Hay que comparar entre iguales

El diario El Telégrafo de la ciudad de Guayaquil, señala en su edición de este domingo 23 de octube de 2011: «Universidades pugnan por ´voltear´los  rankings». Y a cotinuación expresa:»Varios docentes y autoridades universitarias naconales sostienen que la calificación mundial debe ser vista solo como referente y no una sentencia de la significación académica en Ecuador y que, pese a lo conseguido, hace falta mayor inversión estatal».El tema  es para el debate y de mucha actualidad. El ranking, dominado por Estados Unidos  e Inglaterra se debe, a que tomó mucho cuerpo la evaluación de la calidad de las instituciones de educación superior, pero se asumió una serie de variables e indicadores que no son aplicables a nuestra  realidad. Esos indicadores son construidos sobre la base de instituciones que tienen un desarrollo de mucho tiempo y que tienen recursos muy distintos a los de las universidades de  América Latina.

Es por esa razón que los rectores de las universidades de América Latina y el Caribe decidieron impulsar el MELSAC  (Mapa de la Educación Superior de América Latina y el Caribe).

Se trata de un sistema de información de libre acceso que  contiene datos estadísticos de las diferentes instituciones. Esto surgió de la necesidad de conocer cómo se comporta la educación superior en la región y cuáles son sus principales fortalezas y debilidades.

Las universidades ecuatorianas en el siglo XXI

Las universidades ecuatorianas nunca alcanzaron, en su larga historia, el nivel de dignidad que han tenido en nuestro siglo. Es decir, no puede hablarse de “decadencia”, sino de “curva ascendente”, y cuantos han conocido la situación universitaria anterior saben que el nivel científico universitario ha mejorado.

Puede hablarse de crisis, si se quiere, en el sentido de que existe un estado de opinión general que exige la mejora de muchas cosas que no son tan perfectas como nuestra sensibilidad intelectual desea, y es natural que así sea. Pero, a este respecto, no debemos olvidar tampoco que, como constantemente han manifestado los rectores, es absurdo pedir que Ecuador tenga unas universidades desproporcionadamente superiores a los demás aspectos de la vida nacional. Un país pobre, con muchos analfabetos todavía, sin los recursos suficientes para investigación científica, etc. etc., no puede tener universidades comparables a las de los países que están  a la cabeza del progreso científico, técnico y económico. La comparación debe hacerse con países similares a Ecuador por esos conceptos, y de tal comparación nos atrevemos a decir que las universidades ecuatorianas salen bastante airosas.

Un cambio de mentalidad

Lo que hace falta fundamentalmente es un cambio de mentalidad, que empiece por realizar lo posible y termine por mejorarlo con prudentes reformas. Un cambio de conducta, antes de abordar un cambio de estructuras. Porque, suponiendo que, de la noche a la mañana, nos encontráramos con nuestras universidades enteramente reformadas y reestructuradas, la vigencia de tales cambios todavía seguirá dependiendo de la buena voluntad, y podríamos fácilmente arruinar lo nuevo al persistir en el sordo sabotaje de una práxis rutinaria. Sin cambio previo de la conducta, nada podemos esperar de un soñado cambio de estructuras.

Por eso, cuando se pregunta por una solución para la actual situación universitaria ecuatoriana, se suele decir que la solución inmediata está en que cada uno –y, naturalmente, entran aquí los estudiantes- procure cumplir lo mejor posible su propio oficio; luego, que cada universidad, tal como están ahora las cosas, procure mejorar en su conjunto, y solo después de esta reforma personal y corporativa podremos esperar algo de los ansiados cambios de estructuras.

Y si se preguntan cuál es, la característica más decisiva de un profesor universitario, no dudaríamos en responder: “Que sepa, que sepa mucho, que sepa todo. Y que no se desfase, que esté al día, que investigue, que sea un sabio”. Enseñar, mostrar el producto de la ciencia, propia o ajena, enseñar todo a todos, es el aspecto del oficio de profesor que ya destacó en su día –un día de hace más de trecientos años- un tal Comenio, en el primer tratado de didáctica que produjo Europa.

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