Por: Miguel Rojas Mix.
Hace algunos meses, en la Universidad Nacional de Tucumán, en Argentina –donde tuve el honor de ser agraciado con un doctorado honoris causa- di una conferencia con el mismo título. En buenos números latinos agregué I parte. De paso comentando el lema de la universidad que dice “pedes in terra sidera visus”, traducido como pies en la tierra y mirada en el cielo, apuré la traducción ofreciendo otro traslado al castellano que me resultaba más acorde con la idea de universidad que deseamos y estamos defendiendo. Propuse que, en vez de “mirada en el cielo”, que me parecía una mirada confesional dirigida al piso aquél donde se instalan los bienaventurados, se tradujera por “visión sideral”, aquella que atraviesa el tiempo y el espacio y es una mirada de futuro. Pertinente es que la Universidad se pregunte sobre las incertidumbres del futuro, tenazmente mayores: La tecnología evoluciona cada día más rápido, el saber se renueva en períodos más breves, los ciclos de desarrollo son más cortos. El futuro no es un territorio ignoto. Existen varios futuros posibles pero el futuro que llegaremos a conocer será lo que nosotros hagamos de él. La universidad tiene como función establecer escenarios de futuro y en esa tesitura estamos cuando hablamos de integración, y cuando distinguimos la relevancia de los hechos y la pertinencia de los procesos.
Para saber cómo organizar la educación superior hay que conocer las fuerzas del entorno. Las regionales y las globales. La Primera Parte la dediqué justamente a esa sidera visus. En Pertinencia y relevancia en los procesos de integración académica latinoamericanos II (Segunda Parte) pongo los “pies en la tierra” pedes in terra, para analizar los escenarios concretos de la integración: avizorando las dificultades y buscando caminos, y propongo doce claves.
Es preciso hacer varias advertencias y distingos.
Se habla mucho de la crisis de la universidad; sin embargo las universidades nunca han ocupado un lugar tan destacado en las agendas políticas y económicas. Jamás ha sido mayor el acceso a la Educación Superior. El ritmo al que la India y China fundan nuevas universidades es impresionante. El mundo de la Educación Superior se vuelve multipolar. Muchas universidades han comenzado a implantarse como avanzadillas en países extranjeros a través de los diplomas comunes. El alumnado se vuelve más internacional. Y las universidades hacen todo para atraerlos o por retenerlos, tanto por razones económicas como intelectuales. Los países asiáticos son los mayores exportadores de estudiantes al Occidente y están inyectando importantes recursos en sus establecimientos para detener la fuga de cerebros. Se calcula que en el 2020 habrá en el mundo 125 millones de estudiantes universitarios. Y es natural si pensamos que actualmente la demanda de mano de obra no calificada se está agotando y que en el 2015 el 75% de la población mundial vivirá en áreas urbanas. En las sociedades avanzadas el 80% de la mano de obra y más trabaja hoy en los sectores de producción del conocimiento o en los servicios. Es un cambio enorme respecto al pasado. Está además claro que los países que no amplíen la educación post-secundaria no serán competitivos en la economía mundial.
Así pues, en el hecho, cuando pensamos en la crisis de la Universidad, pensamos en la crisis de un modelo de universidad determinado. Desde esta perspectiva sí cabe una gran preocupación al ver que las universidades están siendo demasiado arrastradas hacia el terreno de los negocios. Y, si sólo interesa la formación de emprendedores en pedagogías normalizadas y en estudios de mercado, ¿qué pasa con la investigación? No. El mercado laboral no puede decidir sobre la formación intelectual. En América Latina necesitamos una universidad que combine el nuevo y el antiguo modelo: si no entramos en la economía del conocimiento quedamos fuera de la modernidad y si no mantenemos la responsabilidad social de la universidad, excluimos de ella un importante sector de población y perdemos significativos recursos humanos potenciales, que son los que constituyen la mayor riqueza del siglo XXI. En América Latina necesitamos, además, universidades de elite, porque son los centros primordiales de investigación y creación. Precisamos una universidad que no esté supeditada a los imperativos económicos ya que a través de ella se transmiten valores más amplios, de ciudadanía y humanistas.
La gran cuestión es la financiación. En el Informe hacia las sociedades del conocimiento la UNESCO, entre las soluciones concretas, propone invertir más en una educación de calidad igual para todos. Por otra parte, se dice que el Estado no puede soportar toda la carga. Y, “dicho y hecho” en Chile, las universidades siguen siendo estatales pero dejaron de ser públicas, porque operan con los mismos criterios mercantiles que las privadas. En un país donde el salario medio es de más o menos 400$ hay carreras que cuestan 5.000$ o más al año. Así vamos creando una sociedad escindida, entre los que tienen acceso a la educación y los que no lo tienen: los emprendedores y los desechables (como llaman en Colombia a un margen de población). Lo que es grave cuando se sabe que ya no son los recursos naturales ni financieros los que garantizan un futuro de prosperidad, sino el capital humano. La educación, las habilidades, constituyen el fundamento que permite asimilar eficientemente el resto de las inversiones. ¿Puede América Latina permitirse perder una parte importante de este capital humano excluyéndolo de la educación? Lo grave es que esta reforma de las instituciones y sobre todo el modo en que se puede aplicar en un Estado con estructuras académicas y científicas débiles y dotaciones presupuestarias muy modestas como son muchas universidades latinoamericanas, el sistema, lejos de modernizarlas y hacerlas progresar, las retrograda. La industria puede contribuir con la financiación cuando existe una sinergia con las universidades en investigación y desarrollo. A su vez está la posibilidad de obtener beneficios prestando servicios a las empresas. Pero eso implica que haya un parque industrial importante, lo que no es el caso en la mayoría de nuestros países. Si la universidad amplía su oferta y recupera el estudiantado de posgrado, una parte del financiamiento puede alcanzarse a través de másteres online. Pero hay otra posibilidad de ingresos. La educación superior confiere grandes ventajas pecuniarias durante toda la vida a los profesionales, ¿por qué no pueden ellos reembolsar parte de sus costos? El sistema más justo es el inaugurado en Australia: la educación superior es gratuita en el momento de utilizarla, el pago se realiza después de licenciarse, mediante un sistema de impuestos; quienes no superan cierto nivel de ingresos no rembolsan nada. Una proporción importante de los ingresos se destina a becas para estudiantes. El sistema no es perfecto pero es lo mejor de lo posible. Abraham Lincoln dijo en una ocasión: “Si creen que el conocimiento es caro, piensen cuánto puede costar la ignorancia”
¿Qué hacer? ¿Cuáles son las advertencias pertinentes para pensar nuestra universidad?
En primer lugar hemos de tener claro que debemos pensar la universidad desde nuestra singularidad latinoamericana. He escuchado muchas voces que incitan a copiar la Declaración de Bolonia como paradigma a seguir para pensar la universidad. Al respecto es necesario tener claro que la Declaración de Bolonia está hecha desde los intereses europeos y que el modelo de universidad que impone es el de la economía del conocimiento. Fue en la Cumbre de Lisboa del año 2000 donde los jefes de Estado, alarmados por el declive de la competitividad comercial europea, la deslocalización, el escaso número de patentes y el éxodo de jóvenes investigadores hacia los EEUU, decidieron convertir a la UE en el líder mundial de la economía basada en el conocimiento y darle un gran impulso a la investigación y al desarrollo, al I+D. ¿Es este el modelo que queremos? Este es sin duda uno de los aspectos que la universidad actual debe asumir. Pero no puede hacerlo dejando desaparecer su esencia. La economía del conocimiento en realidad es una figura alejada de la filosofía que defendemos y que inspira la universidad pública republicana. Es por eso que tenemos que pensar desde nuestra singularidad y cómo, en razón de ella, definimos prioritariamente el concepto de universidad-servicio público.
Al analizar la Declaración de Bolonia tenemos que recordar que la Universidad siempre ha unido en su concepto dos dimensiones culturales: la universal y la local. Y que la educación superior era un escenario donde se articulaban los saberes. Ahora es preciso comprender que articulamos dos modelos de universidad que apuntan a la organización y la teleología del saber: la universidad global y la universidad regional. Ambos implican criterios de pertinencia y fines que no pueden entrar en conflicto, sino que es preciso armonizar.
No se puede comprender el mundo actual ni existir en él sin plantearse la cuestión ¿quiénes somos nosotros? Una pregunta que ya se hacía Bolívar. Hay que comenzar por precisar la identidad para luego enlazarla con otros destinos colectivos. En un mundo globalizado de destinos comunes hay que saber discernir lo que significan los diversos espacios en un porvenir que tiende a unificarse. En América Latina hay espacios en que se solapan realidades regionales, vecindades étnicas que se despiertan y se incorporan a ámbitos que desde la conquista les estaban vedadas, pero en donde se juega un destino común. La universidad desde su singularidad debe tener clara conciencia de este solapamiento de realidades. Debe tener conciencia igualmente que global es lo que no deja nada fuera, que vincula e integra todo. Es un mundo sin alrededores ni cercanías.
A la vez en un mundo globalizado, donde los destinos se enlazan, tenemos que pensar en términos simétricos, de reciprocidad. Debemos tener claridad sobre qué significa la cooperación: qué intereses protege y a quiénes beneficia. He escuchado a muchos responsables universitarios ufanarse de los convenios de doble titulación que mantienen con algunas universidades europeas. La pregunta es si esto no es un señuelo académico. Un documento para reflexionar es el Decreto de Convalidaciones y Homologaciones del Ministerio de Educación en España. Señala en sus funciones, inciso 1º,
• La tramitación de la homologación de títulos extranjeros de educación superior y de la homologación y convalidación de títulos y estudios extranjeros de niveles no universitarios.
Y en el inciso 2º:
• El reconocimiento profesional de títulos de la Unión Europea, en aplicación de las Directivas Comunitarias sobre la materia, a los efectos del ejercicio del derecho de establecimiento y de la libre prestación de servicios, respecto de las profesiones competencia del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Pregunta: ¿De qué le sirve a nuestros diplomados un reconocimiento de título sin la habilitación profesional? En el hecho ella se concede en aquellas profesiones en que Europa es deficitaria: medicina, odontología…
En todo caso el tema de la habilitación profesional hay que analizarlo en el marco de la nueva ley de emigración selectiva que ha propuesto la Comisión Europa para atraer inmigrantes cualificados a través de una amable “tarjeta azul”. Una iniciativa que pretende competir con EEUU en la “caza de cerebros”(Los EEUU se encuentran actualmente empeñados en una activa campaña en China –con grandes medios de publicidad en las televisiones locales- para reclutar estudiantes de alto nivel). La cara menos amable de la tarjeta azul es que apoya la fuga de cerebros de los países menos desarrollados a los más desarrollados: ahonda el desamparo y agudiza el subdesarrollo. Un ejemplo alarmante –por no decir escandaloso cuando se piensa en los objetivos del Milenio- es que hay más médicos nigerianos en EEUU que en Nigeria. ¿Qué puede representar esto para América Latina? ¿Un drenaje de sus mejores profesionales? ¿Se trata de un nuevo colonialismo donde los países centrales se abastecen en los países periféricos de materia prima, esta vez de materia gris, formada y financiada? En nuestra admiración por Europa hemos pecado de mucha ingenuidad. Tenemos que repensar nuestra cooperación –indispensable en un mundo globalizado; en particular con países como España y Portugal con quienes compartimos el acervo común de la cultura-. Pero repensarla en términos de estricta reciprocidad y evitando toda forma de colonialismo. Una artista usamericana, Alice Creischer (1960), instaló en Barcelona una serie de esculturas flotantes en el más puro estilo dadaísta cuyo sentido no era otro que afirmar que la globalización no es más que un término actualizado del fenómeno colonialista. Hace algunos años surgió la idea de un Espacio Iberoamericano del Conocimiento que pretendía crear una conexión similar a la que existe entre las universidades europeas. Busco en El País la noticia de su creación (27 de septiembre del 2004) y me informo que se trata de un convenio firmado entre la OEI y el Presidente de la CRUE (Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas). No aparece ningún representante de Instituciones de Educación Superior Latinoamericanas. Tal vez la información los haya omitido o su presencia no fuese relevante. Pero lo que me sorprende es la finalidad de este Espacio. Dice estar destinado a “extender la educación, la ciencia y la cultura en estos países” ¿Qué quiere decir por esto? Si Iberoamérica se entiende como sinónimo de Latinoamérica como lo entiende el común de los ciudadanos de a pie en Europa, y cambiamos “educación ciencia y cultura” por “civilización”, estamos en pleno discurso colonialista del siglo XIX. Sería una sorprendente frase que recuerda un álbum de Tintín en el Congo donde un misionero dice que “extender la civilización es una misión sagrada del colonialismo”. Sería sorprendente, asimismo, en un país que viene saliendo del gigantesco apagón cultural del franquismo, donde sus mejores intelectuales vinieron a buscar sus luces en Nuestra América. Pero, sin duda, no es así. No es más que un desliz de sentido. Europa también quiere que vayamos nosotros allí a extender la educación la ciencia y la cultura.
Debemos repensar la cooperación vigilando nuestros intereses y en términos de reciprocidad. No podemos abandonar espacios académicos que son espacios formativos y fuentes posibles de financiación universitaria. En España un estudio sobre los master online observa que un 51% de los 24.000 candidatos encuestados procede de países americanos hispanohablantes, a los que se agrega un 8.3% de lusohablantes. Si se considera que un máster online puede costar entre 6.000€ y 12.000€, el aporte latinoamericano representa más de 100 millones de euros. Aparte de que es absurdo perder a nuestros estudiantes en el nivel de posgrado, las razones para que nos integremos y creemos nuestras propias plataformas online son como se puede ver, muchas. Sin olvidar que la educación a distancia, a través de la red es una herramienta esencial para la distribución social del conocimiento. Un dossier de El País (21/05/06) dedicado a la “Explosión de másteres” señala que hay universidades españolas que tienen más estudiantes virtuales en Latinoamérica que presenciales en España y agrega que Latinoamérica es el mercado natural de España (p.XV, Negocios).
¿Qué distingos debemos hacer para pensar nuestra universidad del siglo XXI?
En primer lugar, entre universidad pública y privada. Y, dentro de esta última, también podemos distinguir categorías; distinguir por ejemplo entre universidades privadas con vocación de servicio público, universidades confesionales y universidades neoliberales. Cuando hablamos de filosofía universitaria nos referimos esencialmente a las públicas y a las que tienen vocación de servicio público. Ellas se fundan en una filosofía: servir al bien público. Su función es instruir y formar a los estudiantes en destrezas profesionales y en una ética social. Las universidades confesionales tienen como misión difundir una doctrina y las neoliberales servir al mercado. La universidad neoliberal detesta la universidad pública. Su principio básico es reducir el Estado lo más posible para así aligerar la carga fiscal, para que sea la iniciativa privada movida por la mano invisible la que ordene la vida de los ciudadanos. Sus principios son los que desarrolla el Consenso económico de Washington: inspirar una desconfianza total hacia el Estado ya que la regulación amenaza la libertad, refrena el conocimiento e impide el desarrollo. Abiertas al mercado, la creación de universidades ha ido más allá de lo razonable y ni aseguran una calidad mínima ni responden a necesidades reales. Funcionan como pequeñas o medianas empresas. No basta con un aporte de capital para crear una universidad. Con eso ni siquiera se hace un club de fútbol. Requiere calidad y que los jugadores aprendan a jugar en equipo.
Una segunda distinción, en el marco de la reflexión sobre integración, es que vamos a referirnos a instrumentos y valores. Al hablar de la forma de instrumentalizar la integración no tiene sentido distinguir entre universidad pública y privada; sí en cambio cuando hablamos de valores.
Finalmente tenemos que situar la universidad en sus contextos. Los que nos enfrenta a cuatro compromisos:
Cuatro compromisos a los que tenemos que hacer frente. Los cuatro son distinguibles pero están estrechamente relacionados: El compromiso nacional, el regional, el continental y el planetario. El compromiso nacional es la democratización; el regional es el desarrollo, el continental es la integración y el planetario es la globalización.
El Compromiso nacional: La democracia. El compromiso democrático no es sólo con la democracia liberal, un individuo un voto, sino también con la democracia social y ética. En el siglo pasado Giner de los Ríos definía la universidad como la conciencia ética de la vida. De la misma manera que hablamos de un desarrollo sostenible tenemos que pensar en una democracia sostenible, entre cuyos valores fundamentales figuren la tolerancia y la equidad social. En el mundo en que vivimos debemos preguntarnos ¿qué es compatible con la democracia? Por ejemplo no es compatible con la democracia el desequilibrio social. La equidad social aparece concretada en la Constitución, cuando garantiza la igualdad de oportunidades y por la democracia ideológica, fundamentalmente asociada al Estado laico. El mandato constitucional que garantiza la igualdad de oportunidades lo cumple el Estado a través de la educación pública. En América Latina hay 200 millones de ciudadanos con ingresos menores de $200 anuales. Es la región con mayores desigualdades en la distribución del ingreso. Es la concepción de la educación superior como palanca del desarrollo, como recuperadora del capital humano cualquiera sea su condición social, lo que da el carácter de servicio público a la universidad.
La democracia ideológica es la tolerancia. Los integrismos tampoco son compatibles con la democracia. Todo tipo de integrismos: el musulmán, el protestante y el católico. Incluso un integrismo que no se reconoce como tal, pero que sí lo es y en el más alto grado, el integrismo del mercado, el integrismo neoconservador. El integrismo católico, que dejó su peor huella en el nacional catolicismo, es una línea que el Papa actual parece impulsar y que se está manifestando en España a propósito del debate sobre la educación para la ciudadanía. La mentalidad laica, que no se ve condicionada por ideas previas, es la que mejor se adapta a la función universitaria. La democracia tiene que ser tolerante y en consecuencia laica. La laicidad no es otra cosa que el reconocimiento de la autonomía de lo político y civil respecto a lo religioso. El Estado laico reconoce a todos el derecho de ejercer libremente su religión y de portar su símbolos: el velo, la kipa o la cruz…, mientras no ofendan a otras creencias y religiones, pero también el de no pertenecer a confesión alguna. Para la sociedad laica dios es de la esfera de lo privado.
Le educación en valores es parigual instancia democrática. Un capítulo fundamental en este espacio es el compromiso ético. Un compromiso que la universidad debe considerar en su formación y que en grandes líneas comprende el respeto a la dignidad de las personas y los derechos humanos, el Estado de derecho, el pluralismo, la justicia, la solidaridad, la igualdad y la libertad.
No podemos pensar la democracia, especialmente en el Cono Sur de Nuestra América, sin tener en cuenta lo que fueron las cruentas dictaduras de la segunda mitad del siglo pasado. Es preciso pensarla –en particular en lo que se refiere a las responsabilidades universitarias- en el marco de la necesidad de configurar garantías democráticas. ¿Qué es lo que amenaza la convivencia democrática en América Latina? Tiene que ser un tema de reflexión. No basta con relegar al pasado (a la amnesia de la historia utilitaria) hechos que son recientes y que creemos superados. Si las mentalidades no han cambiado radicalmente pueden resurgir, máxime en sociedades con fracturas sociales tan graves como las que conocen nuestros países. La universidad latinoamericana en ese sentido tiene un compromiso fundamental con la democracia. En sociedades con tan grandes desigualdades como las nuestras debe constituirse en un laboratorio democrático de ponderación y análisis y orientación de la opinión pública para que no vuelva a surgir la tentación autoritaria.
Repito a menudo –y no me canso de repetirlo- que reflexionando sobre la paz, Kant decía que la paz no forma parte de la naturaleza humana, que hay que instituirla, y ese es un trabajo de nuestras universidades. Forma parte de esa osatura de la educación (tan olvidada hoy en las concepciones docentes neoconservadoras) que se llama formación y que es el esqueleto que sostiene la información y la hace pertinente.
La pregunta de cierre que plantea este compromiso es cómo consolidar la democracia en un mundo en que la mundialización desafía al Estado nación?
La respuesta definitiva es: la Educación.
El Compromiso regional: El Desarrollo debe ser sostenible, sustentable y pertinente. El desarrollo económico tiene que concebirse como un medio para alcanzar el fin, no como un fin en sí mismo y debe ser compatible con el uso sostenible de los recursos mundiales. El desarrollo sostenible plantea el equilibrio entre lo ambiental, lo económico y lo social. Dado que el bienestar social es básico para este equilibrio se proyecta como una urgencia disminuir la pobreza. El desarrollo sostenible reposa igualmente en la diversidad cultural. Y como estableció la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural de la UNESCO, en 2001, ésta se convierte en «una de las raíces del desarrollo entendido no sólo en términos de crecimiento económico, sino también como un medio para lograr un balance más satisfactorio intelectual, afectivo, moral y espiritual». La diversidad cultural resulta así el cuarto ámbito de la política de desarrollo sostenible. A propósito del Bicentenario, Ricardo Lagos -ya en el 2001-, señaló que era imprescindible incorporar a los sectores menos favorecidos a la ciudadanía y que esto tenía que traducirse en realidades: nuevas infraestructuras, protección del medio ambiente, resurrección de las ciudades y un amplio programa educativo y cultural. Es una lástima que él no lo haya hecho cuando tuvo los medios. Pero el desarrollo debe ser también pertinente. “Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades”. Así se lee en el Informe de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (Comisión Brundtland: Nuestro Futuro Común). Mejor y más poéticamente se lo escuché decir a un viejo y caviloso Kimche (Kimche llaman los mapuches a los sabios), “Vivimos en un mundo prestado por nuestros hijos y debemos devolvérselo en mejor estado del que lo recibimos”.
En el mundo andino vemos la irrupción política de los llamados “pueblos sin historia”, que personalmente prefiero nombrar como pueblos con “historias secuestradas”, porque no es que esas mayorías indoamericanas no las tuvieran, sino que se las sustrajo la colonización durante tres siglos y durante los dos siglos siguientes se las negaron las mentidas repúblicas neocoloniales, de las que fueron sistemáticamente excluidas. Al dar la vuelta al siglo XXI, las poblaciones indígenas se han vuelto mucho más activas e influyentes. Particularmente iniciado en Bolivia con Evo Morales, hay un creciente protagonismo político de los pueblos indígenas. Se habla incluso de una «nación indígena» en América del Sur y una voluntad de reescribir la historia. La efervescencia corresponde asimismo a un rechazo del Consenso de Washington, que organizaba la integración de América Latina en el marco del proceso de globalización, basada en la liberalización de los mercados y en la privatización. El consenso ha creado mucha riqueza, pero ha ido a manos de las grandes empresas, abandonando a la miseria a los sectores populares. Ha impuesto una economía que en vez de reducir las diferencias las ha ampliado.
La bandera indigenista se agitó también con vigor en Ecuador durante la campaña electoral del 2006, y el actual presidente Correa no parece querer defraudar esa corriente. Se hizo campaña de perfil indígena, con candidatos vestidos con el atuendo saraguro (poncho, sombrero verde de fieltro y pantalones hasta la rodilla) que se levantaban contra el acuerdo de libre comercio con EE UU «hasta las últimas consecuencias”. Planteaban la nacionalización de los recursos naturales y la necesidad de transformar al Ecuador. Expresaban el temor de que el tratado con EE UU les quite uno de sus mayores tesoros: las medicinas ancestrales.
La alianza de civilizaciones es muy importante para la América indígena, para avanzar en la modernidad sin caer en el indigenismo radical.
La universidad latinoamericana –en particular la universidad andina- debe hacerse cargo de estos cambios políticos, sociales y económicos y de la emergencia de los valores soterrados.
El Compromiso continental: La Integración. La voluntad de integración recorre alegremente todo el continente. Las realidades son, sin embargo, menos risueñas. Nuestra América navega todavía en incertidumbres agobiantes y los procesos de integración viven momentos de crisis en las fronteras del desarrollo.
En Centro América la Comunidad Centro Americana se sostiene sobre la estructura del SICA (Sistema de la Integración Centroamericana) y hace avances significativos en la integración comercial. La Comunidad Andina (CAN) próxima a cumplir 40 años el 2009 se debate en la incertidumbre después de la retirada de Venezuela en el 2006. MERCOSUR entre países miembros y países asociados se extiende sobre todo el subcontinente. Aunque ha hecho avances en el compromiso democrático se define más como “bloque comercial” que por el propósito de avanzar en una mayor integración política y cultural. MERCOSUR ha recibido un duro golpe en sus expectativas de consolidación política y económica con el conflicto por las papeleras en el Río Uruguay.
Otro escenario es el planteado por el presidente Chávez. La revolución bolivariana que inicia en Venezuela se ha convertido en surtidor de iniciativas de integración y hermandad en América Latina y el Caribe. Después de casi nueve años de tormentoso gobierno, Chávez ha llegado a la conclusión que sólo el socialismo -despojado de lastres burocráticos, dogmatismos ideológicos y errores del pasado- puede traer justicia social y derrotar la pobreza. La novedad de Chávez es que da una base económica a la integración. Si para Bolívar, pilar de la unión era la lengua, Chávez ofrece el petróleo como base, y pone el enorme potencial energético de Venezuela a disposición de la integración.
En el mismo sentido de integración económica y energética habla la Presidenta argentina, Cristina Kirchner, en su discurso del 1 de marzo del 2008 ante la Asamblea Legislativa . Considera clave -en la marco de la integración regional, que es el capítulo económico- “la incorporación de la República Bolivariana de Venezuela a MERCOSUR para cerrar finalmente la ecuación energética”.
¿Cómo se sitúa la universidad latinoamericana frente al compromiso continental? ¿Podemos tomar ejemplo de los otros países que forman lo que llamamos la Comunidad Iberoamericana: España y Portugal? Si miramos sus capitales, hasta poco antes de las dictaduras militares americanas los indicadores sociales y económicos situaban a Madrid y Lisboa por debajo de Buenos Aires y Río de Janeiro ¿Qué fue lo que permitió su rápido desarrollo? Sin duda la democratización y su integración en la Comunidad Europea.
En el terreno de la integración tenemos que hablar claramente de universidad latinoamericana. La noción de Iberoamérica que nos une con España y Portugal es trascendental en el terreno cultural, pero no así en el universitario. Las urgencias y las pertinencias de las universidades europeas no son las mismas que las de América Latina.
Creo que en pocas cosas hay que seguir modelos ajenos. Pero también creo que para nosotros, integrarse es la solución. Y tenemos urgencia porque cada vez quedará más de manifiesto que la estrategia unilateral resulta extremadamente costosa mientras que la cooperación ofrece soluciones más eficaces y duraderas. Se trata de configurar estrategias comunes que organicen los agentes sociales en beneficio de nuestro propio interés. En ese sentido debemos crear un espacio de educación común: el espacio latinoamericano del conocimiento que reconozca la diversidad y pluriculturalidad de etnias de todas las regiones de América latina. Un espacio en el cual, a semejanza de lo que establece la Convención para la protección de la diversidad cultural de la UNESCO, del 2005, la educación, como la cultura, no sean tratadas exclusivamente desde la perspectiva de su valor comercial. Un espacio que sea asimismo capaz de integrarse a nivel global, porque ese es el ámbito en que las culturas han de convivir. De lo contrario, si queremos actuar en solitario, nos arriesgamos a quedarnos al margen en un mundo que es cada vez más interdependiente.
En el terreno de lo práctico es conveniente que el sistema sea compatible con los que existen en Europa y en los países anglosajones, en lo que se inspiró por otra parte la Declaración de Bolonia. Es un hecho que para crear el ELAES (El Espacio Latinoamericano de Educación Superior) se deben homologar los estudios para facilitar la libre circulación y el intercambio de estudiantes. Eso implica permeabilizar las estructuras docentes, superar el anacrónico sistema de progresión anual de los estudios y pasar al sistema de créditos. Sin generalizar el sistema de créditos difícilmente podemos pensar en la integración académica. Hay pues que instaurar el Sistema Latinoamericano de Transferencia de Créditos (SLATC) y estructurar las titulaciones en un doble ciclo de grado y posgrado equiparable en todos los países y también fuera de América Latina. Es igualmente preciso introducir el concepto novedoso de crédito no medido en horas de clase sino en horas de trabajo del estudiante: 25 horas, de las cuales, como máximo la mitad, deben corresponder a clases teóricas. Por otra parte la idea de tronco común con asignaturas en mosaico -eventualmente un año- se impone cada vez más para dar el marco de valores a la formación profesional y ofrecer a los alumnos la posibilidad de rectificar sus opciones.
El Compromiso planetario: Globalización. La globalización tiene dos grandes rutas: la sociedad de la información y la sociedad del conocimiento. El conocimiento es información procesada por lo tanto cada cultura de acuerdo a sus intereses puede y debe construir su ruta, su sociedad del conocimiento. Acceder a la información es sencillo, basta un golpe de click; pero distinguir la información relevante nunca ha sido tan complicado como ahora debido a la sobreabundancia de fuentes de información. Son los criterios de pertinencia los que nos permitirán precisar la relevancia de la información y transitar de la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento. El conocimiento comienza por saber seleccionar del caudaloso torrente de datos -una verdadera invasión cultural de mensajes y comunicaciones de toda naturaleza que la sociedad de la información nos transmite a través de la red- aquello que es pertinente para nuestro desarrollo y enriquece nuestra identidad cultural. El conocimiento sólo es pertinente cuando es capaz de contextualizar su información, de globalizarla y situarla en un conjunto. Eso implica cultivar la imaginación para anexionar lo global a prácticas de modernidad propias. La universidad debe incentivar la imaginación y su uso en el manejo de la vida. En la formación de los estudiantes ha de comprometerse en generar un espíritu crítico, objetivo principal de la enseñanza universitaria. Lo que, en definitiva, no consiste en otra cosa que enseñar a dudar. Lo peor, en lo que a nosotros se refiere, es que la universidad latinoamericana sigue siendo un polémico escenario del pasado. Su misión es estar a la vanguardia de los nuevos tiempos, asumiendo y enfrentando sus incertidumbres. Debe desarrollar una formación en valores, aquellos que nos forjan ética y cívicamente, nos enseñan a reconocer la autoridad y a rechazar el autoritarismo, nos ejercitan en el pensamiento crítico y nos unen como nación o como latinoamericanos. Más que valores económicos o políticos, valores culturales, sociales y éticos. El tema de los valores es también un tema preocupante en relación con la globalización. En la Conferencia anual en París del Instituto de Seguridad de la Unión Europea de diciembre 2007 (El País 03/12/07), Javier Solana señalaba eufemístico: “No hay una imparable tendencia hacia el triunfo del tríptico: mercado, democracia, derechos humanos”. A la vez sabemos que la globalización genera grandes “injusticias globales”, desajustes sociales que dan lugar a flujos incesantes de inmigración. En efecto estamos asistiendo al crecimiento acelerado de Estados no democráticos con peso demográfico, comercial y energético. China y Rusia son dos ejemplos. Pero el crecimiento no detiene la emigración. Un dibujante español del diario El País, parodió en una viñeta el cuento más corto que conoce la literatura, El Dinosaurio, del guatemalteco Augusto Monterroso: “Cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba allí”. El Roto dibujó una multitud de chinos y su leyenda era: “Cuando desperté, ya los chinos estaban allí”.
Si estamos convencidos de que nuestro futuro planetario está en la integración, la universidad debe comprometerse con ese destino en una política de cooperación académica. Incluir en los currícula del futuro la creación de redes temáticas, multidisciplinarias y asociativas de universidades, destinadas a responder y anticipar los desafíos sociales, a desarrollar la pertinencia de la investigación científica, formando a las nuevas generaciones en concepciones mucho más amplias, que abarquen e integren el conocimiento de la historia, la literatura, la cultura alfabética y visual, las ciencias y las artes en estructuras comprensivas de todo el continente latinoamericano; ordenaciones que les hagan sentir que tienen una identidad común. A diferencia de la destreza profesional que se adquiere en el claustro de una especialidad, el conocimiento creativo es una obra abierta, de ingeniería. Consiste en saber tender puentes entre la vida, las artes y la ciencia.
La universidad pensada como servicio público no puede atenerse a las normas de rentabilidad que se maduran para una universidad al servicio de la empresa. Concentradas en desarrollar la economía del conocimiento las universidades españolas y europeas proponen la drástica reducción de las asignaturas eliminando las menos rentables o incluyéndolas en otras (todas aquellas que tengan menos de 70 alumnos nuevos inscritos por año). Así la espada del verdugo se cierne para decapitar las humanidades, con la filosofía incluida, las filologías, las ingenierías, la historia del arte. Todo aquello que no conduzca a la empleabilidad. Es el concepto de “rentabilidad” el que está en juego y es lo que diferencia la universidad de la economía del conocimiento, de la universidad de la sociedad del conocimiento, la diferencia entre la rentabilidad económica y la rentabilidad social. Sin Humanidades es muy difícil que se produzca una universidad humana, condición indispensable para generar al profesional social. El profesional social: esa es la figura a que debemos apuntar en nuestro modelo formativo. Las Humanidades como disciplina y como acervo cultural constituyen la explicación y el mejor aporte de América Latina a la construcción de su propio futuro ¿Y cómo excluir de las aulas universitarias las Nuevas humanidades, que son el conjunto de Medios de Comunicación: prensa, cine, música, cómic… Y que intervienen tan decisoriamente en la sociedad actual? Nuevas humanidades que enuncian una nueva cultura, la cultura visual, no basada en el sistema alfabético si no en el ver y escuchar. Unas humanidades modernas hijas de las nuevas tecnologías y matrices de la globalización. Nuevas humanidades que configuran el mundo a través de diversos imaginarios. Y de paso ¿qué puede ser más obtuso que suprimir la historia del arte? ¡Hoy! Cuando estamos viviendo en forma acelerada la mutación epistemológica que representa el paso de la cultura del logos a la cultura del icono; y sabemos que es en el arte donde encontramos la imagen y que su estudio nos entrega los más probados métodos para desentrañar los secretos epistémicos e ideológicos de la sociedad visual.
En la incorporación a los currcula universitarios de este nuevo humanismo reside en gran parte la originalidad del futuro.
En Resumen, y frente a estos cuatro compromisos, quiero precisar doce claves (como soy supersticioso no llegué a 13). Doce claves que tenemos que tener presentes al pensar la universidad pública republicana del siglo XXI.
1.- Su naturaleza como servicio público.
2.- Es una comunidad de estudiantes, investigadores y docentes. No es una empresa de enseñantes y clientes.
3.- Su unidad básica deben ser los grupos pluridisciplinarios de trabajo, organizados en redes multi-universitarias de investigación y docencia. Máxime cuando constatamos que los conocimientos innovadores suelen germinar en las zonas fronterizas.
4.- La necesidad de que asuma su propia y rigurosa evaluación para garantizar la calidad.
5.- Debe potenciar el intercambio académico.
6.- Ha de estimular la interdisciplinariedad.
7.- Reforzar el vínculo entre enseñanza e investigación, dejando de lado la añeja idea de que en la universidad se hace esencialmente ciencia básica (en la “torre de marfil”), que luego da origen a las tecnologías, esto es a la ciencia aplicada. En realidad si miramos a lo largo de la historia vemos que el motor básico de la ciencia ha sido la búsqueda del conocimiento útil. Basta contemplar los diseños científicos de un artista como Leonardo da Vinci para darse cuenta de la veracidad de este aserto. Lo que era inútil en su época se convirtió en artefactos de la mayor utilidad cuatro siglos después.
8.- Debe asumir los desafíos de la globalización. Atender a desarrollar la economía del conocimiento, pero armonizándola con la sociedad del conocimiento y manteniendo su responsabilidad social. En la economía del conocimiento todo el mundo entiende que el progreso pasa por I+D+i. Pero –sobre esto hay que mentalizarse- es necesario que la innovación no dependa de tecnologías adquiridas en el exterior.
9.- Debe precisar la autonomía sobre dos tableros: la transparencia de la gestión y la independencia del pensamiento. Es claro a qué me refiero cuando menciono transparencia en la gestión. Quiero precisar el segundo punto. La universidad escolástica se concentra en enseñar a citar, la universidad republicana debe enseñar a pensar. La autonomía intelectual se funda sobre el pensamiento crítico y la esencia del pensamiento crítico es enseñar a dudar. Ortega y Gasset condensaba: “Siempre que enseñes enseña a la vez a dudar de lo que enseñas” .Enseñar a dudar es enseñar a preguntar y a preguntarse. Desarrollar la capacidad de preguntar lleva a problematizar el conocimiento. El pensamiento crítico consiste en saber hacerse las preguntas pertinentes. Por cierto que la capacidad de preguntar exige adquirir profusos saberes y confrontarlos con la experiencia. Ningún conocimiento es relevante en sí, separado del contexto. La relevancia descontextualizada es del dominio de la fe. La mayoría de las preguntas relevantes surgen en las fronteras de las disciplinas. De escolasticismo podemos hablar refiriéndonos a una forma clasista de entender la enseñanza como entrenamiento de las élites, administrada a menudo por instituciones religiosas. Dos virus encontrados afectan la formación universitaria: un tradicionalismo asfixiante y la inmadura admiración por lo nuevo cuando viene de fuera. Por otra parte es un hecho que cuando yo estudiaba la universidad se dedicaba a hacer lo que ella quería y ahora se le pide que haga lo que la sociedad quiere.
10.- Debe tener una auténtica y viva conexión con la sociedad para precisar desde el bien común su responsabilidad social, actualizar y contextualizar los saberes y definir los criterios de pertinencia que le permitan ser un agente activo en la construcción de la sociedad del conocimiento. Información y conocimiento no son la misma cosa. La sociedad del conocimiento es la información seleccionada por su relevancia de acuerdo a criterios de pertinencia. La sociedad del conocimiento es pluralista y multicultural en la medida que el conocimiento se comporta propicio al surgimiento del conocimiento heterogéneo y participativo que sepa valorar el saber autóctono y popular e integrar en vez de excluir.
11.- Para adaptarse a los cambios la universidad tiene que dar un giro copernicano. El aggiornamento universitario debe otorgar un papel más importante a la investigación que no debe finalizar en el laboratorio sino tener como objetivos concretos contribuir al desarrollo real de la sociedad; debe crear nuevos contextos de aprendizaje. Métodos que estimulen a los estudiantes a la búsqueda personal del conocimiento. Dada la abundancia de fuentes de información, hay que repensar las pedagogías. Esto reclama profesores que sean capaces de establecer diálogos participativos. Nada ha contribuido más a la falta de participación de nuestros alumnos que la obsoleta concepción de la clase magistral, donde el instrumento principal de transmisión ha sido la fotocopiadora. La universidad del siglo XXI tiene que ser un espacio que incite a los estudiantes a ser creativos.
12.- Finalmente es preciso tener conciencia que el camino más expedito para avanzar en la integración académica es hoy la Universidad virtual, mantenida por equipos pluridisciplinarios e interuniversitarios de la más alta calidad, que constituyan ofertas interesantes para retener a nuestros estudiantes de posgrado.
Por último y para concluir, el gran reto global de la universidad para el siglo XXI es formar para configurar un futuro, un nuevo orden mundial en que la equidad planetaria y los derechos humanos constituyan la base de los derechos políticos y humanos. El riesgo es que entre los diversos futuros posibles, en lugar de crear uno a nuestra medida tengamos que sufrir un futuro residual fruto de esa ignava ratio, esa razón perezosa a la que nos lleva el conformismo, el pensamiento único y la reflexión mimética y que, en lugar de disfrutar el futuro, tengamos que soportarlo.´
Nota: Esta conferencia fue sustentada en Quito, en la sede del Consejo Nacional de Educación Superior, CONESUP, en el 2008, por Miguel Rojas Mix, gracias a las gestiones realizadas por sus amigos personales Dr. Gustavo Vega Delgado y Rodrigo Borja Cevallos.
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