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Violencia genera violencia

Por: Rosalía Arteaga Serrano

Una ausencia del país me ha tenido también alejada de los últimos acontecimientos, que han significado paros y levantamientos frente a las medidas económicas tomadas por el Gobierno Nacional.

No vamos a analizar aquí la pertinencia o no de las medidas, la necesidad o la urgencia de tomarlas. Cualquier juicio de valor estará sujeto al visor con el que se mire, desde los diversos puntos de vista que podamos sostener o desde la euforia de la divergencia política, inclusive con miras a la campaña electoral que se avecina.

Lo que sí quiero es llamar la atención sobre la virulencia de las protestas y la respuesta desde las llamadas fuerzas del orden.

Ecuador ha sido un país de paz, toda su historia es una demostración de que los ecuatorianos nos hemos caracterizado por esgrimir argumentos, por tratar de limar las diferencias, por protestar, es verdad, pero hacerlo con una especie de continencia que nos enorgullece.

Son pocos los episodios en los que la población ha exhibido conductas en las que el desborde de las pasiones se ha hecho presente. Por ello es lamentable el ver que la agresión que sufre el pueblo, esté o no con uniforme, se vuelca en trifulcas, en volcamiento de vehículos, en romper vidrios, en vejar a personas porque no piensan igual, en destruir la propiedad de otros o la propiedad pública.

El perjuicio es evidente para todos, se pierden recursos económicos, se paraliza el país, se exporta una imagen internacional que paraliza la actividad turística que deberíamos cuidar como una fuente de recursos que puede incrementarse sustancialmente.
Pero sobre todo, se entra en una escalada de violencia que ningún beneficio puede dar a ningún sector, excepto, tal vez, a quienes quieren pescar a río revuelto o propiciar un retorno de liderazgos que tanto daño le han hecho a Ecuador.

FUENTE: EL TELÉGRAFO
Octubre 8 de 2019

¿Hasta cuándo….?

Por: Rosalía Arteaga Serrano

Una de las leyendas de la entonces conventual ciudad de San Francisco de Quito, relata las andanzas nocturnas de un fraile, que se escapaba y buscaba formas de escabullirse de sus obligaciones, de los rezos y también de la natural contención que deberían tener las personas dedicadas al culto y enfatiza en la intervención divina que se trasluce en la pregunta: ¿Hasta cuándo Padre Almeida?.

Este fragmento de leyenda viene bien para enfatizar en la necesidad de que las numerosas y continuas denuncias de corrupción tengan como objetivo central, además del castigo a los delincuentes, a quienes defraudaron la fe pública, en su calidad de funcionarios de gobierno, un verdadero énfasis en la recuperación de los dineros robados o mal habidos.

Las denuncias son estruendosas y engloban montos elevados, además de que no pasa un día sin que salte un nuevo escándalo en el que están de por medio miles de millones de dólares, con evidencias que se corroboran por las delaciones premiadas, por testigos de primer orden, por el cruce de la información muchas veces generada en el exterior.

Lo grave es que hasta ahora las autoridades competentes no han podido rastrear el curso del dinero, ir hacia los paraísos fiscales que parecen era el destino de muchos de los vuelos de los aviones presidenciales en la dorada época de la década perdida. Estas situaciones desestimulan a quienes persiguen los delitos, hacen que la credibilidad se pierda, que la gente empiece a acostumbrarse como algo usual a la corrupción y piense que es cierto aquel dicho popular de “roba pero hace”, con el consiguiente descalabro de los valores y de la ética en toda una sociedad, sobre todo entre los más jóvenes que empiezan a ver como natural el robo, el despilfarro, el desfalco, el enriquecimiento a costilla del erario nacional.

La lista de los delincuentes, en su mayoría altos funcionarios de gobierno y su parentela, es enorme, muchos de ellos se han fugado ya del país, debido a las tardías órdenes de prisión. Hay unos pocos presos quienes tampoco han develado dónde está el dinero fruto de esa misma corrupción que, en algunos casos, confiesan haber cometido.

El ¿hasta cuándo? se impone, ya que la paciencia ciudadana tiene un límite. Si es necesario se deben hacer las contrataciones internacionales de expertos que ayuden a ubicar y a recuperar los dineros fruto de la corrupción. El pueblo ecuatoriano se merece respuestas claras y acciones concretas.

FUENTE: EL TELÉGRAFO
02 de julio de 2019