Paco Godoy: un pianista formidable

“La vida, para quienes tienen oídos para oír, es una sinfonía”, dice Anthony de Mello.

RVDA. M. María Eugenia Valdivieso Eguiguren-Dominica

La música, en Paco Godoy, es un espléndido aliento de vida, es una vocación. En la composición de sus partituras y en la apasionada ejecución de su inmenso repertorio, ha llegado muy lejos.

Abarca en melodías, toda la gama del sentimiento humano, como si estuviera acunando el sueño tranquilo de un niño. Sobre el teclado del piano, es un peregrino iluminado, que va recogiendo los arpegios de todas las alegrías, el gemido letal de todas las nostalgias, el vértigo de la pasión que no se cura sino en clave de fe, porque Dios es la armonía infinita. A quienes hemos logrado el privilegio de escucharlo, nos regala una esperanza que ilumina; nos conduce a un equilibrio interior tan puro y sereno como la claridad de las auroras que inician su canto a la vida. O nos sumerge en la contemplación apacible de las noches oscuras que, de repente, al conjuro de las notas que se desgranan por el teclado negro de las ilusiones blancas, van trocándose en noches cuajadas de luceros.

Es sobre el pentagrama donde Paco Godoy se revela: soñador, altamente inspirado pianista a lo grande, marcado con un signo de valores trascendentes. ¡Es el maestro!

Pero, en otra dimensión –no sé si paralela o coordinada- está esa otra faceta humana del artista, por cierto convincente y cautivadora: su sencillez. ¿Le viene por ancestro?¿O es el fruto de ese autodominio de su personalidad, trabajada al compás de los duros trallazos de la vida? ¿Contribuye quizás, ese proceso lento, profundo e iluminante de su formación musical?

En clave de diafanidad y sencillez, en Paco Godoy hay un reflejo de la mística de su tocayo, Francisco de Asís, que logró encontrar el secreto de la paz y del bien, y tejió su personal santidad con la trama de la alegría, con la filosofía de una vida diáfana, sin repliegues ni complicaciones, repleta de una dulce ternura que brotaba de sus renuncias y de sus misericordias.

Paco Godoy tiene sencillez de la sonrisa imborrable, de la transparencia veraz, de la amistad entrañable y fiel. Entrega a los demás su música con generosidad, sin restricciones, con pasión del alma. Y a la vez, tiene sus ojos muy abiertos para descubrir la dramática y lacerante realidad humana. Tiene manos para servir y un enorme corazón para amar.

La duda existencial que ronda por estos albores del siglo XXI, puede atrapar al hombre bajo el peso de la frustración, el miedo, el desengaño. Gracias a Dios, espíritus selectos como el de Paco Godoy, logran conquistar el valor de vivir sin doblez, sin máscaras, sin esclavitudes, porque él escogió el camino de disfrutar la existencia como el mayor tesoro. Paco Godoy es el amigo de la gente. Cuando se lo necesita no se escapa. Se toma tiempo para ser feliz y hacer felices a los demás. Se acerca a los otros con una sonrisa y con mano suave, porque la gente es frágil. Es de las personas que contagian alegría y son transmisoras de luz.

La primera faceta de Paco Godoy, la del pianista formidable, la encontramos en sus partituras y la escuchamos en sus ejecuciones, que van deslizándose por los escabrosos caminos de este complejo mundo, como un baño cristalino de música y de paz.

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