Por: Dr. César Ulloa Tapía Ph.D.
Vicerrector del Instituto de Altos Estudios Nacionales -IAEN-
Hacer del Ecuador una posibilidad de vida es el mayor reto para quienes nos gobiernan y aspiran a realizarlo en las próximas elecciones. No es una tarea exclusiva de los políticos, pero en ellos recae la representación y el ejercicio del poder, es decir, la toma de decisiones en procura de mejorar la calidad de vida, la convivencia pacífica y la certeza como proyección de futuro. Los ecuatorianos atravesamos una fatiga cívica, un desánimo generalizado, una abulia en crecimiento, porque el sentido de existencia se agota con la violencia, la inseguridad y la falta de oportunidades para las actuales y futuras generaciones. La razón: la política casi nunca resuelve los problemas.
En ese sentido, la principal tarea para los políticos es que los ciudadanos volvamos a creer en sus acciones y decisiones. ¿Cómo? Coherencia, sensibilidad, honestidad, eficiencia. En otras palabras, que los partidos no pongan a los peores para ocupar una curul en la Asamblea, un sillón en los cabildos, en los ministerios y peor aún en la primera magistratura del Estado. ¡Cuánto se necesita un giro ético de la política! El problema no es la democracia, sino la ausencia de demócratas en el cumplimiento de sus deberes, cuando no en la exigencia de sus derechos. Esta es la razón que explica por qué la población llega agobiada y agotada a la segunda vuelta.
¿Por qué hemos tocado fondo y ese fondo se profundiza más? También, porque los ciudadanos nos hemos cruzado de brazos, además de convertir a la mala política en anécdota y no nos hemos involucrado para exigir rendición de cuentas de los partidos, en veedurías a los procesos de selección de autoridades y en la contratación de obras públicas. Y, por otro lado, está el caudillismo en los partidos y el afán de sus líderes por hacer del Estado un negocio. Es un momento de quiebre, en el sentido de demandar de la política amor auténtico por el país para transformarlo positivamente sin demagogia, populismo ni autoritarismo. La idea es que no lleguemos aturdidos a ninguna elección, sino celebrantes por la posibilidad de mejores días.