Por: Wilson Zapata Bustamante / Maestro Nacional
Los moros, que durante siete siglos dominaron en España, introdujeron en el país conquistado la afición al juego de ajedrez. Terminada la expulsión de los invasores por la católica reina doña Isabel, era de presumirse que con ellos desaparecerían también todos sus hábitos y distracciones; pero lejos de eso, entre los heroicos capitanes que en Granada aniquilaron el último baluarte del islamismo, había echado hondas raíces el gusto por el tablero de las sesenta y cuatro casillas o escaques, como en heráldica se llaman.
Pronto dejó de ser el ajedrez el juego favorito y exclusivo de los hombres de guerra, pues cundió entre las gentes de Iglesia: abades, obispos, canónigos y frailes de campanillas. Así, cuando el descubrimiento y la conquista de América fueron realidad gloriosa para España, llegó a ser como patente o pasaporte de cultura social para todo el que al Nuevo Mundo venía investido con cargo de importancia el verle mover piezas en el tablero.
En nuestra América India, el primer libro que sobre el ajedrez se imprimiera en España apareció en el primer cuarto de siglo posterior a la conquista del Perú, con el título Invención liberal y arte de axedrez por Ruy López de Segovia, clérigo, vecino de la villa de Zajra, y se imprimió en Alcalá de Henares en 1561. Ruy López es considerado como fundador de teorías, y a poco de su aparición se tradujo el opúsculo al francés y al italiano.
En “Tradiciones Peruanas Completas” escrito por Ricardo Palma, quedó para la historia la constancia de que el primer ajedrecista quiteño fue el rey Atahualpa, primer hijo de la reina Paccha y del Inca Huayna-Cápac.
Dice Ricardo Palma: “Se sabe, por tradición, que los capitanes Hernando de Soto, Juan de Rada, Francisco de Chaves, Blas de Atienza y el tesorero Riquelme se congregaban todas las tardes, en Cajamarca, en el departamento que sirvió de prisión al Inca Atahualpa desde el día 15 de noviembre de 1532, en que se efectuó la captura del monarca, hasta la antevíspera de su injustificable sacrificio, realizado el 29 de agosto de 1533.
Allí, para los cinco nombrados y tres o cuatro más que no se mencionan en sucintos y curiosos apuntes (que a la vista tuvimos, consignados en rancio manuscrito que existió en la antigua Biblioteca Nacional), funcionaban dos tableros, toscamente pintados, sobre la respectiva mesita de madera. Las piezas eran hechas del mismo barro que empleaban los indígenas para la fabricación de idolillos y demás objetos de alfarería aborigen, que hogaño se extraen de las huacas. Hasta los primeros años de la república no se conocieron en el Perú otras piezas que las de marfil, que remitían para la venta los comerciantes filipinos.
Honda preocupación abrumaría el espíritu del Inca en los dos o tres primeros meses de su cautiverio, pues aunque todas las tardes tomaba asiento junto a Hernando de Soto, su amigo y amparador, no daba señales de haberse dado cuenta de la manera como actuaban las piezas ni de los lances y accidentes del juego. Pero una tarde, en las jugadas finales de una partida empeñada entre Soto y Riquelme, hizo ademán Hernando de movilizar el caballo, y el Inca, tocándole ligeramente en el brazo, le dijo en voz baja:
No, capitán, no… ¡El castillo!
La sorpresa fue general. Hernando, después de breves segundos de meditación, puso en juego la torre, como le aconsejaría Atahualpa, y pocas jugadas después sufría Riquelme inevitable mate.
Después de aquella tarde, y cediéndole siempre las piezas blancas en muestra de respetuosa cortesía, el capitán don Hernando de Soto invitaba al Inca a jugar una sola partida, y al cabo de un par de meses el discípulo era ya digno del maestro. Jugaba de igual a igual.
Comentábase, en los apuntes a que me he referido, que los otros ajedrecistas españoles con excepción de Riquelme, invitaron también al Inca; pero éste se excusó siempre de aceptar, diciéndoles por medio del intérprete Felipillo:
Yo juego muy poquito y vuesa merced juega mucho.
La tradición popular asegura que el Inca no habría sido condenado a muerte si hubiera permanecido ignorante en el ajedrez. Dice el pueblo que Atahualpa pagó con la vida el mate que por su consejo sufriera Riquelme en memorable tarde. En el famoso consejo de veinticuatro jueces, consejo convocado por Pizarro se impuso a Atahualpa la pena de muerte por trece votos contra once. Riquelme fue uno de los trece que suscribieron la sentencia.”
Destacados guerreros y amautas debieron inculcarle a Atahualpa a ser sobrio, ponderado y sensato; ser preciso en el tiro de la flecha, eficaz en el lanzamiento de la honda, hábil en el manejo del hacha, diestro en el uso mortífero de la lanza, sagaz para defenderse e inteligente para tomar decisiones», destaca don Ricardo Palma.
Nota.- No se pierdan mañana las primeras lecciones de ajedrez. Estudiaremos los movimientos de las piezas y comprenderán en qué consiste el juego ciencia
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