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El jardín de colibríes

Por: Ximena Ortiz Crespo

En días pasados se inauguró el Jardín de Colibríes Fernando Ortiz Crespo, un esfuerzo de la organización Aves y Conservación para honrar la memoria del biólogo quiteño que investigó –como ningún otro– el comportamiento de los minúsculos y maravillosos quindes. El jardín es un homenaje al maestro que impulsó la educación científica, la conservación y el conocimiento sobre la naturaleza en el Ecuador.

El Jardín de Colibríes es un rincón en el que se han plantado especies nativas que se cultivan en el vivero de la fundación ya mencionada en Alambi, cerca de Nono. Una variedad de arbustos como laretes, acacias, arupos, guantucsillos, pucuneros y yalomanes han sido plantados en este bello jardín que forma parte del proyecto Wayku de recuperación de la quebrada de El Tejar.

El proyecto Wayku –que significa quebrada en quichua– es una iniciativa que ganó los Fondos Concursables del Fondo Ambiental del Municipio del Distrito Metropolitano de Quito y pudo desarrollarse gracias al cofinanciamiento y la intervención de una multiplicidad de actores, entre los que destacan otras entidades del gobierno local, el Ministerio de Educación, los Cabildos de El Tejar y Toctiuco con la participación activa de sus dirigentes y moradores.

Debido a la afectación que han sufrido las quebradas del Pichincha, por el crecimiento desmedido de la ciudad a cuyos pies está, era necesario rescatar la quebrada de El Tejar. Se había vuelto un lugar en donde se acumulaban desechos y escombros, un sitio insalubre e inseguro. El proyecto se dedicó, durante la pandemia, a recuperar el lugar con la participación de los vecinos, con mingas que desalojaron trece toneladas de basura. Mediante historias fantásticas se enseñó a los niños sobre los monstruos de la contaminación del plástico, del vidrio, de la basura electrónica que se estaban apoderando del lugar. Para ello se concientizó, a través de plataformas digitales, a niños y profesores del centro histórico de Quito sobre la necesidad de conservar la quebrada, y se los involucró en la observación in situ de aves y la siembra simbólica de plantas.

Las quebradas de Quito han sido espacios que son producto de la formación geológica de la ciudad ligadas desde tiempos ancestrales a la vida diaria de sus habitantes. Ellas han sido los cauces por los cuales han fluido las aguas de las vertientes del gran macizo volcánico. Los quiteños las han considerado lugares llenos de energía en los que se podía encontrar curación con plantas medicinales; refugio de silencio fuera del bullicio urbano; esparcimiento con baños instalados desde antes de los incas, utilidad con las lavanderías e inclusive lugar para ceremonias y ritos.

A partir de la conquista española, las quebradas fueron rellenadas, embauladas y canalizadas para dotar de agua y espacios más planos a la ciudad. Las tres principales fueron Ullaguanayacu o Chorrera, Huanacauri o San Juan y Pillishuaycu con sus dos afluentes, la de El Placer y de El Tejar. Se crearon una infinidad de puentes para cruzarlas. Cuenta la historia que para llegar a la capilla que construyó un monje santo en El Tejar, los feligreses que vivían al otro lado de la quebrada se colgaban de una soga para atravesarla, lo que obligó a las autoridades religiosas a construir un camino y un puente de madera.

Actualmente, las quebradas de Quito son usadas como basureros o lugar de escondite de gente de la calle, delincuentes y drogadictos. Por ello, el trabajo de Aves y Conservación fue titánico. Era necesario cambiar la concepción que la gente tenía sobre el lugar. Era imprescindible que los vecinos aprendieran a cuidarlo y lo asumieran como propio. En la zona alta de la quebrada, en el barrio Balcón Quiteño, se construyeron caminerías de acceso para que las personas pudieran gozar de un área verde. En la zona baja, se limpió el lugar con la ayuda de un grupo de jóvenes voluntarios del barrio de El Tejar y de la Ciudadela Amazonas.

A lo largo de la quebrada ahora existen setecientas plantas de especies nativas dedicadas a los polinizadores: colibríes, abejas, mariposas y murciélagos. Con esta acción se provee de refugio a estas especies para que puedan reproducirse. Las plantas provienen del vivero de Aves y Conservación que está manejado por mujeres.

Cambiar la historia de la quebrada era uno de los lemas del proyecto. Volverla de nuevo un bosque nativo mantenido por una comunidad empoderada. Para ello se hicieron sendos talleres de fotografía, de observación de aves, de propagación de plantas y de concientización de las ventajas que provee un lugar biodiverso. La idea era vivir en un ecosistema que purificara el aire, mantuviera las fuentes hídricas, produjera carbono y conservara del suelo. En el transcurso del proyecto los investigadores identificaron 83 especies de plantas, 35 especies de aves y una especie de anfibios: la ranita cutín de Quito.

El Jardín de Colibríes y la quebrada de El Tejar seguirán siendo mantenidos por un comité en el que participan vecinos y escuelas de la zona. La Administración Centro del Municipio se ha comprometido a velar por este hermoso parque. La prestigiosa organización no gubernamental Aves y Conservación seguirá acompañando su permanencia y buscando financiamientos. Con seguridad lo lograrán porque, este lugar se convertirá en un atractivo turístico más del centro histórico de Quito.

En medio del momento que vivimos, plagado de incertidumbres, nos sentimos hondamente esperanzados por esta obra en favor de la ciudad. Agradecemos que existan mujeres como Tatiana Santander, coordinadora del proyecto, y Nancy Rodríguez, la educomunicadora, quienes han dejado su piel en lograrlo. Llenemos nuestros ojos con la belleza de la ciudad en que vivimos y encontremos en ella –como lo hicieron nuestros antepasados– lugares de contemplación y esparcimiento. Trabajemos para recobrar la fuerza indómita de la naturaleza.

La democracia en juego

Por: Ximena Ortiz Crespo

Como quiteña que soy, nacida a cinco cuadras de la Plaza Grande y crecida en un ambiente en el que siempre se discutía y actuaba en política, no puedo dejar de estar involucrada en las elecciones que se celebrarán el día de mañana. Yo misma incursioné en este campo cuando se abrían posibilidades de participación de las mujeres como candidatas hace más de veinte años. Por ello, en cada ocasión en la que tenemos que votar se me pone el alma en un hilo. Al fin y al cabo, la democracia vuelve a estar en juego. Veamos algunas de las razones porqué.

  1. Demasiados candidatos a la presidencia: ninguno de ellos llega al corazón de la gente. Dieciséis candidatos son excesivos. Sus propuestas son ininteligibles y tan generales que el electorado no las logra diferenciar.
  1. La forma de hacer política ha cambiado: ahora se reemplazan las caravanas y las plazas llenas de gente con los mensajes en las redes sociales. Dice un informe del Grupo de Ciencia y Conocimiento de la Comisión Europea: “Los cimientos democráticos de nuestras sociedades están bajo la presión de la influencia que las redes sociales tienen en nuestras opiniones políticas y nuestros comportamientos, […] estas plataformas han revolucionado la forma en que experimentamos la política al involucrar a más ciudadanos en el proceso político y permitir que se escuchen las voces de las minorías. […] Pero estas […] también permiten difundir fácilmente mensajes polarizados e información poco fiable. Esto puede limitar nuestras perspectivas y obstaculizar nuestra capacidad para tomar decisiones políticas informadas […] lo que tiene un impacto peligroso en nuestras sociedades democráticas”.
  1. La disolución de los partidos políticos: por mucho que se quiera rescatar a los partidos, la verdad es que no los distinguimos. No vemos ideologías claras, escuelas de formación de jóvenes, divulgación de principios y valores. Lo que vemos son cambios de nombre, colores tomados de otro partido, arriendo de identidades. La estigmatización de los partidos tachándolos de “partidocracia” como si se tratara de una enfermedad, durante los años de autoritarismo, los socavó. Detrás de esa intención de eliminarlos estaba la voluntad de construir un partido único con un líder único. Además, la intervención del ejecutivo en las instituciones electorales virtualmente terminó con ellos.
  1. La pandemia hace sentir a los votantes atrapados: impide que se involucren. Las campañas electorales no han podido invitar a los ciudadanos a participar. El distanciamiento social es también político. La restricción vehicular, la imposibilidad de repartir volantes o de llamar a grandes concentraciones son impedimentos graves para que los candidatos hayan podido acercarse a sus electores.
  1. La situación económica es tan mala que nadie levanta cabeza por estar demasiado ocupado en sobrevivir: estamos en una economía de guerra. La gente está endeudada. No hay flujo de dinero. Eso necesariamente crea apatía política. La población se encuentra en tal estado de vulnerabilidad que necesita esperanzas. Por ello, es fácil creer en promesas falsas y encandilarse con el baratillo de ofertas. Al mismo tiempo que se ha estancado el desarrollo del país, hemos retrocedido por la COVID-19 en las condiciones de nuestra democracia.
  1. Existe desconfianza en el sistema, en los gobernantes y en las instituciones: la gente constata que las autoridades usan la política para su beneficio personal y no para el bien común. Los ciudadanos sienten que solo desalojando a quienes gobiernan mejorarán su situación personal, le darán una lección a los que tienen el poder o al menos los atemorizarán. El estallido social de octubre de 2019 fue claramente una manifestación de la “antipolítica” por parte de los manifestantes que se vio agudizada por la falta de diálogo y el poco tino del gobernante. Al no haber canales para la resolución del conflicto, la protesta hizo retroceder al gobierno de Moreno a tal punto que podríamos decir que, de cierta manera, quienes se manifestaban actuaron como gobernantes, es decir, impusieron su voluntad.

Concluyamos, la educación cívica en todos los niveles tiene un papel fundamental al enseñar sobre la importancia de la democracia y lo que se requiere para mantenerla. Los jóvenes no crecen con un compromiso con la gobernabilidad democrática, por ello, la sociedad debe repensar cómo vamos a educar a los futuros votantes y a los líderes políticos del mañana. Tenemos que vislumbrar lo que podemos hacer para fomentar el tipo de virtud cívica que la democracia necesita para sobrevivir.

La fragilidad de nuestra democracia nos hace ver lo poco que debemos dar por sentado y lo mucho que tenemos que luchar para mantenerla. Eso es lo que hemos aprendido en estos años tan duros. Es una tarea urgente y no puede esperar. Mañana con nuestro voto mostraremos nuestro compromiso democrático.

Ser diferente

Por: Ximena Ortiz Crespo

Dice mi amiga Catalina: Siempre me he preguntado si ese enamorado que tuve a los veinte tenía dificultades para aprender. Es probable que sí. Odiaba el colegio, y yo tuve que hacer lo imposible para que se gradúe en la nocturna. Mientras tanto mi madre cuestionaba mi gusto cuando me decía: “Pero hijita, tú eres tan inteligente, tú sabes más cosas que él, estás avanzando en la vida, y él no lo hace. Parece que no tiene ambiciones. Son tan diferentes ustedes”.

Dice mi amiga Elena: En una ocasión conocí a una pareja. Él, un abogado impresionantemente exitoso; ella, su apoyo más importante. Capté por las conversaciones que tuve con ellos que su historia romántica estaba permeada por la dificultad de que él aplazaba el graduarse cuando eran novios y que ella se escapaba de la casa para ayudarle a estudiar. Los padres de ella habían dicho que no permitirían que se casen a no ser que él tuviera su título universitario. Lo cierto es que ella le ayudó. También es cierto que él no lee ni escribe. Todo lo que aprendió de leyes se lo memorizó. Alguien le lee. Él dicta.

Dice María, mi colega: Un día mi compañera profesora Elizabeth, mientras nuestros alumnos jugaban en la cancha, señaló a uno de ellos y mencionó: “Es claro que este niño tiene un problema relacionado con el autismo, ¿no es cierto?”. Y yo, sin caer en cuenta de la importancia de su pregunta, respondí “¿por qué?”, y ella me dijo: “Mira cómo camina, lo hace sobre las puntas de los pies”. Elizabeth podía diferenciar niños con habilidades diferentes. Se lo habían enseñado en la Facultad de Educación.

Dice Thea, otra de mis colegas: Yo ya había captado que no podía tratar a todos mis alumnos de la misma manera cuando Carlos vino a mi clase de Ciencias Sociales en octavo de básica. Todos sus compañeros me pedían que le hiciera contestar preguntas sobre las capitales de los países del mundo, o sobre fechas o lugares geográficos. No fallaba nunca. Tenía una inteligencia diferente. Y cuando ya habíamos cobrado confianza en la clase, mientras hablábamos de las actividades de las mamás, se refirió a la suya diciendo: “La mía se pasa hablando de los demás”. Todos nos quedamos secos. Casi seguro que era verdad, igual que era probable que este niño, que nunca había sido diagnosticado con Asperger, lo tuviera por su franqueza abrupta y esa memoria fotográfica.

Dice Carlita, otra admirada colega: En el año de graduación, uno de mis alumnos me propuso ser su tutora. Como sabía de su inteligencia, me sentí muy honrada en dirigir su trabajo. Lejos estaba de mí saber que no iba a asistir a sus citas semanales de supervisión de tesis. Siempre tenía un pretexto para escabullirse de ellas. Nunca dejó de entregar los capítulos de su ensayo, hizo una investigación muy valiosa, pero no se reunió conmigo como estaba planificado. Tuve que ser flexible y entender.

Y esta es mi experiencia: Recuerdo particularmente a dos de mis preciosas alumnas que llegaron a décimo –grado en el que debíamos llegar a tareas de mayor sofisticación–. El colegio capacitaba de forma continua a los profesores y tenía vocación para ayudar a los chicos diferentes. La consigna fue apoyarlos con atención personalizada, clases especiales, tareas en casa en las que otra persona debía leer para ellos, y permitirles hacer presentaciones en lugar de ensayos escritos. Las estudiantes en cuestión eran disléxicas; con facilidad entendían lo que la otra escribía; la una tenía habilidades para el modelaje, la otra para las relaciones públicas. Ambas se beneficiaron de modificaciones como tiempo adicional en los exámenes y software para convertir texto a voz. Sus padres y maestros tenían grandes expectativas para ellas y les apoyaron siempre. Están ya graduadas en universidades en las que también les brindaron ayuda.

Dice una de ellas al cabo de años: “Aprendí a contestar en el colegio cada vez que alguien se enteraba de mis diferencias de aprendizaje y me decía: ‘Pero pareces tan inteligente’. Le contestaba: ‘Tener una diferencia no es ser estúpida’”. Y añade: “No significa que no puedas aprender. Simplemente significa que no te han enseñado de una manera en la que puedas entender”. Esto ocurre cuando los profesores y las instituciones educativas no se ponen en los zapatos de los estudiantes. Porque, por ejemplo, el estudiante con dislexia mira unas letras que bailan cuando trata de leer, no puede prestar atención suficiente, cree que nunca pasará de año.

Los maestros que consideran a sus estudiantes tontos o lentos no se han enterado de que las personas con habilidades especiales son perfectamente capaces y con coeficientes normales de inteligencia. Por ello, los educadores tienen la responsabilidad de formarse continuamente sobre las necesidades cognitivas de sus estudiantes para lidiar con las diferencias de aprendizaje y poder dar la atención adicional a los individuos que la necesitan.

Las investigaciones pedagógicas muestran que los estudiantes con necesidades especiales experimentan temor por las dificultades escolares que atraviesan y tienden a tener niveles más altos de preocupación, depresión, soledad y baja autoestima que sus compañeros. Por ello, el apoyo que reciben de la escuela y de sus padres son claves para desarrollarse a plenitud. Es indispensable que las instituciones educativas tengan departamentos enteros dedicados a orientar a profesores y padres de familia.

Pero la realidad es que los estudiantes diferentes –conocidos también como con discapacidades invisibles–, si han tenido la suerte de recibir apoyo en su vida escolar, todavía están lejos de encontrar universidades que, en el Ecuador, puedan atender sus necesidades. El sistema de educación superior todavía no ha creado las políticas para que las instituciones académicas brinden servicios especializados a estudiantes que tienen déficits de atención, auditivos o visuales, discalculia, disgrafia o trastornos del espectro autista. Solo cuando lo haga tendrá todos los parámetros para medir la calidad de las universidades.

El estigma asociado a las diferencias existe y los estudiantes demandan mayor apoyo. Se conoce que en el caso de los Estados Unidos al menos un 10% de los estudiantes tienen diferencias de aprendizaje, y es probable que ese porcentaje sea mayor en el Ecuador. El artículo 47 de la Constitución señala que el Estado garantizará políticas, procurará equiparación de oportunidades e integrará a estudiantes con necesidades especiales por medio de programas diseñados para ellos. Pero deja de lado los impedimentos enormes para el acceso a la universidad de este tipo de estudiantes.

Laura A. Schifter, doctora en Educación y profesora de posgrado de la Facultad de Educación de la Universidad de Harvard, narra su experiencia como persona disléxica y la de otros en el libro ¿Cómo llegaste hasta aquí?: estudiantes con discapacidades y sus experiencias en Harvard. En este subraya la necesidad de que las universidades creen programas que atiendan las diferencias de aprendizaje y brinden asesoramiento para facilitar las adaptaciones académicas de los estudiantes. La misión de programas como estos es identificar y reducir las barreras existentes en el medio universitario y cambiar la actitud de los profesores para propiciar el éxito de los estudiantes con habilidades diferentes.

La educación que logra resultados, dice el PhD Todd V. Fletcher –en su Plan de acción para alcanzar una educación para todos–, es la que permite el acceso y la participación a todos los estudiantes; es una educación que se plantea mucho más que ubicarlos en el salón de clases o exponerlos al currículum diseñado para los estudiantes estándar. Esta educación incluyente se fundamenta en el conocimiento de que no hay alumnos típicos, y se basa en los antecedentes, experiencias y estilos de aprender de cada uno de ellos. Otro educador, Ignacio Estrada, subraya: “Si un estudiante no puede aprender de la forma en que enseñamos, tal vez deberíamos enseñar de la forma en que aprende”.

 

Pobreza y fragilidad

Por: Ximena Ortiz Crespo

Aquellos con medios suficientes para vivir tienen la percepción de que la gente pobre no hace lo suficiente para salir de su vida de estrecheces. La tachan de vaga, ignorante o poco proactiva. En ocasiones, incluso, se oye a personas que deberían conocer mejor la realidad preguntarse: ¿por qué no duermen en camas como nosotros?; ¿por qué vive toda la familia en un solo cuarto?; ¿por qué no se bañan más seguido?; ¿por qué no van al médico?; ¿por qué no comen vegetales?; ¿por qué hay tantas niñas embarazadas?; ¿por qué son obesos?; ¿por qué no se cuidan lo suficiente en la pandemia?

El estereotipo que tiene la gente bien (mejor dicho, de bienes) está permeado de prejuicio y falta de conocimiento. Y perjudica la acción que todos podríamos emprender para equilibrar esa balanza tan inhumanamente desigual en el Ecuador. Ese estereotipo negativo está lleno de desprecio y de falta de cuidado por los demás. Es un muro mental que la gente pudiente se construye (igual que los muros de sus viviendas) para no tener que lidiar con el peor mal que aqueja a nuestro país.

La creencia de que la pobreza es el resultado de carencias personales no toma en cuenta que hemos construido un sistema en el que, mientras unos pocos poseen colecciones de vehículos de lujo o vacacionan con toda la familia extendida por meses fuera del país, hay millones de personas que viven en lugares inhóspitos, no tienen ni agua potable ni luz, ni una dieta en la que haya carne, huevos y leche, y tampoco pueden educar a sus hijos.

Los ministerios de Inclusión Social, Salud, y Educación del país conocen la gravedad del problema y hacen lo imposible por solucionarlo, pero les hacen falta recursos. Saben, por ejemplo, que la falta de nutrientes alimenticios que sufren la madre y el niño durante los mil días (entre el principio de la gestación y los dos primeros años de vida) produce enfermedad y aún deficiencia en la capacidad mental del menor. Para luchar contra la desnutrición infantil países cercanos como Chile y Perú han puesto a trabajar a todas las instituciones de gobierno en un frente común. En el Ecuador es un asunto visibilizado últimamente por la vicepresidenta Muñoz, pero en el que todos los gobiernos quedan en deuda.

Los planificadores que observan el fenómeno de la pobreza la ven desde diferentes ángulos: además de las estadísticas sobre desnutrición, están aquellas sobre el nivel de ingresos, las que la miden multidimensionalmente y las que se refieren a las necesidades básicas insatisfechas. Cualesquiera que sean las mediciones para la toma de decisiones de política pública, todos podemos observar los efectos adversos de la pobreza. Como resultado de la exclusión, adicionalmente, las personas pobres tienen poca confianza en su capacidad para salir adelante, con las consecuencias negativas que esa baja autoestima produce en su salud física y psicológica, igual que en su nivel educativo y profesional.

Los niños criados en entornos de bajo nivel socioeconómico muestran una reducción en su rendimiento cognitivo, en particular en la función del lenguaje, en el control de la atención, y en las capacidades de planificar y de tomar decisiones, lo que afecta su rendimiento escolar. Por otra parte, esos niños se adaptan a utilizar estrategias de corto plazo para hacer frente al estresante entorno en el que les toca vivir. A largo plazo, estas prácticas producen mayor susceptibilidad a las enfermedades que en el resto de la población –lo que hemos constatado con la pandemia–, y mayor predisposición a desórdenes de salud mental, como la depresión y la ansiedad. Todo ello perpetúa el ciclo de la pobreza.

Atacar la pobreza es de vital importancia para el país. En este momento, los efectos económicos causados por la covid-19 producen una crisis nunca antes experimentada. Se sabe que sufriremos un retroceso que nos llevará 14 años atrás en cuanto a desarrollo. La contracción económica del PIB en el Ecuador se predice de hasta menos 10%. El nuevo gobierno deberá enfrentar una durísima situación tomando medidas urgentes para paliar el estado de vulnerabilidad de más de un millón de ecuatorianos. Los organismos multilaterales anticipan, además, que la crisis causará un incremento significativo de la desigualdad social, particularmente en lo que se refiere a las mujeres. En septiembre pasado Alicia Bárcena, la secretaria ejecutiva de la Cepal, planteó que, como efecto de la pandemia, las mujeres de América Latina están en peor situación que los hombres en cuanto a la exclusión y la falta de autonomía económica. Dijo también que el confinamiento ha ejercido, además, un empeoramiento en el estado de salud de las mujeres, pues ellas representan la gran mayoría de personas dedicadas al trabajo informal y a atender a los demás al ser las cuidadoras primarias, remuneradas y no remuneradas. Bárcena añadió: “La violencia contra las mujeres y las niñas es la tragedia de la desigualdad exacerbada en esta pandemia”.

La pobreza, dicen las Naciones Unidas, “es a la vez causa y consecuencia de violaciones a los derechos humanos”. Muchos de los planes de gobierno de los candidatos a la presidencia del Ecuador hablan de la pobreza, pero no la atacan con planes integrales. El deber de quien llegue al poder será hacer un esfuerzo multisectorial para erradicarla, so pena de inestabilidad política, inseguridad y atraso. Crear oportunidades para toda la gente es un imperativo moral para que el ser humano se desarrolle en plenitud. Como dice el Papa Francisco “sostener al débil nos permite lograr la condición para una vida plenamente humana”.

El abuso de autoridad

Por: Ximena Ortiz Crespo

Algunos maestros intimidan a sus alumnos y alumnas como resultado de sus propios miedos, fallas e inseguridades personales que se traducen en comportamientos de menosprecio hacia ellos y ellas. Cualquier razón por la que lo hagan se ve agravada en nuestro medio por el tipo de sociedad en que vivimos: una de jerarquías y desigualdades. Cuando un profesor inseguro alcanza cierto poder sobre otros lo ejerce hasta la saciedad.

Un aula universitaria no es siempre –como quisiéramos algunos idealistas– un lugar de paz y armonía. En ella se refleja la sociedad. Habríamos supuesto que el aula virtual contribuiría a una situación de igualdad entre profesor y alumno. Pero por moderna que parezca, esa aula sigue reflejando el esquema tradicional que aqueja a la educación ecuatoriana: la del profesor que “dicta” la clase, la del dueño del conocimiento que impone las reglas, la del que permite que “benévolamente” el estudiante lo adquiera; en definitiva, la del profesor que asume el poder y la autoridad exigiendo disciplina y obediencia a rajatabla.

El abuso de autoridad se produce en nuestras aulas por muchas razones, y toma varias formas. Para comenzar, la prepotencia del docente sintiéndose mejor que sus alumnos; otra, la del temor que aquel tiene al no dominar lo que enseña; una más, su falta de vocación por la pedagogía; a lo que hay que añadir su inconciencia de que su forma de actuar no es correcta. Estas falencias se traducen, por ejemplo, en el uso de métodos antipedagógicos como los trabajos en grupo, en los que, con frecuencia, el profesor utiliza a los estudiantes para que ellos presenten la clase. El comportamiento del docente tóxico que se maneja entre autoridad y autoritarismo es una imposición de fuerza, un afán a veces desesperado por lograr llenar el currículum exigido. La clase la impone un ser que es dueño de la verdad, del método, de las normas y del orden. Lo grave del manejo del aula por maestros que acosan –dicen los expertos– es que es suficientemente frecuente como para considerarlo como un síntoma de mayores disfunciones institucionales y sociales.

El abuso de autoridad convierte a la clase en un intercambio mecánico en el que prima la desconfianza de parte y parte. ¿Qué otras razones están detrás de ese abuso? Si el profesor no dispone de vocación para enseñar, tiene dificultades económicas, experimenta problemas domésticos, hace un esfuerzo denodado para conseguir un título que le permita avanzar socialmente, mantiene su práctica profesional y la docencia para él es solo una forma de redondear sus ingresos ¿Qué se puede esperar?

La necesidad de cambiar esta forma antigua y dañina de enseñar es urgente. El abuso de poder disminuye los niveles de participación de los estudiantes, pues tienen temor a ser ridiculizados y agredidos. Lo que conlleva baja autoestima y pérdida de motivación por el aprendizaje. Este tipo de conducta daña la integridad psicológica de los alumnos y deja huellas muchas veces permanentes y negativas en ellos. Como dice una investigación universitaria colombiana: “La violencia hacia los alumnos, aparte de lesionar, atropellar, desmoralizar y desmotivar el proceso de aprendizaje, también es un fenómeno que se imita y se repite, al punto que, si no se interviene a tiempo, es el germen para futuros agresores”.

Es imperativo que las autoridades de las instituciones educativas promuevan campañas intensivas para enfrentar la violencia docente. Toda medida para prevenirla y erradicarla debe hacerse desde la capacitación continua de los profesores para el fortalecimiento de sus habilidades sociales, el aprendizaje sobre resolución de conflictos, la práctica de acuerdos de convivencia. Solo así se podrá lograr una educación equitativa, innovativa, en la que profesor y estudiante se enriquezcan mutuamente.

Por otra parte, este complejo problema debe ser conocido, denunciado, tratado y penalizado. Los esfuerzos que hacen universidades como la Central en crear procesos y protocolos para tratar este problema son realmente encomiables y contribuyen a enriquecer al entorno en el que los jóvenes se forman. Se trata de construir espacios en donde prime la confianza, el respeto, la equidad y el buen trato.

Tener la autoridad moral en el aula no es ejercitar control ni obligar a la obediencia. La autoridad nace del reconocimiento y de la legitimidad que se gana el profesor con el conocimiento que tiene sobre su disciplina y con su comportamiento creando contextos afectivos de comprensión y tolerancia. Y eso lo logra con el respeto, la magnanimidad y el interés genuino que tiene por el estudiante.

Mantenernos cuerdos

Por: Ximena Ortiz Crespo

Esa temporada nos lleva a constatar la realidad de que la depresión nerviosa es una condición que experimenta mucha gente y que ha sido producida o agravada debido al encierro. Todas las alarmas se prenden cuando conocemos de personas adultas, de jóvenes y de nuestros mismos estudiantes agobiados por el desánimo.

Pensando positivamente recuerdo que mi padre hablaba sobre la obligación moral de cada uno de mantenerse cuerdo. Siempre elucubré sobre lo que él trataba de transmitir. El mensaje que nos daba era que debíamos poner todo de nosotros para luchar contra las obsesiones, las manías e incluso las fobias. Y él predicaba con el ejemplo. Era cuestión de ponerse a trabajar, amar la vida apasionadamente, aprender cosas nuevas, contactar con la naturaleza, tener hobbies, involucrarse en la vida del país políticamente, reír mucho, cantar, oír música, leer constantemente y un sinnúmero de otras prácticas.

Pero ¿cómo resuelve nuestra sociedad los problemas mentales? En casa, lo primero es acudir a la pasiflora, la lechuga o a la valeriana para combatir la ansiedad. Luego, a los baños relajantes con hierbas. Y, si los remedios caseros no funcionan, siempre se puede acudir a especialistas que pueden establecer científicamente la existencia de desbalances químicos en el cerebro y recetar pastillas para animar o para apaciguar. Entre los que creen en la responsabilidad individual y los que dejan la depresión a factores clínicos hay toda una gama de métodos para tratar los males del alma.

¿Cómo podemos ayudarnos a nosotros mismos?, ¿y cómo ayudar a otros en este encierro que le causa impacto hasta al más tranquilo? Primero, reconociendo que estar sin contacto humano la mayoría del tiempo es muy duro para la psiquis. Más si vivimos en una sociedad como la nuestra que ansía estar en grupo, en la que los padres construyen edificios enteros para tener a todos sus hijos juntos; las familias aprovechan cualquier momento del año para reunirse, y estas se convierten en el verdadero seguro social de sus miembros.

Luego, debemos estar conscientes de que la salud mental es un elemento básico para la vida tan importante como la salud del cuerpo. De no cuidarla nos convertimos en personas inútiles para nosotros mismos y para nuestros semejantes. Carecemos de la estructura para poder actuar y para poder visualizar lo que queremos.

Para los profesores universitarios es especialmente delicado el tema de su propia salud mental y la de sus estudiantes. El Philadelphia Inquirer de la semana pasada dedica una página entera a los impactos de la pandemia en el estado de ánimo de los docentes en sus esfuerzos de transmitir conocimientos. En el país, el número de estudiantes que presenta problemas de salud mental ha aumentado drásticamente en los últimos años, y se ha acrecentado en tiempos de pandemia. Para los estudiantes de primer año, por ejemplo, sus primeros pasos hacia la educación superior siempre han sido un desafío. Se enfrentan a la adultez, requieren autodisciplina, tratan de equilibrar su trabajo académico con las presiones financieras agravadas por el desempleo, y no tienen el bálsamo de construir nuevas relaciones sociales con sus compañeros.

Pero debemos detectar problemas mentales. Las personas que los sufren no tienen disposición de hablar, ya sea por el miedo al estigma, por la preocupación sobre las consecuencias que puede tener el pedir ayuda o simplemente por vergüenza. ¿Qué deberíamos hacer? Asegurarles que es natural que nos sintamos ansiosos y preocupados. Como seres humanos nos gusta la certeza. Estamos programados para querer saber qué está sucediendo a nuestro alrededor y para percibir inmediatamente situaciones que nos parecen amenazadoras. Cuando lo que nos pasa tiene visos de incertidumbre o inseguridad es normal que nos sintamos estresados. Esta reacción de nuestra mente –que está biológicamente programada para protegernos–puede causar todo tipo de estragos. La incertidumbre –dicen los psicólogos–puede disparar en la mente humana recuerdos de tiempos pasados en los que no nos sentíamos seguros. A nuestros estudiantes es necesario advertirles que lo que ya experimentaban respecto a la incertidumbre se agravó, pero desaparecerá con el tiempo, con la vacuna y los cambios que haremos para irnos adaptando a las nuevas realidades.

Para cuidar nuestra salud mental y la de los demás frente a la incertidumbre debemos separar lo que está bajo nuestro control de lo que no lo está. Si seguimos estrictamente los protocolos de seguridad, sigámoslo haciendo. Por otra parte, alimentémonos bien, tomemos suplementos alimenticios, limitemos el consumo de noticias (¿será necesario ver por enésima vez cómo le inyectan la vacuna a una persona tras otra en la TV?). No nos comparemos con los demás. Pensemos que fue muy saludable no organizar ni asistir a eventos familiares o sociales navideños. Dejemos de rumiar y resentirnos porque los hijos cancelaron la cena. Salgamos de paseo a la naturaleza, tomemos sol, sintamos el aire fresco, planifiquemos tiempo de calidad en paseos o reuniones por Zoom con amigos y familiares. Hagamos ejercicio que también ayuda a la salud mental.

Tal vez el mejor bálsamo sea mantenerse en el presente. Tomar un día a la vez. Cuando te encuentres con tu mente rumiando preocupaciones, oblígala a volver al momento presente. Gestiona tu pensamiento. Observa las imágenes, los sonidos, los sabores, las sensaciones táctiles que experimentas en el momento que ocurren, y nómbralas en tu mente.

Es indispensable aconsejar a los chicos que deben mantener el contacto con sus familiares y profesores, y pedir ayuda si la necesitan. Hablar con los amigos de confianza sobre lo que sienten. Y si la ansiedad parece inmanejable, buscar apoyo de un profesional de la salud mental.

Es posible que no comprendamos completamente lo que estamos experimentando emocionalmente hasta que pase la pandemia. En este momento, pongamos nuestra voluntad en superar nuestra ansiedad. Identifiquemos lo que nos pasa interiormente y tomemos acción sobre ello. Contagiemos esa voluntad a la gente con la que nos relacionamos. Respiremos profundo y mantengámonos confiados y conectados. Como decía mi amado padre: es nuestra obligación hacerlo.

Tiempo de retribuir

Por: Ximena Ortiz Crespo

Estamos con la preocupación de qué vamos a hacer el 24 de diciembre. Aún no lo hemos decidido. En años pasados esta época nos tenía ocupadísimos en planificar que la Navidad fuera alegre, divertida, llena de intercambios, bazares, compra de golosinas, visitas a los nacimientos. Las personas más laboriosas inclusive hacían su propias artesanías o dulces para regalar.

El descanso de fin de año estuvo siempre diseñado para recobrar fuerzas para el siguiente año. En Quito, al menos, era proverbial un diciembre en que era imposible hacer trámites, pues celebrábamos el mes entero. Primero las fiestas de la ciudad, inmediatamente el adviento, la novena, los villancicos, la nochebuena y la nochevieja. ¡Qué lejos estamos de ello ahora! No podremos hacer ni la décima parte de lo que hacíamos hace un año. Inclusive porque, además de estar encerrados, no tendremos el dinero para organizar los festejos.

Estamos desconcertados. No sabemos si vamos a celebrar estas fiestas pero nos rehusamos a rendirnos a la realidad. Sabemos que lo mejor es quedarnos en casa y disfrutar de un tiempo diferente de recogimiento, pero nos resistimos. Solo poniendo todo de nuestra parte lograremos quitar de nuestra mente la ansiedad que nos produce no estar con nuestros seres queridos, dar regalos a los más chiquitos, compartir la cena, darnos abrazos. No es realista que hagamos esfuerzos que van más allá de nuestra capacidad, ni añoremos actividades y adquisiciones que requieren que nos pongamos cerca, mientras todas las autoridades sanitarias advierten una y otra vez que este año nos es imposible celebrar la Navidad como solíamos.

Sin embargo, debemos sintonizar nuestro espíritu con el verdadero espíritu de Navidad. Una época del año que nos invita a agradecer por tener salud, por tener un techo sobre nuestras cabezas y un pan en la mesa. Una época que evoca alegría y generosidad.  Una época de sanación espiritual. Superemos nuestra saudade y entremos de lleno a contagiarnos de la época de esperanza que significa el Adviento. Llevemos lo mejor de nuestro espíritu a agradecer lo que tenemos y a compartir. Miles de ecuatorianos pobres no saben si mañana tendrán pan en sus mesas.

Pongámonos en los zapatos de la gente que vive una situación desesperada. Aportando lo que podamos podremos tranquilizar nuestro corazón inquieto. Hagamos que la gente desprotegida sienta que pertenece a una sociedad que la tiene en cuenta. Que los tiene presentes. Nuestra vocación es proteger a nuestro prójimo, deseemos que salgan adelante, que consigan trabajo, que sus hijos puedan ir a la universidad. Que pronto seamos una sociedad equitativa porque cuidamos los unos de los otros.

En una sociedad como en la que vivimos, en donde hay tanta diferencia social, en donde la mayoría de familias está experimentando una pobreza devastadora, en donde miles de niños requieren de nuestra generosidad, aportemos, sirvamos y compartamos nuestro pan. Con Chimborazo, por ejemplo, donde se concentra una gran parte de la población pobre e indígena. Nuestra contribución a través de la página de Facebook de Cáritas Riobamba paliará en algo la situación. Un año extraordinario necesita soluciones extraordinarias.

Juego limpio

Por: Ximena Ortiz Crespo

En estos días todos hemos visto la tele y hemos recordado la excelencia de los goles de Maradona. Hemos visto su sepelio, los grandes esfuerzos del gobierno argentino por usar su figura para comprarse la simpatía de la gente, las reseñas de la vida del astro, sus goles, sus terribles fallas como ser humano, las órdenes judiciales contra su médico personal y su psiquiatra. Pero ¿qué pensamos las mujeres de tanta algarabía? Que no es con nosotras todo ese rebullicio. Pensamos que por el fútbol y en nombre del fútbol se nos dej

Buen porte y buenos modales abren puertas principales

Por: Ximena Ortiz Crespo

Si vas a las tiendas en estos días de pandemia, verás que los dependientes están muchísimo más amables que lo que son normalmente, lo cual nos sorprende, porque estamos acostumbrados a que no nos hagan mucho caso y en ocasiones hasta nos traten con displicencia. ¿Cuál es la explicación de semejante cambio de comportamiento?, debe ser que están vendiendo poco y que agradecen que llegues al almacén en que trabajan y les permitas mantener su puesto.

Lo que me lleva a pensar cuánto hacemos para explicar a nuestros estudiantes la importancia del buen trato. El comportamiento “mal educado” no solo es malo desde el punto de que no te ayuda a conseguir trabajo y mantenerlo, sino que es una regla de oro en la vida. Es indispensable enseñarlo en las aulas, más aún siendo como es el maltrato, un problema creciente en nuestra sociedad. Es importante recalcar sobre este tema en la clase, como una de las condiciones del futuro desempeño profesional.

En un estudio de la Universidad de Florida publicado en el Journal of Applied Psychology, el autor principal Trevor Foulk advierte cómo la descortesía cotidiana puede extenderse al entorno laboral y cómo impacta negativamente en el trabajo y en la sociedad. Una persona tosca puede dañar la energía de una oficina, un jefe socialmente inepto puede mantener a sus subalternos en un hilo haciendo comentarios inapropiados o con actitudes que crean tensión. La descortesía también puede conducir al bajo rendimiento en una empresa, a pérdidas de tiempo, a mayor rotación de personal, y a que todo un departamento tenga mala reputación.

¿Qué debemos enseñar a nuestros estudiantes?  Al menos las reglas básicas. ¿Y cómo?  a medida que nos conocen, a través de modelar. Para ello, llegar a tiempo, decir buenos días, gracias, por favor. La cortesía  es base de una comunicación existosa;  es necesario recalcar a los estudiantes la importancia del buen trato en lograr un excelente desarrollo profesional. El propósito del buen trato es construir relaciones positivas que permitan que nuestros entornos funcionen de la mejor manera. Por ello el profesor deberá motivar permanentemente a los estudiantes a llevarse bien entre ellos, a alabar logros individuales, a motivarse el uno al otro, a respetar los roles del trabajo en equipo. Y por cierto, deberá también motivarlos para no dañarse unos a otros esparciendo rumores y calumnias.

Nuestra sociedad ecuatoriana, tiene hábitos arraigados que necesitamos cambiar porque son extremadamente dañinos para el tejido social. Uno de ellos es no escuchar, otro oponerse sin argumentos a lo que piensa el otro, otro criticar de forma insultante. Muchos de esos hábitos provienen de la falta de educación y de las injustas jerarquías sociales que son un caldo de cultivo para el resentimiento, el odio y la grosería. Basta con adentrarse en las redes sociales para encontrarlas cargadas de animosidad.

La falta de cortesía ocurre con frecuencia también dentro de la clase, en las reuniones por internet. Es necesario imponer guías de comportamiento en nuestras sesiones con los estudiantes. Se debe pedir, por ejemplo, que participen con las opciones presenciales y muestren sus caras, que no las oculten mostrando una foto congelada. Para ello deben estar presentables, atentos, responder a las instrucciones que dan los instructores.

El lenguaje corporal lo dice todo, especialmente la expresión facial. Si experimentas desatención o falta de compromiso con las clases por parte de uno de los estudiantes será necesario contactarlo inmediatamente después de clase y abordarlo privadamente. Las grabaciones de las sesiones son ideales para demostrar la falta de atención o de comportamiento. Y el profesor debe llamar la atención a aquellos que transgredan las normas antes de que se creen confusiones o sentimientos negativos en el resto de estudiantes. El lenguaje en que nos comunicamos con los estudiantes es una forma de imbuir buen trato y buenos modales. Los textos que se intercambian por correo o WhatsApp deben ser de redacción clara y lenguaje apropiado. Es muy fácil ser malinterpretado cuando se utiliza la comunicación escrita, justamente porque no se puede ver la cara o el tono de voz del interlocutor/a. Por ello, será necesario solicitar a los estudiantes que envíen sus mensajes en frases completas, bien construidas y no respuestas cortas hechas al apuro. Hay que sancionar la burla o el sarcasmo que no tienen lugar dentro de las comunicaciones académicas.

Es mucho lo que se puede enseñar respecto a los buenos modales de forma remota, por Zoom, Teams y otras plataformas.  Los profesores universitarios deben crear reglas para las sesiones de clase, muy parecidas a las de una clase presencial tradicional. En el contrato inicial de clase deben explicitarse las expectativas respecto a la  puntualidad, vestimenta, prohibición de comer o fumar, uso de computadora y otros.

Utilicemos las herramientas que tenemos para que nuestros estudiantes puedan ser exitosos en su vida de trabajo. El aula virtual es una gran oportunidad para guiarlos para que puedan desenvolverse en relaciones laborales respetuosas cuando estén ya en su vida profesional.

La autora Amy Bernstein en su artículo “Pórtate bien” del Harvard Businees Review lo resume: “En una época en que las oficinas han cedido paso a la mesa de la casa, en que los dispositivos electrónicos nos mantienen en constante comunicación, y en que los límites entre nuestra vida profesional y personal se están disolviendo, necesitamos más que nunca las reglas de la urbanidad y del comportamiento apropiado. Después de todo, son los códigos de conducta los que nos permiten vivir y trabajar juntos con mayor facilidad, fomentan las buenas relaciones y reducen las fricciones sociales que impiden nuestra felicidad e incluso nuestro éxito profesional.”

Fogón y hogar

Por: Ximena Ortiz Crespo

Me encantan las maquetas miniaturas de cocinas antiguas o las que se cuelgan en las paredes y reproducen aventadores, ollas de barro, cocinas de carbón, cedazos de crin de caballo, piedras de moler, morteros, pailas de bronce, cucharas de palo, canastas de carrizo.

Es muy grato evocar los trastes y las texturas. Y más aún acordarnos también de los sabores de comidas que no hemos probado desde hace mucho tiempo, como el cariucho, el chapo, la máchica traposa, la timbushca o el puchero. ¿Pero por qué será que al cocinar ahora evocamos esas cocinas de antaño? Seguramente porque se nos vienen los olores y sabores de nuestra infancia feliz. Nos acordamos de la familia, de las costumbres. La nostalgia evocada por los aromas de los alimentos nos traen de regreso al calor humano, al afecto, al hecho de que somos la continuidad de maneras de ser y de vivir.

Hemos cambiado mucho en nuestros hábitos culinarios tanto en lo que se refiere a utensilios como a insumos y formas de preparar alimentos. Ahora tenemos asistentes de cocina y todo tipo de aparatos que nos facilitan la vida; además, hemos añadido muchos y nuevos ingredientes a la dieta. Nuestro vocabulario sobre formas de cocinar también ha cambiado. Antes se “paraba” la olla, se hervía o se freía, ahora debemos usar toda una gama de sofisticados términos, a lo que se refieren los programas de TV, como escaldar, brasear, blanquear, clarificar, flamear.

Las mujeres actuales no requieren cuadernos heredados de sus madres para tener recetas ni libros manchados que pierden sus hojas mientras los usamos. Les basta con ir al celular para encontrar variadas formas de preparar alimentos, con recetas que no aluden a una “pizca” o a un “manojo”, mientras disfrutan de una deliciosas variedad de infusiones llenas de sabores y aromas. Igual toman ñachag y horchata, como Bencha y Earl Gray.

La cocina actual es un lugar abierto que propicia el encuentro. Es un lugar lleno de luz y bullicioso en el que la familia comparte y pasa mucho tiempo. La preparación e ingesta de los alimentos sea hace de manera más fácil. Nuestros sabores actuales tienen –casi– una gama infinita.

¿Y por qué nos habremos puesto nostálgicas? Porque disfrutar de las añoranzas nos ayuda a encontrar significado a nuestras vidas, pues nos permite volver a experiencias pasadas de felicidad y alegría que apuntalan nuestras percepciones del presente. Los aromas y sabores de antaño, que de repente nos sorprenden mientras cocinamos, provocan recuerdos del espacio íntimo de nuestro hogar natal; nos traen pensamientos, sentimientos, imágenes de momentos por los que tenemos nostalgia y que nos encantaría reproducirlos.

En los días, semanas y meses de distanciamiento y peligro que tenemos por delante, cuando un recuerdo feliz aparece al azar en nuestra mente, no lo descartaremos como si fuera una distracción trivial. Conservar el recuerdo y disfrutarlo nos proporciona un escape temporal hacia un pasado más sencillo y, lo que es más importante, nos ayuda a afrontar un presente complejo e incierto. Las memorias gratas apoyan nuestra autoestima, nos dan optimismo, nos permiten conectarnos de nuevo con nuestra familia. Así medimos el tiempo y el progreso de nuestras vidas y así encontramos significado para nuestra precaria vida actual. Al fin y al cabo hablar de “fogón” y “hogar”, que tienen el mismo origen y significado, nos remiten a un lugar seguro.