Deudas de Lucas Espinoza de los Monteros, cura propio de Isamba. 1747

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Cronista Vitalicio de Ambato

San Jacinto de Isamba, en la vida colonial de Ambato, fue un valle de gran atractivo para la codicia española. Su proximidad al Río Grande de Hambato, la disposición de su terreno, así como la presencia de grupos indígenas tanto nativos como mitimas traídos por el incario, dan testimonio, como en el presente caso, de la presencia de un sacerdote estable, como lo tuvieron Quisapincha o Píllaro. Aquí se edificó una iglesia y se advocó el pueblo al santo protector que resultó ser San Jacinto, un polaco noble que fue llevado a los altares por haber fundado monasterios dominicanos por Suecia, Dinamarca y Noruega; y que murió en Cracovia en 1257.

El sacerdote Lucas Espinoza de los Monteros fue hijo legítimo de Don Francisco Espinoza de los Monteros y de Doña Margarita de San Cipriano Albornoz y Tinocos, que se habían avecindado en la ciudad de Quito. Llega al final de sus días, por lo que se deduce del contenido de su testamento, con mucha humildad y “pobreza”, en comparación a religiosos que en cambio revelan al momento de morir, sus inmensas fortunas.

Debió haber tenido mucho apego a su pueblo que dice: “Estando en casa de mi morada, en el pueblo de San Jacinto de Isamba, en 2 de enero de 1747, con los testigos el maestro Don Hipólito de Villacreses de Ortega, presbítero; Don Phelipe del Castillo, el maestro don Tiburcio de Andrade y Figueroa, ante el notario Santiago Ponce…mando que mi cuerpo sea sepultado en la iglesia de este dicho pueblo, en la parte y lugar que mi albacea eligiere”. Una de las normas de la solemnidad en estos casos era realizar un traslado “con Cruz alta y doble de campanas” para pasar luego a la vigilia del cuerpo presente.

En cuanto a sus bienes tiene “por vía de capellanía lo que constare deberme, de todas las pertenecientes al curato de este dicho pueblo…los réditos que me está debiendo Don Jerónimo de Mera Paz Maldonado, y le perdono 35 pesos de corrido del principal, según una memoria que dejo en poder de mi albacea y heredero”. Recordemos que Don Jerónimo fue nada menos quien presidía el Tribunal de la Inquisición en Hambato.

La deuda más alta que deja es a Don Phelipe del Castillo, de 400 pesos. Le pide que cobre al Capitán Don Alonso López Naranjo, Teniente General del Asiento de Hambato, “por cuenta de los estipendios que está debiendo”. El Teniente General era el que le pagaba los estipendios; es decir, una remuneración acordada “como a cura propio de este dicho pueblo. Mando que mi albacea y heredero ajuste y liquide la cuenta”.

Otras deudas son: al Capitán Don Francisco y Barrola, cerca de 200 pesos. Noventa pesos al Reverendo Padre Fray Melchor de Mendoza, de la Orden de las Mercedes. Dice que Juan Pilamunga le debe 33 pesos, porque había sacado en su nombre, con más un par de estribos, y pide que se le paguen al Alférez Bonifacio Yánez. A una señora Isabel Echeverría le debe 11 pesos. A Bernardo Arias, que resulta ser el administrador de la hacienda de La Viña, le debe 28 pesos. ¿Le perteneció esta hacienda a este sacerdote? Igual pregunta se podría deducir cuando pide “que se ajuste la cuenta con los indios que me han servido y sirven en el sitio de Lligua, según mis libros. Me debe Don Pascual Ronquillo 15 pesos o lo que consta por mi libro, pasándole en cuenta cuatro tercios de tributos que está debiendo al capitán Don Alfonso López Naranjo, por estipendio”.

¿Quién fue el heredero de los bienes y de las deudas? “Elijo y nombro por mi universal heredero al dicho Reverendo Padre Fray Joan Martín Espinoza de los Monteros, mi hermano legítimo, de la orden de Nuestra Señora de las Mercedes, para que herede con la bendición de Dios y la mía”.

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