Todos los hombres políticos, todos los moralistas, todos los idealistas que se propongan sinceramente llevar a cabo transformaciones sociales en el país, deben tener muy en cuenta una operación esencial: mejorar la inversión en educación. Un pueblo educado no haría caso a la manipulación de la emotividad, a las tendencias pasionales, al engatusamiento y la demagogia.
Como es sabido, todo cambio radical presupone el desarrollo de nuevos sistemas de pensamiento, nuevos «intelectos», nuevos «valores», nuevos modelos culturales con que sustituir los esquemas tradicionales.
Hay que plantearse, por consiguiente, la instrucción, la educación y la cultura en términos enteramente nuevos, sin pasión y guiados por un espíritu racional: así es como conseguiremos expresar, con una claridad absoluta, lo que conviene poner en práctica para acelerar una transformación coherente del hombre y de un mundo en perpetua evolución.
Con una mejor educación, especialmente en valores, con equidad, eficiencia y justicia distributiva, el Ecuador sería diferente. Con educación y cultura construyamos jóvenes con espíritu libre que rechacen vivir como esclavos.
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