Por: Dr. César Hermida
El pensamiento occidental propicia el individualismo. Su historia, como cree Josef Estermann (Filosofía Andina, Abya Yala), ha sido un lento proceso de ‘solitarización’ y ‘atomización’ del hombre, de su ‘desubicación’ y ‘desnturalización’ “que culmina en el nihilismo de Nietzsche y existencialismo ‘absurdo’ (Camus, Sartre) del siglo XX”. Mientras para el pensamiento andino, su identidad ha sido siempre colectiva. Dice Estermann que “aunque la revolución copernicana había expulsado al hombre del centro del universo, a pesar de que Darwin le había quitado la corona al rey de la creación y Freud, por fin, le asestó el golpe mortal de humillarlo ante las maniobras instintivas de la inconsciencia, la filosofía moderna occidental sin embargo es un proceso incesante de desnaturalización y aislamiento del ser humano”.
Occidente se ha caracterizado por las relaciones de hegemonía y dominación, entre los pueblos y sus culturas, entre los grupos y clases, entre los hombres y las mujeres. Siempre hubo explotación y menosprecio para los dominados. Pero las revoluciones han logrado cambiar las relaciones sociales y económicas y las de género.
La relación del hombre y la mujer se da hoy en occidente entre iguales, pero debe darse en el contexto de una relación dual en la cual los dos sujetos, manteniendo su identidad, constituyan una unidad integradora, de generosa reciprocidad, de complementariedad en la función masculina y femenina, y de correspondencia de cada uno con el todo de la pareja. El pensamiento occidental debe ser dual, no dicotómico que corte y separe, pues en la ciencia, como en la filosofía, ha tratado de ‘dividir’ la realidad en partes.
En el pensamiento andino la sexualidad es universal, todo es sexuado. Mientras en occidente se refiere a los seres vivos, en el pensamiento andino la trasciende dentro del concepto de complementariedad, incluyendo todos los campos de la realidad. “Día y noche, sol y luna, nube y rayo se complementan como dos polos ‘opuestos’ pero de ninguna manera excluyentes”, dice Estermann.
La salud sexual debe descansar en la salud biológica corporal de la pareja, en la salud subjetiva de los afectos, la identidad, la libertad, en el disfrute del mutuo placer, y en los servicios que la promocionen, en una concepción de integración dual, evitando los sufrimientos del aislamiento individual, real o virtual, en donde el sujeto se desnaturaliza, se queda vacío, deja de ser.