Ciudad y modernidad

Por: Dr. César Hermida B. | cesarh@plusnet.ec 

La modernidad tecnológica llegó a Cuenca durante el siglo XX de manera lenta. El desarrollo industrial no tiene más de un medio siglo. Por entonces se pensó, tempranamente, en hacer un “parque industrial”, es decir una pequeña ciudad satélite que reuniera las diversas fábricas.

Ahora los arquitectos y planificadores estudian si muchas de esas medidas son o no convenientes, pero en aquel tiempo se juzgaban válidas. Por aquella época también se inició el auge de los vehículos a motor que comenzaron a llenar las calles, antes peatonales. A la ciudad llegó la más variada tecnología de las comunicaciones, no solo aquella de la “línea blanca” para el hogar, y aquellas otras para el confort personal como los aparatos para calentar el agua de los baños que permitiría la higiene diaria, sino las “máquinas”, de escribir, de calcular, de barrer, etc.Todas ellas mecánicas que arreglaban, como los carros y las bicicletas, algunos maestros “mecánicos”. El problema se dio cuando aparecieron los nuevos aparatos con tecnología electrónica, pues nadie sabía cómo funcionaban, peor cómo se arreglaban.

El problema más grave de toda la tecnología fue su costo, y peor aún que había que cambiar de modelo de manera periódica. Así sucedería con la televisión, las computadoras, las cámaras de fotos, los teléfonos.Ya no era posible arreglar los equipos, sino comprarlos nuevos. La tecnología se volvió fascinante, mágica, maravillosa, pero también cara y sofisticada.

El trabajo humano, esencia de lo humano, lo cultural y social, ha sido una característica de la morlaquía, que se siente ufana de ser dedicada, responsable, amigable. La gente, que trabajaba como oficinistas, artesanos de todo tipo, con unos pocos obreros de fábricas en el casco urbano, de artesanos de todo tipo, profesionales universitarios de varias ramas, comenzó a hacerlo con nuevos servicios. Así creció la ciudad, sobre la base de una clase media consistente, pues los campesinos y obreros desempleados o con salarios muy bajos, emigraron a Guayaquil en búsqueda de mejores horizontes, y contribuyeron allá al crecimiento de “suburbios” que acá nunca aparecieron.

Las clases sociales y los diversos grupos étnicos perfilaron una característica peculiar de la pequeña ciudad andina, mezcla de ciudad y campo, que le dieron su identidad peculiar. ¿Cómo evitar que la modernidad, que busca con locura las ganancias del capital, la deforme? Acaso con los planteamientos de una vida austera, alejada del consumismo, sin hegemonías ni dominaciones.

El Tiempo 

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