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La raíz en la memoria

Por: Dr. Oswaldo Bustos Azuero

Obra escrita por el doctor Luis Rivadeneira Játiva. Contiene poemas sobre nuestra naturaleza; otro capítulo, sobre la temática de santuarios poéticos una propuesta de lecto –escritura y cita a poetas de diferentes provincias del Ecuador, que constan en el texto.

Recoge los artículos sobre “santuarios poéticos” publicados en el diario digital Ecuador Universitario, por el autor de la misma.

“La raíz en la memoria”, nombre de empatía, de identificación: sencillo, sincero, profundo, como raíz mismo. Es la segunda entrega de este tipo que hace el escritor y poeta Luis Rivadeneira Játiva. La primera fue -es y será- “Alimentos para el Alma”. Esta “raíz en la memoria” es cierre de círculo, de cumplimento temático.

Tres son las columnas románicas desde las que manifiesta esta obra: una, desde la que vislumbra ciudades, lagos, volcanes y valles, una geografía de afectos y añoranzas. La segunda, que prisma los “paisajes poéticos”, escenarios de encantamiento terrígeno, a los que el autor, por caracterizarlos como símbolos, les nimba como “santuarios poéticos”; y la tercera, una propuesta de promoción de lectoescritura –formación de clubes de lectura y narrativa-, con la que este texto dilata sus lindes hacia un didactismo saludable y necesario. Cierra la obra con un interesante listado de poetas aludidos, para remecer, y sacudir de olvido, la memoria literaria del lector.

Sobre esas tres columnas, el autor se acerca en el tiempo y espacio a esos sitios entrañables, hay veces como un testigo ocular, hay veces como protagonista de alguna circunstancia significativa, que atrapa.

Inmerso en el movimiento ondulatorio de la crónica, Luis Rivadeneira entreteje su trama expositiva con elementos de la urdimbre social y cultural, y con afecto de propios. Dos movimientos de aproximación básicos hace el autor: uno, en el tiempo cronológico, y en él se muestra conocedor del pretérito de esos pueblos, lo que le avecinda a su memoria histórica; y de contigüidad a sus acervos culturales: artesanías, costumbres, representaciones… como construcciones sociales, y así, este “La raíz en la memoria” es un ejercicio de reconstrucción y resignificación de elementos vivos en el imaginario colectivo, lo que le faculta una memoria social de esos pueblos.

Pese a alusiones puntuales (Atuntaqui, La Concordia, Pueblo Chapi, Pueblo Sarance, Otavalo, Ibarra, Imbacocha, Tababela…), en realidad el tema madre es la –“su”- tierra, más allá del pictorialismo empírico, más allá del folclorismo engolado. Nutrido de mito, leyenda, historia –la Intrahistoria, de la que hablaba Unamuno-, para abonar identidad, mismidad, Rivadeneira amalgama elementos indisolubles, de anudación cultural, sin importar que en el papel se destapen como elementos extrapoéticos: esas artesanías, vestuarios, costumbres…nimbados de cotidianeidad. Y esa devoción por ellos, ese tomar y darse: la empatía que descubre el alma generosa de Luis. Por eso, una obra así sólo sirve, como si fuera poco, para los encuentros, identidades, para no morir.

“Paisajes poéticos” dice y esa hay que tomarle como una denominación enriquecida de la de simple –por decirlo así- “paisaje geográfico” aportada por Leví Marrero: área de superficie terrestre que, tras ser observada desde diferentes puntos de vista, se evidencia con características propias. A “paisaje” el autor adiciona el adjetivo “poético” que, más allá que le califica, por lo que aporta a la significación de “paisaje” –lo resignifica- se imbuye de esa sustantivación. La semantización de “paisaje poético” rema hasta lo que el autor denomina “santuario poético”, que si bien en otros lares tiene ya una presencia no muy nueva, en este país clama por su corporeidad.

El autor da necesaria importancia a su concepción que la levanta como una propuesta tácita –para el buen entendedor, desde luego- de despegue cultural, humanista. Extrapola la imagen mental que dimana de “santuario religioso” y lo acerca a los esquemas dinámicos de la poesía, y así se deberá entender por “santuario poético” ese espacio que merece y exige un respeto trascendente por su entorno testimonial, las acciones que inspira, objetivo y fin que persigue, por lo humano que redime. Porque desde él se resignifica la realidad, se construye imaginarios, se exorciza mediante la palabra. Lugares, y tantos, que el autor ha coronado en generosidad de ponernos “por los ojos”, y que a lo mejor recién sabemos que los habemos. Éstos claman por la mirada, y acción, de la técnica, de la economía, de la inteligencia, de la sensibilidad. Rivadeneira ya cumplió su papel, y desde su atalaya se reirá ante la preterización de su idea –propuesta-, ante los incumplimientos. Es de temer que varios de los nominados no puedan ser centros de encuentros poético-culturales, sobre todo por sus distancias y sus quiebres geodésicos, pero muchos otros sí: sólo esperan -como si fuera “sólo”- que despierte del sueño polar las inteligencia, sensibilidad, voluntad política de los que manejan recursos económicos y están obligados a hacer.

Y la tercera columna, dijimos, formación de clubes de lectura y narrativa, otro reto para el pedagogismo ecuatoriano, esquemático, atravesado de improvisaciones, exotismos y novelerías –en realidad malas copias de otros contextos-, memorismos y complejos –aún en las Universidades y en no pocos docentes. Las lecturas connotativas, críticas, creativas sobre la realidad nuestra es un imperativo categórico de real inteligencia social, de democracia y libertad, como predicaba Paulo Freire. Este “La raíz en la memoria” parecerá, a ojo de buen cubero, “inocente”, hasta “ingenuo” para los “sabios de la Grecia”, pero en realidad, al lector crítico, propositivo, desacomplejado, le pondrá de viaje hacia las realizaciones.

Por y para todo esto, el autor tributa un lenguaje sencillo, directo, despojado del riesgo del desajuste o la oscuridad que puede acarrear el follaje retórico; en el lenguaje literario, y concretamente en el adjetivo, se apoya únicamente para el énfasis –convicción- en las descripciones. Emplea verbos de acción con lo que dinamiza los contextos en los que boga, de tal forma que al lector no le será difícil recrear y resignificar escenas y contenidos con mayor fidelidad.

Una de las peculiaridades que ya destacamos en “Alimentos para el Alma”, y ahora en “La raíz en la memoria”, es la capacidad de síntesis del autor, a la que aporta lo ya mentado en párrafo anterior. Todo entrama Rivadeneira, nada deja suelto, de tal manera que sobre esas tres columnas romanas aludidas se abraza una coherencia temática pertinente, adecuada. Ni siquiera en los opúsculos santuariales se pierde proporciones y sentidos.

Obra poética despojada de ropaje retórico. ¡Cuidado!, que no se busque en ella el giro inesperado, el recoveco novelero, el salto expresivo acrobático, incluso la idea laberíntica. ¡Cuidado! Esta es una poesía intrínseca: está en el paisaje que croma, en lo humano que vive y pervive en cada texto enraizado.

“La raíz en la memoria” es otro valioso aporte de este enormemente inquieto, perceptivo, sentidor y propositivo poeta y escritor que es Luis Rivadeneira Játiva. Abrir su obra y recorrer sus senderos caligráficos y emocionales de mano a sus ideas y sentimientos es dejarse atrapar, reconocerse, para, después de esa lectura empoderativa, seguir caminando con ella bajo el brazo.

Frente al espejo de la vida

Por: Dr. Oswaldo Bustos Azuero

No vuelan. Andan. Infatigables. Inclaudicables. En todo se fijan. Todo lo oyen. No hay paisaje que no se plasme en sus pupilas, voces no hay que no se reproduzcan en ecos grávidos en sus tímpanos acuciosos. Por eso, más allá de la retórica y su imaginería cómplice, los versos de Luis Rivadeneira Játiva son, nos vienen y se quedan adentro de una sensación especial en el alma. Siempre de encuentros, de certezas, amicales y familiares hasta la hondura en lo profundo de lo humano.

Una Antología arrastra tras de sí tres criterios insoslayables: uno estilístico, la conciencia de sus bondades formales; luego, la convicción de su empatía, puntos de encuentro del mundo lírico del autor con el del receptor; por fin, un criterio crítico, la convicción de la aceptación del receptor, engarzado en la función metalingüística del lenguaje y en ejercicio de la Ley del Asentimiento que desentrañara Bousoño. Luis Rivadeneira Játiva acomete con seguridad los tres supuestos, y nos pone de mano a esta Antología.

Leídos los textos que se convocan por su propia –del Autor- selección, se evidencian sus constantes temáticas respondiendo a motivos líricos distintos pero atados a una dinamia impulsora del poemar: su amor incondicional a la existencia y sus poblantes: el sentimiento terrígeno, un acercamiento casi devoto con la tierra (El Pambil, Imbacocha, Adopción simbólica…, Añoranzas de Imbabura, Ibarra blanca ciudad, Tabla Bella); una pertenencia fraternal, filial, un sentido de amistad-humanidad profundo (Recuerdos de mi hija…, Adriana, De mis entrañas vienes hijo, Nathalí, Tu imagen maestro, Figuras, Homenaje póstumo…, Poema en cuatro tiempos, “El Miche”, Al poeta de la “lleca”, El “Chamo” Guevara, Al pintor Franklin Lucero, Al poeta de la poesía viva); las cosas y los seres sencillos, humildes, y con ello una solidaridad conmovida (Campesino, Casa humilde, Dragones de la Calle, La fiesta del Pan, A las madres del mundo, El último arriero Anteño); el encuentro con símbolos y significados de lo étnico e histórico, provocadores de la memoria colectiva (De los Tsáchilas…, Comunidad Tsáchila, Poema de amor a Atuntaqui, Pasacalle Anteño, La Concordia, La fortaleza de Atuntaqui, País Imbaya, Pueblo Chapi, Pueblo Sarance, A Cacha.., La Chicha de Jora Imbaya); y en actitud carmínica, un tema intimista con su universo interior deviniendo a veces en alas de una leve nostalgia (Vino con aroma de mujer, El oficio de escritor, Alma Gemela, Me he quedado sin alma, Huellas del alma, Alimentos para el alma).

Sus constantes estilísticas igualmente claras y definidas: versolibrismo como recurso vanguardista; arquitectura estrófica funcional, cercano a veces a lo caligrámico, en ensayo de lo que Apollinaire y Huidobro potenciaran en sus momentos. El verso de arte mayor que se acorta en un acto casi gráfico, casi físico de concreción y precisión; o cuando el sintagma versal se elonga para mostrar la entraña de una idea cargada de significantes y significados. Lenguaje coloquial, descobijado de imágenes para no hacer distancias entre significante y significado y así precisar su objeto lírico, aunque con esto no queremos decir que estemos frente a una poemática denotativa. Porque es admirable la sencillez con la que el autor se acerca a las cosas y circunstancias para darles sus temporalidad, dimensiones y palpitaciones. Rivadeneira es un desafío a concepciones clásicas de la poesía.

“Mis versos/ son sencillos, pero,/ abren caminos./ Mis versos/ nacen de las / raicillas del alma,/…”, se confiesa, de entrada, consciente de la naturaleza de su biendecir, sin pujos ni alardes paranoides de los encandilados por sus espejismos mal disimulados.

Su actitud lírica enunciativa goza de claridad de medio día: poemas narrativos y descriptivos hacen su cosmos sentido. Su grafismo es casi un acto de recreación, recompone sus universos. Descompone –o compone- en sus elementos más caracterizadores al tema y no deja al receptor su tarea en ese sentido. Y no es que el poeta quiera “competir con la realidad”, como prevenía Borges, no; sus poemas son como algo hecho y no haciéndose para o por el lector. Cierra el circuito de la comunicación con un mensaje lírico próximo a nosotros que se nos hace fácil apropiarnos de él.

En esta Antología la memoria asume una presencia casi refundadora. La memoria está ligada al destino, es su antesala obligada. Luis Rivadeneira Játiva, docente universitario, escritor, poeta, (“Recuerdos de Imbabura”, “Historias Olvidadas”, “Recuerdos y Reflexiones”), es un incansable trajinador por la memoria, la descubre, la despierta y la pone a andar. Es un cimentador de nuestra cultura, destapador profundo de símbolos y equivalencias que nos configuran y definen.

Sigue rastros sin relegar sitio o momento al olvido, paso a paso, con la paciencia del cazador, por el espacio vital y las huellas de las realizaciones. Emplea el andamiaje de la crónica, desde donde otea el horizonte y divisa sucesos y personajes, e impronta sus presencias para la más vívida Historia (La Fortaleza de Atuntaqui, País Imbaya, Pueblo Sarance, A Cacha el más grande de los guerreros…).

Pero también se estremece frente a la trascendente amistad. Así, toma vuelo pegasiano en su poema enternecido “Al poeta de la “lleca”, en conmovida evocación de Héctor Cisneros, el poeta de las calles quiteñas, del que traza un cuadro “humano, demasiado humano”, si es que Nietzsche nos presta su alocución filosofada. O esa evocación elegíaca por su amigo Guillermo Flor Mancheno, con un treno que es diálogo con el arcano, con voces más allá de la muerte. O cuando abre una ventana enorme para mirar de nuevo al poeta Humberto Napoleón Varela y su producción de espigas literarias doradas, su mundo de seres y vientos planetarios.

Cantor de geografías irisadas de mieses y gentes (Atuntaqui, Tababela…), con estilo sobrio pero con generosidad de fruto maduro, Luis Rivadeneira va poniendo en la vida de pueblos y gentes su mano real y mágica, como pendonero del tiempo y la memoria.

Y el amor por los suyos, por su alma gemela de luna presentida, por sus hijos de la aurora, con rocío y arpegios de aves matutinas. Luis Rivadeneira se abre el pecho y muestra su corazón taumatúrgico.En esta Antología habla un poeta sin escuela literaria, sin cánones acomodaticios, sin presunciones de predestinado ni tentaciones de entreborrarse con los de carteles literarios. Sólo le motiva su “honda y perenne sinceridad” –Miguel Angel León-, su infinita hermandad con los humanos y la naturaleza, dos razones insoslayables para cualquier cantar que nos dé agua fresca en la sed de la vida.

NDD: El Dr. Oswaldo Bustos Azuero es fundador del Taller de Poesía Rastros, docente universitario y autor del Himno a la Provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas. El 18 de noviembre del 2006, se le otorgó el Primer Premio Nacional de Poesía, en el concurso nacional «El Poeta y su Voz», organizado por la CCE Núcleo Manabí (Premio Bianual).

Antología poética de Luis Rivadeneira Játiva

Por: Oswaldo Bustos Azuero

No vuelan. Andan. Infatigables. Inclaudicables. En todo se fijan. Todo lo oyen. No hay paisaje que no se plasme en sus pupilas, voces no hay que no se reproduzcan en ecos grávidos en sus tímpanos acuciosos. Por eso, más allá de la retórica y su imaginería cómplice, los versos de Luis Rivadeneira Játiva son, nos vienen y se quedan adentro de una sensación especial en el alma. Siempre de encuentros, de certezas, amicales y familiares hasta la hondura en lo profundo de lo humano.

Una Antología arrastra tras de sí tres criterios insoslayables: uno estilístico, la conciencia de sus bondades formales; luego, la convicción de su empatía, puntos de encuentro del mundo lírico del autor con el del receptor; por fin, un criterio crítico, la convicción de la aceptación del receptor, engarzado en la función metalingüística del lenguaje y en ejercicio de la Ley del Asentimiento que desentrañara Bousoño. Luis Rivadeneira Játiva acomete con seguridad los tres supuestos, y nos pone de mano a esta Antología.

Leídos los textos que se convocan por su propia –del autor- selección, se evidencian sus constantes temáticas respondiendo a motivos líricos distintos pero atados a una dinamia impulsora del poemar: su amor incondicional a la existencia y sus poblantes: el sentimiento terrígeno, un acercamiento casi devoto con la tierra (El Pambil, Imbacocha, Adopción simbólica…, Añoranzas de Imbabura, Ibarra blanca ciudad, Tabla Bella); una pertenencia fraternal, filial, un sentido de amistad-humanidad profundo (Recuerdos de mi hija…, Adriana, De mis entrañas vienes hijo, Nathalí, Tu imagen maestro, Figuras, Homenaje póstumo…, Poema en cuatro tiempos, “El Miche”, Al poeta de la “lleca”, El “Chamo” Guevara, Al pintor Franklin Lucero, Al poeta de la poesía viva); las cosas y los seres sencillos, humildes, y con ello una solidaridad conmovida (Campesino, Casa humilde, Dragones de la Calle, La fiesta del Pan, A las madres del mundo, El último arriero Anteño); el encuentro con símbolos y significados de lo étnico e histórico, provocadores de la memoria colectiva (De los Tsáchilas…, Comunidad Tsáchila, Poema de amor a Atuntaqui, Pasacalle Anteño, La Concordia, La fortaleza de Atuntaqui, País Imbaya, Pueblo Chapi, Pueblo Sarance, A Cacha.., La Chicha de Jora Imbaya); y en actitud carmínica, un tema intimista con su universo interior deviniendo a veces en alas de una leve nostalgia (Vino con aroma de mujer, El oficio de escritor, Alma Gemela, Me he quedado sin alma, Huellas del alma, Alimentos para el alma).

Sus constantes estilísticas igualmente claras y definidas: versolibrismo como recurso vanguardista; arquitectura estrófica funcional, cercano a veces a lo caligrámico, en ensayo de lo que Apollinaire y Huidobro potenciaran en sus momentos. El verso de arte mayor que se acorta en un acto casi gráfico, casi físico de concreción y precisión; o cuando el sintagma versal se elonga para mostrar la entraña de una idea cargada de significantes y significados. Lenguaje coloquial, descobijado de imágenes para no hacer distancias entre significante y significado y así precisar su objeto lírico, aunque con esto no queremos decir que estemos frente a una poemática denotativa. Porque es admirable la sencillez con la que el autor se acerca a las cosas y circunstancias para darles sus temporalidad, dimensiones y palpitaciones. Rivadeneira es un desafío a concepciones clásicas de la poesía.

“Mis versos/ son sencillos, pero,/ abren caminos./ Mis versos/ nacen de las / raicillas del alma,/…”, se confiesa, de entrada, conciente de la naturaleza de su biendecir, sin pujos ni alardes paranoides de los encandilados por sus espejismos mal disimulados.

Su actitud lírica enunciativa goza de claridad de medio día: poemas narrativos y descriptivos hacen su cosmos sentido. Su grafismo es casi un acto de recreación, recompone sus universos. Descompone –o compone- en sus elementos más caracterizadores al tema y no deja al receptor su tarea en ese sentido. Y no es que el poeta quiera “competir con la realidad”, como prevenía Borges, no; sus poemas son como algo hecho y no haciéndose para o por el lector. Cierra el circuito de la comunicación con un mensaje lírico próximo a nosotros que se nos hace fácil apropiarnos de él.

En esta Antología la memoria asume una presencia casi refundadora. La memoria está ligada al destino, es su antesala obligada. Luis Rivadeneira Játiva, docente universitario, escritor, poeta, (“Recuerdos de Imbabura”, “Historias Olvidadas”, “Recuerdos y Reflexiones”), es un incansable trajinador por la memoria, la descubre, la despierta y la pone a andar. Es un cimentador de nuestra cultura, destapador profundo de símbolos y equivalencias que nos configuran y definen.

Sigue rastros sin relegar sitio o momento al olvido, paso a paso, con la paciencia del cazador, por el espacio vital y las huellas de las realizaciones. Emplea el andamiaje de la crónica, desde donde otea el horizonte y divisa sucesos y personajes, e impronta sus presencias para la más vívida Historia (La Fortaleza de Atuntaqui, País Imbaya, Pueblo Sarance, A Cacha el más grande de los guerreros…).

Pero también se estremece frente a la trascendente amistad. Así, toma vuelo pegasiano en su poema enternecido “Al poeta de la “lleca”, en conmovida evocación de Héctor Cisneros, el poeta de las calles quiteñas, del que traza un cuadro “humano, demasiado humano”, si es que Nietzsche nos presta su alocución filosofada. O esa evocación elegíaca por su amigo Guillermo Flor Mancheno, con un treno que es diálogo con el arcano, con voces más allá de la muerte. O cuando abre una ventana enorme para mirar de nuevo al poeta Humberto Napoleón Varela y su producción de espigas literarias doradas, su mundo de seres y vientos planetarios.

Cantor de geografías irisadas de mieses y gentes (Atuntaqui, Tababela…), con estilo sobrio pero con generosidad de fruto maduro, Luis Rivadeneira va poniendo en la vida de pueblos y gentes su mano real y mágica, como pendonero del tiempo y la memoria.

Y el amor por los suyos, por su alma gemela de luna presentida, por sus hijos de la aurora, con rocío y arpegios de aves matutinas. Luis Rivadeneira se abre el pecho y muestra su corazón taumatúrgico.

En esta Antología habla un poeta sin escuela literaria, sin cánones acomodaticios, sin presunciones de predestinado ni tentaciones de entreborrarse con los de carteles literarios. Sólo le motiva su “honda y perenne sinceridad” –Miguel Ángel León-, su infinita hermandad con los humanos y la naturaleza, dos razones insoslayables para cualquier cantar que nos dé agua fresca en la sed de la vida.

Nota del Director:Oswaldo Bustos Azueros es docente universitario, escritor y poeta y autor del Himno a la Provincia de Santo Domingo e los Tsáchilas.

Luis Rivadeneira Játiva y la memoria

Por: Oswaldo Bustos Azuero

La memoria está ligada al destino, es su antesala obligada. Luis Rivadeneira Játiva, escritor, poeta, editor y docente universitario, es un incansable trajinador por la memoria, la descubre, despierta y la pone a andar. Es el cimentador de nuestra cultura, destapador profundo de símbolos y equivalencias que nos configuran y definen.

Sigue rastros sin relegar sitio o momento al olvido, paso a paso con la paciencia del cazador, por el espacio vital y las huellas de las realizaciones. Emplea el andamiaje de la crónica, desde donde otea el horizonte y divisa sucesos y personajes, e impronta sus presencias para la más vívida historia.

O toma vuelo pegasiano en el poema, en el verso cómplice, como en su enternecido: Al poeta de “la lleca”, en conmovida evocación de Héctor Cisneros, el poeta de las calles quiteñas, del que traza un cuadro “humano, demasiado humano”, si es que Nietzsche nos presta su alocución filosofada.

Cantor de geografías irisadas de mieses y gentes (Atuntaqui, Ibarra, Otavalo, Cotacachi, Pimampiro y Tababela, con su nombre original: “Tabla bella”, puesto por los Geodésicos franceses que llegaron a la planicie). Levanta en monumento vivo la figura de ese inmenso escritor, novelista y maestro de la lengua, don Gustavo Alfredo Jácome, escritor centenario, autor de la “balada de amor a Otavalo”; lo cincela con sangre y alma para darle la dimensión exacta entre su nacimiento y la perennidad.
Abre una ventana enorme para mirar de nuevo al poeta Humberto Napoleón Varela y su producción de espigas literarias doradas, su mundo de seres y vientos planetarios. Y al Taller Santodominguense de Poesía “Rastros”, a su buscar de luces y fantasmas, a su bucear en la vida, a su construcción de imaginarios.

Con estilo sobrio, bellamente sintético, con generosidad de fruto maduro, Luis Rivadeneira Játiva va poniendo en la vida de pueblos y gentes su mano real y mágica, como pendonero del tiempo y la memoria.

Nota del Director:

Oswaldo Bustos Azuero es fundador del Taller de Poesía Rastros, docente universitario y autor del Himno a la Provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas.