas de malestar, como sentimientos negativos, inhibiciones, y la ruptura de lazos sociales, al alimentar la intolerancia, la segregación y el aislamiento. Dado que el amarillismo vende, aumenta puntos de rating, en forma desmedida e insistente, se emiten mensajes agresivos, hostiles, que incrementan miedo, angustia, terror y odio. Los noticieros y los programas de «información» producen informaciones falsas y teorías conspirativas, no comprobadas, de sospecha y complot, dando sustento a la idea de la existencia de un enemigo, todo lo cual provoca sentimientos persecutorios e instala los afectos señalados. Estos funcionan como desencadenantes de enfermedad psíquica al despertar lo traumático, según la ecuación de las series complementarias establecida por Freud en 1915.

La angustia es un afecto fundamental para el desarrollo de síntomas: señala una amenaza para el aparato psíquico, pudiendo conducir a la inseguridad y al desamparo subjetivo. En el artículo «Inhibición síntoma y angustia» (1925), Freud estableció su última teoría de la enfermedad psíquica y dos posibilidades para la angustia: se presenta como una señal o se desarrolla hasta constituir un exceso económico. La primera de ellas señala un peligro de que resulta amenazante para el aparato psíquico, articulando la secuencia peligro-amenaza, angustia, defensas y síntomas. La segunda posibilidad de angustia, que Freud denomina traumática, genera un peligro más grave, y causa un daño psíquico mayor al dejar fuera de juego a las defensas. Ella se manifiesta como una inundación económica que avasalla al yo, dejándolo inoperante e impotente para responder. Esta modalidad de la angustia conduce a la indefensión y al desamparo psíquico, pudiendo llevar al acting out o al pasaje al acto; actualmente se la denomina ataque de pánico. La angustia es un afecto que se define por su compromiso corporal, se manifiesta como taquicardias, ahogos, sudoración, presión arterial, etc., síntomas que nos indican una afectación somática, dando cuenta de que el riesgo es de tipo psico – físico.

Los medios de comunicación construyen realidad, manipulan significaciones, producen e imponen sentidos y saberes que funcionan como verdades que, por efecto identificatorio, se transforman en comunes: los medios forman opinión pública.

Las facultades cognitivas, la argumentación racional, resultan insuficientes para justificar el dispositivo de instalación de creencias que funcionan como certezas. ¿Cuál es el mecanismo psíquico y social que da cuenta de la captura que producen los medios de comunicación de masas? ¿En qué radica la fascinación de un poder que determina identificaciones, elecciones y hechiza? ¿Por qué las personas cumplen órdenes y se subordinan a distintos mandatos, independientemente de sus contenidos?

La problemática freudiana de la libido o el concepto de goce en Lacan – que articula libido y pulsión de muerte -, explican el apego o la subordinación y la obediencia. Estos dos conceptos, libido y goce, permiten echar alguna luz para esclarecer estos hechos. En «Psicología de las masas y análisis del yo» (1921) Freud establece que el funcionamiento de la masa es idéntico al de la hipnosis y el enamoramiento. Sitúa allí la función del ideal del yo, instancia que explica la fascinación amorosa, la sugestión, la dependencia frente al hipnotizador y la sumisión al líder. En la masa, enamoramiento de muchos, cierto número de individuos han colocado un mismo objeto, que puede ser una persona una idea o una cosa, en el lugar de su ideal del yo, a consecuencia de lo cual se identifican entre sí. La eficacia del ideal colectivo proviene de la convergencia de los «ideales del yo» individuales. Basta con que muchas personas invistan libidinalmente un mismo objeto, lo ubiquen en el lugar del ideal del yo y se identifiquen entre sí, para que se sometan, obedezcan a ese ideal y formen una masa de autómatas, que actúan cumpliendo órdenes. Las personas aceptan y obedecen de forma incondicional al percibir que el mensaje es transmitido por una fuente investida de autoridad. El psicoanálisis explica esta manifestación como un vínculo transferencial que se establece con un objeto de amor, y por ello se le supone saber, fuente de poder: Freud aconseja a los analistas no abusar de ese poder.

Los medios de comunicación de masas fueron instalándose falazmente como garantes de «La Verdad». La creencia en una supuesta realidad objetiva y exterior que se representa es una concepción moderna que coincide con el surgimiento de la ciencia. En la post modernidad sabemos que la realidad es una producción subjetiva, que no es exterior, objetiva y ajena al agente que la produce. El concepto de realidad psíquica inventado por Freud, fantasmática, ficcional y subjetiva, fue crucial para dar ese salto epistemológico. Sin embargo y en contra de ello, en la actualidad se mantiene el prejuicio y la creencia de que los medios registran objetivamente una supuesta realidad exterior, que se representa en forma transparente y puede ser filmada.

Como dijimos, el individuo de la cultura de masas ubica a los medios de comunicación en el lugar del ideal, lo que produce una hipnosis adormecedora en la que el sujeto se transforma en un objeto cautivo que mira la televisión, se somete inconscientemente y se consume. Esta concepción tira por tierra la supuesta libertad que otorga la información y los mensajes comunicacionales. Si bien en apariencia amplían la libertad individual, en sentido estricto se imponen, condicionando elecciones, valores e identificaciones. De esta forma operan sobre la subjetividad llegando a manipularla y enfermarla. Frente a este panorama, surgen los interrogantes: ¿dónde quedan las categorías de verdad, decisión racional y autonomía del sujeto, para filtrar y administrar la información y los afectos que éstas instalan?

Desde otras perspectivas teóricas llegamos a la misma conclusión que aporta el psicoanálisis. De la Boétie llamó fenómenos de «servidumbre voluntaria» a ciertas estructuras de poder que logran instituirse generando apego a un orden jerárquico. Muchas personas están dispuestas a someterse, llegando en ocasiones a mostrarse entusiasmadas y aliviadas cuando lo hacen. En el mismo sentido, el experimento que efectuara Stanley Milgram a principio de los 60 comprobó que el sujeto se somete a una fuente a la que le confiere autoridad y obedece a ella ciegamente, sin medir las consecuencias de sus actos y sin hacerse responsable de ellos.

El Estado sus representantes e instituciones deben encarnar una función simbólica, de contención y pacificación a nivel individual y social, capaz de garantizar el bien común. Con el objetivo de proteger la salud de la población, resulta necesario regular el discurso promovido desde los medios de comunicación. No se trata aquí de una práctica de censura ni de un planteo de tipo moral, sino de asumir una decisión fundamental a favor de preservar la salud pública. De la misma forma que se debe garantizar la libertad de expresión, asegurando que los diferentes debates sean transmitidos según un libre flujo de información, el Estado debe hacer respetar la condición de que la información sea veraz y vertida de manera responsable y racional.

Se impone el establecimiento de medidas regulatorias a los agentes comunicacionales, a fin de evitar lesionar la subjetividad de los integrantes de la comunidad. Entendemos que es imperioso hacerlo con celeridad, ante la constatación de la patología que producen los medios de comunicación y que, podemos afirmar, constituye una epidemia en la cultura.

La Tecl@ Eñe, Buenos Aires, febrero de 2016.

Nota del Director:Este material nos fue proporcionado por nuestro aliado el Observatorio Latinoamericano www.cronicon.net