Parte 2, Por: Raquel Serur
En el párrafo anterior Bolívar, mediante su propia teoría del ethos barroco y su conocimiento del comportamiento del Capital, inicia su reflexión sobre el Bicentenario haciendo hincapié en el hecho de que se trata no de repúblicas democráticas sino de repúblicas oligárquicas las que han gobernado América Latina a lo largo de estos 200 años.
Bolívar, con unos cuantos pincelazos, describe el comportamiento de estas repúblicas latinoamericanas y, a un tiempo, se duele de lo que describe en una pequeña pieza magistral. Desde luego, como era él, lo hace con una aproximación profundamente crítica y sin concesiones.
Quisiera terminar mi intervención dándole la palabra de nuevo a Bolívar con la lectura de otro párrafo de su tan actual escrito. Esta reflexión por supuesto requeriría de una asimilación pausada de la misma para no correr el riesgo de mal-interpretarlo:
La “Revolución” de Independencia, acontecimiento fundante de las repúblicas latinoamericanas que se auto-festejan este año, vino a reeditar, “corregido y aumentado” el abandono que el Despotismo Ilustrado trajo consigo de una práctica de convivencia pese a todo incluyente que había prevalecido en las sociedades americanas durante todo el largo “siglo barroco”, la práctica del mestizaje; una práctica que –pese a sufrir el marcado efecto jerarquizador de las instituciones monárquicas a las que se sometía- tendía hacia un modo bastante abierto de integración de todo el cuerpo social de los habitantes del continente americano. Bienvenido por la mitad hispanizante de los criollos y rechazado por la otra, la de los criollos aindiados, el Despotismo Ilustrado llegó, importado de la Francia borbónica. Con él se implantó en América la distinción entre “metrópolis” y “colonia” y se consagró al modo de vida de la primera, con sus sucursales ultramarinas, como el único “portador de civilización”; un modo de vida que, si quería ser consecuente, debía primero distinguirse y apartarse de los modos de vida de la población natural colonizada, para proceder luego a someterlos y aniquilarlos. Este abandono del mestizaje en la práctica social, la introducción de un “apartheid latino” que, más allá de jerarquizar el cuerpo social, lo escinde en una parte convocada y otra rechazada, están en la base de la creación y la permanencia de las repúblicas latinoamericanas. Se trata de repúblicas cuyo carácter excluyente u “oligárquico” -en el sentido etimológico de “concerniente a unos pocos”-, propio de todo estado capitalista, se encuentra exagerado hasta el absurdo, hasta la automutilación. Los “muchos” que han quedado fuera de ellas son nada menos que la gran población de los indios que sobrevivieron al “cosmocidio” de la Conquista, los negros esclavizados y traídos de África y los mestizos y mulatos “de baja ralea”. Casi un siglo después, los mismos criollos franco-iberizados –“neoclásicos”- que desde la primera mitad del siglo XVIII se habían impuesto con su “despotismo ilustrado” sobre los otros, los indianizados –“barrocos”- pasaron a conformar, ya sin el cordón umbilical que los ataba a la “madre patria” y sin el estorbo de los españoles peninsulares, la clase dominante de esas repúblicas que se regocijan hoy orgullosamente por su eterna juventud.
Como ha señalado Roger Bartra1, “las apreciaciones filosóficas de Bolívar Echeverría sobre la historia, sobre el mestizaje y sobre el barroco son ahora fundamentales.”
En conclusión, la amplitud y riqueza del legado teórico de Bolívar Echeverría está aún por descubrirse.
El legado teórico de reflexión y análisis de Bolívar Echeverría está aún por descubrirse. “Sus apreciaciones filosóficas sobre la historia, el mestizaje, sobre el barroco, son ahora –como lo ha señalado Roger Bartra – fundamentales.”
Fue un verdadero roble
Aquí, en Quito Ecuador, sembraron en la FLACSO un Roble en honor de Bolívar Echeverría. El símbolo es perfecto pues eso es lo que era: un roble. Recto, firme y apuntando siempre hacia la luz y no hacia la oscuridad como sugieren algunos de sus lectores.
Su discurso crítico era siempre una forma de ver la oscuridad del bosque, de mostrar desde ángulos distintos, cómo vivimos sumidos en una catástrofe de magnas dimensiones y cómo las sociedades –hasta ahora- se han visto imposibilitadas de reaccionar para sacudirse el yugo capitalista. Mostrar lo negro del bosque no era, y no es, una forma del pesimismo en Bolívar Echeverría. Por el contrario, él pensaba que sólo escudriñando minuciosamente la oscuridad del bosque es que se podría imaginar una modernidad no-capitalista. Para él, los pesimistas son aquellos que piensan fatídicamente que, con todo lo negativo de esta modernidad, no hay otro camino posible por transitar en el mundo occidental moderno.
La aproximación de Bolívar a los acuciantes problemas actuales estaba siempre respaldada por su propia vitalidad, por sus ganas de vivir la vida plenamente, por su capacidad lúdica, por su curiosidad infinita y por una honestidad intelectual a prueba de fuego. Nunca pensó una línea para quedar bien con alguien o para conseguir algo. Por el contrario, prefirió siempre la compañía de una soledad que le permitiera pensar todos los asuntos en libertad, sin otro compromiso que aquel que le imponía su riguroso pensamiento. Esto lo reconocen incluso aquellos que no comulgan con sus ideas pero a quienes estas ideas y esta postura, los obligan, al menos, a cuestionar ciertos aspectos, a mirar la realidad desde otra perspectiva.
Bolívar no quería seguidores de sus teorías. Bolívar, muy sartreanamente, quería que su pluma contribuyera para potenciar la libertad del pensamiento del otro; para sugerir al hombre de acción la pausa reflexiva de su quehacer. Su discurso sobre el saber universitario en la ceremonia en la que recibió la investidura de profesor emérito de la UNAM es un botón de muestra de esta integridad valiente. Lo es también su discurso al recibir el Premio Libertador al Pensamiento Crítico en Venezuela.
En fin, podríamos seguir hablando de los distintos momentos que configuran a Bolívar como un roble del pensamiento crítico pero quisiera tan sólo terminar con unas palabras del hombre para quien su tierra, su Quito querido, era una nostalgia permanente. Él que formó su familia en México, que logró una vida plena en la UNAM y fuera de ella, que hizo suya la ciudad de México y en donde se ganó el respeto de propios y ajenos, vivió una intimidad dividida por el dolor de estar lejos de su tierra como da cuenta su texto publicado en Ziranda y que alude a Joyce y su Ulises:
Imposible regresar a Dublín.
Tal es el trabajo de la nostalgia, que termina por sacrificar su objeto en beneficio del objeto añorado. Uno quiere volver, pero volver es imposible; no sólo por lo de Heráclito y el río, que ya de por sí es implacable, sino porque, transfigurada, la ciudad a la que uno quisiera regresar sólo puede existir en verdad, espejismo cruel, en el universo inestable de la memoria.
Nota: Este texto corresponde al discurso que dio Raquel Serur, en el homenaje póstumo que el Consejo de Educación Superior le rindió al filósofo Bolívar Echeverria, el 14 de septiembre de 2010, en laUniversidad Andina Simón Bolívar.
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