Por: Rodolfo Bueno
Nagorno Karabaj es una zona montañosa que se encuentra totalmente incrustada en Azerbaiyán y es importante por los oleoductos y gasoductos que la atraviesan. La región es llamada Artsaj por Armenia, que la considera la última fortaleza de su identidad y cultura, por estar poblada por armenios desde tiempos prehistóricos y haber resistido a numerosas conquistas. Gran Bretaña ocupó Transcaucasia en 1919 y entregó el mandato de Artsaj a Khosrov Bey Pasha, Ministro de Defensa de Azerbaiyán. En 1922, la Unión Soviética integró a su territorio a Armenia, Georgia y Azerbaiyán y determinó que Nagorno Karabaj, cuya población estaba compuesta en un 94% por armenios, perteneciera a Armenia, pero por causa del levantamiento en Ereván, que malogró las relaciones entre Armenia y Moscú, revisó esta decisión y en 1923 incorporó esta región a Azerbaiyán, con el nombre de Provincia Autónoma de Nagorno Karabaj.
Armenia nunca aceptó esta decisión, que considera ilegal, y la soberanía de esta provincia fue, desde entonces, el principal motivo de su larga disputa con Azerbaiyán. Los armenios argumentaban que las autoridades de Bakú implementaron una política para favorecer la prevalencia de los azerís, población mayoritaria de Azerbaiyán, y desmotivar a la población armenia, que para 1988 había disminuido en una cuarta parte. También protestaban por no tener ni textos escolares ni canales de televisión en armenio. Los desacuerdos entre azeríes y armenios condujeron a enfrentamientos armados entre Armenia y Azerbaiyán, que discrepaban respecto a sus fronteras en la provincia de Nagorno Karabaj.
Mijail Gorbachov, que tenía tanto de estadista como pelos en un calvo, no modificó la frontera entre ambos países, para no establecer un peligroso precedente. Su incapacidad para resolver este problema dio aire al anhelo de independencia de Nagorno Karabaj, que durante su mandato exigió la unificación con Armenia, anhelo que se fortificó cuando hubo un pogromo contra los armenios de la ciudad de Sumgait, ubicada al norte de Bakú. Como consecuencia, oficialmente hubo 32 armenios muertos. A inicios de la década de los 90, autoridades del KGB declararon que Gorbachov ordenó disminuir el número real de armenios fallecidos. Durante tres días, los armenios fueron asesinados y sus mujeres violadas o quemadas vivas. El pogromo cesó el 1 de marzo de 1988, cuando el Ejército Soviético entró a Sumgait. Cuando Ereván conmemoraba el establecimiento de la Primera República de Armenia, que enfrentó al Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, se produjeron tiroteos entre el Nuevo Ejército Armenio y las tropas soviéticas, que causaron la muerte de por lo menos 30 armenios.
Los armenios terminaron de perder la confianza en Gorbachov cuando ordenó la detención de 11 miembros del Comité de Karabaj, durante el caos que siguió al terremoto de Armenia del 7 de diciembre de 1988; lo acusaron de haber administrado mal la ayuda a las víctimas del terremoto.
Gorbachov renunció a la presidencia de la URSS en diciembre de 1991; Bielorrusia, Ucrania y Rusia proclamaron su independencia y la Unión Soviética desapareció como Estado. Un poco antes, el 21 de noviembre de 1991, el Parlamento azerí revocó la autonomía de Nagorno Karabaj; como respuesta, el 10 de diciembre los líderes armenios realizaron un referéndum, boicoteado por los azeríes, cuya aplastante mayoría votó por la independencia. El 6 de enero de 1992, la región se declaró independiente de Azerbaiyán.
La más grave conflagración por Nagorno Karabaj se desarrolló entre febrero de 1992 y mayo de 1994 y condujo a la victoria de Armenia, que no sólo derrotó la ofensiva de Azerbaiyán sino que conquistó siete distritos adyacentes, que le aseguraron una frontera común con Nagorno Karabaj. En 1994 se firmó el alto al fuego, aunque no se ha logrado una paz duradera, porque Azerbaiyán busca la revancha. Andréi Sájarov, respetable científico ruso y Premio Nobel de la Paz, resumía así el problema: “Para Azerbaiyán el asunto de Karabaj es una cuestión de ambición, para los armenios de Karabaj, es una cuestión de vida o muerte”.
El Grupo de Minsk, conformado por Rusia, Francia y EEUU, e incluye a Alemania, Italia, Bielorrusia, Finlandia, Suecia, Turquía, Armenia y Azerbaiyán, se creó para controlar la tregua, violada en muchas ocasiones, las más fuertes en abril de 2016 y en julio del 2020.
La madrugada del 27 de septiembre de este año comenzó de nuevo la guerra entre Armenia y Azerbaiyán. Ambas partes se acusan mutuamente de haber iniciado el conflicto y hay grandes pérdidas humanas y materiales. Según Nikol Pashinián, Primer Ministro de Armenia, “la guerra de gran envergadura en el Cáucaso del Sur, en el umbral de la cual nos encontramos, puede tener unas consecuencias impredecibles y salir de las fronteras regionales, amenazando la seguridad y la estabilidad internacionales”.
Existe la opinión generalizada de que ni Armenia ni Azerbaiyán son capaces de alcanzar una victoria aplastante y que tampoco una guerra de gran envergadura permitiría a algún contrincante mejorar su posición; si esto fuera comprendido, sería mejor para Bakú y Ereván. Parece que Armenia lo ha entendido y está dispuesta a negociar un alto al fuego en Nagorno Karabaj, con la participación de los países del Grupo de Minsk.
Varios mandatarios del mundo expresaron su inquietud por lo que ocurre en Nagorno Karabaj, dicen que se debe evitar una mayor escalada de la confrontación y piden a los demás países no apoyar militarmente a ninguna de las partes del conflicto, por equivaler eso a echar leña al fuego de las discrepancias. De igual manera se pronunciaron el papa Francisco, el Consejo de Seguridad de la ONU, la OTAN e, incluso, los presidentes Vladímir Putin, Donald Trump y Emmanuel Macron han emitido una declaración sobre la escalada de violencia: “Lamentamos las víctimas y expresamos nuestras condolencias a las familias de los muertos y heridos. Pedimos el cese inmediato de las hostilidades entre las fuerzas armadas de las partes involucradas”, e instan a los líderes de Armenia y Azerbaiyán a que asuman de inmediato compromisos de buena fe y sin establecer condiciones previas para reanudar las negociaciones, con la asistencia del Grupo de Minsk. Tanta comprensión entre los más importantes mandatarios demuestra la gravedad del problema.
Por el contrario, Erdogan, Presidente de Turquía, llama a apoyar a Azerbaiyán “en su lucha contra la ocupación y la opresión”. En su opinión, ha llegado la hora de acabar con la ocupación y saldar cuentas; de otro modo, Armenia seguirá obrando a su antojo. Culpa al Grupo de Minsk por no resolver un problema de casi 30 años. Esta declaración de Erdogan fomenta las divergencias entre Azerbaiyán y Armenia, dos países de antiquísima cultura.
Azerbaiyán fue incorporado al Imperio Ruso en 1813, tras la Guerra ruso-persa. En mayo de 1918 se independizó y tomó el nombre de República Democrática de Azerbaiyán, primer país islámico que le otorgó a las mujeres el derecho al voto y la primera república constitucionalista, parlamentaria, secular, unitaria y democrática, donde funciona la Universidad Estatal de Bakú, la primera universidad moderna del mundo islámico; además, cuenta con óperas y teatros.
Armenia nació en una de las más antiguas civilizaciones del mundo. Es el primer país que adoptó el cristianismo como religión oficial y aunque es un Estado secular, esta fe desempeña un papel primordial en su historia e identidad de su pueblo. Su cultura es europea, pese a que la sitúan en una frontera inexistente entre Europa y Asia.
En 1918, Armenia y Turquía se enfrentaron en un violento conflicto armado, a cuyo término Armenia fue obligada a desarmarse y ceder más del 50% de su territorio. Se calcula que entre 1918 y 1923 más de un millón y medio de armenios fueron perseguidos y asesinados por el gobierno de los Jóvenes Turcos del Imperio Otomano, en un intento de exterminar la cultura armenia, lo que se conoce como el holocausto armenio.
¿Qué busca Erdogan? Posiblemente ni él mismo lo sepa, aunque nada bueno. Tal vez le interese el problema como un medio para resolver sus propios problemas o, podría ser, tiene en la mira la creación del Califato Islámico con el apoyo que por ahí le den, o busca fortalecer su influencia en la arena internacional o intenta el exterminio definitivo del pueblo armenio. Sólo así se explica la sordidez de su declaración. ¿Se exagera? ¡No! Así es de impredecible este importante, pero oscuro personaje de la política mundial. Ojalá, su declaración sea sólo de solidaridad con Azerbaiyán y comprenda que participar militarmente en Nagorno Karabj podría desencadenar una guerra generalizada, tampoco se conoce cómo va a actuar Irán en este conflicto. No se debe olvidar que Turquía es miembro de la OTAN y Rusia tiene tratados que la comprometen a defender la integridad de Armenia. Amanecerá y veremos.