El desafío poético a la ideología de la historia

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Cronista Oficial de Ambato

Una de las tantas definiciones de ideología tiene que ver con aquello de ser “una herramienta de control social”. Frente a esto cabe preguntarse ¿queda el sujeto sin libertad? Desde luego que resulta un concepto destinado para una masa, pero también es cierto que la ideología se nutre de ella y a la vez no es nada si no está destinada a compenetrarse en un conglomerado social. Con este supuesto, digamos que hay que pasar a delimitar a los ideólogos, o sea a quienes producen ideología desde el germen de sus reflexiones que siempre van conectadas con los intereses. La ideología entonces es un arma encargada de conquistar voluntades, con ideas que el sujeto las involucra como suyas. Sin más, ya estamos hablando de doctrinas, cuando la gente toma delimitaciones y orientaciones en su pensamiento.

No conviene detenerse demasiado en aquello de que las ideas pertenecen a individuos o a personas. Estamos hablando de ideología gregaria, en la cual los sujetos, desde el punto de vista de nuestro análisis, deben ser vistos como depositarios, o más bien una especie de sedimentarios, desde cuyos reservorios, lo acumulado, lo pesado o procesado, que se vuelve sedimento, constituye una especie de fermento que caracteriza la distinción con que aflora el pensamiento, manifestándose como conservador, liberal, progresista, reaccionario, vanguardista, etc. La ideología es un “petróleo” que se impregna por derrame sobre un ente ingenuo, sobre algún espíritu que algún día estuvo en blanco, o sea virgen, receptivo, indefenso, convencible.

De un estado de virginidad ideológica, que lo destaco para referirme a una forma de pensamiento de un sujeto que todavía no ha sido contaminado por la memoria, pasemos a reflexionar en lo que hace o en la forma cómo opera el caudal de informaciones que se depositan justamente en las reproducciones de nuestro imaginario por obra y gracia de la condición receptiva-reproductiva de la memoria. A estas reproducciones es a lo que vamos a llamar ideología vinculante con la historia, pero con aquella historia que aprendimos en todas las semiósferas sociales, educativas, periodísticas, e intelectuales en general, entendiéndose que la intelectualidad también debe ser vista, en este caso, como sinónimo de ideología, en su más amplio abanico de tendencias producidas en todos los tiempos.

La historia, por su parte, se apoya en un pilar generado por la vanidad y el ego. A la historia le gusta ser conmemorativa. Los sucesos pasan a ser revividos, rememorados, reproducidos y reinterpretados con un propósito de fijación en la masa, pero de acuerdo a intereses de sus celebrantes. Lo que se pretende que se olvide es porque a los rememorantes les parece ahistórico. No todo hecho es rememorable, sino porque entran en juego las conveniencias del poder o de sus contestatarios.

¿Qué hace o ha hecho la poesía en este juego planteado por la historia? La poesía es un arma sublime, y si la vemos como a una musa que puede aparecernos vestida, y casi nunca desnuda, miremos si se nos presenta con traje untado de petróleo, con traje blanco, con traje rojo o de cualquier color con que le haya engendrado su poeta y su cronotopía. Y si pretendemos que la poesía nos llega desnuda, tiene el alma de su poeta gestador, que a su vez la concibió con los sedimentos con los que pasa pensando por la vida.

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