Las encuestas

Por: Luisenrique Coloma

Hay mucha gente que se está frotando las manos y especulando acerca de la respuesta de la ciudadanía en lo referente a si desea o no que se la consulte sobre la reelección presidencial. Porcentajes van y porcentajes vienen; cálculos, adivinanzas, profecías, apuestas y un sinnúmero de comentarios, positivos unos, negativos otros. Que las encuestas así, que las encuestas asado; que esto dice la gente porque ya está cansada y ya no aguanta más.

Podemos escuchar o leer cómo ciertos personajes de los medios de comunicación, respetables algunos, lo contrario los otros, ya dan por hecho que, de haber una consulta popular, el NO a la reelección sería el seguro triunfador; el NO es el vehículo que nos transportará, en reversa, hacia lo que sueñan, hacia lo que añoran: el volver a ese pasado ignominioso y perverso con el que hemos vivido por casi dos siglos de vida republicana, con escasos períodos de excepción.

Si quisiera dar una dirección precisa, segura a una encuesta, el camino o el método no es difícil; si por ejemplo, quiero confirmar que la religión católica es la que predomina en el Ecuador, puedo dirigir mis preguntas a la gente que sale de misa a distintas horas y en diferentes lugares y, por consiguiente, el resultado será el que yo espero, y sin ninguna dificultad. Si deseo ratificar que el Barcelona de Guayaquil es el ídolo indiscutible del fútbol ecuatoriano, la encuesta debería ser realizada entre la “fanaticada” barcelonista diseminada en todo el país. Eso sí, en los dos casos expuestos, debería también realizar la encuesta entre una mínima cantidad de personas que no estarían de acuerdo con lo propuesto.

En consecuencia, si mi meta es realizar una encuesta en la que el público consultado se pronuncie a favor de la realización de la consulta sobre la reelección presidencial, por ejemplo, sin temor a equivocarme, sabría a qué clase de personas entrevistar. Al igual que en los ejemplos anteriormente citados y para el disimulo, haría las indagaciones a la parte contraria, con el fin de obtener un pequeño porcentaje en contra de lo planeado. Con los medios y el personal con que cuentan las encuestadoras, esto sería pan comido. Si sigo al pie de la letra lo que he tramado, el resultado me saldría a pedir de boca; es decir, el que yo quiero obtener para dar a conocer a los medios de comunicación colectiva, y con esta información manipulada, dejar satisfechos a mis clientes.

Con ayuda de los bancos de datos, en los actuales momentos no es difícil enterarse a qué partidos o movimientos políticos pertenecen los votantes. En esos bancos constan datos como nombres completos de personas, números de cédulas, direcciones domiciliarias y firmas de los potenciales electores de cada organización. Por tanto, los altos porcentajes tan cacareados, no deben ni pueden ser creíbles.

Así las cosas, ¿no sería más prudente y democrático acudir a la encuesta verdadera, la de las urnas?; ¿a la de los resultados reales y definitivos, en la que el pueblo sea quien tenga la última palabra? En esta encuesta, sería el votante el que con su voto libre y soberano, elija el próximo presidente de la república.

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