
Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)
Franz Kafka, 1883-1924, publicó en 1915 la novela corta ¨La Metamorfosis¨, quizá una de sus obras más famosas por las que, incluso a día de hoy, es recordado a nivel mundial. A muy grandes rasgos, dicha historia narra cómo Gregorio Samsa, un joven viajante de comercio encargado de mantener económicamente a su familia, cierta mañana despierta convertido en un inmenso insecto. La obra, que se desarrolla en la casa de la familia Samsa, gira en torno al impacto, las consecuencias y las acciones que emprenden los padres y la hermana del muchacho ante tan extraña alteración física. Además, se puede notar durante su lectura un sinnúmero de mensajes ocultos que deja el autor a través de simbolismos y personajes que intervienen conforme se desenvuelve la trama.
Existen varios comentarios, análisis, reflexiones, contrapuntos, ideas, notas acerca de la obra en cuestión. De igual modo, hay varios textos que exponen, explican y describen lo kafkiano de Kafka, la absurdez de lo absurdo. Por lo tanto, este escrito, evidentemente, no devela la receta del agua tibia; simplemente, expone una perspectiva más, una perspectiva menos en torno a las múltiples cavilaciones que la lectura de este libro puede generar. Sin duda, al pasar las páginas de La Metamorfosis, no solo cambia el protagonista de la historia, sino que aparecen, en el lector, abundantes divagaciones que se quedan allí adheridas en los recovecos más lúgubres de la mente.
Entrando, ya, en materia, es imperativo detenernos a trazar algunas líneas respecto a la amorfa forma formada en la humanidad de Gregorio. Como está dicho, aquella mañana cualquiera, su cuerpo, que de seguro era supremamente delgado, amaneció converso en un ser de estrambóticas proporciones, en un bicharraco. Este término se usa para designar, especialmente, a los insectos pequeños de aspecto desagradable. Para los entendidos del mundo onírico, el bicho posee, cuando menos, tres significantes: preocupaciones que nos acosan, zonas descuidadas del inconsciente o un estado de alerta. En Gregorio estuvieron presentes esta triada de indicios. En primer lugar, su constante inquietud se debe a que todo el peso de la manutención de la familia ha caído sobre sus hombros. De este modo, consagró todos sus esfuerzos y atenciones en procurar que su gente viva dignamente, que no les falte nada; por consiguiente, se abandonó, renunció a sí mismo. Por último, la terrible angustia, en suma, al ininterrumpido ciclo de presión laboral terminarían por crear en él un sempiterno estado de estrés.
Dado el caso de esta malsana y repugnante transformación, más de una corriente psicoanalítica concluirían que Gregorio estaba somatizando; no obstante, a razón que nuestro campo, por fortuna, no es el médico se ofrecen otro tipo de explicaciones. Así, se puede decir que mencionada particularidad es una metáfora que representa la sociedad del ayer y del hoy. Un tipo cualquiera, cansado de su trabajo, harto de pagar cuentas adquiridas a larguísimo plazo, fastidiado de sus cargas familiares, arrepentido de haber seguido el camino establecido; finalmente se transfigura en lo que el medio ha hecho de él: un simple aminalejo. Cabe resaltar que Gregorio, apenas transmutado en insecto y consciente de su cambio, tenía la asfixiante voluntad de ponerse en patas e irse a trabajar. Exactamente igual ocurre en la actualidad, el Hombre coloca, incluso por encima de su salud, las actividades que a fin de mes le serán escasamente remuneradas. Lo gracioso es que ese mismo dinero será utilizado para tratar las mismas enfermedades que el mismo trabajo le engendraron.
No puede pasar desapercibido el rol que desempeña la familia de Gregorio en todo el tiempo que fue víctima de esa posesión animalesca. Cuando los padres y la hermana del joven Samsa hubiéronse enterado de su peculiar incidente, reaccionaron en formas diferentes: desesperación, llanto, cólera, sorpresa, pero con el miedo como sensación compartida. Luego, Grete, la hermana, sería quien tome la batuta, se encargue de alimentarlo y limpiar la habitación de su hermano mayor. Ella era la más apta para los cuidados de Gregorio, ya que su madre no hubiese podido contemplar al hijo en esas condiciones y su padre sentía que debía ser hostil con el pobre animal. Después de algunas semanas, se podía sentir un ambiente medio normal, se había vuelto parte de la rutina tener semejante cosa en uno de los cuartos. Hasta que un improvisto con los huéspedes de la casa -personajes secundarios- terminaría por sacar a flote todas las emociones que se habían reprimido desde la metamorfosis del primogénito.
Es así que, pasada la hecatombe inicial, la familia acuerda una solución para deshacerse, de una vez por todas, de aquel problemilla. Sin embargo, su malintencionado plan no pudo ejecutarse, puesto que Gregorio se les adelantó. Su padre, su madre y su hermana creían firmemente que ese bicho no era Gregorio, que su muerte era un alivio en lugar de una tragedia; por esto, superaron, a mata caballo, la pérdida. El propio día del deceso decidieron mudarse de sitio, olvidar lo acontecido y empezar de cero. Hay que aclarar que, contrario al criterio de la parentela, Gregorio nunca perdió la consciencia, estaba dentro de sus cabales, seguía siendo el que fue, aunque cada vez se sentía menos humano.
Regresando al terreno que nos corresponde, la familia de Gregorio es una analogía del sistema imperante que reina allá afuera. Es decir, en cuanto nos vemos completamente subyugados, maltratados por las circunstancias que implican vivir en esta época, los principales actores sociales querrán, según ellos, ayudarnos, charlatanes de toda clase: mensajeros de la ¨buena nueva¨, políticos, banqueros, coaches, personal trainers y un muy largo etcétera. Más adelante, nuestra presencia les hostigará e intentarán conspirar en nuestra contra, hasta que consigan, directa o indirectamente, liquidarnos. Otro factor a considerar es que, al volvernos bichos sufriremos de contemplaciones agudas y severas miradas de pena, para lo que no existe tratamiento clínico.
A fin de cuentas, llegar al estado de Gregorio puede ser sinónimo de liberación, pues la metamorfosis y la muerte deben ser entendidas como la resolución de este infinito bucle de azares e infortunios al que llamamos vida. Claro está, no se guarda ninguna esperanza en un ¨más allᨠni en ningún tipo de vida eterna. Sencillamente, hoy estamos; mañana, no. Estas y otras percepciones que parecen simplistas, permanecen tras una precoz asimilación de la obra de Kafka. Igualmente, hay que rescatar el maravilloso acto de escuchar por sobre hablar. En el libro tratado, gracias a la incapacidad de musitar de Gregorio, se hace alusión a la importancia de callar y darse cuenta de lo que realmente dicen los demás.
Todo esto mientras afuera de casa se empieza a percibir un olorcillo mercantilista por el viernes negro navideño que intenta, con sus olores a inciensos y velas, darle sentido al sentir colectivo para hacernos olvidar el eterno sufrimiento terrenal. Una postrera observación para cerrar estas líneas: pese a que cada ser es único e irrepetible, debe decirse que no somos más que la unión, casuística y muchas veces no deseada, entre un veloz espermatozoide y un fecundo óvulo. No hay milagro en ello, ni un propósito de vida. Ostensiblemente, persisten varios planteamientos que no se han mencionado referido a La Metamorfosis, ni al existencialismo en sí; tal vez queden para una próxima, lejana o no, entrega.