Por: Ernesto Salazar
Los que conocemos a Pedro Reino sabemos que él es varios personajes en un solo cuerpo: lingüista, historiador, literato, folklorista, fotógrafo, antropólogo, profesor universitario, académico y cronista de la ciudad, que acabó enredado en una febril pasión por escribir todo lo que la gente debe saber, tanto de su terruño (Ambato y la provincia de Tungurahua), como de la historia política y social del país, siempre arreglando entuertos y revisando las inveteradas mentiras de la historia. Su investigación lingüística, en cambio, gira en torno a nuestras lenguas precolombinas y la relación de las lenguas actuales con los substratos lingüísticos del pasado. Y cuando baja de la nube lingüística, Pedro es un derroche de historia novelada, transformando los viejos documentos de archivo en historias vibrantes para el gran público.
Les menciono algunos títulos suyos, tomados al azar, como “Leyendas y creencias de Tungurahua” (1993), “Apuntes para la etnohistoria de Tungurahua” (2005), “Documentos para la historia colonial de Tungurahua” (2009), “Perfiles genealógicos de Quero” (2002), “Mazorra, las voces de mil calaveras” (2009), “Semiótica y antropología en las vivencias del Ecuador colonial” (2005), “Memorias de Pillaro colonial” (2001), “Los Panzaleos visión histórico lingüística” (1988), “Los actos de habla” (1990), etc, etc, etc y etc… porque nuestro intelectual ambateño tiene alrededor de … 200 publicaciones! Sin contar con los numerosos posts en el facebook, seguidos y felicitados también por numerosos lectores. Ergo, Pedro Reino tiene fans.
Una de sus obras recientes es “Baños de Agua Santa en las incursiones al Oriente ecuatoriano. Documentos históricos” (Maxtudio, Ambato, 2021) que representa un hito importante en la investigación de este lugar de fama turística internacional. La mayoría de obras existentes sobre el tema son monografías cortas sobre los principales aspectos de la ciudad referidos sobre todo al corte violento de la cordillera por el río Pastaza al abrirse a la selva, el Tungurahua y su historia volcánica, la presencia y veneración de la Virgen María patrona del lugar, y la historia misma del pueblo Baños, generalmente con información antigua repetitiva.
En este contexto, la obra de Reino, cronista vitalicio de Ambato, es una novedad porque aborda la historia de Baños desde un punto de vista inesperado pero muy efectivo, como es la investigación documental de archivo, siempre por supuesto con la tónica del autor de revisar lo dicho y lo no dicho. El libro es de excelente presentación, de 291 páginas, en formato grande, (27 x 21 cm) con sobrecubierta elegante y texto profusamente ilustrado a color, en gran medida con fotos del autor.
De tiempos de la Colonia, desfilan todos los tipos de personajes y en todas las actividades posibles, con su respectiva fecha, y bajo acápites atractivos para incentivar al lector: El cacique Punina de Quisapincha compra estancia en Juibe (1620), Poder de Lucio de Mendaño (1610), hija de Antonio de Clavijo no tienes gana de morir (1643), Aguacatales, cañaverales y trapiches en El Pingue (1661), Alvaro de Clavijo y Pedro Durán venden desde Río Blanco hasta Rio Verde (ambos en 1661), Cabras en Puela al pie del Tungurahua (1662), Magdalena Sánchez va a morir en el trapiche de San Antonio de Patate (1683), Plata y ropa para Nuestra Señora de Agua Santa (1683), Un compadre del General Palomino Flores (1693), Domingo de Cherre, alcalde de Riobamba y su testamento (1693-98), censos y capellanías, una acequia para el convento de Los Baños (1699), Indios numerados de Antonio Palomino Flores (1744), el Padre Burgasse, cura de Baños (1745), Pedro Fernández de Cevallos hace testamento para viajar a Canelos (1775), Heroínas de Baños insurrecion de 1780, Dos tenientes deudores (1805), Pleito por la hacienda Agoyán (1837-1842), Mala fe de Francisco Flor 1837, Censo de Baños 1836, etc, etc.
Luego viene una segunda parte de hechos más recientes, cuyo tema principal son los caminos de Ambato o Baños hacia el Oriente, básicamente Canelos y alrededores, incluyendo a Puyo, con testimonios de los propios viajeros, comenzando con la primera exploración de 1846 en la que Pedro Reino Robalino, padre del autor, participó en la Comisión al Oriente ordenada por el Presidente Vicente Ramón Roca con el objeto de ver la factibilidad de una vía hacia Canelos. Bellas páginas ciertamente para los que amamos la literatura de viajes y el temple de los viajeros de antaño: como Don Rómulo Balseca Paredes, que iba “sorteando los precipicios, yendo con largas varas fueteando y espantando a las culebras, que abundaban por Rio Negro” (1930). O como Don Juan José Morales Mayorga (1932) que comía bien para resistir la jornada: “En mi época comíamos caldo de papas chinas, camotes, máchica, morocho molido en piedra, cauca, tortillas de maíz hechas en tiesto, y las coladas hechas de polvo de alverja, de haba o de almidón de achera. Con eso nos alimentábamos para los viajes”.
En fin, un libro de historia local que Baños necesitaba desde hace buen tiempo, más aún cuando hay estudiosos de ciencias sociales y visitantes nacionales y extranjeros que buscan información nueva sobre este insigne lugar de nuestra geografía. De seguro, servirá de estímulo para futuras investigaciones, sobre todo de sus orígenes, donde hay una laguna de conocimiento de no menos de un siglo para etnohistoriadores y arqueólogos. Felicitaciones, estimado Pedro, incluyendo la positiva opinión de la obra que tuvo mi fenecida esposa, Myriam Ochoa, de cuya amistad con usted aprendí a valorar su contribución intelectual al país.