Por: Francisco Proaño Arandi
Novelista, miembro de la Academia de la Lengua Ecuador
Florencia, 1348. La ciudad donde empiezan a evidenciarse los primeros indicios del Renacimiento, enfrenta el arribo de la peste negra con su secuela de terror y de muerte, una pandemia que asolaría por más de cinco años al continente europeo. Un año antes y a bordo de naves genovesas procedentes del Medio Oriente el flagelo había llegado a las riberas europeas del Mediterráneo, iniciándose un implacable cegamiento de millones de vidas.
Intuitivamente, y sin conocer las causas de la peste, las gentes buscarán como único expediente de salvación el aislamiento y la distancia con sus semejantes. Desde luego, aquellos que pueden. Entre estos, un grupo de diez jóvenes –tres mujeres y diez varones– se encerrarán por un lapso de diez días en una quinta aledaña a la ciudad. Para combatir el tedio y quizás olvidar la tragedia, cada uno se compromete a contar una historia por día, lo que dará como resultado un conjunto de cien relatos. Tal es la trama de El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, obra fundamental de la literatura universal. Con ella, Boccaccio supera las tradiciones literarias de la Edad Media y abre las puertas a un nuevo espíritu que centra sus preocupaciones en el hombre mismo y su realidad, y no en la entelequia medieval que apuntaba solo a lo trascendente y divino.
Más allá de las connotaciones históricas que la obra de Boccacccio representa en el transcurrir de Occidente, cabe preguntarse cómo en tiempos de crisis la cultura puede devolvernos la fe en el ser humano y propiciar, por sobre las adversidades, el devenir de lo nuevo.
La memoria de ese episodio clave de los comienzos del Renacimiento nos hace pensar precisamente en ello y con optimismo. En medio de la actual pandemia del Covid-19, y de manera similar a lo acaecido entonces, la cultura sigue viva puesto que es connatural a la condición humana, por lo menos desde que empezáramos a diferenciarnos de la naturaleza. Es cierto que durante muchos meses los escenarios de la cultura, esto es, los teatros, las salas de cine, la plaza pública, hubieron de permanecer en silencio, como en espera. Y seguirán así todavía por un tiempo aún impredecible. Sin embargo, no ha dejado de evidenciarse, incluso desde los balcones de los edificios de viviendas, cuando el forzoso confinamiento obligaba a los artistas a permanecer en sus casas. Pero sobre todo ha encontrado un sustentáculo incomparable en los medios telemáticos de comunicación, algo de lo que carecían aquellos jóvenes imaginados por el gran escritor florentino.
Cabe al respecto relievar los múltiples esfuerzos que han venido desplegándose desde diversos ámbitos de la sociedad. En estos mismos días, gracias a la decisión de los integrantes del Club de Lectura El Quijote de la ciudad de Manta se llevan a cabo unas jornadas cervantinas, las terceras organizadas por ese colectivo, y que tienen por objeto reflexionar sobre la vida y obra de Cervantes, en especial en torno a su obra magna, El Quijote.
El evento congrega a conocedores y aficionados, tanto de Manabí como de otras regiones y aún de fuera del país. Y los temas abarcan desde una indagación, sorprendente sin duda, de la oralidad montubia en El Quijote o de los parentescos entre el amorfino y el amor cortés en las páginas quijotescas, hasta reflexiones sobre la locura, la cordura y la muerte en la peripecia vital del principal personaje cervantino; los juegos textuales de la obra; el entorno internacional de la época evidenciado en los textos cervantinos; El Quijote y Foucault; o el refranero quijotesco en el castellano del Ecuador de hoy.
Hace pocos días, asimismo por vía telemática, el Centro Social Loja de Guayaquil inició una cátedra de lojanidad, cuya propuesta central es difundir aspectos no solo de la cultura de Loja sino de todo el país. El primer conversatorio versó sobre Pablo Palacio, escritor que luego de haber sido silenciado por el realismo social de denuncia, vertiente literaria hegemónica en su tiempo, es objeto hoy de gran interés por parte de la crítica y los estudios literarios tanto en el país como allende las fronteras patrias.
Pese a las limitaciones, se suceden en la red las presentaciones de libros, mesas redondas, conciertos y otros eventos, contando cada vez más con la presencia de un público, fantasmagórico si se quiere, pero que rebasa con mucho las posibilidades inherentes al escenario tradicional. La misma presencia en la red de esta revista, “La Clave”, es ilustrativa de la dinamia cultural que día a día cobra un ímpetu mayor, justamente como contrapartida a la pandemia que nos aflige.
Es más, gracias a los medios tecnológicos de la comunicación, iniciativas como las aludidas, una desde Manta, otra desde Guayaquil y Loja, pueden desplegarse hacia un público realmente extenso, territorialmente ilimitado.
Como en toda realización humana no deja de aparecer la necesaria contracara. Esta vez en la propia red. Un ejemplo de ello son las llamadas teorías de la conspiración que difunden las más absurdas especies en relación con la propia pandemia, la vacunación y cualquier otro tema. En ello, pareciera que no hemos avanzado mucho desde la Edad Media. La propia peste negra era atribuida a las causas más peregrinas. La Facultad de Medicina de París llegó a afirmar que la epidemia se debía a una conjunción astral, observable entonces, entre Júpiter, Venus y Marte.
La cultura emerge así, frente al oscurantismo, como la alternativa más eficaz. Lo fue El Decamerón en un momento en que el hombre de Occidente entraba, sin saberlo, en una nueva época que dejaba atrás los prejuicios y tinieblas de la Edad Media. Es posible que, sin darnos cuenta, nos encontremos en el umbral de una nueva edad histórica. Repensar el pasado y avizorar el futuro, con otros ojos, como los que nos abren el arte y la literatura, y el pensamiento crítico, puede asegurarnos enfrentar lo que sobreviene del mismo modo con que pudieron hacerlo los hombres y mujeres del Renacimiento.