Ciertamente pensar o repensar la misión de la Universidad no resulta en absoluto novedoso, de hecho han transcurrido ya ochenta años desde que Ortega y Gasset colocase la cuestión en el candelero y generase un fecundo debate. Pero quizás hoy, habida cuenta de las circunstancias actuales, y nos estamos refiriendo tanto a la crisis civilizatoria en la que nos hallamos inmersos, como a la profunda reforma que está significando la implantación del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), con la consecuente creación de nuevos usos y nuevas prácticas, resulte más perentorio y pertinente que nunca retomar el debate y reflexionar sobre las metas, las virtudes, los valores y los principios de la institución y de la actividad universitarias.
Así pues, se nos antoja urgente e imprescindible volver a dar respuestas a preguntas tales como: ¿cuáles son los vínculos de la universidad con su época, con su mundo y con la masa actual de conocimientos?, ¿qué, cómo y para qué se debe educar?, ¿qué se debe investigar?, ¿cómo y para qué debe conectarse la Universidad con la sociedad?, ¿cuál es el auténtico ethos o carácter universitario?, ¿qué competencias pero también qué virtudes deben encarnar los profesionales que desarrollan la actividad universitaria?
Para algunos, la misión o la función de la Universidad en la formación de profesionales buenos y cultos, entendiendo como tales aquellos que, además de ser competentes en una actividad, cuentan con una jerarquía de valores en su vida y un conjunto de convicciones acerca de la naturaleza del mundo, y la organización de la convivencia ciudadana.
Otros plantean, sin embargo, que la función principal es el desarrollo de la ciencia, mediante la generación y la difusión de nuevos conocimientos, a través de la investigación. En este sentido, y sólo por poner un ejemplo, E. Martínez, desde un punto de vista un tanto restrictivo, a menos a nuestro modo de ver, plantea que los bienes internos de la Universidad son la calidad de la formación que obtienen sus estudiantes y el nivel de excelencia de la investigación que llevan a cabo sus profesores.
No cabe duda de que las funciones sustantivas de la Universidad son educar, investigar, construir ciencia y difundir cultura. Víctor Pérez Días lo plantea con mucha claridad al determinar que las tareas de la Universidad son: “el entrenamiento en la búsqueda de la verdad, generando hábitos de investigación; la transmisión de saber a las generaciones siguientes y la discusión abierta y crítica en una comunidad de quienes aspiran a la verdad. Todo ello va generando ese carácter universitario, ese ethos, que consiste en la búsqueda desprevenida de la verdad en una comunidad de diálogo abierta y crítica, presta a transmitir cuanto sabe. Investigación, enseñanza y educación en la vida comunitaria son, pues, tres metas de la Universidad que van componiendo el carácter de una persona liberal, es decir, libre y generosa”. Sin embargo, somos muchos los que pensamos que la reflexión del siglo XXl y de los tiempos que corren debe ir mucho más lejos y contemplar el compromiso y la responsabilidad para con la sociedad.
Desconocemos si la Unión Europea, ante el desafío y la oportunidad de construir un espacio común de Educación Superior, se está planteando la convergencia como algo mucho más profundo, nuclear y trascendental que la armonización burocrática de los accesos, de la evaluación, de las titulaciones y los títulos… y está teniendo en cuenta la dimensión inteligente y reflexiva de la Universidad.
Pues no se trata, o no debiera tratarse, en ningún modo de una convergencia exclusivamente de la gestión, de la organización escolar, de la administración o de la legislación…, siendo esto importante. Se impone, muy por el contrario, aprovechar la coyuntura y las estructuras para definir qué Universidad necesitamos y deseamos y a la construcción de qué mundo ha de servir.
Sería interesante, comenzar la casa por los cimientos y no por el tejado y colocar el debate, la reflexión y la investigación en lo realmente importante que son los valores, los principios y también los fines. Una reflexión en la que, a nuestro modo de ver, ha de representar un papel protagónico la incorporación de la responsabilidad social, como eje vertebrador, o argamasa cimentadora, de la razón de ser y actuar de la institución universitaria.
Así las cosas, la pregunta que brota inmediatamente es ¿de qué ha de ser responsable la Universidad? Pues bien, creemos que la Universidad carece absolutamente de sentido si no se pone al servicio de la humanidad y, en las circunstancias actuales, si se inhibe de su responsabilidad y de su compromiso intrínseco con la pervivencia del frágil y vulnerable planeta azul y de todos y cada uno de los seres que lo habitan, hablamos de equilibrio ecológico y justicia social.
Y es que cualquier conocimiento que no transforme y mejore la realidad y la calidad de nuestra vida, -la del planeta con todos los seres vivos que lo habitan- será un conocimiento estéril y de muy dudoso valor.
Nota del Director: Este fragmento fue tomado del libro ENLACE UNIVERSITARIO, editado por la Universidad Estatal de Bolívar, del capítulo COOPERACIÓN UNIVERSITARIA, de Henar Herrero Suárez y Fernando Lamba Naranjo.