¿Y quién se baja de la bicicleta? (II)

Por:  Carol Murillo Ruiz 

Rafael Correa es exactamente aquello que eriza a la clase media: un hombre de clase media.

4.- En el Ecuador el tiempo nos ha ido enseñando que el candidato -y el presidente- Rafael Correa no pasa por las pruebas tradicionales. Su comprensión de la realidad desbarata los estereotipos que otros explotan, retóricamente, en temas tan especializados como la economía o las políticas públicas, al punto que algunos creerían que se inventa, pero los resultados (en lo económico y en lo social) confirman sus propuestas.

La primera vez que escuché a Rafael Correa en directo –aún no había sido ni Ministro de Economía y menos candidato presidencial- pude advertir que su discurso rompía con el formalismo embaucador de “cientistas sociales” (tipo Osvaldo Hurtado), de enciclopedistas criollos (tipo Rodrigo Borja) o de ricachones altaneros (tipo Febres Cordero), que dirigieron el país en los años del Estado malo, del Estado sucio. Por el contrario, el discurso de Correa recuperaba las categorías más caras de la política real (no ideal): crecimiento económico, depreciación monetaria, ahorro y liquidez, pobreza por ingresos, pobreza por necesidades básicas insatisfechas, población económicamente activa, crisis económica mundial. Tópicos tratados con rigor, pero sobre todo con sensibilidad. Una economía social o una economía en bicicleta como él mismo diría.

En un país acostumbrado a oír promesas de abogados, oligarcas herederos o ex militares sin talento, las ideas de Correa surgieron para diferenciar y desmitificar categorías económicas; para darle a la política nacional la penca o el rabo que siempre disimulan los jerarcas del pasado y el presente: la economía.

Y nace el fenómeno Correa. Y también la dificultad para articular su rol en el imaginario de un país que los hacedores de la opinión pública interpretan a conveniencia de su educación y sus buenas maneras, o a conveniencia de lo que hasta el 2006 se veía como políticamente correcto.

Ciertamente, la confrontación ha sido -y es- una de las herramientas políticas de Rafael Correa. Y funciona. Porque la confrontación que hace cada sábado está repleta de guiños pedagógicos. En esos guiños se descubre el hechizo de la política del presente: la telepedagogía de los líderes regionales (cada uno con su estilo).

5.- En Correa se destaca la coincidencia del auge de los artilugios tecnológicos. Digo coincidencia porque si sumamos y restamos, si dividimos y multiplicamos la eficacia de esos artilugios –hablo de la combinación de TV, de las radios tradicionales y virtuales, de los teléfonos inteligentes, de las tabletas, de las redes sociales- resulta que Correa inaugura la nueva plataforma política de su fenómeno: la plataforma mediática.

Esa plataforma, en su versión rústica (sin la fuerza de lo virtual), en nuestro país estaba dada por lo que hacían y dejaban hacer los medios privados antes de 2006. Allí nacían, crecían y morían los personajes políticos, sociales o faranduleros que el establishmentpromovía. Y allí también resurgían otros si la circunstancia lo pedía. La plataforma mediática hasta el 2006 solo soportaba dos clases de peso político: el que apuntalaba los intereses de los grupos de poder, o el que anunciaba un nuevo rostro y un viejo bolsillo.

Los voceros de algunos medios privados asumieron que Correa tenía los dos pesos incorporados. Por eso lo apoyaron (aunque no lo digan). Y porque “no cumplió” ¿el pacto implícito? lo denigran tanto. No logran admitir que erraron. No logran deducir por qué no detectaron que Correa era distinto. Incluso no aceptan que cuando él hablaba, ellos oyeron lo que quisieron oír… al fin y al cabo, ellos sí sabían cómo se sujeta a un tigre…

6.- Pasados seis años, la plataforma mediática de Correa es superior en todo. No solo porque aprovecha los artilugios tecnológicos –la TV sigue siendo el más eficaz- sino porque ha comprendido que lo suyo es la pedagogía política y la economía en bicicleta. Percibió hace tiempo que un sector de la clase media, que postula el confort de las libertades genéricas en medios “reales” y virtuales, es un sector plagado de prevenciones, de formas, de recelos, de vergüenzas ajenas. Lo digo de otro modo: un sector que no requiere un gobernante sino un gobierno genérico, un papel membretado, un firmante, un sello de tinta. Y un acuso recibo.

Y Correa es exactamente aquello que eriza a la clase media: un hombre de clase media. (Ahora dicen de “clase media baja” para hacer calzar sus supuestos complejos). Y, quizás por aquello, las peores afrentas no las destilan los pelucones o la izquierda, sino que las escurre la clase media mediática, tan funcional al confort liberal o a los alegatos del orden y la paz institucional.

7.- El alma vuelve al cuerpo de la bicicleta. Si miramos bien, allí se condensa el perfil de Rafael Correa: la bicicleta funciona por el movimiento de las piernas. Pero la dirección y el horizonte las pinta el alma. Ese horizonte da oxígeno a la patria.

Y da oxígeno al hombre que hace política en cualquier lugar y sin pausa. Que exige y se exige. Que revisa pedales, manubrios y piñones. Que olvida las distancias. Que llega. Que regresa. Que persiste. Que se obstina. Por eso, quienes no estén dispuestos a humanizar el arte de gobernar pueden dejar nomás sus bicicletas y sus cuerpos en la casa. Y no digo alma, porque alma no tienen.

Carol Murillo Ruiz: Socióloga. Magíster en Relaciones Económicas Internacionales y Magíster en Literatura Hispanoamericana. Analista de temas culturales y políticos. Ejerce la cátedra en la Universidad Central y en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.

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