Por: Mónica Ojeda | @MonaOjedaF
Supongo que mi opinión, apenas la de una estudiante universitaria que tuvo una que otra experiencia de profesora en colegios de educación secundaria, no es relevante frente a un tema como el de las reformas al reglamento de escalafón docente; que mi falta de experiencia y mi juventud probablemente actúen en detrimento a mi visión construida sobre los cimientos de observaciones, reflexiones y análisis personales del sistema educativo del que he estado imbuida toda mi vida, y que la necesidad de expresar mi indignación ante la cruel inequidad de este sistema responde, quizás, a que me estoy formando para ser, en un futuro, una profesora universitaria. Tal vez mi percepción del problema sea idealista y naif; pero las metas últimas, las cimas educacionales a las que cualquier institución aspira llegar y a las que algunos países se han acercado más que otros, lo son también.
El lunes 20 de agosto El Universo publicó una nota sobre las nuevas exigencias a los profesores universitarios del país. Cito:
“Contar como mínimo con un título de maestría (y no solo licenciatura), dirigir tesis de grado, editar una publicación extranjera “de alto impacto” y ganar un concurso público son, entre otros, los requisitos que deberán cumplir los docentes universitarios, según la propuesta de reglamento de escalafón y carrera del profesor e investigador del Sistema de Educación Superior del Consejo de Educación Superior (CES)”
No hablaré sobre los epítetos que este diario ha citado del reglamento de escalafón y que, cuando aparecen, lo hacen en incisos distintos y en otro contexto al que ellos refieren. Tampoco hablaré de la construcción de esta nota periodística. No es ningún secreto que El Universo ha apoyado desde siempre al gremio docente, y no necesariamente al mejor gremio —la UNE, por ejemplo, ha sido defendida por este diario incluso durante sus “paros”, en donde han instigado a alumnos a marchar con ellos, a incendiar contenedores, llantas, y a cometer actos vandálicos por motivos que los estudiantes no comprenden—. Me centraré, en cambio, en la educación superior del país y en las “exigencias” a los profesores universitarios.
Durante varios meses he escuchado y leído a algunos profesores quejarse porque las reformas del reglamento de escalafón los insta a continuar sus estudios; es decir, a no quedarse sólo con una licenciatura y obtener una maestría y un doctorado. Que un docente encuentre casi criminal tener que seguir estudiando me parece una antítesis en sí misma. He escuchado a muchos decir, también, que con la experiencia basta; que se puede estudiar solo, que no es necesario un pedazo de cartón. Todo esto es parcialmente cierto. Un pedazo de cartón es un pedazo de cartón; una investigación doctoral es, en cambio, un trabajo beneficioso para quien lo realiza —la persona aprende a manejar las herramientas de la investigación en su área del saber y las aplica a un proyecto que, luego, podrá compartir con otros; es decir, es tan productivo como se quiere que sea—, sino también para la institución a la que pertenece y para sus mismos estudiantes, quienes podrán nutrirse de algo que el internet no les proporciona: análisis comparativo y profundidad. Les parece, a ciertos profesores, que se los está “apuñalando por la espalda”, que “el estado los aplasta”, que “son víctimas del sistema”. Yo, personalmente, creo que las víctimas son los estudiantes, y no sólo del sistema, sino de esta clase de profesores.
Lamentablemente en el Ecuador, durante muchos años, se ha mantenido una estructura añeja de la educación superior. Esto se debe al contexto en el que se desarrollan los profesores y a que nuestro sistema educativo es endeble. Hasta el día de hoy, a nivel universitario, hemos funcionado con un gran número de profesores que no cuentan más que con su experiencia y una educación de grado para impartir clases de tercer nivel. La experiencia, por supuesto, es fundamental, pero seamos críticos y visionarios: no se puede impartir una clase a nivel universitario sólo con experiencia. Y la prueba está en el nivel educativo actual del país. ¿Por qué nosotros, hijos de la experiencia, lo único que realmente importa según algunos, no cumplimos con los niveles de los estándares internacionales?
Yo sigo siendo estudiante universitaria -lo fui en Guayaquil y ahora lo soy en Barcelona- y puedo decir que mi educación de tercer nivel en Ecuador estuvo llena de deficiencias y de agujeros que me vi obligada a cubrir por cuenta propia. Tuve, en el noveno ciclo de mi licenciatura, profesores licenciados, con experiencia y libros publicados, que escribían en el pizarrón con faltas de ortografía y que escribían mal los nombres de los autores de los que pretendían enseñarme algo. Tuve una educación de tercer nivel en la que muchos de mis maestros -afortunadamente, hubo gratas excepciones- me ponían Power Points con copy paste de páginas en internet y recitaban, cual poetas informáticos, lo que decían las diapositivas. No creo exagerar cuando afirmo que, en ciertas materias, recibí una educación que pude haber realizado sentada frente a la computadora y usando Wikipedia.
Si me preparé medianamente bien fue porque, ante aquel frustrante panorama, decidí estudiar sola, de modo que también puedo hablar de cómo fue esa solitaria tarea en contraposición con mi experiencia en España, en donde la mayoría de los profesores que he tenido hacen de sus clases un espacio de análisis y de creación de ideas, de planteamientos, de interrogantes, de ensayos en sí mismos que llevan a los estudiantes a cuestionarse cosas que, tal vez, por su cuenta habrían tardado más tiempo en preguntarse.