Por: Rodolfo Bueno
En el colegio, Eduardo estudiaba a la maldita sea. Se encontraba en la edad del burro, cuando no se sabe qué se quiere, no se le concede ninguna razón a la vida ni se piensa ni se preocupa por el futuro, por sentirlo inexistente. En ese período todo se complica, no se crece lo suficientemente rápido para ser hombres y ya no se es niño, no se aspira a nada ni se hace nada ni se entiende nada de nada ni se es nada. La Nada es la única realidad que con monótona insistencia se extiende en el horizonte.
Un buen día ganó un certamen de natación estudiantil. Terminada la competencia se le acercó Abel Gilbert, una de las glorias de la natación nacional. “Ven al EMELEC, voy a hacer de ti un nadador¨. Con su ayuda se encontró a pocos segundos del récord nacional. “¡Si sigues así, te hago campeón sudamericano!”, le dijo Abel. No lo logró por la razón que, según Marx, rige el destino de todas las sociedades, por la económica. La empresa donde trabajaba quebró y se encontró acompañado únicamente por sus sueños de llegar a campeón. No se puede nadar cuando no hay dinero ni para comer.
Eduardo buscó empleo en una empresa cuyo dueño era el padre de un amigo suyo. “Sólo hay un puesto libre”, dijo y escribió una esquela, luego se la entregó: “Vaya y hable con este señor. Es una lástima, pero no puedo ofrecerle algo mejor”.
Se dirigió a una gasolinera. El gerente se llamaba Georgino, tendría unos treinta y cinco años, era hijo de emigrantes y lo apodaban cariñosamente Loco, porque, según decían, se le había desencajado el caletre por un frustrado amor. Estaba mal afeitado, desgreñado y fumaba de una gran pipa. Su reluciente cráneo, con tendencia a la calvicie, lo avejentaba. Aparentaba ser un cascarrabias prepotente y patán, pero lo hacía a propósito para que sientan el peso de su autoridad; en realidad era un tipo ameno que hablaba con chirigotas llenas de humor.
Cuando vio la firma de la esquela, entró en confianza y le invitó a tomar asiento. Hacía un calor infernal y él estaba recostado en un sillón con los pies sobre el escritorio, vestido únicamente con sus calzoncillos, y a cada rato gritaba: “Filidor, traeme un tinto”. Éste lo maldecía en voz baja, escupía en la tasa, revolvía el café con sus dedos sucios y se lo traía mostrando en el rostro una sonrisa de inocente paloma.
Don Georgino lo bebía de un sólo sorbo sin percatarse de la asquerosa afrenta que taimadamente ejecutaba el perverso tipejo.
“Escoge el horario que más te convenga”, le propuso extendiéndole un papel en el que había escrito todas las posibles variantes. Eduardo escogió el peor. “¿Acaso eres retardado mental? Te doy ha escoger primero que a nadie y te portas tan pendejo”, le repeló frunciendo la frente en señal de disgusto. “Es el único que me permite ir a un colegio nocturno”, le explicó Eduardo. “¡Carajo! ¿Para qué quieres estudiar? Ni que fueses Cacaseno, la vida ofrece posibilidades más ricas sin necesidad de sacrificios tan cojudos”, le insultó don Georgino. “Puede ser que para usted, no para mí”, dijo Eduardo. Su futuro jefe clavó sus ojos en Eduardo tratando de indagar lo que él sabía. Había escuchado que estuvo casado con La Pelusa, hija de don Pedro Navarro, magnate que rechazaba la heterogamia y nunca lo quiso de yerno por ser solamente el hijo de unos italianos, dueños de un pequeño hotel en el centro de Guayaquil. En cierta ocasión, don Pedro le condicionó a su hija “¡Elige, Pelusa, o el vago de tu marido o la herencia!” La fortuna de don Pedro era respetable. Además de poseer grandes haciendas, controlaba la producción, la comercialización y la exportación de arroz del país y la venta de maquinaria agrícola, negocios que la Pelusa, a la muerte de su padre, debía compartir con su único hermano.
Don Georgino y La Pelusa concluyeron que las amenazas iban en serio; acordaron divorciarse, pero seguían amándose a escondidas del mundo. Si don Pedro le insistía a La Pelusa con un nuevo matrimonio, ella le replicaba: “Jamás les daré padrastro a mis hijos, puedes desheredarme si te da la gana, no volveré a casarme con nadie”.
Cuando don Pedro falleció, la pareja se matrimonió de nuevo.