La nueva tarea de la Universidad

Por utilizar una expresión del mexicano Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, podríamos decir que el clima en el que se mueve la institución universitaria en este comienzo de siglo es el propio de un “tiempo nublado”. Las luces y las sombras se alternan en un panorama cultural en el que, por una parte, el saber ha llegado a constituir la mercancía más preciada y, por otra, casi nadie parece interesado en investigar la naturaleza íntima de las cosas y ganar verdades firmes acerca de lo real.

Al parecer, se valora ahora más que nuca el conocimiento y la información.

Pues bien, la más urgente tarea de la Universidad en estos primeros pasos del nuevo siglo consiste en lograr que el inminente peligro de trivialidad y sometimiento que acecha a la institución académica se convierta en una oportunidad única de replantear sus fundamentos, sacar partido de la primacía del conocimiento sobre la producción en la nueva cultura posindustrial y poner las nuevas tecnologías al servicio del florecimiento de la condición humana.

La fuerza de una Universidad no procede de sus recursos económicos ni de sus apoyos políticos. El origen de su potencia se halla en la capacidad que sus miembros tengan de pensar con originalidad, con libertad, con energía creadora. Ciertamente, el fomento de tal disposición requiere unos imprescindibles medios materiales y un contexto favorable. Pero exige, sobre todo, que las personas que trabajan en la institución académica, o la apoyan con su ayuda y aliento, pongan en juego su capacidad de reflexión. Porque un peligro muy frecuente en todas las organizaciones es precisamente la falta de capacidad de reflexión, la pobreza que supone “hacer cosas” sin saber exactamente lo que se hace, o por qué se hacen de este modo concreto, sin evaluar su fecundidad, sin analizar consecuencias y posibles métodos de mejora. Si en una Universidad cada una y cada uno sabe quién es y cuál es su misión en el ámbito de la investigación, de la enseñanza o de la gestión, y se establecen sistemas para evaluar si lo que se está haciendo realmente se ajusta a la misión institucional, entonces es fácil aclarar qué se debe hacer y cómo se puede hacer mejor. El proceso de evaluación lleva a conclusiones que pueden ser aplicadas inmediatamente: se trata de reintroducir continuamente el valor añadido que supone lo específico, para mejorar la propia actividad.

Ciertamente, la preparación profesional es uno de los objetivos principales de la Universidad, pero no el único ni siquiera el más importante. Una eficaz formación profesional solo es posible en un ámbito en el que simultáneamente se cultiven los saberes sin proyección operativa inmediata. Porque únicamente así los profesionales que surjan de tales escuelas serán creativos, innovadores, capaces de trascender los hechos y salirse fuera de los supuestos.

La excelencia es un principio rector de la calidad. Este principio se pone en marcha mediante la investigación, la docencia, la extensión y la administración, ejerciendo la autonomía, las libertades de enseñanza, de aprendizaje, de investigación y de cátedra, con apertura a todas las corrientes del pensamiento.

EcuadorUniversitario.Com

Deja una respuesta