Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Cronista Vitalicio de Ambato
Entraba con un puñado de sangre recogida en mis palabras. Las soltaba y caían de todas las maneras sobre los labios cerrados que tienen las libélulas. Era mi trabajo diario. Llevaba un maletero grande donde no cavia lo que trataba de decir. A veces me acuerdo que siendo como soy, trataba de cumplir con las planificaciones que son para gente que sabe de cuadrículas, de objetivos, de persecuciones, de relojes, de controles y evaluaciones. Hasta ahí llega su eficiencia. En tanto, mis palabras se quebraban por inútiles, como espejos trizados por las espadas de Toledo. Opino que un lacayo debe estar actualizado, especializado, diplomado. Lo fuimos y lo somos tú y yo ante las botas del poder inmediato. Sé que son eruditos porque saben cambiar estos esquemas de acuerdo a la imposición de turno. Así empiezan los cambios que siempre se ofrecen en “campañas”; desde luego que debo seguir entendiendo que esta es una palabra de la guerra, por eso ellos siempre ganan cuando ganan; y cambiando los esquemas siempre se enriquecen. Obtienen la victoria, y a los demás, como a combatientes, les hacen héroes, liderezas, eminencias de barro; y son aureolados, endiosados ellos, virginizadas ellas, para que puedan subirse a los altares, tal como se suben a las cátedras o a las escaleras de la burocracia. Bajo la amenaza de sus fobias de mieles y de hieles que les proporcionan sus pedagogías.
Aprendí a idolatrarlos des-semantizadamente y en secreto, pensando en que un día podré decir lo que he sudado por mis canas. Les conozco al derecho y les amo al revés, inaugurando muchas veces la antifobia que necesita Judas para sentirse compañero, privilegiado apóstol en las pedagogías del martirio.
Buscaba el tema y me daba cuenta que son pocas las libélulas y más poquitos los gorriones. Hay muchas ovejas que quieren tener alas y me ponían en conflicto, porque para eso estaba, para eso me pagaban bien o mal. Decían que para eso han de servir los objetivos, la educación problémica, los solucionarios, los portafolios, la evaluación por resultados y la vocación que acarreamos después de una herencia de fracasos. ¿Acaso las golondrinas no quieren ser palomas? Hasta que nos resignamos cuando tuvimos que admitir que nos crecieron lanas, después que nos sentimos trasquilados en rebaños. Al fin, da igual, porque todo se lo comen los cuervos que tienen memorizadas las fórmulas con que hacen sus defecaciones públicas.
Vuelvo sobre el tema y el rema, y siento que por alguna parte de mi médula se derrumban las planificaciones cuando alguien runrunea en su pupitre aquel poema: “Se equivocó la paloma/ se equivocaba/ por ir al norte fue al sur/ se equivocaba…” Pregunto nuevamente para qué sirve un norte, pero me quedo perplejo cuando descubro que todos los alumnos son de piedra; y con registro en mano quiero que me respondan por qué nos conformamos viviendo en el Sur. Alguien se atreve a contestarme, porque en vez de plumas me han nacido lanas. Y porque con ellas puedo competir en las subastas. Con estas respuestas recurría a la paciencia mientras caía al ratisterio tanto sudor vertido en mis programaciones.