Discurso del Ing. Pedro Pinto Rubianes, Vicepresidente Constitucional de La República en la Inauguración de La Universidad De Otavalo

Otavalo, Enero  6  de 2003

Honor especial es el que me confiere la Universidad de Otavalo al permitirme hacer uso de la palabra, en esta memorable ceremonia inaugural. Para quienes nos hemos formado en los claustros de la universidad ecuatoriana y hemos ejercido funciones docentes y directivas en su seno, el ver nacer una nueva institución, que continúa la tradición de excelencia del Instituto Otavaleño de Antropología, es motivo de especial satisfacción, satisfacción que se magnifica tratándose de la primera universidad en la ciudad de Otavalo, ciudad tan vinculada afectivamente a mí y a mi familia, por ser  la cuna de mi padre, Ing. Pedro Pinto Guzmán.Desde la aurora del pensamiento en la Grecia clásica, los estudios superiores, que inició Platón en el Jardín de Academos y continuó Aristóteles, marcaron una ruta de  permanente crecimiento en el saber del hombre. La Roma de la plenitud imperial y de la esperanza cristiana continuó esa trayectoria, con enseñanzas de tanta altura como las de Cicerón, Agustín de Hipona, Alberto Magno y Tomás de Aquino, estos últimos ya en las mal llamadas “tinieblas” de la Edad Media, cuando surge la institución universitaria. Boloña, prontamente imitada por otros centros de la cultura europea como Salamanca, París y Oxford, son los pioneros de ese florecimiento, pero también en el Islam, de diferente tradición cultural, el pensamiento universitario se desarrollaba pujante. Al confluir esas dos corrientes en la corte toledana del Rey Alfonso El Sabio, la Universidad cobra directrices imperecederas, que el Renacimiento, la Edad Moderna y la cultura contemporánea han desarrollado hasta niveles que nunca alcanzaron a prever los sabios de la antigüedad.

En nuestro querido Ecuador, comienza en el siglo XVII a tomar carta de identidad el viejo concepto alfonsí que define a la Universidad como “conyunción de maestros e discípulos para entender todos los saberes”. En la Corte de Alfonso El Sabio se daban cita, para discutir en paz y concordia, los más altos talentos del mundo entonces conocido, que debatían al amparo del Evangelio, el Talmud y el Corán, en esos augurales tiempos de tolerancia y paz, valores lamentablemente quebrantados después, sobre todo en estos difíciles años del mundo contemporáneo, que se desarrolló impetuoso en el controvertido siglo XX, y parece continuar desbocado en el presente siglo XXI, que recién comienza.

Las ciencias, por entonces, no habían logrado el desarrollo que alcanzaron  desde fines del siglo XVIII. Predominaban los estudios “in utroque iuris”, es decir en los dos derechos, civil y cánonico, y también el humanismo greco-latino. Fenecida la Universidad de San Fulgencio, en Quito, de los padres agustinos; venida a menos  la Universidad de San Gregorio Magno tras la expulsión de los jesuitas, y refundida con la de Santo Tomás de Aquino, de los Dominicos, solamente ésta subsistió, pero ya secularizada. El Libertador Simón Bolívar la denominó Universidad Central. En ella estudió y se graduó don Gabriel García Moreno, que la conoció mejor, con sus aciertos y falencias, cuando fue rector de esa Casa de Estudios.

Ya desde antes había pensado en la necesidad de estimular los estudios científicos modernos, convencimiento que se volvió obsesión a raíz de sus viajes a Europa y las enseñanzas que recibió en la Sorbona, de primerísimas figuras de la ciencia francesa. Cuando fue Senador en el Congreso de 1857 y Presidente de la Comisión de Estudios, presentó un proyecto integral de educación que entonces no fue acogido y que solamente desde la Presidencia de la República, en sus dos administraciones, pudo comenzar a realizar. En ese proyecto constaba la fundación de una Escuela Politécnica para la alta enseñanza de las ciencias.

Lamentablemente la Politécnica de García Moreno, que tan brillante labor desempeñó desde su fundación, el 30 de agosto de 1869, fue clausurada el 15 de septiembre de 1876, un año después del magnicidio que acabó con la vida de su fundador. Ahora recordamos con admiración la labor realizada en apenas siete años por la Politécnica garciana, con sus 16 sabios profesores, alemanes y jesuitas en su mayor parte, entre los cuales sobresalían los padres Menten, Wolf y Sodiro, que dejaron más de sesenta monografías  científicas básicas para el mejor conocimiento del Ecuador, obra que complementó con la creación del Observatorio Astronómico y la Fundación de la Escuela de Artes y Oficios, hoy Instituto Central Técnico.

Pero aunque clausurada, aquella Escuela Politécnica, siguió influyendo con la labor de sus primeros graduados, entre los cuales figuraron el Ing. Matemático Alejandrino Velasco Sardá; el geodesta Ing. Gualberto Péres; el médico botánico Dr. José María Troya; el químico José María Vivar; el arquitecto Ing. Lino María Flor y el geólogo Nicolás Augusto Martínez.

Hijo del Ingeniero Alejandrino Velasco fue el Dr. José María Velasco Ibarra, cinco veces Presidente del Ecuador, quien en su primera administración refundó la Escuela Politécnica Nacional mediante Decreto Ejecutivo de 28 de febrero de 1935 y designó como su primer Rector  a mi recordado padre, Ing. Pedro Pinto Guzmán, quien pudo mantener el ideal fundacional de “la ciencia para el desarrollo de la Patria”.

De esta manera ha podido, desde entonces, llevarse adelante la misión que tienen las universidades, no solo de formar profesionales sino ciudadanos íntegros, con valores morales y cívicos, técnicos y científicos, para el presente y para el futuro. Así mismo, ha podido avanzar aquel pensamiento que guió su fundación, lograr que las clásicas universidades pasen de la exclusiva formación académica a la tecnología y de la pura investigación científica  hacia la investigación aplicada. Ahora ya adentrados en el siglo XXI, los centros de estudios superiores tienen que alcanzar lo positivo de la globalización que es universalizar la información y el conocimiento; buscar la equidad, tanto dentro de la sociedad nacional cuanto en la sociedad internacional, es decir la solidaridad entre los países ricos y los pobres. Y para ello, alcanzar con firmeza y claridad de conceptos, el compromiso de los profesionales de velar por la equidad social, solidaridad y justicia.

Esta Universidad de Otavalo nace por ventura, no solamente con un patrimonio físico importante, sino con gran acervo cultural que la hace única. La labor desarrollada por el Instituto Otavaleño de Antropología por descubrir los valores de una civilización autóctona y por mantenerlos vigentes a través del correr de los años, del mestizaje y de la invasión de movimientos culturales extraños, le otorga un título de nobleza intelectual que hay que preservarlo cuidadosamente. Indudablemente va a ser la “Universidad emblemática de un pueblo pluricultural”, pero además, tiene que ser el centro de donde se irradie la capacidad creativa de un pueblo que ha sabido llevar su cultura y el fruto de su trabajo a todos los confines del planeta.

La ciudad de Otavalo debe sentirse orgullosa de abrir ahora las puertas de un instituto de estudios superiores para que propios y extraños vengan a nutrirse de conocimientos y experiencias en una vasta gama de disciplinas que posiblemente no estén disponibles en otros centros de estudio. Hago votos porque el desarrollo humanístico y científico que se alcance en esta Universidad, sirva para beneficio de la propia comunidad de Otavalo y del Ecuador entero, que estará vigilante de los aportes que salgan de sus claustros.

Finalmente, al declarar inaugurada esta Universidad de Otavalo, quiero expresar mi felicitación, a nombre del Gobierno Nacional, a quienes concibieron esta ambiciosa idea y no desmayaron en el largo camino, plagado de dificultades, hasta hacerla una hermosa realidad.

Archivo de EcuadorUniversitario.com

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