Por: Teodoro Bustamante | tbustamante@hoy.com.ec
En estos momentos se acerca un período electoral en el cual, a pesar de las mañas que desde el poder se implementan, existe la opción de buscar alternativas al actual manejo de muchos temas públicos. Uno de ellos es el tema de las Universidades.
La propaganda oficial anuncia que se ha intervenido para garantizar la calidad de la educación al haber cerrado establecimientos. El discurso oficial es básicamente un discurso tecnocrático muy formalista, y deja a un lado el aspecto central de una formación universitaria, que es necesariamente la dimensión ética. La técnica, sin valores, puede producir monstruosidades, y de hecho el público debería conocer que las muchas cosas que se han hecho sobre el tema universitario en este régimen, si bien no alcanzan la categoría de las monstruosidades que otros sistemas autoritarios han implementado, sí constituyen tonterías o deformaciones.
Veamos un ejemplo. El sistema de clasificación de universidades en múltiples categorías se organizó en base a criterios bastante limitados. El primero – y el más evidente – es esa obsesión por los PhD, que corresponde a una concepción fetichista de los cartoncitos, que es una de las peores plagas del mundo académico, el formalismo titulista. Los otros criterios han sido básicamente de infraestructura académica, es decir presupuesto y formalismos reglamentarios. Muy secundariamente aparecen criterios como los de publicaciones y casi para nada los resultados de formación. De hecho, un análisis efectuado a partir de una muestra de rendimientos académicos de los estudiantes a nivel de post grado muestra resultados sustancialmente diferentes a los de la categorización oficial.
Hoy se pretende llevar esto a otros niveles. Se busca un sistema de acreditación, para lo cual se especula que se contratará a empresas privadas encargadas de hacer los famosos índices que pululan por el mundo tecnocrático y que tan útiles son para las mentes perezosas que se resisten a pensar en los problemas y que prefieren la ficción de un número arbitrariamente construido.
Todas las corrientes que piensan críticamente la Universidad cuestionan o, por lo menos, relativizan de manera radical tales indicadores. En el Ecuador las autoridades no lo hacen; no tanto por que no lo entiendan, sino porque someten servilmente a un poder que sin entender estas como muchas otras cosas pretende imponer su capricho como ley. La clasificación de Universidades de Investigación, y las que no lo son, tampoco es un criterio académico. De lo que se trata es de distribuir caramelitos (presupuestos) a quienes más servilmente se sometan a los esquemáticos estándares impuestos por el poder. Y aquí surge con claridad el valor central de todo el modelo que se está implantando. No se trata de excelencia académica, lo único que realmente se está construyendo es un sistema gobernado por tres valores: autoritarismo desde el poder, servilismo desde los operadores, y un formalismo tecnocrático para cubrir todo de un ropaje presentable.
Publicado el 05/Septiembre/2012 | Diario HOY