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Hoy es Viernes Santo: Celebración de la Pasión del Señor

Redacción ACI Prensa

Hoy toda la Iglesia Católica se une en penitencia, abstinencia y ayuno para conmemorar la Pasión del Señor. Entre las actividades de este día están el Vía Crucis, el Sermón de las Siete Palabras del Señor Jesús en la Cruz; las procesiones con la imagen de Cristo y de su Madre Dolorosa, entre otros.

Este día la Iglesia no celebra la Eucaristía y ningún sacramento, a excepción de la Reconciliación y de la Unción de los Enfermos.

La celebración litúrgica conmemora la Muerte del Señor, se realiza también la celebración de la Palabra que concluye con la adoración de la Cruz y con la Comunión Eucarística, consagradas el Jueves Santo.

Hoy se invita además a acompañar al final de la adoración de la cruz una pequeña conmemoración de la Virgen María, la Madre dolorosa, que estuvo a los pies de la Cruz.

¿Recordamos o celebramos?

En el Viernes Santo celebramos la Pasión y Muerte de Jesucristo.“Celebramos la muerte de Jesús, quien ha muerto por cada uno de nosotros y por toda la humanidad para reconciliarnos con el padre”, señala el P. Donato Jiménez. En este día se conmemora el amor extremo de Cristo para rescatarnos.

Es importante interiorizar el hecho de que Jesús se entregó en la Cruz por cada uno de nosotros. Y hay que comprender que la Cruz es un signo de victoria sobre la muerte, especialmente que es una victoria sobre el pecado.

Con su sacrificio, Cristo pagó el precio que la humanidad debía pagar por sus pecados. Por eso, en este día necesitamos meditar, pensar y sentir sobre el significado de la Pasión y Muerte de Jesucristo.

Una de las actitudes que el cristiano debe tener durante el Viernes Santo es la reflexión porque comprenderemos y profundizaremos en el sentido de la muerte de Cristo.

Por otro lado, hay que unirnos al duelo por la muerte de Jesucristo con la Iglesia.”Debemos hacer propios los sentimientos de la Iglesia”, expresa el P. Donato.

Viernes Santo

Redacción Aci Prensa

San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a contemplar el misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es digno, solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.

Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde Él reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia Él la mirada.

La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción como El, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la fecunda.

La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. La maternidad de María tiene el mismo alcance de la redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.

El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.

La celebración

Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por sus pecados.

Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.

Acción litúrgica en la muerte del Señor

1. La Entrada

La impresionante celebración litúrgica del Viernes empieza con un rito de entrada diferente de otros días: los ministros entran en silencio, sin canto, vestidos de color rojo, el color de la sangre, del martirio, se postran en el suelo, mientras la comunidad se arrodilla, y después de un espacio de silencio, dice la oración del dia.

2. Celebración de la Palabra

Primera Lectura

Espectacular realismo en esta profecía hecha 800 años antes de Cristo, llamada por muchos el 5º Evangelio. Que nos mete en el alma sufriente de Cristo, durante toda su vida y ahora en la hora real de su muerte. Dispongámonos a vivirla con Él.

Salmo Responsorial

En este Salmo, recitado por Jesús en la cruz, se entrecruzan la confianza, el dolor, la soledad y la súplica: con el Varón de dolores, hagamos nuestra esta oración.

Segunda lectura

El Sacerdote es el que une a Dios con el hombre y a los hombres con Dios… Por eso Cristo es el perfecto Sacerdote: Dios y Hombre. El Único y Sumo y Eterno Sacerdote. Del cual el Sacerdocio: el Papa, los Obispos, los sacerdotes y los Diáconos, unidos a Él, son ministros, servidores, ayudantes…

Versículo antes del Evangelio (Flp 2, 8-9)

Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre».

Como siempre, la celebración de la Palabra, después de la homilía, se concluye con una ORACIÓN UNIVERSAL, que hoy tiene más sentido que nunca: precisamente porque contemplamos a Cristo entregado en la Cruz como Redentor de la humanidad, pedimos a Dios la salvación de todos, los creyentes y los no creyentes.

3. Adoración de la Cruz

Después de las palabras pasamos a una acción simbólica muy expresiva y propia de este dia: la veneración de la Santa Cruz es presentada solemnemente la Cruz a la comunidad, cantando tres veces la aclamación:

Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. VENID A ADORARLO», y todos nos arrodillamos unos momentos cada vez; y entonces vamos, en procesión, a venerar la Cruz personalmente, con una genuflexión (o inclinación profunda) y un beso (o tocándola con la mano y santiguándonos); mientras cantamos las alabanzas a ese Cristo de la Cruz:
«Pueblo mío, ¿qué te he hecho…?» «Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza…» «Victoria, tú reinarás…»

4. La Comunión

Desde 1955, cuando lo decidió Pío Xll en la reforma que hizo de la Semana Santa, no sólo el sacerdote -como hasta entonces – sino también los fieles pueden comulgar con el Cuerpo de Cristo.

Aunque hoy no hay propiamente Eucaristía, pero comulgando del Pan consagrado en la celebración de ayer, Jueves Santo, expresamos nuestra participación en la muerte salvadora de Cristo, recibiendo su «Cuerpo entregado por nosotros».

Este es el significado del Vía Crucis

El Vía Crucis consiste en recorrer espiritualmente el camino que hizo Jesús hasta el monte Calvario mientras cargaba la Cruz, así como la oportunidad de interiorizar en su sufrimiento.

“Vía Crucis” significa en latín “El camino de la Cruz”. Este trayecto está compuesto por 14 estaciones que representan ciertas escenas de la Pasión, correspondientes a un incidente en particular o la forma especial de devoción relacionada con tales representaciones.

El P. Donato Jiménez indicó a ACI Prensa en 2018 que los primeros cristianos realizaban peregrinaciones a Jerusalén para recorrer los lugares de la Pasión y Muerte de Cristo con los evangelios en la mano. Este camino terminaba en el Monte Calvario.

Explicó que esta práctica es un repaso de “los pasos por donde anduvo Jesús, recordando las escenas del Evangelio y algunas otras tradicionales, como son las caídas y alguna otra del encuentro de María con Jesús, que aunque no están en el Evangelio fueron muy probablemente hechos históricos”.

Antiguamente, el número de estaciones variaba considerablemente en diferentes lugares, pero ahora el Magisterio de la Iglesia Católica prescribe 14:

1. Cristo es condenado a muerte
2. Jesús es cargado con la Cruz
3. Su primera caída
4. Se encuentra con su Santísima Madre
5. Simón de Cirene es obligado a cargar la cruz
6. La Verónica limpia el rostro de Cristo
7. Su segunda caída
8. Su encuentro con las mujeres de Jerusalén
9. Su tercera caída
10. Jesús es despojado de sus vestiduras
11. Su crucifixión
12. Su muerte en la cruz
13. Su cuerpo es bajado de la cruz
14. Es colocado en el sepulcro

“Es una devoción muy rica y muy ventajosa para el cristiano porque le ayuda a representarse en la imaginación y en la memoria los pasos sucesivos de Jesús, sus sufrimientos y sus sentimientos”, comentó el P. Jiménez.

El Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia –elaborado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede y publicado en el año 2002– señaló que el Vía Crucis es “un camino trazado por el Espíritu Santo, fuego divino que ardía en el pecho de Cristo (cfr. Lc 12,49-50) y lo impulsó hasta el Calvario; es un camino amado por la Iglesia, que ha conservado la memoria viva de las palabras y de los acontecimientos de los último días de su Esposo y Señor”.

También precisaron que en este ejercicio de piedad confluyen varias características de la espiritualidad católica: “la comprensión de la vida como camino o peregrinación; como paso, a través del misterio de la Cruz, del exilio terreno a la patria celeste; el deseo de conformarse profundamente con la Pasión de Cristo; las exigencias de la sequela Christi, según la cual el discípulo debe caminar detrás del Maestro, llevando cada día su propia cruz (cfr. Lc 9,23)”.

Redacción ACI Prensa

Papa Francisco pide a jóvenes “cultivar y transmitir la esperanza en este tiempo difícil”

POR MERCEDES DE LA TORRE | ACI Prensa

El Papa Francisco exhortó a los jóvenes del mundo a “cultivar y testimoniar la esperanza, la generosidad y la solidaridad que todos necesitamos en este tiempo difícil”.

Así lo pidió el Pontífice al finalizar la Misa de este 5 de abril, Domingo de Ramos, en el que tradicionalmente la Iglesia celebra a nivel diocesano la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).

“Antes de concluir esta celebración, deseo saludar a quienes participaron a través de los medios de comunicación social. En modo particular, mis pensamientos están dirigidos a los jóvenes de todo el mundo, que viven de una manera inédita, a nivel diocesano, la JMJ de hoy”, dijo.

En esta línea, el Santo Padre explicó que en ocasión de la celebración de la 35º Jornada Mundial de la Juventud a nivel diocesano con el tema “¡Joven, a ti te digo, levántate!” (Lc 7,14) “se esperaba el pasaje de la Cruz de los jóvenes de Panamá a los de Lisboa”, próxima ciudad anfitriona que hospedará la JMJ.

Sin embargo, el Papa anunció que este gesto tan sugestivo “se pospone para el domingo de Cristo Rey, el próximo 22 de noviembre”.

“En previsión de ese momento, exhorto a los jóvenes a cultivar y testimoniar la esperanza, la generosidad y la solidaridad que todos necesitamos en este tiempo difícil”, expresó el Papa.

Previamente, el Santo Padre animó a los jóvenes en la homilía de la Misa a mirar “a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días” porque “no son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás”.

“Siéntanse llamados a jugarse la vida. No tengan miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganarán! Porque la vida es un don que se recibe entregándose. Y porque la alegría más grande es decir, sin condiciones, sí al amor. Como lo hizo Jesús por nosotros”, dijo el Papa.

Queridos jóvenes: sentíos llamados a jugaros la vida. No tengáis miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe entregándose. Y porque la alegría más grande es decir, sin condiciones, sí al amor. Como lo hizo Jesús por nosotros.

— Papa Francisco (@Pontifex_es) April 5, 2020

Semana Santa 2020: Homilía del Papa Francisco en la Misa de Domingo de Ramos

Redacción ACI Prensa

El Papa Francisco presidió este 5 de abril la Misa del Domingo de Ramos en el interior de la Basílica de San Pedro del Vaticano, y no en la Plaza como es tradicionalmente, debido a la pandemia del coronavirus, COVID19. En su homilía el Santo Padre animó a abrir el corazón al amor del Señor. «Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene’”.

A continuación, el texto completo de la homilía pronunciada por el Papa Francisco:

Jesús «se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo» (Flp 2,7). Con estas palabras del apóstol Pablo, dejémonos introducir en los días santos, donde la Palabra de Dios, como un estribillo, nos muestra a Jesús como siervo: el siervo que lava los pies a los discípulos el Jueves santo; el siervo que sufre y que triunfa el Viernes santo (cf. Is 52,13); y mañana, Isaías profetiza sobre Él: «Mirad a mi Siervo, a quien sostengo» (Is 42,1). Dios nos salvó sirviéndonos. Normalmente pensamos que somos nosotros los que servimos a Dios. No, es Él quien nos sirvió gratuitamente, porque nos amó primero. Es difícil amar sin ser amados, y es aún más difícil servir si no dejamos que Dios nos sirva.

Pero, ¿cómo nos sirvió el Señor? Dando su vida por nosotros. Él nos ama, puesto que pagó por nosotros un gran precio. Santa Ángela de Foligno aseguró haber escuchado de Jesús estas palabras: «No te he amado en broma». Su amor lo llevó a sacrificarse por nosotros, a cargar sobre sí todo nuestro mal. Esto nos deja con la boca abierta: Dios nos salvó dejando que nuestro mal se ensañase con Él. Sin defenderse, sólo con la humildad, la paciencia y la obediencia del siervo, simplemente con la fuerza del amor. Y el Padre sostuvo el servicio de Jesús, no destruyó el mal que se abatía sobre Él, sino que lo sostuvo en su sufrimiento, para que sólo el bien venciera nuestro mal, para que fuese superado completamente por el amor. Hasta el final.

El Señor nos sirvió hasta el punto de experimentar las situaciones más dolorosas de quien ama: la traición y el abandono.
La traición. Jesús sufrió la traición del discípulo que lo vendió y del discípulo que lo negó. Fue traicionado por la gente que lo aclamaba y que después gritó: «Sea crucificado» (Mt 27,22). Fue traicionado por la institución religiosa que lo condenó injustamente y por la institución política que se lavó las manos.

Pensemos en las traiciones pequeñas o grandes que hemos sufrido en la vida. Es terrible cuando se descubre que la confianza depositada ha sido defraudada. Nace tal desilusión en lo profundo del corazón que parece que la vida ya no tuviera sentido. Esto sucede porque nacimos para amar y ser amados, y lo más doloroso es la traición de quién nos prometió ser fiel y estar a nuestro lado. No podemos ni siquiera imaginar cuán doloroso haya sido para Dios, que es amor.

Examinémonos interiormente. Si somos sinceros con nosotros mismos, nos daremos cuenta de nuestra infidelidad. Cuánta falsedad, hipocresía y doblez. Cuántas buenas intenciones traicionadas. Cuántas promesas no mantenidas. Cuántos propósitos desvanecidos. El Señor conoce nuestro corazón mejor que nosotros mismos, sabe que somos muy débiles e inconstantes, que caemos muchas veces, que nos cuesta levantarnos de nuevo y que nos resulta muy difícil curar ciertas heridas. ¿Y qué hizo para venir a nuestro encuentro, para servirnos? Lo que había dicho por medio del profeta: «Curaré su deslealtad, los amaré generosamente» (Os 14,5). Nos curó cargando sobre sí nuestra infidelidad, borrando nuestra traición. Para que nosotros, en vez de desanimarnos por el miedo al fracaso, seamos capaces de levantar la mirada hacia el Crucificado, recibir su abrazo y decir: “Mira, mi infidelidad está ahí, Tú la cargaste, Jesús. Me abres tus brazos, me sirves con tu amor, continúas sosteniéndome… Por eso, ¡sigo adelante!”.

El abandono. En el Evangelio de hoy, Jesús en la cruz dice una frase, sólo una: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Es una frase dura. Jesús sufrió el abandono de los suyos, que habían huido. Pero le quedaba el Padre. Ahora, en el abismo de la soledad, por primera vez lo llama con el nombre genérico de “Dios”. Y le grita «con voz potente» el “¿por qué?” más lacerante: “¿Por qué, también Tú, me has abandonado?”. En realidad, son las palabras de un salmo (cf. 22,2) que nos dicen que Jesús llevó a la oración incluso la desolación extrema, pero el hecho es que en verdad la experimentó.

Comprobó el abandono más grande, que los Evangelios testimonian recogiendo sus palabras originales: Elí, Elí, lemá sabaqtaní.
¿Y todo esto para qué? Una vez más por nosotros, para servirnos. Para que cuando nos sintamos entre la espada y la pared, cuando nos encontremos en un callejón sin salida, sin luz y sin escapatoria, cuando parezca que ni siquiera Dios responde, recordemos que no estamos solos. Jesús experimentó el abandono total, la situación más ajena a Él, para ser solidario con nosotros en todo. Lo hizo por mí, por ti, para decirte: “No temas, no estás solo. Experimenté toda tu desolación para estar siempre a tu lado”.

He aquí hasta dónde Jesús fue capaz de servirnos: descendiendo hasta el abismo de nuestros sufrimientos más atroces, hasta la traición y el abandono. Hoy, en el drama de la pandemia, ante tantas certezas que se desmoronan, frente a tantas expectativas traicionadas, con el sentimiento de abandono que nos oprime el corazón, Jesús nos dice a cada uno: “Ánimo, abre el corazón a mi amor. Sentirás el consuelo de Dios, que te sostiene”.

Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué podemos hacer ante Dios que nos sirvió hasta experimentar la traición y el abandono? Podemos no traicionar aquello para lo que hemos sido creados, no abandonar lo que de verdad importa. Estamos en el mundo para amarlo a Él y a los demás. El resto pasa, el amor permanece.

El drama que estamos atravesando nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve. Porque la vida se mide desde el amor. De este modo, en casa, en estos días santos pongámonos ante el Crucificado, que es la medida del amor que Dios nos tiene. Y, ante Dios que nos sirve hasta dar la vida, pidamos la gracia de vivir para servir. Procuremos contactar al que sufre, al que está solo y necesitado. No pensemos tanto en lo que nos falta, sino en el bien que podemos hacer.

Mirad a mi Siervo, a quien sostengo. El Padre, que sostuvo a Jesús en la Pasión, también a nosotros nos anima en el servicio. Es cierto que puede costarnos amar, rezar, perdonar, cuidar a los demás, tanto en la familia como en la sociedad; puede parecer un vía crucis. Pero el camino del servicio es el que triunfa, el que nos salvó y nos salva la vida.

Quisiera decirlo de modo particular a los jóvenes, en esta Jornada que desde hace 35 años está dedicada a ellos. Queridos amigos: Mirad a los verdaderos héroes que salen a la luz en estos días. No son los que tienen fama, dinero y éxito, sino son los que se dan a sí mismos para servir a los demás. Sentíos llamados a jugaros la vida. No tengáis miedo de gastarla por Dios y por los demás: ¡La ganaréis! Porque la vida es un don que se recibe entregándose. Y porque la alegría más grande es decir, sin condiciones, sí al amor. Como lo hizo Jesús por nosotros.

05 de marzo de 2020

Papa Francisco bendijo al mundo y dio indulgencia plenaria ante coronavirus

El Papa Francisco presidió este viernes 27 de marzo un momento extraordinario de oración por la pandemia del coronavirus en el que impartió la bendición Urbi et Orbi, a Roma y el mundo, con la posibilidad de los fieles de obtener indulgencia plenaria.
El Santo Padre presidió la oración desde el atrio de la Basílica de San Pedro, en medio de la lluvia y ante una plaza vacía, debido a las medidas de seguridad que las autoridades italianas han dispuesto para superar la emergencia sanitaria.

La oración comenzó con la lectura del pasaje del Evangelio de Marcos (4,35-41), en el que Jesús calma la tormenta en el mar de Galilea, luego de ser despertado por los apóstoles que lo acompañaban en la barca.

“Dios omnipotente y misericordioso, mira nuestra dolorosa condición: conforta a tus hijos y abre nuestros corazones a la esperanza, para que sintamos en medio de nosotros tu presencia de Padre”, dijo el Santo Padre antes de la lectura del Evangelio.

En el evento estuvieron el icono mariano de la Salus Populi Romani (Salud del pueblo romano) ante el que rezó hace unos días en la Basílica Santa María la Mayor, y el Cristo milagroso de San Marcelo, ante el que también rezó pidiendo el fin de la pandemia.

En su meditación, el Papa señaló que en estos días y ante la epidemia del coronavirus, “densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas”.

“Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”.

“Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar”, dijo el Santo Padre.

“El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor”.

Francisco resaltó luego que “en medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado”.

El Papa Francisco alentó también a abrazar la cruz de Cristo, ya que en ella “hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar.

Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza”.

“Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios”, subrayó.

Después de su reflexión el Santo Padre se dirigió hacia la entrada de la Basílica de San Pedro donde realizó la adoración al Santísimo Sacramento en silencio durante varios minutos, acompañado de algunos funcionarios del Vaticano, y presidió luego algunas oraciones como la súplica en letanías.

Luego se entonó el canto del Tantum ergo, mientras el Pontífice inciensó el Santísimo Sacramento e hizo una breve oración.
Después el Cardenal Angelo Comastri, Arcipreste de la Basílica de San Pedro, anunció la bendición Urbi et Orbi con la indulgencia plenaria.

“El Santo Padre Francisco, a todos aquellos que reciben la bendición eucarística, también por medio de la radio, la televisión y de otras tecnologías de comunicación, concede la indulgencia plenaria en la forma establecida por la Iglesia”, dijo el Purpurado italiano.

El Papa bendijo luego a Roma y a todo el mundo con el Santísimo Sacramento desde la puerta de la Basílica. Mientras duró la bendición, las campanas sonaron y la policía activó sus sirenas.

Tras la bendición se procedió a las aclamaciones al Señor, la Virgen María y San José; y se procedió a la reserva del Santísimo en la Basílica.

ACIPRENSA

Papa Francisco: Urge un sistema económico justo

El Papa Francisco recibió a los miembros del Consejo para un Capitalismo Inclusivo este lunes 11 de noviembre en el Vaticano, y señaló que “es necesario y urgente un sistema económico justo, confiable y capaz de responder a los desafíos más radicales que la humanidad y el planeta están enfrentando”.

“Los animo a perseverar en el camino de la generosa solidaridad y a trabajar por el regreso de la economía y de las finanzas a un enfoque ético que favorezca a los seres humanos”, afirmó el Papa.

Además, el Pontífice agradeció “por su compromiso en la promoción de una economía más justa y humana, en línea con los principios fundamentales de la doctrina social de la Iglesia y tomando en cuenta la persona completa, así como las generaciones presentes y futuras”.

En este sentido, el Papa dijo que su presencia “es un signo de esperanza”, porque “han reconocido las cuestiones que nuestro mundo está llamado a enfrentar y el imperativo de actuar con decisión para construir un mundo mejor”.

“Queridos amigos, se han fijado el objetivo de extender las oportunidades y los beneficios de nuestro sistema económico a todos. Sus esfuerzos nos recuerdan que quienes se dedican a la vida económica y comercial están llamados a servir el bien común al tratar de aumentar los bienes de este mundo y hacerlos más accesibles para todos”, expresó el Papa.

En definitiva, el Santo Padre destacó que “no se trata simplemente de ‘tener más’ sino de ‘ser más’. Lo que se necesita es una profunda renovación de corazones y mentes para que la persona humana siempre pueda ser ubicada en el centro de la vida social, cultural y económica”.

“Un capitalismo inclusivo, que no deja a nadie atrás, que no descarta a ninguno de nuestros hermanos y hermanas, es una aspiración noble digna de sus mejores esfuerzos”, indicó.

Finalmente, el Santo Padre aseguró que los acompaña con sus oraciones e impartió “la bendición de Dios, fuente de sabiduría, fortaleza y de paz”.

El Consejo para el Capitalismo Inclusivo surgió como resultado del “Fortune – Time Global Forum” realizado en 2016 para intercambiar ideas “y crear una economía más humana y contribuir a la eliminación de la pobreza a nivel global”.

ACIPRENSA
11 de noviembre de 2019 10:13 am

Papa Francisco sigue “con preocupación” la crisis que afecta a Ecuador

Redacción ACI Prensa

En sus palabras previas al rezo del ángelus dominical, el Papa Francisco expresó su preocupación por la crisis social y política que golpea Ecuador, y pidió a los cinco santos canonizados este domingo interceder a favor de la paz en el país sudamericano.

El Santo Padre transmitió su cercanía a Ecuador luego de celebrar este 13 de octubre la Misa de canonización del Cardenal John Henry Newman, Giuseppina Vannini, María Teresa Chiramel Mankidiyan, Dulce Lopes Pontes y Margarita Bays.

“Junto a todos los miembros del Sínodo de los Obispos para la Región Panamazónica, especialmente a los provenientes del Ecuador, sigo con preocupación lo que está sucediendo en las últimas semanas en aquel país”, expresó el Papa ante los miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro.

Por ello, confió el Ecuador “a la oración común y a la intercesión de los nuevos santos, y me uno al dolor por los muertos y heridos. Animo a buscar la paz social, con particular atención a las poblaciones más vulnerables y a los derechos humanos”.
Ecuador enfrenta una grave crisis social con violentas protestas callejeras desde que el 1 de octubre el presidente Lenin Moreno anunció un reajuste económico que responde al acuerdo de febrero con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que ha dado al país acceso a créditos por 4.209 millones de dólares en tres años, de los cuales 900 millones ya fueron entregados.
Según el FMI, las medidas económicas de Moreno «tienen como objetivo mejorar la resiliencia y la sostenibilidad de la economía ecuatoriana».

Sin embargo, de todas las medidas la que más rechazo ha recibido es la eliminación del subsidio a los combustibles que regía desde hace 40 años.

Así, el 7 de octubre Lenin Moreno se vio obligado a trasladar la sede del gobierno a Guayaquil, debido a las violentas protestas en Quito, a las que se ha sumado la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (CONAIE).

En los últimos días se han registrado choques entre la policía y los manifestantes, con barricadas, calles y comercios cerrados. Incluso el 8 de octubre los manifestantes asaltaron la sede de la Asamblea Nacional y tuvieron que ser expulsados por los efectivos. Los parlamentarios no se encontraban en el edificio.

En Guayaquil también ocurren manifestaciones contra el reajuste económico de Moreno, y que ha llevado a desplegar un gran número de policías. Mientras tanto, el Gobierno decretó este sábado el toque de queda y militarización de Quito.

Hasta el momento, cinco personas han muerto en los enfrentamientos, además hay cientos de heridos y detenidos.

Por su parte, la Conferencia Episcopal Ecuatoriana expresó el 9 de octubre su voluntad de mediar en un diálogo para superar la crisis.

El Papa celebra la Misa de Pascua de Resurrección

Redacción ACI Prensa

El Papa Francisco presidió, este domingo 21 de abril, la Misa de la Pascua de Resurrección en la Plaza de San Pedro del Vaticano.

Ante una multitud de 70.000 fieles, según datos de la Gendarmería Pontificia facilitados por la Sala de Prensa de la Santa Sede, el Santo Padre celebró la liturgia eucarística que comenzó con el rito del “Resurrexit”.

El Papa no pronunció homilía, ya que, inmediatamente después de la Misa, pronunció su tradicional Mensaje Pascual previo a la Bendición “Urbi et Orbi”, a la ciudad de Roma y al mundo.

En su Mensaje Pascual, el Papa pidió rezar por el fin de las guerras en Siria, Yemen y Libia, por el fin de las injusticias en Venezuela y en Nicaragua, y por la paz entre israelíes y palestinos.

Además, en su felicitación por la Pascua posterior a la bendición “Urbi et Orbi”, Francisco rezó por las víctimas del atentado terrorista que en la mañana de este domingo causó 200 muertos y cientos de heridos en diferentes iglesias y hoteles de Sri Lanka.

Mensaje Pascual del Papa Francisco previo a la Bendición Urbi et Orbi

En el tradicional mensaje Pascual previo a la Bendición “Urbi et Orbi”, a la ciudad de Roma y al mundo, que impartió este domingo 21 de abril, Domingo de Resurrección, en la Plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco hizo un llamado a la paz en el mundo, y en especial en aquellos países que sufren el drama de la guerra.

“La resurrección de Cristo es el comienzo de una nueva vida para todos los hombres y mujeres, porque la verdadera renovación comienza siempre desde el corazón, desde la conciencia. Pero la Pascua es también el comienzo de un mundo nuevo, liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte: el mundo al fin se abrió al Reino de Dios, Reino de amor, de paz y de fraternidad”.

A continuación, el mensaje completo del Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Pascua! Hoy la Iglesia renueva el anuncio de los primeros discípulos: «Jesús ha resucitado». Y de boca en boca, de corazón a corazón resuena la llamada a la alabanza: «¡Aleluya!… ¡Aleluya!». En esta mañana de Pascua, juventud perenne de la Iglesia y de toda la humanidad, quisiera dirigirme a cada uno de vosotros con las palabras iniciales de la reciente Exhortación apostólica dedicada especialmente a los jóvenes:
«Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo! Él está en ti, Él está contigo y nunca se va. Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas avejentado por la tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará allí para devolverte la fuerza y la esperanza» (Christus vivit, 1-2).

Queridos hermanos y hermanas, este mensaje se dirige al mismo tiempo a cada persona y al mundo. La resurrección de Cristo es el comienzo de una nueva vida para todos los hombres y mujeres, porque la verdadera renovación comienza siempre desde el corazón, desde la conciencia. Pero la Pascua es también el comienzo de un mundo nuevo, liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte: el mundo al fin se abrió al Reino de Dios, Reino de amor, de paz y de fraternidad.

Cristo vive y se queda con nosotros. Muestra la luz de su rostro de Resucitado y no abandona a los que se encuentran en el momento de la prueba, en el dolor y en el luto. Que Él, el Viviente, sea esperanza para el amado pueblo sirio, víctima de un conflicto que continúa y amenaza con hacernos caer en la resignación e incluso en la indiferencia.

En cambio, es hora de renovar el compromiso a favor de una solución política que responda a las justas aspiraciones de libertad, de paz y de justicia, aborde la crisis humanitaria y favorezca el regreso seguro de las personas desplazadas, así como de los que se han refugiado en países vecinos, especialmente en el Líbano y en Jordania.

La Pascua nos lleva a dirigir la mirada a Oriente Medio, desgarrado por continuas divisiones y tensiones. Que los cristianos de la región no dejen de dar testimonio con paciente perseverancia del Señor resucitado y de la victoria de la vida sobre la muerte. Una mención especial reservo para la gente de Yemen, sobre todo para los niños, exhaustos por el hambre y la guerra.

Que la luz de la Pascua ilumine a todos los gobernantes y a los pueblos de Oriente Medio, empezando por los israelíes y palestinos, y los aliente a aliviar tanto sufrimiento y a buscar un futuro de paz y estabilidad.
Que las armas dejen de ensangrentar a Libia, donde en las últimas semanas personas indefensas vuelven a morir y muchas familias se ven obligadas a abandonar sus hogares. Insto a las partes implicadas a que elijan el diálogo en lugar de la opresión, evitando que se abran de nuevo las heridas provocadas por una década de conflicto e inestabilidad política.

Que Cristo vivo dé su paz a todo el amado continente africano, lleno todavía de tensiones sociales, conflictos y, a veces, extremismos violentos que dejan inseguridad, destrucción y muerte, especialmente en Burkina Faso, Mali, Níger, Nigeria y Camerún. Pienso también en Sudán, que está atravesando un momento de incertidumbre política y en donde espero que todas las reclamaciones sean escuchadas y todos se esfuercen en hacer que el país consiga la libertad, el desarrollo y el bienestar al que aspira desde hace mucho tiempo.

Que el Señor resucitado sostenga los esfuerzos realizados por las autoridades civiles y religiosas de Sudán del Sur, apoyados por los frutos del retiro espiritual realizado hace unos días aquí, en el Vaticano. Que se abra una nueva página en la historia del país, en la que todos los actores políticos, sociales y religiosos se comprometan activamente por el bien común y la reconciliación de la nación.

Que los habitantes de las regiones orientales de Ucrania, que siguen sufriendo el conflicto todavía en curso, encuentren consuelo en esta Pascua. Que el Señor aliente las iniciativas humanitarias y las que buscan conseguir una paz duradera.

Que la alegría de la Resurrección llene los corazones de todos los que en el continente americano sufren las consecuencias de situaciones políticas y económicas difíciles. Pienso en particular en el pueblo venezolano: en tantas personas carentes de las condiciones mínimas para llevar una vida digna y segura, debido a una crisis que continúa y se agrava.

Que el Señor conceda a quienes tienen responsabilidades políticas trabajar para poner fin a las injusticias sociales, a los abusos y a la violencia, y para tomar medidas concretas que permitan sanar las divisiones y dar a la población la ayuda que necesita.

Que el Señor resucitado ilumine los esfuerzos que se están realizando en Nicaragua para encontrar lo antes posible una solución pacífica y negociada en beneficio de todos los nicaragüenses.

Que, ante los numerosos sufrimientos de nuestro tiempo, el Señor de la vida no nos encuentre fríos e indiferentes. Que haga de nosotros constructores de puentes, no de muros. Que Él, que nos da su paz, haga cesar el fragor de las armas, tanto en las zonas de guerra como en nuestras ciudades, e impulse a los líderes de las naciones a que trabajen para poner fin a la carrera de armamentos y a la propagación preocupante de las armas, especialmente en los países más avanzados económicamente.

Que el Resucitado, que ha abierto de par en par las puertas del sepulcro, abra nuestros corazones a las necesidades de los menesterosos, los indefensos, los pobres, los desempleados, los marginados, los que llaman a nuestra puerta en busca de pan, de un refugio o del reconocimiento de su dignidad.

Queridos hermanos y hermanas, ¡Cristo vive! Él es la esperanza y la juventud para cada uno de nosotros y para el mundo entero. Dejémonos renovar por Él. ¡Feliz Pascua!

Homilía del Papa Francisco en la Misa Crismal del Jueves Santo

Redacción ACI Prensa

El Papa Francisco presidió, en la mañana de este Jueves Santo, 18 de abril, en la Basílica de San Pedro del Vaticano, la Santa Misa Crismal junto con los Cardenales, Obispos y presbíteros presentes en Roma.

En su homilía, el Santo Padre quiso reflexionar sobre el sentido del término “multitud” en los Evangelios, y su relación con Jesús. En concreto, Francisco se centró en las tres gracias que caracterizan la relación entre Jesús y la multitud: seguimiento, admiración y cohesión.

“No es despreciativo el término ‘multitud’. Quizás en el oído de alguno, multitud pueda sonar a masa anónima, indiferenciada… Pero en el Evangelio vemos que cuando interactúan con el Señor –que se mete en ellas como un pastor en su rebaño– las multitudes se transforman. En el interior de la gente se despierta el deseo de seguir a Jesús, brota la admiración, se cohesiona el discernimiento”.

Además, durante la celebración, los sacerdotes renovaron las promesas realizadas en el momento de su ordenación sacerdotal. Posteriormente, el Papa bendijo los oleos de los enfermos, de los catecúmenos y del crisma.

A continuación, el texto completo de la homilía del Papa Francisco:

El Evangelio de Lucas que acabamos de escuchar nos hace revivir la emoción de aquel momento en el que el Señor hace suya la profecía de Isaías, leyéndola solemnemente en medio de su gente. La sinagoga de Nazaret estaba llena de parientes, vecinos, conocidos, amigos… y no tanto. Y todos tenían los ojos fijos en Él. La Iglesia siempre tiene los ojos fijos en Jesucristo, el Ungido a quien el Espíritu envía para ungir al Pueblo de Dios.

Los evangelios nos presentan a menudo esta imagen del Señor en medio de la multitud, rodeado y apretujado por la gente que le acerca sus enfermos, le ruega que expulse los malos espíritus, escucha sus enseñanzas y camina con Él. «Mis ovejas oyen mi voz. Yo las conozco y ellas me siguen» (Jn 10,27-28).

El Señor nunca perdió este contacto directo con la gente, siempre mantuvo la gracia de la cercanía, con el pueblo en su conjunto y con cada persona en medio de esas multitudes. Lo vemos en su vida pública, y fue así desde el comienzo: el resplandor del Niño atrajo mansamente a pastores, a reyes y a ancianos soñadores como Simeón y Ana. También fue así en la Cruz; su Corazón atrae a todos hacia sí (cf. Jn 12,32): Verónicas, cireneos, ladrones, centuriones…

No es despreciativo el término “multitud”. Quizás en el oído de alguno, multitud pueda sonar a masa anónima, indiferenciada… Pero en el Evangelio vemos que cuando interactúan con el Señor —que se mete en ellas como un pastor en su rebaño— las multitudes se transforman. En el interior de la gente se despierta el deseo de seguir a Jesús, brota la admiración, se cohesiona el discernimiento.

Quisiera reflexionar con ustedes acerca de estas tres gracias que caracterizan la relación entre Jesús y la multitud.

La gracia del seguimiento

Dice Lucas que las multitudes «lo buscaban» (Lc 4,42) y «lo seguían» (Lc 14,25), “lo apretujaban”, “lo rodeaban” (cf. Lc 8,42-45) y «se juntaban para escucharlo» (Lc 5,15). El seguimiento de la gente va más allá de todo cálculo, es un seguimiento incondicional, lleno de cariño. Contrasta con la mezquindad de los discípulos cuya actitud con la gente raya en crueldad cuando le sugieren al Señor que los despida, para que se busquen algo para comer.

Aquí, creo yo, empezó el clericalismo: en este querer asegurarse la comida y la propia comodidad desentendiéndose de la gente. El Señor cortó en seco esta tentación. «¡Denles ustedes de comer!» (Mc 6,37), fue la respuesta de Jesús; «¡háganse cargo de la gente!».

La gracia de la admiración

La segunda gracia que recibe la multitud cuando sigue a Jesús es la de una admiración llena de alegría. La gente se maravillaba con Jesús (cf. Lc 11,14), con sus milagros, pero sobre todo con su misma Persona. A la gente le encantaba saludarlo por el camino, hacerse bendecir y bendecirlo, como aquella mujer que en medio de la multitud le bendijo a su Madre. Y el Señor, por su parte, se admiraba de la fe de la gente, se alegraba y no perdía oportunidad para hacerlo notar.

La gracia del discernimiento

La tercera gracia que recibe la gente es la del discernimiento. «La multitud se daba cuenta (a dónde se había ido Jesús) y lo seguía» (Lc 9,11). «Se admiraban de su doctrina, porque enseñaba con autoridad» (Mt 7,28-29; cf. Lc 5,26). Cristo, la Palabra de Dios hecha carne, suscita en la gente este carisma del discernimiento; no ciertamente un discernimiento de especialistas en cuestiones disputadas.

Cuando los fariseos y los doctores de la ley discutían con Él, lo que discernía la gente era la autoridad de Jesús: la fuerza de su doctrina para entrar en los corazones y el hecho de que los malos espíritus le obedecieran; y que además, por un momento, dejara sin palabras a los que implementaban diálogos tramposos. La gente gozaba con esto.

Ahondemos un poco más en esta visión evangélica de la multitud. Lucas señala cuatro grandes grupos que son destinatarios preferenciales de la unción del Señor: los pobres, los prisioneros de guerra, los ciegos, los oprimidos. Los nombra en general, pero vemos después con alegría que, a lo largo de la vida del Señor, estos ungidos irán adquiriendo rostro y nombre propios.

Así como la unción con el aceite se aplica en una parte y su acción benéfica se expande por todo el cuerpo, así el Señor, tomando la profecía de Isaías, nombra diversas “multitudes” a las que el Espíritu lo envía, siguiendo la dinámica de lo que podemos llamar una “preferencialidad inclusiva”: la gracia y el carisma que se da a una persona o a un grupo en particular redunda, como toda acción del Espíritu, en beneficio de todos.
Los pobres (ptochoi) son los que están doblados, como los mendigos que se inclinan para pedir. Pero también es pobre (ptochè) la viuda, que unge con sus dedos las dos moneditas que eran todo lo que tenía ese día para vivir. La unción de esa viuda para dar limosna pasa desapercibida a los ojos de todos, salvo a los de Jesús, que mira con bondad su pequeñez. Con ella el Señor puede cumplir en plenitud su misión de anunciar el evangelio a los pobres. Paradójicamente, la buena noticia de que existe gente así, la escuchan los discípulos.

Ella, la mujer generosa, ni se enteró de que “había salido en el Evangelio” —es decir, que su gesto sería publicado en el Evangelio—: el alegre anuncio de que sus acciones “pesan” en el Reino y valen más que todas las riquezas del mundo, ella lo vive desde adentro, como tantas santas y santos “de la puerta de al lado”.
Los ciegos están representados por uno de los rostros más simpáticos del evangelio: el de Bartimeo (cf. Mc 10,46-52), el mendigo ciego que recuperó la vista y, a partir de ahí, solo tuvo ojos para seguir a Jesús por el camino. ¡La unción de la mirada! Nuestra mirada, a la que los ojos de Jesús pueden devolver ese brillo que solo el amor gratuito puede dar, ese brillo que a diario nos lo roban las imágenes interesadas o banales con que nos atiborra el mundo. Para nombrar a los oprimidos (tethrausmenous), Lucas usa una expresión que contiene la palabra “trauma”.

Ella basta para evocar la Parábola, quizás la preferida de Lucas, la del Buen Samaritano que unge con aceite y venda las heridas (traumata: Lc 10,34) del hombre que había sido molido a palos y estaba tirado al costado del camino. ¡La unción de la carne herida de Cristo! En esa unción está el remedio para todos los traumas que dejan a personas, a familias y a pueblos enteros fuera de juego, como excluidos y sobrantes, al costado de la historia.

Los cautivos son los prisioneros de guerra (aichmalotos), los que eran llevados a punta de lanza (aichmé). Jesús usará la expresión al referirse a la cautividad y deportación de Jerusalén, su ciudad amada (Lc 21,24). Hoy las ciudades se cautivan no tanto a punta de lanza sino con los medios más sutiles de colonización ideológica. Solo la unción de la propia cultura, amasada con el trabajo y el arte de nuestros mayores, puede liberar a nuestras ciudades de estas nuevas esclavitudes.

Viniendo a nosotros, queridos hermanos sacerdotes, no tenemos que olvidar que nuestros modelos evangélicos son esta “gente”, esta multitud con estos rostros concretos, a los que la unción del Señor realza y vivifica.
Ellos son los que completan y vuelven real la unción del Espíritu en nosotros, que hemos sido ungidos para ungir. Hemos sido tomados de en medio de ellos y sin temor nos podemos identificar con esta gente sencilla. Ellos son imagen de nuestra alma e imagen de la Iglesia. Cada uno encarna el corazón único de nuestro pueblo.
Nosotros, sacerdotes, somos el pobre y quisiéramos tener el corazón de la viuda pobre cuando damos limosna y le tocamos la mano al mendigo y lo miramos a los ojos. Nosotros, sacerdotes, somos Bartimeo y cada mañana nos levantamos a rezar rogando: «Señor, que pueda ver» (Lc 18,41).

Nosotros, sacerdotes somos, en algún punto de nuestro pecado, el herido molido a palos por los ladrones. Y queremos estar, los primeros, en las manos compasivas del Buen Samaritano, para poder luego compadecer con las nuestras a los demás.

Les confieso que cuando confirmo y ordeno me gusta esparcir bien el crisma en la frente y en las manos de los ungidos. Al ungir bien uno experimenta que allí se renueva la propia unción. Esto quiero decir: no somos repartidores de aceite en botella. Ungimos repartiéndonos a nosotros mismos, repartiendo nuestra vocación y nuestro corazón.

Al ungir somos reungidos por la fe y el cariño de nuestro pueblo. Ungimos ensuciándonos las manos al tocar las heridas, los pecados y las angustias de la gente; ungimos perfumándonos las manos al tocar su fe, sus esperanzas, su fidelidad y la generosidad incondicional de su entrega.

El que aprende a ungir y a bendecir se sana de la mezquindad, del abuso y de la crueldad.

Que, metiéndonos con Jesús en medio de nuestra gente, el Padre renueve en nosotros la efusión de su Espíritu de santidad y haga que nos unamos para implorar su misericordia para el pueblo que nos fue confiado y para el mundo entero. Así la multitud de las gentes, reunidas en Cristo, puedan llegar a ser el único Pueblo fiel de Dios, que tendrá su plenitud en el Reino (cf. Plegaria de ordenación de presbíteros).