Doscientas hectáreas gratuitas a militares que quieran colonizar el Oriente. 1910

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Cronista Vitalicio de Ambato

Y desde las esferas del poder se llegó a decir que “el Oriente es un mito”. Para los ecuatorianos educados en el civismo identitario de una herencia territorial con la que nació la República, el Oriente es un trauma. Peor para quienes derramaron su sangre y sintieron la desmembración definitiva de nuestro mapa, el que a muchos nos tocó pintarlo desde la escuela, con puntitos, como advertencia previa de que se iba a quebrar por el peso del petróleo que contenía la selva; y esperando a que Velasco Ibarra nos entusiasmara con su demagogia. Jaime Roldós nos hizo derramar las últimas lágrimas con su discurso fatal que pudo habernos conducido por los secretos caminos que con su asesinato se llevó a la tumba.

Los grandes terratenientes y plutócratas del siglo XIX y de la mitad del siglo XX que han manejado la República, nunca pensaron en una región oriental con características propias, acorde a la vida en la selva, entre ríos y bosques. Tuvieron una mentalidad a la manera andina o a la idea lejana de los plutócratas guayaquileños acostumbrados a los jugosos negocios del mar. Siempre se tuvo la idea de ser una región ignota y abandonada. Nunca se pensó que en el Oriente, más que en otra región de la Patria, las comunicaciones eran mucho más fáciles que entre los precipicios andinos. El Oriente tenía listos los ríos navegables, que significaba como tener las vías pavimentadas, y gratuitamente. Solo faltaban, y faltan hasta ahora, las embarcaciones que surquen modernamente sus aguas, con lanchas y toda clase de transportes fluviales a motor. El Oriente, desde el punto de vista de la movilidad, era un territorio “aguas abajo”, a la manera como lo hizo Orellana. Y esa mentalidad todavía la tenemos estancada. Solo los brazos musculosos de los remeros nativos tenían un territorio por donde se deslizaban en el silencio por cualquier lado, por cualquier afluente de un río grande, entre lagunas escondidas. Sabían los meses cuando podían regresar a las cabeceras de la selva, sin luchar mucho contra la corriente. Si la modernidad hubiera llegado, y llegara al Oriente con embarcaciones a disposición de los nativos, para que suban y bajen por esa red fluvial, las cosas hubieran sido, y necesitan ser ahora mismo, diferentes.

Nunca olvido a un sociólogo colombiano llamado Horacio Calle que llegó un día a Bogotá, con una barba enmarañada como la propia selva, por sus largos años de su trabajo investigativo en ella, a decirnos que las culturas amazónicas son políglotas porque viven más comunicadas entre sí que las culturas andinas que son más estáticas. Que en la selva los matrimonios exogámicos son más reales de lo que nos cuentan, desde afuera, quienes creen que en la selva, sus habitantes son tribus cerradas, como pasa en las culturas andinas. La expansión lingüística de una lengua macro, conocida como macro-tupi-guaraní da la medida de una fragmentación dialectal (entendida como variante de una misma lengua), más que de un aislamiento a lenguas diferentes que más bien se ubican en las estribaciones de la oriental vertiente montañosa.

Si ahora mismo anunciaran que habrían embarcaciones con itinerario entre el Coca y Nuevo Rocafuerte, seguro que muchas cosas cambiarían el rumbo de la vida ecuatoriana en la selva. Si se establecieran puertos intermedios con sus respectivos muelles, en vez de tener focos de amontonamiento espantoso como en Quito o Guayaquil, con gente que tiene la ocupación diaria de la delincuencia y las invasiones por falta de espacios para una vivienda, creo que el ser humano depauperado podría recuperarse al trabajo y a luchar por la dignidad. Mientras por un lado la selva está abandonada, por otros lados la gente se pelea con los vecindarios por un metro de tierra. Las vías de la troncal amazónica ahora nos dan un eje transversal fantástico a las poblaciones que se estructuraron desde épocas coloniales. Pero creo que este desarrollo está geográficamente ubicado tan solo en la estribación de la cordillera; y lo que hace falta es bajarnos a los valles siguiendo los cursos de los ríos navegables en pos de una nueva idea de desarrollo, desterrando ese criterio de “colonización” con que siempre se ha pensado cuando uno quiere ir a vivir en el Oriente.

Seguramente atraído por las ofertas del alfarismo, el abuelo Eduardo habría tomado la decisión de ir al Oriente, realizando un viaje de tres meses desde Pachanlica en Tungurahua, hasta Mera, en la entrada de la amazonía, por 1915. Mírese el Cecreto y quiénes de la peluconada lo suscriben: “El Congreso de la República del Ecuador, considerando, que las colonias militares prestan, por su disciplina y patriotismo, importantes servicios a las regiones donde la carencia de medios de vida regular obligan a luchar con las dificultades puestas por la Naturaleza. DECRETA: Art. 1.-Establécense Colonias Militares en el territorio del Oriente, dependientes de la primera, segunda y cuarta zona, según se ubiquen en cualesquiera de las márgenes de los ríos Aguarico, Napo, Curaray, Pastaza, Morona y Santiago o sus tributarios e intermedios. Art. 2.- A cada familia militar, compuesta de dos o más personas, se le asignará gratuitamente, doscientas hectáreas de terrenos baldíos, los instrumentos y útiles de labranza apropiados a la región, y cuando menos tres parejas de animales de cría; Art. 3.- Para la propiedad definitiva de dichos lotes, han de prevalecer las disposiciones pertinentes en la Ley de Terrenos Baldíos, de 7 de diciembre de 1975, excepto en lo que se refiere al pago del terreno. Art. 4.- En el Presupuesto Nacional, se hará constar anualmente la suma de CIENTO SESENTA MIL SUCRES (160.000) para los gastos que demande la ejecución de la presente ley.” Este decreto tiene fecha 30 de septiembre de 1910 y está firmado por el Presidente de la Cámara del Senado Carlos Freile Z. Por el Presidente de la Cámara de Diputados Abelardo Montalvo, por el Secretario de la Cámara del Senado C. Gangotena Jijón y por el Diputado Secretario de la Cámara de Diputados Enrique Bustamante L. El Ejecútese lo puso Eloy Alfaro el 7 de octubre de 1910, y se promulgó el 8 de octubre en el Registro Oficial # 1363.

Si los Gobiernos parten de esta reflexión del alfarismo, seguro que la pueden mejorar y soñar focalizando un fragmento territorialmente nuestro, del famoso derrotero Manta – Manaos. Una política de una flota de embarcaciones que faciliten la movilidad, más una idea de nuclearizaciones con destino turístico, serían un buen arranque debidamente planificado y promocionado. Ya no será la idea de ir como en la época del arca de Noé con una pareja de animales llevados de la sierra. ¿Por qué solo los militares tenían derecho a que se les regale tierras? Qué lindo sería ir a vivir casi sin pagar impuestos a municipios andinos voraces, con alcaldes pulpos que con las “mejoras” engordan a las burocracias corruptas y remodelan los escombros dejados por cada administración.

Disposiciones constitucionales

Han sido muchas y redundantes en el mismo contenido, las que tienen que ver con la Legislación para el Oriente. La primera de estas, según el Registro Oficial recopilatorio de 31 de Marzo de 1930 dice: “Constitución de 1851.- Art. 96.- Los lugares que por su aislamiento y distancia de otras poblaciones no puedan ser gobernadas estrictamente como las demás secciones territoriales de la República, serán regidos por leyes especiales hasta que puedan establecerse en ellos el régimen constitucional.”Lo mismo se volvió a repetir en las Constituciones de 1852, 1861, 1869, 1878. En estas últimas se incluyen a Galápagos y a la provincia de Esmeraldas. Se sigue copiando lo mismo en 1883, 1884, 1897, 1906, y hasta la de 1929 en que concluye esta revisión a mi alcance.

En 1898, el Oriente era una sola provincia que llegaba hasta el Amazonas que podía ser dividida en cuatro departamentos a criterio del Poder ejecutivo, administrada por Jefes Departamentales, con escasísimas funciones, como de vacunar a la gente contra la “fiebre variolosa”, establecer escuelas dominicales para adultos, “y cuatro horas de clase en días de fiesta”; y llevar el correo. También se pide que se agrupen a las tribus en poblados permanentes. Lo que se deduce es que mientras en la época de la colonia, los religiosos tenían misiones específicas frente a los nativos, con la República, todo se calca y se encarga su cumplimiento a los militares, con lo cual, el remedio resultó peor que la enfermedad por la resistencia de los nativos a los hombres armados, quienes gozaban de un 50% adicional a sus salarios. Una Disposición General del año 1900 que nos parece curiosa dice: “Art. 31.- Los empleados…tendrán especial cuidado de procurar, la extinción del inmoral mercantilismo que se acostumbra hacer con niños, y con los que se llama zanzas o momias. En este caso se impondrá una multa de 80 a 100 sucres, a más de la pérdida del precio, y sin perjuicio de la pena que corresponda a la infracción.”

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