Por: Dr. Gustavo Vega Delgado
José Peña Ruiz, nos trae un calidoscopio de memorias cuencanas. Relatos, cuentos e historias, siempre untados de nostalgias de aquellos días morlacos que no son más. Abogado, ex profesor y Decano de la Facultad de Jurisprudencia, Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad de Cuenca, conjuez, ministro juez, síndico municipal, se asoma ahora con identidad ciudadana y otros códigos, para cardar, hilar y tejer la malla de la memoria que se quedó entrampada en casas de adobe, calles, zaguanes, aleros, patios y huertos, de la Cuenca de los Andes de Antaño.
La uva se vendimia bien cuando los sarmientos sostienen bien la vid y si el parral crecido finalmente, tornó menos tímidos a los pámpanos que cuando tiernos cualquier helada les agosta. Solo así la uva fermentada llena odres para el éxtasis del olfato y el delirante gusto catador. Manuscritos y borradores son como los pámpanos de la vid, que al madurar se convierten en libros jugosos levantados sobre los enhiestos sarmientos de la información y el conocimiento. Las uvas del tiempo -que nos trae en este serpentín de relatos José Peña- nos transporta a esos fermentos tan arrinconados en el tiempo de la Cuenca añeja y se dejan consumirlas voraz y compulsivamente, una a una, antes de las campanadas de medianoche conforme reza aquel fetiche de fin de año.
Seguir las páginas de este libro, nos devuelve la impronta del olor a paja toquilla, al pan nada ácimo de Todosantos, a los aromas de cañaverales y sus templos dionisíacos, las cantinas, nos remonta a bastones engreídos de personajes importantes, a pelucas y peinetas de matriarcales matronas empoderadas, a sahumerios e inciensos monacales, a tullpas semirurales que encienden y atizan fuegos y amores, además a la ronca impronta de haciendas, terratenientes, páramos.
Alfonso Cuesta y Cuesta nos obsequió en su libro La llegada de todos los trenes del mundo, cuentos históricos o no, salpicados todos de imaginación. Manuel J. Calle hizo lo propio con sus Leyendas del tiempo heroico. Pablo Palacio cosió nuestra memoria y coció nuestra temperatura con cuentos y relatos duros que preñaron –sin dejar de asustar- la mente de tanto lector ávido.
Los relatos de Pepe Peña, siguen estas sendas con idéntico cometido: acicatear entre certeza e ilusión, las hechuras del pasado. Con personajes salidos de esa magia aislada que vivió la ciudad secularmente, entre beatas y rosarios de la aurora, junto a pesadillas en vigilia de guardas de estanco de alcoholes que sembraban pánico cual abusiva guardia pretoriana de otrora, la agridulce Cuenca tuvo junto a sus dulces de Corpus, fusilamientos, linchamientos y hordas desplazadas desde su urbe parva para amansar ideologías, cuerpos, almas, emberrinchando fanatismos políticos leudados vis a vis por sotanas y sayales y por charreteras y espuelas.
Con aguda sutileza descriptiva, el hilván de estos relatos, nos prende de tal forma que cumple la función primerísima de la narrativa: pegarnos al papel como hiedras, más allá que sepamos o no previamente el epilogo de cada tema. Como en el drama griego, saber la trama del mito y la historia, ata más a la obra, pues también en el caso de Cuenca, que se apresta a celebrar 450 años de fundación española, amén de sus previos precolombinos –repasar el pasado es parte ineludible de nuestro destino y porvenir.
Noviembre 2006.
(*) En “En la tierra del capulí”. Autor: José Peña Ruiz. Ed. Municipio de Cuenca. 2007
Nota: Este artículo que reproducimos con la autorización del autor, forma parte de su libro “Educación Superior: Obsolescencias, Dignidades, Rebeldías”.
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