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Vacunas disponibles

Por: Rosalía Arteaga Serrano

La necesidad de inmunizar a las personas con las vacunas que existen en el mercado internacional, pone de relieve la incapacidad de los Estados, o más bien dicho de los gobiernos, de llegar de manera rápida y eficaz a conseguir hacerlo en tiempos adecuados y también en los volúmenes que se requieren. Esa incapacidad ha sido puesta de relieve aún en los países con economías desarrolladas y con enormes recursos económicos y también de organización y logística.

Imaginamos o más bien dicho constatamos que esta situación empeora en países como el nuestro, en los que tan difícil resulta organizar y distribuir, con los consiguientes peligros y lentitudes que ya nos son conocidas. La lentitud en la llegada del número de vacunas requerido, y que, en teoría ya han sido adquiridas a los laboratorios, así como la logística de distribución y efectiva vacunación, ponen en peligro la salud de la población en su totalidad.

Junto con destacadas personalidades abogamos, a mediados del año pasado, ya conociéndose que los grandes laboratorios habían empezado a investigar las anheladas vacunas, por que éstas fueran un bien universal y que deberían distribuirse y administrarse de manera gratuita para todos los seres humanos, estableciéndose que los valores en los que incurren los laboratorios en sus investigaciones y desarrollos, deberían ser asumidos por las potencias más poderosas del planeta. Sin embargo de ello, ante la situación en la que se encuentran buena parte de los países más pobres o de menor desarrollo, pensamos que deberían haber acciones conjuntas entre los gobiernos y el sector privado, para poner al alcance del mayor número de sus habitantes la ansiada vacuna, con los cuidados que deben tenerse y con la rapidez y agilidad que se requieran.

Por ello planteamos que el gobierno debería liberar la posibilidad de adquirir e importar las vacunas a los laboratorios y hospitales privados, de tal manera que se puedan administrar también en esos espacios. Las personas que tengan la capacidad económica van a poder adquirirla, quitando al Estado, a los hospitales públicos, la presión que significa el que todos quieran tener la vacuna, y ahorrando enormes cantidades de recursos, que deben invertirse en la vacunación de las personas más necesitadas o de muy escasos recursos.

Recordemos que la toma de las pruebas de Covid 19 que inicialmente se hacían solo por el sector público, ahora se las puede hacer en cualquier laboratorio autorizado, de tal manera que quienes tienen los recursos económicos,  pueden hacerlo inclusive con el servicio a domicilio.

Me parece que debe apelarse a todas las estrategias, sin dejar de tener el necesario control del Estado, para que la vacuna llegue con rapidez y eficacia a todos los rincones del país, sin que queden excluidos los lugares más distantes y menos accesibles, tomando en cuenta a la totalidad de la población.

Esto no quiere decir que se descuiden las precauciones y los cuidados que deben tomarse. Por lo tanto, todavía durante una buena cantidad de tiempo, vamos a tener que seguir usando mascarillas, mantener el distanciamiento social y mantener para siempre el lavado de manos como una práctica constante que nos puede librar no solo del coronavirus sino de una serie de otras dolencias. Recordemos el antiguo dicho de que “la enfermedad entra por la boca”.

Internet para todos

Por: Rosalía Arteaga Serrano

Uno de los serios problemas que enfrenta la educación en tiempos de coronavirus, es la falta de conectividad, en ocasiones la carencia total y en otras la imposibilidad de contar con una señal estable, que garantice el que los niños y los jóvenes puedan atender sus clases sin sobresaltos y con una conectividad adecuada.

Sabemos de las carencias, de las escasas posibilidades económicas de las familias ecuatorianas que tienen que privilegiar el destinar los escasos recursos a la alimentación y a la salud.

Pero al mismo tiempo sentimos que las soluciones deben provenir de un análisis certero de competencias a nivel gubernamental y de asumir responsabilidades por parte de las autoridades locales.

En este sentido, sugerimos que sean las municipalidades las que asuman el compromiso de dotar de conectividad de buena calidad, dentro de sus respectivas circunscripciones territoriales, con el objetivo de que ningún niño, ningún adolescente, ningún joven, es decir ninguna familia se quede sin esta posibilidad de hacer realidad una educación online.

Resultará más fácil y también más ágil, el que cada alcalde o presidente de concejo, dialogue, negocie, consiga el que las operadoras que brindan el servicio del internet, lo ofrezcan en condiciones ventajosas al Municipio y este pueda ofrecer, de manera gratuita la conectividad.

Ya el ministerio de educación debe hacerse cargo de la capacitación de los maestros y los acuerdos con la empresa privada podrán posibilitar el que tanto niños como jóvenes obtengan las computadoras indispensables para que hagan realidad la conquista de “educación para todos”.

Ahora la educación depende de la tecnología y ésta no está al alcance de todos. Por ello es necesario el ejercicio de la planificación y de la solidaridad, para que nadie se quede sin educación, para que la brecha entre los ricos y los pobres no se siga agrandando, para que podamos gozar de sociedades más justas y equilibradas.

El lema de hoy es “internet para todos”. Es posible, podemos hacerlo realidad si se planifica y asigna tareas en lugar de dejar que todos hagan de todo, con el consiguiente fracaso de muchas gestiones y de incontables esfuerzos.

¡Ya basta!

Por:  Rosalía Arteaga Serrano

Durante los primeros tiempos de la pandemia, cuando veíamos cómo los diferentes países iban cerrándose, decretando las cuarentenas, los aislamientos para todas sus poblaciones, así como escuchábamos las historias de los valientes médicos y enfermeros, y también la solidaridad evidente de diferentes sectores de la población, pensábamos que, aunque dolorosa, la experiencia de esta pandemia global del covid-19, al menos iba a dejar algo positivo: el afloramiento de las virtudes humanas, de la tolerancia, la paz, el respeto a los otros.

Sin embargo, ahora que va pasando el tiempo, cuando se habla de apertura de fronteras, de cese del aislamiento, nos enfrentamos, además de la situación económica de países como Ecuador, a otro tipo de pandemia, yo diría que mucho más grave, porque aparece como crónica y endémica de nuestras tierras, esa pandemia peor que el más mortífero de los virus: la corrupción.

Asistimos en estos días, no solamente al descubrimiento de las mafias incrustadas en los organismos del Estado, en las instituciones más variadas, sino que también afloran en los hospitales, en los gobiernos seccionales, en el reparto de los kits de alimentos, en la compra de las mascarillas y de los guantes y hasta en las fundas de los difuntos.

Una profunda sensación de asco se adueña de nosotros, que casi no podemos dar crédito a los casos clamorosos que se suceden unos a otros; aparecen en el Municipio de Quito, en la Prefectura del Guayas, en los hospitales públicos, en los cabildos más pequeños y, como esas aguas servidas, obscuras y gelatinosas parece que va invadiéndolo todo. No se puede tolerar la corrupción, que aparece junto con las asimetrías económicas, como la mayor lacra para las democracias. ¿Qué está pasando con los funcionarios públicos, que creen que llegan a los cargos con la finalidad de robar, de tratar de hacerse ricos al instante, que no tienen conciencia o tal vez esta es tan elástica que ya no saben diferenciar el bien del mal?

El robo de los insumos médicos, el sobreprecio de los alimentos, deben ser castigados con las penas mayores, con el peso total de la ley, porque no son simples ladrones, son criminales de la peor especie, que atentan contra la vida de sus conciudadanos.

Parece que la peste se extiende por todos los lugares, que lo va permeando todo, causando estragos sobre todo en la población frágil, generando incertidumbre. Con todo eso tendremos que lidiar, pero a la corrupción y a los corruptos les decimos ¡YA BASTA!

Con cuidado y a distancia

Por:  Rosalía Arteaga Serrano

La decisión de buena parte de las ciudades del país, de empezar a salir del período de cuarentena o aislamiento en el que hemos estado desde mediados de marzo, va a poner a prueba la capacidad de los ecuatorianos de cuidarnos a nosotros mismos y de hacerlo también con nuestro entorno.

La posibilidad de salir de nuestros domicilios y de tratar de ingresar en una especie de “normalidad”, se vuelve imperiosa si es que queremos reactivar el aparato económico del país, que ya no resiste más esa parálisis que se suma a la ya catastrófica situación de las cuentas públicas.

La esperanza radica en la capacidad del sector privado de reactivarse, así como en la del sector público de ingresar en una etapa de austeridad total, no de palabra sino de obra.

Claro que esa salida al trabajo, a realizar las actividades cuotidianas, debe ser con los cuidados necesarios que entrañan reglas simples pero que tienen que cumplirse a rajatabla.

Una de ellas es el distanciamiento físico, una distancia que nos obliga a mantenernos por lo menos a metro y medio de los otros; el uso de mascarillas que aparece como una precaución que debemos tomar en cuenta y por último, pero lo más importante, el lavado cuidadoso de las manos, ya que el jabón aparece como el enemigo número uno del coronavirus.

La austeridad tiene que ser invocada una y otra vez, tanto en lo personal como en lo público, evitando los gastos innecesarios, las contrataciones no indispensables; aprender, por lo tanto, a llevar una especie de economía de guerra, porque lo que nos pasa en el Ecuador, es peor que una guerra o que cualquier otra situación que hayamos vivido.

Coronavirus y economías frágiles son la peor combinación posible y eso es lo que tenemos en algunos países suramericanos y específicamente en el Ecuador. Estos ingredientes sumados a la corrupción desatada que no deja intocados ni a los hospitales y a las compras en el área de la salud, transforman en totalmente explosiva la realidad nacional.

 

Emergencia para la educación

Por: Rosalía Arteaga Serrano

A inicios de la administración de Milton Luna como Ministro de Educación, en una reunión convocada para exponer sus ideas y planes y para escuchar las que podíamos ofrecerle, le propuse al Ministro recién estrenado, que pidiera la declaratoria de emergencia para la educación nacional.

Con ello se conseguiría focalizar las miradas en el tema de la educación, buscar y gestionar más recursos, diseñar estrategias.

El Ministro no escuchó mi sugerencia, se perdieron unos meses preciosos, pero creo que es tiempo, ahora, de que la Ministra actual, justo en estas épocas de pandemia, aislamiento, cuarentena, educación a distancia, retome la iniciativa y obtenga del gobierno nacional la declaratoria de emergencia, que, ahora más que nunca, es absolutamente pertinente.

Y es que verdaderamente la educación está en emergencia, con pocos recursos económicos, con el reto de desarrollar programas, sobre todo para el sistema público, en el que se dé cobertura y calidad para que todos los niños y adolescentes sean incluidos. La cobertura es indispensable, si sabemos que no todos los niños ni todos los maestros tienen la tecnología que se requiere para que funcione un sistema online.

Si también sabemos que una cosa es educar de manera presencial y otra hacerlo a distancia; por ello se requiere de manera urgente el capacitar a los maestros, para que aprendan con urgencia, nuevas técnicas, dinámicas, para evitar las deserciones, las fugas que antes eran más fáciles de detectar, pero que ahora se vuelven más complicadas. Nuevas formas de evaluar, nuevas formas de interactuar con los padres de familia que asumen un papel mucho más proactivo, porque están en la casa con sus hijos y serán los encargados de supervisar y de guiar.

Las soluciones no vendrán de una sola fuente, serán un mix, una modalidad blended, en la que jueguen un papel: la radio, la televisión, el internet, los textos, los celulares, las tablets, las computadoras. Todo vale a la hora de buscar llegar a todos con educación de calidad.

05 de mayo de 2020

¿Qué tal si nos involucramos?

Por: Rosalía Arteaga Serrano

Cuando en el año 2008 se aprobó la nueva Constitución en Montecristi, se puso énfasis en que se incluía a los jóvenes, se los transformaba en actores protagónicos entregándoles la capacidad de votar en los procesos electorales, desde los 16 años.

El voto a los 16 y 17 años es facultativo, no existe la obligación, como en nuestro país ocurre con los mayores de 18 años, ya que inclusive existe una penalidad para quienes de manera injustificada se inhiben de votar.

Mucho se esperó de esta capacidad nueva adquirida por los menores de edad; sin embargo, a 12 años de implementada la norma constitucional, vemos que los resultados son muy magros por la falta de involucramiento y decisión de participar en las urnas, de la mayoría de los jóvenes ecuatorianos dentro de esos rangos de edad.

Así, de cifras no oficiales, pero de fuente cierta, conocemos que existen alrededor de 800.000 jóvenes menores de edad en capacidad de votar, pero menos del 5% lo hace. Una cifra ínfima que no tiene la real incidencia que debería tener en los procesos electorales.

¿Qué significa esto? ¿Desconocimiento? ¿Apatía? ¿Falta de preparación o estímulos adecuados? Todas las respuestas podrían ser válidas, pero la realidad se mantiene inalterable.

El ausentismo de los jóvenes podría paliarse con una real política de parte de las autoridades, pero también de los grupos que trabajan en políticas juveniles, para incentivar la concurrencia a votar.

Esa decisión de votar tiene que ver con la necesidad de ser parte, de involucrarse, de sentir que tienen derechos, pero también obligaciones y que finalmente el Ecuador les importa.

Es preocupante el ausentismo, pero más importante será averiguar las reales causas por las cuales los jóvenes miran de lejos los problemas, o tal vez tienen una diferente visión sobre los mismos y sus soluciones.

10 de marzo de 2020

Caja de resonancia planetaria

Por: Rosalía Arteaga Serrano

De la Amazonía se han dicho muchas cosas, sobre esta vasta extensión territorial se han construido historias fabulosas, algunas de ellas sumergidas en el mito y la leyenda, lo que la ha transformado en un espacio codiciado, sujeto de ambiciones, de intenciones de apropiación.

Muchos ubicaron allí la leyenda de El Dorado, y ya desde los tiempos de la conquista y la colonia española y luego la portuguesa, ese fue un acicate para moverse hacia una región, que aparecía como impresionante por el tamaño de sus ríos, por la espesura de sus selvas, por la enorme cantidad de especies animales que la pueblan.

El Dorado fue el móvil de los conquistadores, pero todavía sigue siéndolo en los tiempos actuales, en los que se ha descubierto que sus riquezas no solo están a flor de piel, es decir en su superficie, sino que muchas de ellas se encuentran en su subsuelo: el petróleo, el oro, la plata, el cobre, el niobio, las piedras preciosas y semipreciosas, en fin, el listado es casi interminable.

En los actuales momentos, todo lo que ocurre en la Amazonía tiene repercusión inmediata en los más lejanos lugares; una prueba tangible la tenemos en lo ocurrido durante los incendios y los fuegos del año pasado, que si bien afectaron duramente los territorios de Bolivia, Brasil y el resto de los integrantes de la cuenca, sin embargo, no alcanzaron la dimensión de lo ocurrido en Siberia o en Australia.

La importancia de la región Amazónica tiene dimensiones enormes, al ser la selva continua más grande del planeta, aquella mancha verde que se divisa inclusive desde las naves espaciales y los satélites; la importancia de la generación de oxígeno que hizo que se denominara a la Amazonía como los pulmones del planeta, situación que ha sido desvirtuada por los estudios posteriores; la condición de reserva de biodiversidad, de moderador del clima, etc., ponen un foco especial en toda la región.

Por todo ello podemos concluir en que la Amazonía es una caja de resonancia planetaria, todo lo que allí se hace o todo lo que sobre esta región se dice, tiene resonancias enormes.

FUENTE: EL TELÉGRAFO

Educación especial e inclusión

Por: Rosalía Arteaga Serrano

A través de los recorridos por el país, suelo enterarme de lo que piensa la gente, de sus deseos y aspiraciones, más todavía si estos son en el ámbito de la educación.

Desde hace ya algún tiempo, uno de los temas que suele aparecer recurrentemente en los establecimientos educativos es el que tiene que ver con el de la educación especial y la insistencia en la inclusión.

Me parece que en Ecuador no se ha debatido de debida manera el tema, y simplemente se creó una normativa que obliga a que todos los establecimientos educativos reciban en los diferentes niveles a niños y jóvenes con capacidades especiales.

De esa disposición general tienen que hacerse cargo las autoridades en cada escuela o colegio, sin que se tome en cuenta si es que los maestros están preparados para recibir en las aulas a niños con síndrome de Down, con autismo y una variedad de situaciones, simplemente en aras de la tan manida inclusión.

La mayor parte de las veces los maestros no tienen ninguna preparación para manejar esa diversidad, tampoco tienen ayuda en el aula o asistentes que les permitan dedicar el tiempo que este tipo de niños y jóvenes requieren.

Tampoco los niños y jóvenes están preparados para ello, lo que desemboca en desajustes, en problemas que pueden acarrear bullying u otro tipo de situaciones nada beneficiosas para el proceso de enseñanza-aprendizaje.

Por otro lado, y en aras de esa inclusión, se desmantelaron o se desatendieron las instituciones especializadas, dejándolas con nulos o muy escasos recursos, lo que ha generado que muchos niños que lo requieren ni se integren en la educación regular, ni cuenten con espacios especiales para su atención.

Los grados de profundidad en los diferentes síndromes tampoco se toman en cuenta a la hora de determinar si es o no pertinente el trabajar en la inclusión educativa. Tengo la esperanza de que estas reflexiones ayuden a focalizar una verdadera política adecuada para la educación especial.

Tiempo turbulento

Por: Rosalía Arteaga Serrano

América Latina, aunque ha sido ineficiente a la hora de articular políticas conjuntas y de crear iniciativas que marquen su futuro de manera proactiva, en términos económicos y sociales, parece predestinada a tener un futuro común. Si no creen en la verdad de esto, veamos lo ocurrido las últimas semanas, cuando asistimos a una especie de contagio de asonadas y salidas a la calle.

El motivo pudo ser, y de hecho así ocurrió, diverso. En unos casos fue económico, como lo que pasó en Ecuador con la eliminación de los subsidios a los combustibles, o en Chile por el alza del pasaje del metro. En otros la temática fue diferente, como los reclamos por el fraude electoral en Bolivia.

En todo caso, una especie de ola de protestas ha recorrido la región, arrojando como resultado muertes y heridos lamentables, destrozo de bienes privados y públicos, inestabilidad, que indudablemente repercutirá en los resultados económicos.

La inquietud viene dada precisamente por este análisis, ya que si existe hasta el efecto contagio en el tema de las protestas, porque también en otros países se agitan los pueblos, en México, en Brasil, en Argentina, en Panamá, en Colombia…, ¿por qué no podemos articular políticas coherentes de trabajo común?, de iniciativas que tengan en cuenta las necesidades colectivas de los pueblos, que parece ser, estamos marcados por un destino común.

No hemos sido exitosos a la hora de construir mecanismos comunitarios válidos para enfrentar los desafíos que como región tenemos. Y cuando nos ponemos de acuerdo en algo, esos acuerdos tienen una muy limitada duración, dependiendo de los vientos políticos que soplen por la región, como es el caso de Unasur, o los dejamos languidecer en una especie de limbo que pocas consecuciones puede exhibir como ocurre con la CAN.

Tampoco hemos sido eficientes a la hora de ayudar a países que se debaten en horas tan sombrías como Venezuela y Nicaragua, y en donde las libertades han sido tan seriamente afectadas.

Tal vez sea llegado el tiempo, al calor de las situaciones que nos obligan a una reflexión común, de buscar salidas conjuntas a las crisis, que no pasen por lo que dictamina el tenebroso Foro de Sao Paulo o lo que ahora se fragua en Puebla.

Rosalía Arteaga Serrano: “La impunidad también es violencia”

La exministra de educación, exvicepresidenta y presidenta de República, afirma que no hay nada más pernicioso para una sociedad que saber que los delincuentes pueden quedar impunes, que quienes han sido culpables de los hechos vandálicos no sean enjuiciados y reciban el castigo que se merecen.

Por ello, dice, habrá que vigilar las ejecutorias de fiscales y de jueces, para garantizar que se cumpla la ley porque la impunidad es también un tipo de violencia.

En su argumentación expresa que la especie de pesadilla vivida por gran parte de los ecuatorianos y sobre todo por quienes habitamos en la ciudad de Quito tuvo un resultado predecible, la derogatoria del decreto que eliminaba el subsidio a los combustibles.

Pero al margen de este tema, que tiene que ver con la estabilidad y el futuro económico del Ecuador, que ciertamente se ponen en peligro por la derogatoria, el saldo que queda luego de 11 días de paro es en verdad lamentable, anota.

Quito sitiada, buena parte de las ciudades de la sierra ecuatoriana también. Amplios sectores de la ciudad convertidos en campos de batalla. La destrucción de sus vías y edificios es evidente. Los muertos, los heridos, la sensación de inseguridad. El confinamiento en las casas para muchos.

La sensación de que las cosas difícilmente volverán a ser las mismas. Todo esto han significado estos días de paro, en el que se advirtieron tintes de manipulación y violencia como no se habían visto nunca en nuestro país,precisa.

Subraya que la invasión de la que fue objeto la capital de los ecuatorianos deja un sabor de inseguridad que no será tan fácil de superar, ataques que no se circunscribieron al centro histórico de la ciudad, sino que se extendieron a diversos sectores no solo del Distrito Metropolitano sino también a los valles, asaltados por grupos violentos que incluso obligaron a las personas a plegarse a las medidas tomadas.

Luego de que los ánimos se calmen, debe venir la investigación objetiva de los hechos, la determinación de los males y destrozos causados, sobre todo el asalto y quema del edifico de la Contraloría General del Estado, pero también determinar quiénes fueron los culpables del ataque a los pozos petroleros, a las fincas florícolas y tantos desmanes más, puntualiza.

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