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CIESPAL realizará conversatorio en torno a una lectura semiótica de Bolívar Echeverría

En el Centro Internacional de Estudios Periodísticos para América latina –CIESPAL-, se desarrollará el 31 de marzo de 2016, a las 18:00, el conversatorio “ECHEVERRÍA: Lectura semiótica, valor de uso y producción/consumo de las mercancías”. Sigue leyendo

Brillante homenaje al Filósofo Bolívar Echeverría

Duante cuatro días, del 5 al 8 de noviembre de 2013, asistimos al debate internacional abierto por la obra del Filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría Andrade, denominado “Trascendencia e impacto para América Latina en el siglo XXI”, organizado por el Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN), la Asamblea Nacional y el Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para América Latina (CIESPAL). Sigue leyendo

Bolívar Echeverría visto por el filósofo José Vega Delgado

A las 10:00 de este martes 5 de noviembre de 2013 arranca en el Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN) el debate internacional abierto por la obra del ecuatoriano Bolívar Echeverría, denominada “Trascendencia e impacto para América Latina en el siglo XXI”. Sigue leyendo

Bolívar Echeverría y su filosofía Marxista Parte 2

Parte 2, Por: Raquel Serur

En el párrafo anterior Bolívar, mediante su propia teoría del ethos barroco y su conocimiento del comportamiento del Capital, inicia su reflexión sobre el Bicentenario haciendo hincapié en el hecho de que se trata no de repúblicas democráticas sino de repúblicas oligárquicas las que han gobernado América Latina a lo largo de estos 200 años.

Bolívar, con unos cuantos pincelazos, describe el comportamiento de estas repúblicas latinoamericanas y, a un tiempo, se duele de lo que describe en una pequeña pieza magistral. Desde luego, como era él, lo hace con una aproximación profundamente crítica y sin concesiones.

Quisiera terminar mi intervención dándole la palabra de nuevo a Bolívar con la lectura de otro párrafo de su tan actual escrito. Esta reflexión por supuesto requeriría de una asimilación pausada de la misma para no correr el riesgo de mal-interpretarlo:

La “Revolución” de Independencia, acontecimiento fundante de las repúblicas latinoamericanas que se auto-festejan este año, vino a reeditar, “corregido y aumentado” el abandono que el Despotismo Ilustrado trajo consigo de una práctica de convivencia pese a todo incluyente que había prevalecido en las sociedades americanas durante todo el largo “siglo barroco”, la práctica del mestizaje; una práctica que –pese a sufrir el marcado efecto jerarquizador de las instituciones monárquicas a las que se sometía- tendía hacia un modo bastante abierto de integración de todo el cuerpo social de los habitantes del continente americano. Bienvenido por la mitad hispanizante de los criollos y rechazado por la otra, la de los criollos aindiados, el Despotismo Ilustrado llegó, importado de la Francia borbónica. Con él se implantó en América la distinción entre “metrópolis” y “colonia” y se consagró al modo de vida de la primera, con sus sucursales ultramarinas, como el único “portador de civilización”; un modo de vida que, si quería ser consecuente, debía primero distinguirse y apartarse de los modos de vida de la población natural colonizada, para proceder luego a someterlos y aniquilarlos. Este abandono del mestizaje en la práctica social, la introducción de un “apartheid latino” que, más allá de jerarquizar el cuerpo social, lo escinde en una parte convocada y otra rechazada, están en la base de la creación y la permanencia de las repúblicas latinoamericanas. Se trata de repúblicas cuyo carácter excluyente u “oligárquico” -en el sentido etimológico de “concerniente a unos pocos”-, propio de todo estado capitalista, se encuentra exagerado hasta el absurdo, hasta la automutilación. Los “muchos” que han quedado fuera de ellas son nada menos que la gran población de los indios que sobrevivieron al “cosmocidio” de la Conquista, los negros esclavizados y traídos de África y los mestizos y mulatos “de baja ralea”. Casi un siglo después, los mismos criollos franco-iberizados –“neoclásicos”- que desde la primera mitad del siglo XVIII se habían impuesto con su “despotismo ilustrado” sobre los otros, los indianizados –“barrocos”- pasaron a conformar, ya sin el cordón umbilical que los ataba a la “madre patria” y sin el estorbo de los españoles peninsulares, la clase dominante de esas repúblicas que se regocijan hoy orgullosamente por su eterna juventud.

Como ha señalado Roger Bartra1, “las apreciaciones filosóficas de Bolívar Echeverría sobre la historia, sobre el mestizaje y sobre el barroco son ahora fundamentales.”

En conclusión, la amplitud y riqueza del legado teórico de Bolívar Echeverría está aún por descubrirse.

El legado teórico de reflexión y análisis de Bolívar Echeverría está aún por descubrirse. “Sus apreciaciones filosóficas sobre la historia, el mestizaje, sobre el barroco, son ahora –como lo ha señalado Roger Bartra – fundamentales.”

Fue un verdadero roble

Aquí, en Quito Ecuador, sembraron en la FLACSO un Roble en honor de Bolívar Echeverría. El símbolo es perfecto pues eso es lo que era: un roble. Recto, firme y apuntando siempre hacia la luz y no hacia la oscuridad como sugieren algunos de sus lectores.

Su discurso crítico era siempre una forma de ver la oscuridad del bosque, de mostrar desde ángulos distintos, cómo vivimos sumidos en una catástrofe de magnas dimensiones y cómo las sociedades –hasta ahora- se han visto imposibilitadas de reaccionar para sacudirse el yugo capitalista. Mostrar lo negro del bosque no era, y no es, una forma del pesimismo en Bolívar Echeverría. Por el contrario, él pensaba que sólo escudriñando minuciosamente la oscuridad del bosque es que se podría imaginar una modernidad no-capitalista. Para él, los pesimistas son aquellos que piensan fatídicamente que, con todo lo negativo de esta modernidad, no hay otro camino posible por transitar en el mundo occidental moderno.

La aproximación de Bolívar a los acuciantes problemas actuales estaba siempre respaldada por su propia vitalidad, por sus ganas de vivir la vida plenamente, por su capacidad lúdica, por su curiosidad infinita y por una honestidad intelectual a prueba de fuego. Nunca pensó una línea para quedar bien con alguien o para conseguir algo. Por el contrario, prefirió siempre la compañía de una soledad que le permitiera pensar todos los asuntos en libertad, sin otro compromiso que aquel que le imponía su riguroso pensamiento. Esto lo reconocen incluso aquellos que no comulgan con sus ideas pero a quienes estas ideas y esta postura, los obligan, al menos, a cuestionar ciertos aspectos, a mirar la realidad desde otra perspectiva.

Bolívar no quería seguidores de sus teorías. Bolívar, muy sartreanamente, quería que su pluma contribuyera para potenciar la libertad del pensamiento del otro; para sugerir al hombre de acción la pausa reflexiva de su quehacer. Su discurso sobre el saber universitario en la ceremonia en la que recibió la investidura de profesor emérito de la UNAM es un botón de muestra de esta integridad valiente. Lo es también su discurso al recibir el Premio Libertador al Pensamiento Crítico en Venezuela.

En fin, podríamos seguir hablando de los distintos momentos que configuran a Bolívar como un roble del pensamiento crítico pero quisiera tan sólo terminar con unas palabras del hombre para quien su tierra, su Quito querido, era una nostalgia permanente. Él que formó su familia en México, que logró una vida plena en la UNAM y fuera de ella, que hizo suya la ciudad de México y en donde se ganó el respeto de propios y ajenos, vivió una intimidad dividida por el dolor de estar lejos de su tierra como da cuenta su texto publicado en Ziranda y que alude a Joyce y su Ulises:

Imposible regresar a Dublín.

Tal es el trabajo de la nostalgia, que termina por sacrificar su objeto en beneficio del objeto añorado. Uno quiere volver, pero volver es imposible; no sólo por lo de Heráclito y el río, que ya de por sí es implacable, sino porque, transfigurada, la ciudad a la que uno quisiera regresar sólo puede existir en verdad, espejismo cruel, en el universo inestable de la memoria.

Nota: Este  texto corresponde al discurso que dio  Raquel Serur, en el homenaje póstumo  que el Consejo de Educación Superior  le rindió al filósofo Bolívar Echeverria, el 14 de septiembre de 2010, en laUniversidad Andina Simón Bolívar.

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Bolívar Echeverría y su filosofía Marxista Parte 1

Por: Raquel Serur

Agradezco al presidente del Consejo Nacional de Educación superior, al señor Gustavo Vega, su invitación para poder estar aquí presente en este homenaje tan sentido a tres personalidades del pensamiento universal en diferentes latitudes del mundo: Bolívar Echeverría, Carlos Monsiváis y José Saramago. Cada uno de ellos intentó mostrar, con miradas y capacidades diferentes, el deterioro de la vida de la mayoría de las personas que en occidente viven bajo el sistema de producción capitalista. Sus armas eran distintas aunque su intención fuera similar. Monsiváis cultivó la memoria para no olvidar un sólo detalle de la historia de México y mostrar, con humor e ironía, el rumbo equivocado y autodestructivo en el que se encaminaba México desde una fecha negra en su historia: la del 68 con la masacre de su juventud pensante. Saramago recurrió a la ficción, usando una metáfora suya, ver la ceguera imperante en las personas a quienes les tocó vivir las postrimerías del capitalismo. La apuesta de Bolívar Echeverría es quizá la más ambiciosa de las tres aunque no necesariamente la más escuchada ni mucho menos la más leída. Bolívar abandona Quito, no como muchos jóvenes que en la actualidad huyen de una situación económica difícil, sino para prepararse para un mejor entendimiento de su país y del ser latinoamericano en general. Él, a sus 19 años, sabía que quería dedicarse a la filosofía, y más tarde a la filosofía marxista, para comprender de mejor manera ciertas formas de comportamiento económico, político y social que se dan bajo un mismo territorio: América Latina.

Curiosamente, en la Alemania que le toca vivir, prefigura el 68 francés con un intenso movimiento estudiantil, la preocupación por América Latina, está presente en sus compañeros de la Freie Universitaet en Berlín para quienes Bolívar fue un faro de luz por su inteligencia y sencillez. Jóvenes inteligentísimos y bien preparados revolucionaron la universidad alemana introduciendo discusiones y textos impensables para la estructura autoritaria alemana de entonces.  Años después, Horst Kurnitsky y Bernd Rabehl, sus camaradas, se alejaron de la academia y de sus ideales de juventud; a Rudi el rojo, lo silenció la bala de un fascista alemán; Bolívar dedicó su vida a explicar, a través de su lectura de Marx, las claves para la comprensión del comportamiento del capital  y a dilucidar los distintos momentos de la modernidad capitalista que nos permiten entender los porqués de la modernidad, especialmente en América Latina.

En el gran mural que es su obra, es importante notar que cada escrito, forma parte de una reflexión mayor, donde cada pieza es importante para que se pueda ver claramente el paisaje teórico, su gran aportación al discurso crítico. Entre un escrito y otro hay vasos comunicantes que se nutren entre sí y colaboran a clarificar el todo que es su obra. Obsesivamente, con una disciplina férrea, alejándose de todo aquello que lo desviara de su propósito, llámese persecución de la fama o del dinero o de la política, Bolívar construyó todo un corpus que no se limita a su trabajo escrito sino al sinnúmero de cursos y conferencias que generosamente dio en la UNAM en México y en muchas otras partes del mundo. Muchos son los discípulos que lo siguen y multiplican su voz o al menos tratan de hacerlo.

Como reza el testimonio de uno de ellos, David Moreno quien dice:

“Cuando Bolívar llegó a Economía había un grupo grande de personas que estábamos intentando leer El Capital de Marx de forma no dogmática, ajena al bloque del este y las discusiones eran eternas pues en la exégesis unos decían: “lo que Marx quiso decir es esto”. “No, lo que Marx quiso decir es esto otro” y así, hasta el infinito, la discusión giraba en círculos concéntricos que no llevaban a ningún lado. Es en este contexto, nos dice, que Bolívar inicia su seminario de El Capital y comienza su legendaria y rigurosísima lectura del texto de Marx. Nos dejó a todos boquiabiertos con su interpretación y claridad en la exposición. Desde entonces, lo seguimos, lo grabamos y casi se podría decir que lo venerábamos aunque nunca quiso establecer un vínculo con nosotros fuera del salón de clase.”

Seguramente la recepción que tuvo en Economía su lectura de El capital de Marx lo llevó a intentar plasmar por escrito algunas de sus reflexiones de donde surge su primer libro: El discurso crítico de Marx.

La escritura de Bolívar, muy influenciada por el estilo filosófico de lengua alemana, es rigurosa, apretada y difícil, porque exige abiertas todas las capacidades del lector. Presupone una cultura filosófica, histórica, artística, semiótica y literaria que no siempre se tiene. Sin embargo, gracias a la lógica impecable de su exposición, Bolívar abre puertas y, aunque no se posean los conocimientos requeridos, el lector puede acceder a ciertos núcleos medulares de su reflexión que iluminan de una manera certera la comprensión de fenómenos relacionados con la modernidad en su versión capitalista. Me gustaría a manera de ejemplo, citar algunos pasajes de uno de sus últimos textos a propósito del bicentenario y que tituló:

“Doscientos años de fatalidad”

Suave Patria, vendedora de chía:

quiero raptarte en la cuaresma opaca,

sobre un garañón, y con matraca,

entre los tiros de la policía.

R. López Velarde, La suave patria

No falta ironía en el hecho de que las repúblicas nacionales que se erigieron en el siglo XIX en América Latina terminaran por comportarse muy a pesar suyo precisamente de acuerdo a un modelo que declaraban detestar, de su modernidad barroca, configurada en el continente americano durante los siglos XVII y XVIII-. Pretendiendo “modernizarse”, es decir, obedeciendo a un claro afán de abandonar el modelo propio y adoptar uno exitoso  –si no el anglosajón al menos el de la modernidad proveniente de Francia e impuesto en la península ibérica por el Despotismo Ilustrado-, las capas poderosas de las sociedades latinoamericanas se vieron compelidas a construir repúblicas o estados nacionales que no eran, como ellas lo querían, copias o imitaciones de los estados capitalistas europeos; que debieron ser otra cosa: representaciones, versiones teatrales, repeticiones miméticas de los mismos; edificios en los que, de manera barroca, lo imaginario tiende a ponerse en el lugar de lo real.

En sus intentos de seguir, copiar o imitar el productivismo capitalista se topaban otra vez con el gesto de rechazo de la “mano invisible del mercado”, que parecía tener el encargo de encontrar para esas empresas estatales de la América latina una ubicación especial dentro de la reproducción capitalista global.

 En el mural de su pensamiento crítico este ensayo es una pieza del rompecabezas que se relaciona evidentemente con una pieza mayor que es su teoría del ethos barroco como un ethos definitorio de una cierta forma de comportamiento propia de América Latina. Para Bolívar, la cultura popular en la América Latina indígena y mestiza se las ingenia para crear ciertas formas de resistencia al capitalismo imperante en el mundo, resistencia que consiste en una forma de comportamiento barroco que privilegia el valor de uso a través de un recurso a la imaginación, a la teatralidad, a una puesta en escena, que suspende, aunque sea efímeramente, el funcionamiento del Capital y de sus leyes del mercado.

Bolívar Echeverría es uno de los más lúcidos ecuatorianos del siglo XX

Así lo considera el doctor Gustavo Vega, ex Rector de la Universidad de Cuenca, ex Presidente del Consejo de Educación Superior, ex Embajador de Ecuador en México y uno de aquellos intelectuales –y van quedando pocos en América Latina, docto y de espíritu ilustrado, con una visión amplia y universal de la cultura y un compromiso profundo con lo americano- como bien lo dice el gran Miguel Rojas Mix, ex Profesor de la Sorbona de París. Sigue leyendo