Por: María Eugenia Torres Sarmiento
Comunicadora Social Investigadora y Docente, Azogues (Ecuador)
Un término que lo llevó en sus hombros y en su corazón Silvia Rivera Cusicanqui, (socióloga, historiadora y ensayista integrante del colectivo Ch’ixi, quién lleva adelante una cátedra libre. “Sociología de la Imagen”, que se convierte en un espacio de formación para descolonizar nuestras miradas). Autora de seis ensayos escritos entre 1990 y 1999 titulados “Violencias recubiertas en Bolivia”.

Una de las pocas mujeres del mundo que convocó a “repolitizar la vida cotidiana”, y junto a otros intelectuales indígenas y mestizos, fundaron en 1983, el Taller de Historia Oral Andina de la Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, grupo autogestionario que trabajó temas de oralidad, identidad y movimientos sociales indígenas y populares en la región aymara, con la visión de reivindicar las cosmologías aymara y quicwa como fuentes de conocimientos, y que hoy por hoy, son una constante esencial del pensamiento en la mujer andina.

Sobre ello, la referencia que hace María Teresa Diez Martín (2004), quien hila desde un: “Amplio repaso a las últimas corrientes historiográficas sobre las mujeres indígenas en el contexto de las sociedades coloniales hispanoamericanas, que permiten identificar nuevas perspectivas en el estudio de los fenómenos de dominación e integración, así como de resistencia y transgresión en el ámbito de los virreinatos de Nueva España y Perú” (pg. 215).
En cuanto a los estudios de las mujeres y los de género, los hay esenciales como los de Marina Alfonso Mola, Celia Parcero Torres, Emelina Martín Acosta, Blanca López de Mariscal, Juan Andreo García, Estela Cristina Salles, Nuria Arraz Lara, Justin Sarabia Viejo, Carmen LLoret Miserachs, Margarita Álvarez Martín, y en especial, el de José Manuel Simón Sánchez, en donde se puede hablar de la incidencia del hispanismo y el indigenismo, como corrientes de pensamiento notables en la historiografía americanista, en la construcción de las identidades nacionales, que articula una parte importante de la interpretación histórica” ( Diez, 2004).
Penetrando en este interesante tema, es necesario en primer lugar, remitirse a una perspectiva historiográfica para entender diversos procesos sociales, culturales y económicos que se han desarrollado en los países latinoamericanos: Bolivia, Perú, México, Ecuador, Argentina, Colombia, en los que se han ido configurando las experiencias vitales de algunos sectores de mujeres.
La mencionada ideóloga, activista femenina, plantea también la evolución de los ciclos históricos que han atravesado los movimientos de mujeres indígenas, entre ellos: el ciclo colonial (1532) cuyas huellas no desaparecen hasta estos días; el ciclo liberal (finales del siglo XIX), etapa en donde se consagró el concepto de ciudadanía: un individuo libre e igual; y el ciclo populista (Revolución Nacional de 1952), por la forma multitudinaria en que se incorporan las masas obreras y campesinas indígenas a la política a través del voto universal y el sindicalismo, que si bien son correspondientes a la sociedad boliviana, aporta al conocimiento y explicación de los procesos de la realidad de la mujer del resto de los países de nuestro continente.
Ahí, un ejemplo que inspira en la experiencia de conocer, transcribir, documentar y publicar la historia oral de los movimientos de mujeres desde las formas colectivas y comunitarias de creación.
Esta propuesta histórica de Rivera Cusicanqui, se enmarca en la teoría del colonialismo, que se hace visible en la esfera del Estado y las clases dominantes y sus relaciones con las mayorías indígenas. De ahí que las transformaciones coloniales que dieron lugar a las reformas liberales y populistas, significaron agresiones contra las formas de organización social, territorial, económica y cultural de los ayllus y pueblos nativos.
Los pueblos latinoamericanos en sí, no fueron pasivos frente a la violencia constante a partir de la consolidación del orden colonial. Y es este el punto de partida del que habla Cusicanqui: “Las identidades étnicas plurales que cobijó el Estado multiétnico del Tawantinsuyo, fueron sometidas a un tenaz proceso de homogeneización que creó nuevas identidades: indio, aymara y qhichwa, que podrían llamarse coloniales porque llevan la huella de la estereotipación social, la intolerancia cultural y el esfuerzo de “colonización de las almas” (2004, p.41).
“Mujeres y estructuras de poder en los Andes. De la etnohistoria a la política”, es también un análisis de la misma ideóloga, en donde se observan ciertas aristas del sistema de género vigente en las sociedades andinas como fruto de una articulación entre los distintos horizontes históricos del pasado prehispánico hasta las primeras reformas liberales republicanas.
Planteado así, las relaciones entre género en la sociedad andina prehispánica, pudiera abrigar algunas corrientes del feminismo en torno a la igualdad y equilibrio de género en las sociedades indígenas consideradas una auténtica apuesta femenina por el poder y un ejercicio permanente de transformación y subversión del poder. Una construcción de relaciones entre géneros que se vio afectada por la conquista española, y consecuente intento de seducción que despliega la sociedad nativa al enfrentar sus mujeres a los conquistadores.

De casos reales nos habla Silvia Rivera Cusicanqui para entender la influencia de la colonización en las relaciones entre géneros como:
La ubicua presencia de las mujeres en los mercados coloniales comprando y vendiendo, fue una cotidianidad, pero que sorprendía a los españoles, para quienes la presencia pública de mujeres sólo era señal de prostitución (Diez, M. 2004). Hechos que marcaron una impronta de las mujeres en la formación y orientación cultural hasta estos días, siendo así, hoy, la presencia femenina ha impuesto derechos frente al consecuente poder masculino que también deja huellas en una sociedad en donde todavía no existe la absoluta transformación social.
Han tenido que pasar muchos años para que se avizoren proceso de transformación en el sistema de organización femenina hacia una apuesta femenina por la sobrevivencia, en el entorno de las durísimas condiciones impuestas por una sociedad todavía en vías de descolonización.
Evidentemente al igual que lo hizo Rivera Cusicanqui en torno a la violencia, en los países latinoamericanos y específicamente el Ecuador, en los últimos años, el control de la violencia se hace más visible entre los sectores subalternos, puesto que en las élites sociales, la violencia se oculta con un solo velo : la violencia física se maquilla y la violencia psicológica se esconde tras la infraestructura de psicólogos y consejeros familiares, tras una parodia de la civilidad y la democracia (Diez, 2004).

De esa manera, hemos intentado una aproximación a las profundas reflexiones de esta ideóloga, no sólo en su interés académico, sino desde su propia identidad y experiencia como mujer de origen aymara, intelectual boliviana, militante indigenista, luchadora por los derechos de la mujer, que exhorta e invita a entender la descolonización como un conjunto de prácticas de educación intercultural y la recuperación de prácticas ancestrales donde las relaciones de los géneros muestren un equilibrio y complementariedad.
Entonces, la experiencia de lucha feminista en Latinoamérica de fines del siglo XX y principios del siglo XXI, refleja una amplia participación política y social, y una diversidad de movimientos con diferentes intereses y demandas, como reflejo de las limitantes estructurales de los sistemas colonialistas y neoliberales.

A su vez, una sociedad comprometida con la cultura, requiere de un trabajo con la educación, salud, justicia social, equidad de género, derechos humanos, advirtiendo que la paz no se logra con la no violencia, sino con actitudes de valoración a la mujer a través de espacios de participación en igualdad (Castillo, y Vilchez, 2013).