Marozia y su familia (II)

Por: Rodolfo Bueno 

Marozia, en prisión, se entera de que su nieto, el hijo Alberico II, se ha convertido en el Papa Juan XII.

Mucho después, a los noventa años de edad, Marozia es ejecutada luego de ser exorcizada de los demonios que la dominaron en vida. Ya ven qué cosas no más han pasado antes, y después nos intentan hacer creer que el respeto por la familia solo se ha perdido en los últimos años.

Pero sobre quien este relato se va a detener es sobre Juan XII, nieto de Marozia, ─de la que ha heredado su extremada ambición─, y sobre el que no se sabe si establece algún tipo de récord, pues es electo papa a la edad de dieciséis años y por su actividad es conocido como el papa fornicario; la verdad es que hizo suficientes méritos para llevar tal sobrenombre.

El papa Juan XII es un depravado sexual que prefiere los prostíbulos y las tabernas en vez de sus sagradas obligaciones, por lo que convierte al Vaticano en un lugar semejante a esos antros al extremo de que ninguna mujer hermosa, que se tenga por decente, se atreve a pasar cerca de sus dominios porque corre el riesgo de ser raptada para ser convertida en su amante y luego ser encerrada en alguno de los numerosos lupanares administrados por este “santo varón”, cuyas ganancias derrocha con las concubinas de su nutrido harén, a las que colma de bienes y joyas. Una vez, asustado por la llegada del Emperador Otón I, se ve obligado a cerrar los burdeles, y para evitar la vergüenza de que tanta meretriz deambule por la calles de la urbe, esconde a todas en los conventos de los alrededores.

Con Otón I, Juan XII establece una alianza mediante la cual acepta la potestad del emperador sobre el papa a cambio del reconocimiento de un documento apócrifo conocido como La Donación de Constatino, que otorga a la iglesia los terrenos de Bizancio en Italia. El pacto se mantiene mientras Otón I permanece en Roma, pero Juan XII lo rompe apenas el emperador parte, para lo cual se alía con sus enemigos.

Molesto por esta traición, Otón I retorna a Roma y ordena que ningún papa sea electo sin su consentimiento, luego convoca a un sínodo en el que Juan XII es juzgado por asesinato, perjurio sacrílego, incesto incluso con su madre y sus hermanas y profanación de la Iglesia. Este mismo sínodo depone al papa y nombra pontífice al secretario del emperador, un seglar que ha tomado las órdenes sacerdotales el mismo día en que es coronado con el nombre de León VIII.

Pero Juan XII, que previamente ha abandonado la ciudad forrado de joyas y acompañado de dos de sus amantes, organiza un ejército con el que retorna a Roma, convoca a su propio sínodo que, por respuesta, excomulga al emperador y a todos los obispos del sínodo que lo ha depuesto. El pueblo de Roma, que ha estado descontento por el nombramiento de un papa probo, apoya la revuelta contra del Emperador, y Juan XII es nuevamente acogido con grandes honores por un populacho que se identifica con sus vicios.

El resto de su pontificado, Juan XII lo dedica a desconocer todo lo actuado por el anterior sínodo y ordena mutilar a sus miembros de manera espantosa. El emperador Otón I retorna a Roma, pero llega tarde ya que Juan XII fallece a tiempo asesinado con un martillazo en la nuca, asestado por un marido celoso que lo encuentra con su esposa en plena faena sexual.

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