Recordando al inolvidable Oswaldo Guayasamín

Hace 17 años, el 10 de marzo de 1999, desapareció la figura del quizá más grande representante del arte plástico ecuatoriano de todos los tiempos: el maestro Oswaldo Guayasamín (Quito, 1919 – Baltimore, 1999).

Sus cenizas descansan dentro de una vasija de barro bajo el “Árbol de la Vida”, un pino plantado por él mismo en su casa-taller, y que además alberga desde el 2009 el pote con los restos mortuorios de su eterno amigo, el poeta, Jorge Enrique Adoum.

Este descanso último reivindica una práctica ancestral aborigen prehispanica para los difuntos. Así fue su deseo al partir. Incluso en una pintura de su factura inspiró a Jorge Carrera Andrade para crear el poema Vasija de Barro, después musicalizado por Gonzalo Benítez. “Yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados”, reza en una parte de la canción que se convirtió en un símbolo de la identidad nacional.

Y es que Guayasamín se auto-invocó como “indio” en una época en la que el debate acerca del indigenismo cobraba fuerza y se ampliaba geográficamente. Sin embargo, siempre estuvo presente la paradoja de una sociedad discriminatoria.

“Carajo, yo soy un Indio, me llamo Guayasamín”, fue un mensaje contundente expresado desde su garganta a los oídos de la historia de la interculturalidad y la memoria que marcó un hito en el país. Un grito imperante de cambio en la configuración del poder heredado de la Colonia.

La concepción artística del “Pintor de Iberoamérica” (reconocimiento póstumo Premio José Martí) supo, como lo sostiene la Ministra de Cultura y Patrimonio, Ana Rodríguez, representar una realidad que no había tenido espacio y con un gran gesto de sencillez humana.

Siempre estuvo influenciado de la corriente indigenista y en su obra reflejó el dolor y la miseria que soportaron los pueblos originarios de América. “Mi pintura es para herir, para arañar y golpear en el corazón de la gente”. “Creo que nuestro siglo puede ser considerado como el más horrendo de la Historia de la Humanidad. Nunca hemos sufrido ni asistido a tantos crímenes”, son dos pensamientos que explican y que configuraron la creación del Maestro.

Oswaldo Guayasamín alcanzó la cifra de 200 exposiciones individuales y fue miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, España; de la Academia de Artes de Italia y doctor Honoris Causa de varias universidades del mundo. Además recibió el Premio Eugenio Espejo, máximo galardón cultural que concede el gobierno ecuatoriano.

Por otra parte, la pobreza de su infancia, el asesinato de su amigo, la crisis de los años 30, la Revolución Mexicana, la Guerra Civil española condicionaron también su concepción plástica y su actitud política. “El artista no tiene modo alguno de evadirse de su época, ya que es su única oportunidad. Ningún creador es espectador; si no es parte del drama, no es creador”, decía Guayasamín.

Con “Huacayñan”, (El Camino del Llanto), relata la miseria y el sufrimiento de los pueblos aborígenes que habitan América Latina en 103 cuadros, mientras que “La edad de la ira”, colección de 260 obras en cinco series, señala los lugares y los hechos que se convirtieron en mataderos de la humanidad durante el siglo XX, sin que el artista perdiera la sensibilidad y pueda crear “la Edad de la Ternura”, en homenaje a su madre, a la mujer, en defensa de la vida y de los derechos humanos.

Pero la obra cumbre de su prolija carrera, que no alcanzó a ver completada, es La Capilla del Hombre, un espacio arquitectónico dedicado al ser humano y de manera especial al pueblo latinoamericano con su sufrimiento, logros y luchas. “Pese a todo, no hemos perdido la fe en el hombre, en su capacidad de alzarse y construir; porque el arte cubre la vida. Es una forma de amar”, sostuvo en algún momento Guayasamín.

Nos unimos al homenaje que le rinden y seguirán rindiendo las instituciones culturales del país y del extranjero a tan destacada figura de la plástica nacional y mundial.

EcuadorUniversitario.Com

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