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Perdura lo que no se olvida

Por: Ximena Guallpa

El conocimiento puede perderse como un papel devorado por el fuego y aunque quede el recuerdo, solo será ceniza. Cuando un conocimiento deja de existir se forma a su alrededor interrogantes que no podrán ser contestados. Para unos será una situación preocupante, mientras que para otros no tanto, pero tenemos la certeza que esa inquietud surgida en algunos será el comienzo de un recorrido, extenso o no, por un camino en busca de respuestas. Si concebimos al conocimiento como una receta esencial para la vida comprenderemos que es importante conservar todo conocimiento adquirido, desde la niñez hasta la actualidad, desde nuestras sociedades originarias hasta el presente.

Los conocimientos son parte del alma, dan sentido a la vida y nos permiten conducirnos en el transcurrir de nuestro vivir. Aunque es cierto que los conocimientos de una persona van cambiando con la experiencia vivida, esto no implica que lo aprendido con anterioridad no sea útil y no sirva en un mundo moderno. De hecho conocimientos ancestrales de nuestros antepasados son utilizados diariamente y forma parte del bagaje cultural que otorga una peculiaridad a un colectivo o a un individuo. Así es que, cuando veo personas mayores me pregunto ¿Cuánto saben de la vida? ¿Qué pueden dejarnos como enseñanza? ¿Cómo fue su época y cómo la vivieron? Muchas de las veces no tenemos el interés por responder a estas cuestiones, solamente nos centramos en vivir el presente “modernizado”, sin ser consciente de que en una época su presente fue su modernidad y, por lo tanto, fue valorado porque tenía sentido y utilidad.

Nosotros como personas conscientes no debemos direccionarnos hacia una ideología negativa y destructiva, que rechaza el concepto ancestral y que lo maneja como puras doctrinas vacías de contenidos o como simples representaciones folklóricas de los pueblos indígenas. Debemos buscar soluciones con la finalidad de mantener vivo lo nuestro. La situación no es nada fácil para revertir esa realidad pero nos queda la esperanza que cada vez somos más los que nos reunimos y luchamos por recuperar esos conocimientos y saberes.

Luchar para sobrevivir es el lema que se apega a esta problemática. Pues, si no luchas, mueres. En el caso de los saberes y conocimientos, si no resistes, desapareces. ¿Cuál fue la forma de resistencia de nuestros pueblos ante la opresión? Pues, transferir su sabiduría para su perduración. Ahora bien ¿Qué hubiese sucedido si esos conocimientos no hubieran sido transmitidos de generación en generación? Creo, a nivel personal, que mis conocimientos serían solo unos vagos recuerdos de un corto periodo de mi vida. En ese sentido, el legado recibido de nuestros antepasados no se reduce exclusivamente a objetos materiales sino que vienen acompañados con sentimientos, emociones, sensaciones que nos enriquecen; una experiencia y sabiduría que nos complementa. En definitiva, un conocimiento completo que hemos tenido la suerte de heredar y debemos valorar.

En el transcurso de mi periodo de instrucción he observado como son pocas las personas que están realmente comprometidas e interesadas por luchar y rescatar lo ancestral, que no se puede borrar, ni obligar a abandonar, aunque en la actualidad se luche contra alguien imposible de vencer, como es la modernidad y la globalización; que a mi parecer es una sustancia tóxica que nos envenena, que nos lleva por el camino que le conviene y que no le importa lo demás. De todos modos, todavía estamos a tiempo, incluso utilizando esa modernidad a nuestro favor, a pesar de que poseo pocas luces para plantear cómo hacerlo pero, sin duda, existirá alguna manera de obtener el mejor y mayor provecho posible.

Mientras tanto debemos iniciar un proceso de revitalización de saberes y conocimientos ancestrales que amortigüe la desaparición de la sabiduría de nuestros pueblos, que es parte fundamental de nuestra identidad. Muchas veces cuando se deja morir a alguien o desaparece algo, solamente quedan los recuerdos y, desafortunadamente, poco a poco se van diluyendo porque no queda nadie para recordarlos, pero eso no quita que desaparezca completamente; pues como una vez escuché en una película infantil, “lo único que se muere es lo que se olvida”. De modo que los conocimientos al estar presentes en nuestro cotidiano vivir son parte de nuestra mente y corazón. Sé que en estos momentos para muchos este es un asunto de escaso interés, pero para otros, y especialmente para mí, es un tema altamente relevante, que encierra el verdadero sentido de vivir, compartir, revivir y dar sentido propio a nuestros conocimientos.

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El Arte de la vida

Por: Ximena Guallpa

La manera de concebir la vida viene dada por las percepciones que obtenemos sobre ella, de las emociones que sentimos en el diario vivir y en la valoración que hacemos del paso del tiempo. En el trascurso de la vida se aprende y se conoce hechos que nos permiten identificarnos, aspectos que nos direccionan a edificar nuestra personalidad. En nuestro caso particular, percibimos la vida como una concepción que se asemeja al Arte.

El Arte puede dirigir la vida de una persona, pues posee elementos que solo un admirador de la vida puede entender. Las personas que entienden este tipo de manifestaciones, captan el significado de la vida y todo lo que la envuelve. Un escultor, un danzante, un escritor, un cantautor…, expresa mediante su creación la concepción que posee del mundo y el vivir en todas sus facetas.

Pero ¿Cómo entender la vida y el mundo a partir del Arte? Las diferentes percepciones nos indican que existen múltiples formas, un sentimiento, una idea, una reflexión bajo cualquier soporte, una pintura, escultura, canción, poemas, danzas, etc. En definitiva, cualquier expresión, actividad o elemento que tiene la intencionalidad de comunicar para reflexionar.

El Arte es la manifestación del alma de los creadores que nos presenta un mundo donde la realidad es imaginaria para unos e innegable para otros, pero eso no quita que el sentimiento encontrado no comparta las mismas satisfacciones. El Arte puede hacernos sentir felices o melancólicos, puede cambiar nuestra condición anímica de cero a cien o viceversa, o simplemente puede mantenernos en un trance completamente neutro.

En nuestra consideración, cuando una persona está en el punto más alto de sensibilidad es cuando expresa de mejor manera un sentimiento y, a su vez, ese sentimiento encontrado puede ocasionar miles de sentimientos complementarios. Si bien es cierto que esas emociones, transferidas por las obras artísticas, son percibidas por los sentidos, también representan construcciones que se despliegan de lo vivido. La vida, sin duda, trae consigo miles de experiencias, que aportan a nuestro presente, que nos guía por diversos caminos donde encontramos a personajes interesantes, capaces de aportar a nuestra propia historia. En sí, la vida es la más bella expresión que nos ayuda a conformar nuevos pensamientos a través de un aprendizaje continuo con la pretensión de construir un ideario de Buen Vivir entre la colectividad.

Al transitar por este mundo también nos encontramos con individuos que intentan vivir y disfrutar la vida de forma ambiciosa, egoísta, individual y anti solidaria, personas incapaces de acceder a la esencia de la vida y obtusos para crear la obra artística de su propia vida. Por ello, se hace necesario e imprescindible recordar constantemente que la vida es una línea transitoria y momentánea, que va cambiando con el paso de los años, que tiene un mismo protagonista, que tiene varios personajes y que finaliza con el descanso profundo y eterno. No basta con delirar, ni rendirse, no basta con seguir otra vida, solamente hay que caminar a su son, levantándonos una y otra vez, sin dejar de intentar alcanzar nuestras utopías e ideales. En cada uno de nosotros, el Arte de la vida no es sólo comunicar sino también construir, transitar y explorar cada rincón maravilloso para compartir con los demás.

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