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Se abrirán las grandes alamedas…

Ximena Ortiz Crespo

Por: Ximena Ortiz Crespo

Visité Chile antes de que Salvador Allende fuera elegido presidente de la República y encontré que el país estaba profundamente politizado. En los mercados, en las panaderías podía yo entablar conversaciones con la gente y me contaban enfervorizados cómo estaban participando en sus comités locales, en sus agrupaciones. Me gustó mucho ver a un país maduro lleno de ilusión para los cambios que proponían. Me enamoré profundamente de Chile. Y para no olvidar ese maravilloso país y su gente me traje a Quito música de Víctor Jara, Violeta Parra, Inti Ilimani y Quilapayún. Mis amistades chilenas me mandaron por correo el primer mensaje de Allende al Congreso.

Poco después, en Estados Unidos, conocí a una mujer de la clase alta chilena que hablaba con inusitado orgullo porque su antepasado conquistador había recibido un título de nobleza por la cantidad de indígenas que había eliminado. Tres años más tarde, el presidente Allende era derrocado en un violento golpe de Estado, comandado por Pinochet y respaldado por el gobierno de los Estados Unidos, que puso fin al gobierno de la Unidad Popular y a su propia vida. Era el 11 de septiembre de 1973. Poco antes de morir, en su discurso postrero, dijo: “Mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.

Mis amigos de izquierda, como miles de chilenos, tuvieron que salir en éxodo al mundo y se establecieron precariamente en los países que les ofrecieron acogida. Sufrieron lo indecible. Se sentían sobrevivientes de una represión homicida. Veinticinco años más tarde volvieron a Chile y lo vieron transformado.

Durante la era del dictador Pinochet se habían hecho reformas para implantar una economía de libre mercado caracterizada por drásticas reducciones del gasto público, privatización de las empresas estatales, eliminación de obstáculos para la libre empresa, reducción del proteccionismo arancelario y fomento de la inversión extranjera. El país puso en manos de inversionistas privados las empresas estatales existentes al mismo tiempo que los servicios de salud, la seguridad social, la educación, la vivienda y las telecomunicaciones. Se prohibieron las acciones reinvindicativas de los sindicatos y gremios. El economista estadounidense Milton Friedman tildó de “milagro chileno” a las reformas de liberalización económica que facilitaron el crecimiento macroeconómico del país.

Después de la vuelta a la democracia, en 1990, varios gobiernos de la llamada Concertación se sucedieron entre ese año y 2010. Las políticas neoliberales se profundizaron aún más. Se impulsó el consumo y el crédito. El país crecía económicamente e ingresaba a organismos de países desarrollados. El otro lado de la medalla era que Chile seguía estando dentro de las naciones más desiguales del mundo. Un ejemplo de ello es que, en 2012, las cuatro familias más ricas en Chile poseían una riqueza equivalente al 20 por ciento de lo que producía el país al año (PIB). La gente vivía –y vive– rápido, esclava de su trabajo, llena de deudas, sin protección del Estado. Lo único que faltaba –y falta– de privatizar es el aire, porque la tierra, incluida la que pertenece a los pueblos originarios, ya fue concesionada.

La protesta que siempre ha sido parte del escenario chileno se desató con una fuerza inusitada hace diez años. El movimiento por volver a hacer pública la educación se constituyó en uno de los más fuertes desde el retorno a la democracia. Fue parte de un movimiento social mayor que demandaba reformas sustanciales al modelo económico y político; expresaba la polarización social. Como lo explica un analista: “hasta entonces el proyecto neoliberal se basaba en una colaboración entre una élite empresarial que supuestamente traía desarrollo al país, mientras tanto, el resto de los ciudadanos solo tenía que esperar a que parte del éxito les llegara. El pueblo se cansó de esperar”.

Los esfuerzos del pueblo chileno obtuvieron como resultado de las protestas de octubre de 2019 llamar a una nueva Constituyente para abolir la Constitución de Pinochet. Artistas, maestros, sindicalistas, mujeres, ambientalistas y el pueblo mapuche han mostrado su deseo de participar en política, abolir el modelo neoliberal y proteger los derechos humanos. Basta ver los esfuerzos de las marchas feministas con la creación del grito de guerra “el violador eres tú”, dedicado al Estado. O mirar la contundente denuncia de Mon Laferte semidesnuda en los Grammy Latinos con la pancarta escrita entre sus pechos “En Chile torturan, violan y matan”.

El ciclo de sufrimiento al que el pueblo chileno ha sido sometido en los últimos cincuenta años con desaparecidos, exilio, represión y presos políticos –retratado en museos, en novelas, en poesía– parece haberse cumplido. Las palabras proféticas de Salvador Allende acaban de hacerse realidad. Las pasadas elecciones en el país austral para elegir representantes a la Convención Constitucional, alcaldes y gobernadores ha tenido resultados contundentes. Los independientes ganan en la lid y no los partidos constituidos. Una de las triunfantes es la Lista del Apruebo que agrupó a personas de ideología antineoliberal. Ellos y otros independientes derrotaron ampliamente a la derecha que no llega a tener en la Convención ni la tercera parte de representantes. Los partidos de centro izquierda de la Concertación también fueron derrotados. Tan total es su derrota que quedó en evidencia que los partidos tradicionales estaban constituidos solo por dirigentes, pues las bases votaron por los candidatos independientes. Según la analista política Florencia Lagos Neumann, “los independientes irrumpen y provocan un cambio de paradigma”. Por su parte, el presidente Piñera hizo un mea culpa: “No estamos sintonizando adecuadamente con las demandas y anhelos de la ciudadanía”. What an understatement!

El resultado de las elecciones fue la respuesta a la tremenda desigualdad económica de Chile. A pesar de haber mejorado su PIB, se mantuvo la distancia entre ricos y pobres de forma abismal. Resumiendo lo que explica la Universidad Católica de Chile al respecto, esta significa ventajas para unos y desventajas para otros. El pueblo chileno la percibe como injusta y moralmente ofensiva porque se expresa para los que menos tienen en términos de ingreso precario; limitación al acceso a la vivienda, la educación y la salud; en la forma degradante del trato social; en el desmedro en la dignidad de las personas; en la imposibilidad de obtener seguridad económica y física, y de tener influencia sobre las decisiones públicas.

La BBC de Londres resume el resultado de la votación: “La suma de los independientes con las dos grandes listas de la oposición al gobierno de Piñera supera los dos tercios de los 155 escaños de la Convención, que contará con 17 cupos reservados para los pueblos indígenas y tendrá paridad entre hombres y mujeres, algo inédito en el mundo”. “Este es el triunfo de la unidad social y política –declaró Irací Hassler, la alcaldesa electa de Santiago que forma parte del Partido Comunista–. Este es el comienzo de un cambio significativo en la forma en que hacemos política. El movimiento de protesta, las huelgas feministas y los movimientos socioambientales llegaron para quedarse”.

El estallido del pueblo chileno hizo resurgir la vocación de participación que constaté hace muchos años en su gente sencilla y humilde. Vaya desde aquí mi deseo de que el futuro le traiga lo mejor. Que los vientos del pueblo a los que cantaba Víctor Jara aviven la luz de la lucha continua por la democracia en toda la América Latina. ¡Viva Chile, mier…!

El gesto de la primera dama

Ximena Ortiz Crespo

Por: Ximena Ortiz Crespo

La esposa del nuevo presidente del Ecuador –el “amor de su vida”, como él la llama, y la madre de sus hijos– actuó de forma muy tierna en la posesión del mando. Estuvo arreglando la banda presidencial y la cadena de condecoración de tal manera que quedaran sujetas en los hombros de Guillermo Lasso. Lo hizo con mucho amor y dedicación. Luego, ya en el palacio, mereció un beso en la boca, sin mascarillas, en pleno balcón presidencial de la Plaza Grande. Ese beso pasará a la historia como célebre y único pues no se había visto antes que un mandatario haya dado un beso apasionado a su esposa a vista y paciencia de todo el país. Los partidarios que habían llegado a la plaza se entusiasmaron y a viva voz pidieron otro. Quienes tuvieron la oportunidad de contemplarlo por televisión desearon lo mismo.

A todo el país le encantó el gesto de María de Lourdes Alcívar. Es un gesto que subraya el rol de la mujer dentro de la familia prodigando cuidado. Es lo que le nace a la esposa, a la madre, a la hija, a la hermana. ¿Cómo se desempañará esta dama en los próximos cuatro años? Ella ha manifestado su deseo de compaginar el rol de esposa subordinada a la figura presidencial con las acciones de servicio social que siempre ha realizado.

El rol de primera dama no está descrito en la Constitución. Fue el presidente José María Velasco Ibarra quien empezó a referirse a su esposa como primera dama. A partir de entonces, la señora Corina del Parral y sus sucesoras adquirieron funciones oficiales como presidentas del Patronato Nacional del Niño, más tarde Instituto del Niño y la Familia (INNFA). Ya en nuestro siglo, en 2007, el presidente Rafael Correa suprimió el cargo por considerarlo sexista y no orgánico, transfiriendo las competencias del INNFA al entonces Ministerio de Bienestar Social. Su esposa Anne Malherbe se pronunció, en una de sus pocas declaraciones públicas, como adversa al rol de primera dama y decidió mantenerse como educadora y madre de sus hijos. Al asumir el presidente Moreno la presidencia en 2017, Rocío González volvió a asumir el rol público de apoyo al encargarse de la Misión Manuela Espejo con la que viajó incansablemente por todo el país.

Como funcionaria pública o no, la esposa de cualquier presidente tiene una posición de gran influencia. Ya a mediados del siglo XIX, Marietta de Veintemilla, sobrina de Ignacio de Veintemilla, tenía gran poder político y aceptación popular. En los Estados Unidos, Hillary Clinton era la aliada política más cercana y de mayor confianza de su marido. Las críticas a su actuación fueron tan fuertes que Michelle Obama trató de no inmiscuirse en la tarea del Ejecutivo, sino más bien promover sus propios programas. En Argentina, Eva Perón, después de su muerte, fue proclamada “líder espiritual de la nación” por el Congreso de ese país.

La tendencia democrática actual nos lleva a pensar que es conveniente que el poder no se concentre en el palacio de gobierno y que la primera dama, por visible e influyente que sea, no desempeñe el papel de copresidenta. Varias feministas incluso proponen abolir definitivamente el rol.

Sabemos que María de Lourdes Alcívar es ya una influencer. Maneja con conocimiento las redes sociales como Twitter, Instagram, Facebook y TikTok. La cantidad de seguidores que tiene en cada plataforma oscila entre 18 mil y 34 mil. Así lo reporta la página social de la revista digital Qué! en su edición de abril. Ese poder de comunicación puede usarlo libremente como lo ha hecho ya en temas de Estado. En Twitter, por ejemplo, se pronunció en contra de la despenalización del aborto en casos de violación, mientras su esposo, ya electo, proclamaba su respeto a la resolución de la Corte Constitucional del Ecuador que la aprobó.

La esposa del presidente representa un símbolo poderoso para la sociedad ecuatoriana. La gente se tranquiliza al ver a María de Lourdes Alcívar como una mujer de su casa. Su accionar en privado está en el reino de lo íntimo, pero cuando su gesto se exhibe en público tiene trascendencia política. Ella se vuelve un modelo a seguir.

La imagen de la pareja bien avenida no es común en Ecuador. En nuestro país cientos de miles de mujeres no pueden ejercitar su ternura porque no tienen a su lado hombres que las reciproquen ni tiempo ni circunstancias que permitan que ellas tengan una vida digna. Ellas son miles de mujeres víctimas del odio de género, niñas embarazadas, madres solteras, las que carecen de empleo, las que ganan menos que los varones haciendo tareas iguales, las que sacan adelante –solas– a sus hijos, las que están cargando con la casi totalidad de la pandemia en los hospitales.

Necesitamos que todas las mujeres ecuatorianas tengan la libertad de ejercitar sus derechos, inclusive el derecho a la ternura. El mejor de los gestos será que el nuevo presidente y la primera dama trabajen por ellas una vez instalados en el palacio.

Los derechos de las niñas mujeres

Por: Ximena Ortiz Crespo

Muchos profesores, si pueden escoger, evitan dar clases a adolescentes. Los chicos están en plena ebullición y se requiere mucho tino lograr que aprendan, que vayan madurando y que tomen en sus manos el futuro. Pero otros profesores, como yo, consideran una bendición tenerlos cerca, aprender de ellos, observar su comportamiento, ser testigo de sus cambios. Asistir a su transformación en un período crítico y decisivo de su vida que los convierte en seres adultos es verdaderamente fascinante.

Durante la adolescencia, los jóvenes transitan una etapa llena de energía, cambios anímicos, dificultades para relacionarse con los demás –especialmente con las personas mayores–, disfrutan de la complicidad de sus compañeros, establecen amistades que duran toda la vida, viven de fiesta y evitan la responsabilidad. Muchos inician sus experimentos en la búsqueda de pareja y de vida sexual.

Los desarrollos físicos y psicológicos de los púberes son universales, pero los contextos socioculturales dentro de los cuales estos ocurren varían considerablemente dependiendo del ambiente al que pertenecen y a las normas de género que se aplican en sus grupos sociales. En la sociedad ecuatoriana en general, las normas para los varones establecen que deben ser fuertes, dominantes, tener el control, correr riesgos, hacer gala de su sexualidad activa; para las mujeres: ser suaves, sumisas, atractivas, modestas, ocultar su eroticidad, ser sexualmente pasivas y, por cierto, estar al servicio de los demás.

En esta etapa, que es la flor de la vida, las jóvenes están en constante riesgo de que el inicio de sus relaciones sexuales sea producto de la violencia sexual. Así lo evidencian las estadísticas que ponen al Ecuador en un nivel vergonzosamente alto en cuanto a la incidencia del embarazo adolescente. Por ello, es urgente que la sociedad tome conciencia de que un embarazo no deseado trunca la trayectoria vital de una adolescente. Dada la falta de madurez biológica y psicológica de las jóvenes, sus embarazos conllevan situaciones precarias que desencadenan graves problemas para la madre, el hijo, la familia y la sociedad entera.

Las estadísticas del Ministerio de Salud Pública señalan la fragilidad de las madres adolescentes: 14% de las muertes maternas tempranas se dan entre niñas mujeres de 10 a 19 años. La probabilidad de que las mujeres menores de 15 años mueran debido al embarazo o parto es cinco veces superior a las de una mujer entre 20 y 30 años.

En cuanto a la educación, las niñas desertan y no llegan a concluir la secundaria. Se les dificulta encontrar un empleo estable y digno, lo que perpetúa el ciclo de feminización de la pobreza. Su proyecto de vida se ve seriamente amenazado.

La Confederación de Adolescencia y Juventud de Iberoamérica, Italia y el Caribe (CODAJIC), integrada por veintiún países, veintisiete instituciones y dieciséis universidades, afirma que, si bien el Ecuador tuvo una disminución de la tasa de embarazo adolescente entre 2011 y 2014 producto de las políticas públicas intersectoriales, en los últimos años ha sufrido un retroceso. Esto significa una grave vulneración a los derechos de las niñas y adolescentes, y pone en alerta al sistema de salud pública. La CODAJIC afirma también que esta situación se ha incrementado en el contexto de la pandemia, en especial, para las adolescentes de los niveles económicos más vulnerables. La confederación mencionada pide al Estado ecuatoriano que entienda las causas de este fenómeno, lo aborde integralmente y le dé un tratamiento interdisciplinario en el que contribuyan las diferentes instancias estatales.

¿Qué debe hacer el Estado ecuatoriano para reconocer que los y las jóvenes son sujetos de derechos? Los especialistas afirman que son indispensables una concatenación de políticas públicas que generen acciones de sensibilización y comunicación. Lo primero es que reconozca y legitime socialmente que los adolescentes son sexualmente activos. Y, ya que la violencia sexual y las conductas de los jóvenes tienen altos riesgos de generar efectos negativos en el futuro (bienestar, salud, educación y economía) de las adolescentes, el Estado debe promover la movilización de toda la sociedad para la educación sexual de chicos y chicas, proveer servicios de salud sexual y reproductiva, ofrecer anticonceptivos y fomentar la política de tolerancia cero a la violencia de género y al matrimonio infantil. Es urgente que el Estado implemente políticas y acciones que aborden las causas, superando prejuicios morales o religiosos. Las estrategias deben dirigirse a provocar cambios culturales, romper estereotipos y cambiar normas y actitudes sociales, particularmente aquellas que consienten la violencia sexual y de género.

El Presidente electo se ha comprometido en ponerle fin a la violencia contra la mujer. Ha afirmado públicamente que ya basta de estar indignados y que es necesario actuar. La inversión y priorización que haga para proteger los derechos de las niñas mujeres será un primer paso para lograr una generación de adolescentes que pueda hacer planes de vida, logre ser autónoma y encuentre la felicidad que el país le debe.

Otra ola de emigrantes

Por: Ximena Ortiz Crespo

La nueva noticia mide el estado de pobreza y desaliento en el Ecuador. Los que estudian el fenómeno dicen que ha vuelto a suceder. La gente se está yendo del país una vez más, y parece que es una verdadera ola. El aeropuerto de Latacunga, desde donde despegan aviones de carga, vuelve a tener a cientos de emigrantes, en su mayoría campesinos, que buscan viajar a México para luego pasar –como sea– a los Estados Unidos.

Muchos de ellos han pagado miles de dólares para que los coyoteros les hagan llegar. Están conscientes de los peligros. Saben que pueden presentarse inconvenientes y que, ellos que lo han dejado todo, podrían quedarse aún sin su propia vida. Pero se arriesgan. Algunos de ellos lo logran. Otros desaparecen. Las mujeres son violentadas, otros abandonados y, los de menor suerte, asesinados. El caso reciente de las dos pequeñas niñas ecuatorianas que aparecen en un video, sobrecoge. Jarely y Jazmina, de 4 y 5 años, fueron arrojadas por traficantes de personas por sobre el muro de la frontera entre México y Estados Unidos. La Cancillería del Ecuador calificó al acto de “repudiable y excecrable”, y exortó a las familias para que eviten “exponerse o exponer a sus hijos a los peligros que conlleva la migración irregular”.

Las noticias desde Jaboncillo, en medio de la zona saraguro en las montañas de Loja, evidencian que las niñas ya estaban abandonadas. Sus padres habían viajado a los Estados Unidos y las habían dejado al cuidado de sus abuelos. Por pedido de ellos sus parientes paternos las habían llevado a México y las dejaron con coyoteros que ofrecieron llevarlas al otro lado del muro. Y, efectivamente, así lo hicieron.

¿Qué hace que las personas busquen tan peligrosamente abandonar el país? Las investigaciones lo señalan: entre los grupos minoritarios escapar de la discriminación económica y étnica es urgente. Las personas deciden emigrar para huir de la pobreza. Buscan ofrecerles más oportunidades a sus hijos. Desean encontrar seguridad y estabilidad. Quieren tener un trabajo menos duro o con mejor paga, no depender del clima o del mercado de productos, ser más respetados. Saben que no tienen qué perder. Ya tomada la decisión, deben endeudarse, pagar las tarifas de los coyoteros y saben que es probable que no sobrevivan o que nunca puedan regresar.

Hemos visto miles de casos desde la crisis económica producida por el feriado bancario y el inicio de la dolarización, entre 1999 y 2000, cuando cerca de un millón de ecuatorianos y ecuatorianas abandonaron el país. Y desde entonces somos testigos de las consecuencias: miles de casos de desadaptación; ruptura familiar; mujeres, niños y adolescentes abandonados y a la deriva y, también, planes de retorno. Ahora, con la pandemia, se está produciendo el mismo fenómeno, y este que nos produce una desazón igual a la que ya conocemos.

La falta de atención de salud, educación, trabajo digno, entretenimiento. La insatisfacción con las tradiciones, normas y valores de la comunidad de origen. La discriminación y la violencia contra la mujer son razones por las que la gente se va. A todas esas situaciones se enfrenta la gran cantidad de personas que salen en estos días y que ha hecho que se dupliquen los vuelos en medio de la pandemia. La ola emigratoria es un parámetro de medida de la falta de desarrollo y estabilidad del país. Así lo apuntaba Manuela Picq en una entrevista en TV el domingo pasado.

Es importante que el país reflexione sobre la emigración y los efectos que tiene. Ya nos decía el Papa Francisco en la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado de 2014, estos: “no son peones en el tablero de ajedrez de la humanidad. Son niños, mujeres y hombres que abandonan o se ven forzados a dejar sus casas por varias razones [y] que comparten un deseo legítimo de saber y tener más, pero, sobre todo, de ser más”.

Las investigaciones demuestran que el envío de remesas por parte de miembros de las familias que han emigrado puede mejorar el bienestar de los que quedan atrás al aliviar las restricciones y mejorar la situación económica. Sin embargo, y al mismo tiempo, esos estudios descubren que las personas que tienen familiares en el extranjero sufren de mayor estrés y depresión, y que las remesas no compensan estos estados de ánimo. Igual cosa sucede a nivel macro: el país recibe las remesas, pero pierde gente valiosa, joven y apta para el trabajo. Por eso concluimos que este drama social no puede verse como un sustituto del desarrollo económico e institucional del país. Es una tarea urgente para el nuevo gobierno tomar cartas en el asunto y aliviar la situación precaria y vulnerable en la que se encuentra nuestra gente para acabar con esta nueva ola de emigración.

 

¿Desaparecer la Senescyt?

Ximena Ortiz Crespo

Por: Ximena Ortiz Crespo

Soy testigo del desarrollo de las políticas en educación superior en los últimos diez años. He constatado de primera mano el esfuerzo enorme que han puesto las universidades para cumplir los retos que tienen. Por ello, me han sorprendido las propuestas de eliminar el examen de ingreso y desaparecer la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación. Para mí, como dice el aforismo inglés, es “arrojar al bebé junto al agua en la que se le baña”. El presidente electo Guillermo Lasso, después del triunfo, ratificó su intención de eliminar la Senescyt.

Esta es una entidad que el país ha venido construyendo desde hace muchos años: Conesup, Senacyt y Fundacyt fueron sus antecesoras. Un hito en el avance de la educación superior fue que la Constitución de 2008 la consagre como “universal, laica y gratuita”. Al tiempo que instituyó la Senescyt como un organismo público de planificación, regulación y coordinación interna del sistema de educación superior (art. 353). La Ley Orgánica sobre el tema recogió estos principios en 2010.

¿Porqué ha sido importante la Senescyt? El ingreso a la educación superior sufría de enormes inequidades y factores de discriminación. En los años 70, las universidades excluían a los jóvenes por razones socioeconómicas, étnicas, de género y hasta geográficas, quedando afuera los de menores recursos económicos, como los indígenas, montubios, afroecuatorianos, mujeres y los habitantes de las zonas rurales.

En los años 80, la composición de la matrícula universitaria empezó a cambiar con el ingreso de las mujeres, pero solamente las de clase media y alta. Para los años 90 había suficientes cupos, pero la demanda no era mayor porque una gran cantidad de bachilleres no llegaba a graduarse.

En los años posteriores, la universidad pública era pagada y empezaban a escasear los cupos. Se establecían exámenes de ingreso para cada carrera basados en conocimientos y no en aptitudes de razonamiento. Los bachilleres tenían terror a los exámenes, especialmente, a los de las escuelas politécnicas. Los padres de familia hacían colas y dormían en la calle para conseguir cupos. Era la época en que se compraban, se sorteaban y se vendían cupos y títulos.

Poco a poco se incrementó la demanda. Los bachilleres ya se graduaban. Las universidades recibían a los estudiantes, pero no había espacio para todos. Al punto que los alumnos de las públicas debían llegar con tres horas de anticipación para ganar puesto o debían apostarse en las ventanas para oír al profesor.

Antes del año 2006 la matrícula universitaria pública estaba compuesta por el estrato superior del quintil 3 y el quintil 4, es decir, población proveniente de la clase media. Seis años más tarde se creó la prueba ENES con el fin de tener un único examen para todas las carreras y universidades basado en competencias de razonamiento y para permitir que los bachilleres postularan a la carrera de su elección.

Con la creación de este examen, la oferta de nivelación y la gratuidad, el Estado logró bajar la deserción y permitió el ingreso de una población de estratos que nunca antes habían tenido acceso a la educación superior. El número de indígenas y afroecuatorianos se duplicó.

El examen erradicó la corrupción que estaba asociada con el ingreso. Sin embargo, abrió una demanda nunca antes experimentada: de 400 mil estudiantes que solicitaron cupos en 2006, en 2017 ya eran 700 mil. La competencia se volvió altísima y las universidades simplemente no tenían las condiciones para abrir más cupos. En una sociedad como la ecuatoriana donde hay pocos mecanismos de ascenso social, el que los profesionales firmen con todos sus títulos es una de las pruebas del valor que la sociedad le asigna a la educación.

Se ha avanzado mucho, se han hecho muchos esfuerzos: han mejorado los estándares de calidad en las universidades; se sigue buscando erradicar la cultura patriarcal y el nepotismo; se han promovido los derechos de las mujeres –ya hay rectoras y vicerrectoras–, las estudiantes mujeres ahora son el 60% de la población estudiantil; los y las estudiantes tienen mecanismos para demandar sus derechos y evitar el acoso escolar y el abuso sexual; los docentes perciben mejores sueldos y ha disminuido la precariedad laboral docente. Queda muchísimo por hacer: por ejemplo, evitar la persecución política, mejorar los entornos académicos, ampliar la intenacionalización. Pero, la tarea fundamental es ampliar la capacidad de las universidades públicas con mayor y mejor inversión.

“Sólo se puede imaginar los riesgos y dificultades a que se ven enfrentados los tomadores de decisión en el delicado proceso de formulación y aplicación de políticas públicas, especialmente en un campo tan complejo y sensible”, dice Pedro Henríquez Guajardo –director del IESALC-UNESCO– en el prólogo del libro Universidad urgente para una sociedad enmancipada (2016), cuyo editor es René Ramírez.

El tema es difícil. Se deben mejorar los parámetros de acreditación respecto a las mallas curriculares, la pertinencia de las carreras, la calidad de los docentes, la perspectiva de género, el aseguramiento de la calidad, la promoción de la investigación, la vinculación con la comunidad, para citar algunos aspectos. Pero suprimir el examen de ingreso a la universidad o suprimir la Senescyt no son planteamientos suficientemente meditados ni responden a las necesidades de una sociedad ávida de educación. Es fundamental que la nueva autoridad tome muy en serio el examen que le hará la sociedad respecto a sus nuevas políticas sobre educación superior.

Una sensación de seguridad

Ximena Ortiz Crespo

Por: Ximena Ortiz Crespo

Me preguntan si estoy viendo las entrevistas que le hacen al Presidente electo y tengo una reacción sui géneris. Contesto que no las estoy viendo porque siento que ya no tengo que preocuparme tanto por el país. Se me quitó un peso de encima. Siento que ahora hay alguien que me representa y que actuará de la mejor forma para que todos estemos bien. Ahora a mí me toca volver a concentrarme en mi trabajo y en la vida diaria.

La verdad es que, entre levantamientos, desconocimiento del resultado de la primera vuelta, memorias de la pesadilla de octubre de 2019, pandemia, encierro, denuncias de corrupción, la vida se sentía endeble. Para muchos, esta sensación de vulnerabilidad se unió a la ansiedad de que el Ecuador estaba demasiado quebrado, demasiado dividido para que alguien pudiera repararlo. No teníamos a dónde volver los ojos. Pero ahora todo está en su puesto. Hay también una sensación de asombro. Por fin al menos la mitad de los ecuatorianos y ecuatorianas nos hemos puesto de acuerdo para elegir a un hombre decente e íntegro. Esto nos llena de alegría.

Hemos tenido que esperar que el gobierno de los últimos cuatro años termine. Lo hemos hecho con la mayor resignación, bajo la premisa de que era un régimen de transición y con el conocimiento del nivel exorbitante de corrupción de la administración de Correa. Fuera del hecho de que el propio expresidente fue incriminado, junto con sus principales colaboradores, por delitos graves, las investigaciones sobre la administración anterior arrojaron cientos de acusaciones por parte de la Fiscalía que todavía no acaban de investigarse y procesarse. Se estima entre 30.000 y 70.000 millones de dólares el dinero malversado por el régimen entre 2007 y 2017. Cuando llegó la asonada de octubre de 2019, la desprotección que experimentamos era la de contemplar a nuestro país sin Dios ni ley. Nos preguntábamos si el régimen democrático prevalecería.

Carla Montes, una militante de las juventudes de CREO de 24 años y abogada de profesión, dice que siente una oleada de optimismo. Su mayor esperanza es que pronto habrá una respuesta estatal a la pandemia con prevención y vacunación coordinadas. Le preocupa, sin embargo, que los ecuatorianos estén demasiado optimistas, en lugar de analizar cómo abordar los problemas que permitieron catorce años de un régimen ajeno a las necesidades del pueblo.

“Siento como si alguien hubiera levantado un peso de mis espaldas”, dice Montes, quien se emociona especialmente cuando oye al próximo presidente hablar de romper barreras laborales relacionadas con el género. Y añade: “Su discurso no arreglará las cosas, pero abre puertas y nos muestra que las luchas sociales han logrado calar en el pensamiento conservador”.

Mientras tanto, Paulina Merino, maestra jubilada de 64 años y partidaria de Yaku, escucha las declaraciones de Lasso y las discute con sus amigas por mensajes de texto. Si bien aprecia sus llamados a la unidad, estos no alivian su temor de que este momento marcará el comienzo de un gobierno neoliberal e hipercapitalista.

“Siento que Lasso acomodó su discurso para gustar a todos, y veo que la desunión nos ha empujado a esta situación… pero quiero verlo actuar», dice la maestra mencionada, abuela de 12 nietos, que vive en Cuenca. “Me gustaría cambiar mi opinión. Pero el Señor Lasso no va a cambiarla con palabras. Debemos esperar a ver sus acciones”.

Lo cierto es que en un país que en la práctica no tiene partidos políticos, la unión de varias fuerzas democráticas, la guía de excelentes comunicadores y el hartazgo de un pueblo lograron vencer la oferta barata y el engaño. El Ecuador ha dado un ejemplo muy importante al resto de la región en cuanto a voluntad política. Ahora requiere de unión y vigilancia para que sus sueños de igualdad y prosperidad se hagan realidad.

Debemos estar muy contentos. Es lo mejor que hemos hecho en muchísimo tiempo. Nuestra alegría no se va a empañar. En sus declaraciones el Presidente electo señala que formará un gabinete paritario y que, además, nombrará a su gobierno tomando en cuenta las diferencias sociales y regionales del Ecuador. Es un excelente comienzo.

Víspera de elecciones

Por: Ximena Ortiz Crespo

¿Sobre qué debería estar escribiendo la víspera de las elecciones? Tal vez sobre los planes de gobierno de los candidatos. O sobre cuántas veces han dirigido su discurso a las mujeres. O sobre cómo tratan los problemas de vacunación, pandemia, pobreza extrema, desnutrición infantil, femicidio, embarazo adolescente, crimen, tráfico de drogas, corrupción, minería a cielo abierto, daños a la vida silvestre…

Tantos males sobre los que hablar, pero en este momento los y las votantes estamos sumergidos en dos asuntos: la incertidumbre de las elecciones y el aumento incesante de la pandemia de COVID-19. Ambos tienen un impacto enorme en nuestro bienestar, pero nos hace falta recordar que son de naturaleza temporal y que se resolverán, Dios mediante, pronto. Quizás, entonces, lo mejor es inspirar a mis lectores –y a mí misma– con lo bueno que tenemos en una perspectiva que nos permita cifrar nuestra esperanza en el futuro. Mi mejor opción es escribir sobre las bondades del Ecuador y de su gente porque lo que requerimos ahora es consuelo y motivación. Y eso podemos tomarlo de la riqueza estética y moral que nos brinda nuestro país, a pesar de la desazón que sentimos.

Siempre es suficiente volver los ojos a nuestra tierra que se prodiga a manos llenas. Los días de lluvia han dejado en la Sierra norte montañas y campos pintados de verde. Los días de sol nos invitan a salir y aprovechar de sus cálidos rayos. Las playas nos llaman y debemos esperar para disfrutarlas, zambullirnos en el mar y paladear los manjares que allí se preparan. Los nevados empiezan a mostrarse de nuevo y nos deslumbran con su magnificencia. Los páramos nos esperan para que veamos sus chuquirahuas, achupallas, frailejones y almohadillas multicolores. La naturaleza brota y las acacias, los cholanes, los chahuarqueros, las orquídeas se presentan en plena floración. Las cascadas brincan con su agua cristalina. El canto de los pájaros nos despierta, las mariposas revolotean, los quindes nos permiten ver su iridiscencia. Nos llenamos de ilusión de volver a visitar cada rincón de nuevo. Añoramos contemplar los imponentes lugares de nuestro país y sus pródigos paisajes, sus contrastes, sus costumbres, su gastronomía, su diversidad.

Es una nostalgia parecida a la que sentimos cuando estamos lejos: una enorme saudade del Ecuador, de sus montañas, de su clima, del azul de su cielo, de los sabores, del viento. Una nostalgia de la dulzura de nuestra gente. Una vehemencia porque se haga realidad el volver a encontrarnos con la familia, la gente amiga y aún con los extraños para intercambiar afecto y generosidad.

A pesar de constatar lo dividida que está nuestra nación en este momento, estoy segura de que el país mismo nos inspirará en la decisión de mañana. Hará que optemos por recuperar este bello país para llevarlo a desarrollarse y prodigar felicidad para todos. Así volveremos a poseer nuestra tierra, a sentirla propia, junto al poeta Carlos Suárez Veintimilla:

“Toda esta azul mirada inmensa y alta,

toda esta verde soledad tranquila,

y este silencio tenue y palpitante de la tierra serena que respira,

y esta tierra cercada …

toda esta tierra que no es mía, es mía!”

¿Por qué ir a la universidad?

Por: Ximena Ortiz Crespo

Obtener un título puede aumentar y mejorar las perspectivas de vida de una persona. Con él encontrará una mayor variedad de opciones laborales entre las que pueda elegir, y progresará en la escala profesional. Pero no solamente el que existan opciones laborales más amplias es importante en la vida de un individuo, las estadísticas demuestran que una persona con una licenciatura gana bastante más que la que no tiene estudios superiores. Por otra parte, al graduado universitario le resulta más fácil acceder a un empleo y mantenerlo. La universidad es importante por muchas razones adicionales, entre ellas, el ingreso económico a largo plazo, la estabilidad laboral, la satisfacción profesional, el sentido de identidad y mejor desempeño fuera del trabajo.

La universidad ayuda a los estudiantes a reforzar su confianza en sí mismos y a adquirir independencia, pero también a desarrollar habilidades como la comunicación, la presentación, la capacidad de resolver problemas, la organización y la priorización de tareas, al tiempo que mejora su capacidad para trabajar en equipo.

La universidad es también una oportunidad para establecer contactos –incluso laborales y profesionales– para toda la vida, con compañeros de diferentes orígenes y culturas, así como la ocasión para adaptarse a un nuevo lugar en el que los estudiantes se sienten cómodos y apoyados durante su estancia.

En la encuesta informal que realicé hace dos semanas entre estudiantes del sexto semestre de una universidad pública de Quito es claro el rol que la universidad tiene en su vida. Paola dice: “para mí la universidad es todo. Aquí me encontré a mi misma”. Por su parte, Karol manifiesta: “la universidad me permitió sentir como si me hubieran abierto las puertas de un inmenso mundo de posibilidades”. Jorge, mientras tanto, afirma que sus dotes de liderazgo afloraron en la universidad, y eso le permitió relacionarse con líderes de otras universidades. Para Jonathan sus amistades universitarias son una fuente de regocijo y expansión.

Los estudiantes de la encuesta dicen que poder elegir una carrera porque disfrutaron una asignatura en el colegio les ha permitido profundizar en un campo del saber que les gusta. Además, plantean que muchas de las carreras que les apasionan, como pedagogía, trabajo social, medicina, enfermería, arquitectura, derecho o farmacia, no pueden ejercerse sin un título profesional.

Para los estudiantes de provincias que participaron en esa encuesta vivir de forma independiente ha fomentado un mayor nivel de responsabilidad frente a sus vidas.

Algunos estudiantes comparten con entusiasmo las experiencias que les ha proporcionado la universidad al animarles a “internacionalizarse” y experimentar otras culturas. Esto ha sido decisivo para la formación de su carácter y les ha ayudado a pensar en lo que significa ser ciudadanos globales con las características de flexibilidad, respeto, e inclusión que esa ciudadanía conlleva.

Un tema que los estudiantes consideran muy enriquecedor en su vida académica es el haber podido adquirir experiencia en actividades de vinculación con la sociedad. Ir a barrios, visitar comunidades, trabajar con niños, hacer prácticas preprofesionales ha sido causa de disfrute, sin perder de vista que ha impulsado su empleabilidad a futuro.

Susan Bogle de la Universidad Southern New Hampshire, de los Estados Unidos, en su artículo sobre las razones por las que los jóvenes deben ir a la universidad, cita el resultado de varias investigaciones para afirmar que las personas con título universitario, en comparación con las que tienen un diploma de secundaria como máximo nivel de educación, conocen mejor el manejo del dinero, poseen una cuenta bancaria y son menos propensos a utilizar préstamos con altas tasas de interés; tienen más probabilidades de ser propietarios de una vivienda; les interesa mejorar la vida de la sociedad y de las personas que les rodean; participan en organizaciones de la sociedad civil y votan en las elecciones.

Después de esta reflexión sobre la importancia para la persona de asistir a la universidad, deberemos reflexionar sobre la importancia trascendental que tiene para el país el tener una población con formación universitaria, y buscar respuestas a ese clamor ciudadano sobre el libre ingreso a la universidad. Hoy, sin embargo, nos duele constatar que hay jóvenes que se están retirando de la universidad pública por no tener las condiciones económicas y tecnológicas mínimas para permanecer en ella.

Concluyamos: ir a la universidad es transformar la propia vida. La universidad garantiza la existencia futura del individuo y del país.

Migrantes sin salida

Por: Ximena Ortiz Crespo
En medio de todos los males que nos aquejan, los nuevos contagios, la falta de certidumbre en las elecciones, la masacre de presos, se nos añade la situación de los migrantes venezolanos en Huaquillas. Son personas que quieren llegar a Perú y Chile cuando en esos países se les cierran las puertas. Nuestro país se convierte así en un país de tránsito, que no tiene cómo ofrecerles un lugar seguro. El alcalde de Huaquillas hace un llamado desesperado porque no sabe qué hacer con tanta gente en las calles sin poder ofrecerles lo que requieren: techo, cama, comida, atención sanitaria.

Ya había sucedido una situación semejante en agosto de 2018 cuando Ecuador puso como requisito un pasaporte a los migrantes, y los que intentaron pasar se quedaron al sur de Colombia: miles de venezolanos varados después de que se impusiera esta nueva restricción de entrada a nuestro territorio.

Perú inició a finales de enero de este año una movilización de medio centenar de unidades blindadas y motorizadas del Ejército a lo largo de los 158 km de frontera con Ecuador en un intento por controlar el ingreso de inmigrantes indocumentados. Imágenes del despliegue militar, en el que participaron cerca de 1.200 efectivos y más de 50 vehículos militares, se volvieron virales. El gobierno del Perú adujo que el cierre de frontera estaba destinado a detener la entrada de venezolanos indocumentados y posiblemente contagiados de COVID-19.

Lo cierto es que al menos mil migrantes se quedaron a este lado de la frontera. Los venezolanos no siempre poseen documentación en regla, y entre ellos se encuentran mujeres embarazadas y niños. Esta situación se convirtió en una emergencia humanitaria, pues a los migrantes varados en un país de tránsito se les puede negar el derecho a permanecer legalmente, pero no pueden regresar a sus países de origen debido a la inseguridad continua a la que tendrían que enfrentarse. Los migrantes pueden volverse indigentes y vulnerables a los abusos, por lo que requieren protección y asistencia.

En el año 2018 la Defensoría del Pueblo del Ecuador hacía un llamado a las autoridades ecuatorianas para proteger los derechos humanos de los migrantes, recordándoles que la Constitución de la República del Ecuador “incluye el reconocimiento del derecho a migrar y la prohibición de criminalización de la movilidad humana (art. 40); reconoce la igualdad de derechos entre personas ecuatorianas y extranjeras (art. 9); prohíbe la discriminación por condición migratoria y origen nacional (art. 11, num. 2), y obliga al Estado a atender situaciones de emergencia humanitaria (art. 41)”.

Afortunadamente a principios de este mes, el Ministerio de Relaciones Exteriores, por medio de su viceministro de Movilidad Humana, Carlos Alberto Velástegui, organizó una mesa de trabajo en Huaquillas en la que se reafirmó el compromiso y disposición de las entidades nacionales y de la cooperación internacional –especialmente de las agencias de Naciones Unidas– para permitir una respuesta integral que proporcione a los migrantes garantías para su permanencia en el país. El gobernador de la Provincia de El Oro y el alcalde de Huaquillas agradecieron por el apoyo brindado para tratar la situación migratoria que existe en su territorio.

Sin embargo, cientos de venezolanos se mantienen deambulando y ocupando parques y otros espacios públicos de Huaquillas ante el temor y la imposibilidad de llegar a Perú. Si bien la medida de cierre de frontera está diseñada para disuadir y prevenir la migración irregular, no necesariamente tiene el efecto deseado. Algunos migrantes mantienen su decisión de cruzar la frontera a pesar de la naturaleza extremadamente peligrosa del intento y aseveran que, al tratar de pasar, han sido blanco de disparos por parte de militares peruanos. Por otra parte, se conoce que el cierre ha multiplicado los pasos clandestinos. Eso aumenta los riesgos, costos y sufrimientos de los migrantes.

El mensaje del Papa Francisco para la 106º Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado está dedicado al drama de los desplazados, que la crisis mundial causada por la pandemia del COVID-19 ha agravado. Se trata de millones de personas que huyen del hambre, de la pobreza y la explotación, entre tantos otros peligros, con el anhelo de buscar un lugar seguro donde poder construir una vida mejor para ellos y sus seres queridos. El Papa enfatiza la trágica condición del migrante, marcada por el miedo, la incertidumbre y las incomodidades, realidad que los cristianos no podemos ignorar. Francisco nos recuerda que ellos, como Jesucristo, se han visto obligados a huir. Y por lo mismo, los debemos acoger, proteger e integrar. Promover la dignidad humana es responsabilidad de todos.

¿En quién se inspiran las mujeres?

Por: Ximena Ortiz Crespo

Si les preguntan a las mujeres profesionales en quién se inspiraron para llegar a ser lo que son, casi siempre confiesan que sus madres y abuelas fueron su modelo a seguir. Mencionan también a sus maestras o a personas que les enseñaron el camino. En muchos casos comentan que no tuvieron modelos, pues muchas se ven obligadas a romper patrones y crear nuevos paradigmas mientras viven situaciones impensadas en el transcurso de sus propias vidas.

La figura de mentora resulta interesante para las mujeres. El modelo antiguo de madrinas de bautizo era de alguna manera una forma de encausar a una niña e inspirarla a seguir su ejemplo. Yo misma tuve una madrina maravillosa que siempre me dedicó tiempo para conversar y darme consejos. Y mis maravillosas tías fueron efectivamente mis mentoras, ya que me dedicaron tiempo y me hicieron sentir única. Con todas ellas me sentí respaldada y obtuve fuerzas para superar tropiezos y emprender retos.

Las especialistas en empoderamiento de mujeres dicen que es indispensable que las niñas puedan inspirarse en modelos de mujeres fuertes, talentosas e intrépidas; mejor si ellas están cerca, en el entorno familiar o escolar. ‘Sororidad’ –la nueva palabra que incorporó la Real Academia Española al diccionario hace un par de años– es el equivalente al masculino ‘fraternidad’ y describe la amistad y reciprocidad entre mujeres que trabajan por un mismo objetivo. Las mujeres que apoyan a otras mujeres ejercen la sororidad al servirles de consejeras y guías para la vida.

Sucede, sin embargo, que no hay mucha conciencia en nuestra sociedad de esa relación tan especial e importante para el desarrollo de la vida personal y profesional de las mujeres. El rol de las mentoras es poco común. O porque no hay suficientes, o porque la sociedad ecuatoriana todavía no ha establecido su importancia, o porque las mismas mujeres no se han puesto a reflexionar sobre el apoyo que pueden brindar a las jóvenes. Pero ese panorama debe cambiar, no solo porque es importante para la generación actual, sino también para las que vengan después.

Las jóvenes necesitan modelos a seguir que sean visibles, que sean líderes seguras, competitivas y fuertes. Las mentoras ayudan a desarrollar la autoestima de sus pupilas, a que ganen confianza en ellas mismas y a que se mantengan activas y comprometidas en estudiar, prepararse, ser constantes y luchadoras, en definitiva, a buscar ser mejores.

“Ver para creer”. Las mentoras que tienen una vida profesional exitosa –especialmente si cuentan a las más jóvenes sus historias de vida– se vuelven excelentes ejemplos de lo que pueden lograr las mujeres. Es más fácil para las jóvenes soñar en grande cuando tienen cerca a una mujer de carne y hueso que les muestra que es posible tener el control de su vida.

A muchas chicas les encantan las matemáticas y las ciencias, les gusta el fútbol o la natación, pero se alejan de sus intereses porque esas disciplinas están dominadas por los hombres, se sienten intimidadas y les preocupa que las juzguen o se rían de ellas. Las mujeres que están en “profesiones para hombres” pueden abrir las puertas a las jóvenes, quienes al ver su experiencia con seguridad decidirán luchar por sus intereses.

Una mentora entiende los problemas de las chicas jóvenes: ha experimentado las presiones que enfrentan las mujeres ya sea por haber roto con los roles asignados, por haber superado sus temores o por haber ido tras sus sueños. Tales desafíos con frecuencia pueden afectar el rendimiento académico, el desempeño profesional, la realización personal, por ello, tener a alguien que sirva de modelo es de gran utilidad.

Las mentoras conocen cómo dar importancia a las relaciones y las emociones. Las jóvenes necesitan mentoras con las que puedan reír, bromear y hablar sobre asuntos serios y no tan serios de la vida. La educación puede ser un desafío muy exigente, pero se convierte en algo soportable y agradable si hay un vínculo personal entre mentora y estudiante. Además, las mentoras, como buenas mujeres que son, son amigables por naturaleza, por lo que pueden asumir el lado humano de ser guía y no ser demasiado exigentes.

Las profesoras que adoptan el papel de mentoras, según las investigaciones, tienen la ventaja de ofrecer diferentes estilos y perspectivas de aprendizaje. A diferencia de sus colegas hombres, pueden salir de su lugar de confort para adoptar diferentes enfoques de enseñanza, lo que es muy provechoso para las y los estudiantes. Comparten con fluidez sus experiencias de vida, valores y actitudes, por lo que ofrecen siempre ideas prácticas y consejos útiles.

Las mujeres que desafían los estereotipos pueden también construir equipos de personas talentosas, poderosas y exitosas. Las mentoras cambian la percepción de los obsoletos clichés de género de que las mujeres son dóciles, débiles y sumisas.

Las mujeres son grandes comunicadoras y pueden guiar a otras a formarse, a emprender, a perder el miedo, a crear grupos de apoyo mutuo y de apoyo social. Son gregarias, por ello saben cómo conectarse. Asisten a eventos (incluso virtualmente) y tienen facilidad para actuar dentro de las comunidades digitales que son un paso para unirse a redes de apoyo para necesidades específicas.

Resumiendo: las mujeres mentoras son un gran apoyo para otras mujeres. Además de compartir su poder, son catalizadoras de las capacidades colectivas para crear cambios y contribuyen a organizar a otras mujeres para mejorar el mundo y volverlo más igual, más pacífico y más próspero para todos.