El avance de las sociedades hacia una democracia madura, que cuente con una participación activa de las instituciones y de los ciudadanos, exige que los medios de comunicación –sean propiedad del Estado o de compañías privadas- se comprometan con su peculiar condición de empresas con afán de servicio al público. En el ideal originario de la actividad periodística se esconde un sentido de “misión”, que hoy queda desdibujado por el polvo que levanta la competencia de múltiples intereses económicos y políticos.
En algunos casos, las empresas consiguen transmitir a los ciudadanos una imagen de honradez; pero también generan actitudes escépticas de los profesionales que, a diario, sufren presiones de propietarios, anunciantes y de diversas instituciones públicas y privadas.
Para cualquier profesional, formar parte de una gran empresa supone disponer de medios que permiten realizar un trabajo de calidad; pero esa integración en una compañía sólida también exige asumir un ideario y compartir un estilo de comunicar. En ese contexto, se pueden originar situaciones de conflicto entre los valores profesionales y los intereses empresariales.
Cuando las diferencias de criterio no se resuelven adecuadamente –mediante pactos “a priori” que no lesionen los principios éticos de quienes elaboran los mensajes- aparece el impulso de delegar la responsabilidad de la propia tarea en los que gobiernan y deciden, o de recurrir a “las circunstancias” como coartada de la falta de coraje y de compromiso. Surge entonces la tentación de abandonar los propios valores, de dejarse llevar por las rutinas profesionales y de doblegarse ante las presiones externas; el escepticismo constituye el punto de llegada de ese trayecto.
Con todo, las personas poseen un marco de acción profesional libre, del que son responsables. Uno de los grandes retos éticos para los profesionales de la comunicación consiste en favorecer un nuevo modo de dirigir las empresas, con el fin de que surjan más espacios para la actuación en conciencia, en los que el afán de servir al público –que se encuentra en la raíz de las diversas profesiones de la comunicación- adquiera un mayor protagonismo y no quede arrinconado por otros objetivos.
Quienes elaboran los mensajes informativos, persuasivos y de entretenimiento deben influir en los estilos de gobierno de sus organizaciones; deben ser capaces de mostrar que para dirigir de modo verdaderamente profesional una empresa de comunicación es preciso comprender que la plantilla de una compañía no está formada por un grupo de mercenarios sino por personas que ponen su talento y su capacidad de trabajo al servicio de los demás.
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