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Pedro Reino: “La gente en política es la más improvisada”

ACADEMIA, CIENCIA Y CULTURA

Para este polígrafo e investigador histórico, el actual periodo democrático no ha significado una mejora en la calidad de la participación de los ecuatorianos en el destino del país.

Pedro Reino
Cevallos, 1951

Autor de por lo menos 170 publicaciones, cronista vitalicio de la ciudad de Ambato, ha visto el desarrollo de la democracia ecuatoriana desde 1979. Si bien su formación se centró en la lingüística y en la investigación histórica, ha analizado algunas de las actitudes de los ecuatorianos frente al sistema democrático establecido desde principios de los 80. Hizo su posgrado en el célebre Instituto Caro y Cuervo de Bogotá tras completar sus estudios en la Universidad Central del Ecuador en Filosofía y Letras. Ha publicado en países del extranjero como Japón, Alemania y la ex Yugoslavia. La paleografía de textos desde el siglo XVI es uno de sus fuertes. Ganó el premio de novela Miguel Riofrío en Loja.

Próximo a cumplir 70 años, el polígrafo e investigador tungurahuense Pedro Reino Garcés destaca que el gran eje de su trabajo, sobre todo en la investigación histórica, ha sido recurrir a las fuentes más antiguas posibles en busca de datos desconocidos. Mucho de su trabajo versa, precisamente, sobre tiempos pasados. La colonia, la independencia, la República decimonónica, el campo y la ciudad en Tungurahua. Los mestizos de las ciudades y los indígenas de las comunidades andinas.

Asegura que durante su trayectoria ha realizado hasta 170 publicaciones, entre poesía, escritos históricos, textos lingüísticos -se formó en 1988 en Lingüística Hispánica en  el Instituto Caro y Cuervo de Bogotá- poesía y novelas, algunas de las cuales  han visto la luz en países tan lejanos como Japón, Alemania y Austria.

Aunque nació en Cevallos, en ese momento parte del Cantón Ambato y estudió en la Universidad Central del Ecuador, se afincó en Ambato, en donde ha sido profesor de la Universidad Técnica de Ambato y de la Universidad de Bolívar (Guaranda). También ha dado cátedra en universidades capitalinas como la Central y la Católica.

Destaca que ha sido director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Técnica de Ambato, jefe del departamento de Cultura de la Dirección Provincial de Educación y director artístico de la Fiesta de Fruta y de las Flores de la ciudad. En la Universidad Técnica de Ambato es profesor de Fonética y Fonología, Semántica, Historia del Español y Dialectología; también enseñó literatura en el Colegio Nacional Simón Bolívar de Ambato.

“Cada vez que el Ecuador gana una guerra pierde territorio. Ese es el trauma del ecuatoriano corriente”

Estudió en  el Colegio Nacional Bolívar de Ambato y también toca instrumentos como el bandolín, flauta, ocarina, dulzainas y quenas. Su faceta de autor y músico le permitió componer algunos himnos de varios municipios de Tungurahua. Por su trabajo musical, recibió la condecoración “Celiano Monge” del Municipio de Ambato.

Desde 2010 es cronista oficial y vitalicio de la capital de la provincia de Tungurahua. Ha incursionado en la novela, con obras como “Nido de Rifles”, que trata de la guerra de la independencia. Otras novelas publicadas por el autor tungurahuense, quien tiene su oficina en la Quinta de Juan León Mera en Ambato, han sido  La Ushinga  (2007), Mazorra. Las voces de mis calaveras (2009) y Tren a Chuchubamba, con la que obtuvo el primer lugar en el Concurso Nacional de Literatura Miguel Riofrío de Loja, en 2014.

Pedro Reino Garcés también es miembro de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Tungurahua y de la Academia Nacional de Historia, que le admitió en 2014.

Ingresó a la Universidad Central luego que fuera clausurada por el presidente Velasco Ibarra y vivió la dictadura militar que, en los 70, daría paso a la restauración del sistema democrático en 1979. “La democracia no es un asunto netamente de los gobiernos”, señala, pues no ha sido “el poder del pueblo, sino que es un proceso manipulatorio. Si la gente tuviera auténticos representantes sería una fortaleza. Pero la partidocracia en el país ha creado una idea tergiversada de la democracia. Cuando la gente tenga conciencia no se dejará manipular por medio de los votos”, estima el autor y catedrático.

El advenimiento de Jaime Roldós, en 1979,  provocó, sostiene Reino, una gran expectativa con la vuelta a la democracia, pero en aquellos años de universidad, había grandes movimientos sociales que buscaban transformaciones. “Pero poco a poco se ha convertido en partidos políticos”, lo que deslegitimó las aspiraciones sociales, señala el cronista.

Es crítico sobre el conflicto con el Perú. “Cada vez que el Ecuador gana una guerra pierde territorio. Ese el trauma del ecuatoriano corriente”, cuenta, por lo que fue un tema que asegura trató en una de sus obras, en donde evidenció que mucho del conflicto había sido preparado por ciertas élites nacionales para promover sus propias agendas.

De ahí que su lectura, más allá del conflicto centenario, tiene que ver con la lucha contra la pobreza y contra la extracción de los recursos naturales, que en su opinión, debería preocupar a los pueblos de Latinoamérica. Reino sostiene que la identidad del país se ha formado “a martillazos”, pues no está ligada a los orígenes de nuestra población sino a factores políticos coyunturales.

“Un tiempo fuimos peruanos, otro tiempo neogranadinos, luego quiteños, luego ecuatorianos. Por eso hay una falta de identidad en la conciencia profunda del ecuatoriano”, sentencia. Y los orígenes de esto pueden verse en el siglo XIX, cuando las identidades nacionales se estaban recién formando. Reino recuerda que el intelectual ambateño Pedro Fermín Cevallos nació siendo colombiano, y luego fue ecuatoriano, “la gente del siglo XIX no atinaba qué identidad asumir”, asegura.

“En estos cuarenta años hemos mejorado, pero con situaciones actuales como la pandemia, parece que las voces de rebeldía y protesta se están apagando”

El polígrafo e historiador recuerda que fue una de las víctimas de la dolarización, con la pérdida de los depósitos de miles de ecuatorianos. “La dolarización fue catastrófica para el Ecuador, porque se pasó de una moneda nacional con identidad propia a una moneda extranjera. Si tuviéramos plena conciencia sobre lo que significa el poder adquisitivo, nos habríamos dado cuenta de que nos pusieron precios como en Estados Unidos pero con sueldos que no son iguales. Esa fue, realmente, una catástrofe”.

La época de inestabilidad política entre 1995 y 2005 evidenció que hemos ido “de desencanto en desencanto”. Compara a las élites del siglo XIX, a las que considera cultas, con las actuales, que terminaron provocando una década de derrocamientos e inestabilidad política.

Sobre el correísmo, afirma que “se recuperó la dignidad nacional, sobre todo en las relaciones internacionales, se mejoró la infraestructura lo que es innegable”, pero destaca que muchas de las leyes formuladas debieron ser “más acorde a las identidades nacionales”.  “Creo que es una época que la historia la juzgará como progresista, en donde hubo una búsqueda y una defensa de la identidad nacional”, sostiene el escritor e investigador.

Su balance de estos cuarenta años de democracia, que ha visto íntegros, es un tanto pesimista. El sistema de partidos, cuyo diseño debía conducir a un Estado más estable, produjo más bien “la proliferación de los partidos políticos y el ansia desaforada de llegar al poder, sin actitud de servicio, para manipular todo desde arriba en beneficio personal”.

“Hemos visto con desencanto como la gente en política es la más improvisada e ignorante, con algunas excepciones, y nos han defraudado”.

Pero no todo ha sido malo: “la práctica de la democracia seguirá siendo un sueño”, dice el historiador, pero “debemos hacer un replanteo del proceso democrático. Esta debe ser una consecuencia de un proceso educativo de avanzada, en todos los sentidos, que sea una consecuencia de una mejor economía”.

No obstante, “tengo miedo de decir que podemos caer en un retroceso. En estos cuarenta años hemos mejorado, pero con situaciones actuales como la pandemia, parece que las voces de rebeldía y protesta se están apagando. No hay una reacción frente a los abusos del poder, y nos hemos convertido en meros espectadores en vez de ser actores”, concluye el catedrático e investigador.

FUENTE: ACADEMIA,CIENCIA Y CULTURA

Fotos: Luis Argüello

23 de septiembre de 2020

 

La Independencia y las leyes colombianas para los indios. 1822

Por: Pedro Reino

El Ecuador, sumado a Colombia después de las gestas independentistas, de hecho que tuvo que quedar cobijado por las leyes que se iban implementando en la estructuración de la República. Un par de tópicos fundamentales de las campañas de libertad tendrá que ver con la suerte de indios y de negros que físicamente y moralmente fueron los más afectados por el sistema opresivo. La famosa libertad habrá que tomarla ahora por categorías, puesto que diremos que se han vuelto a sometimientos sistemáticos amparados, por lo que dirían los técnicos, a una reingeniería de la esclavitud con leyes para que el sometimiento sea adecuado a la época en la que estamos viviendo.

Ahora veamos cómo asumieron los republicanos las leyes para cambiar la suerte de los indios, aunque en lo que toca al Ecuador, nuevamente habrá que tomar en cuenta lo ocurrido en los años 1930. El Congreso General de Colombia tiene en cuenta que los indígenas fueron población “vejada y oprimida por el gobierno español”. El objetivo es que “recuperen todos sus derechos igualándose a los demás ciudadanos”. El artículo primero dice que los “llamados indios en el código español, no pagarán en lo venidero el impuesto conocido con el degradante nombre de “tributo”; ni podrán ser destinados a servicio alguno por ninguna clase de personas, sin pagarles el correspondiente salario, que antes estipulen. Ellos quedan en todo iguales a los demás ciudadanos y se regirán por las mismas leyes.”

Considero que una de las propuestas del indigenismo contemporáneo debe ser la de haber luchado, no solo para que sean igualados a los demás ciudadanos. Si manejamos la premisa de que los patrones se beneficiaron por siglos; los indígenas deben también quedar exonerados por los mismos siglos que duró la explotación. Los poderosos contemporáneos, los que manejan el poder tienen por lo menos cuatro siglos de ventaja en el disfrute de la economía y del poder. Por consiguiente, esta deuda social, como se dice, debe ser tomada en cuenta en las leyes para sacar de la postración contemporánea. Generosamente, las leyes con que nació Colombia, para nosotros conocida como Gran Colombia, tan solo exoneraron por cinco años “de pagar derechos parroquiales, de cualquier otra contribución civil, con respecto a los resguardos y demás bienes que posean en comunidad”. Pero no estaban eximidos en los bienes que sean de su propiedad particular. A pesar de la dádiva del espíritu libertario, el indio quedó obligado a estas imposiciones, mientras se sabe que los hacendados, evadían abiertamente este tipo de impuestos.

El Libertador Bolívar, mediante ley de 20 de mayo de 1820, dispuso que las tierras que habían poseído en común los indígenas desde épocas coloniales, o en “posiciones solo para su cultivo, se les repartirán en pleno dominio de propiedad…”. Esto significó el congelamiento del estado de miseria frente a la tenencia del suelo, porque se puede decir que lo mismo tuvieron a nombre del Rey, en común; y se quedaron con el ´huasipungo´ después de la libertad que destruía las cadenas con quienes les habían quitado todas las mejores tierras.

Uno de los artículos de esta ley dice que “el gobierno mandará formar inmediatamente listas muy exactas de los indígenas que en cada pueblo tengan derecho al repartimiento, y tomará informe de la extensión de los resguardos, de las dificultades que ofrezca la división y de los medios de verificarla, de los gastos que deba hacerse y de dónde deba abonarse. De todo lo cual dará debida cuenta el próximo congreso.” Sobre esto, lo que puedo comentar es que la colonia mantenía registros exactos de indios contribuyentes. Y si se quiso favorecer, viene la pregunta ¿por qué no se operó volteado la tortilla con los mismos registros de los indos esclavizados? Cuando se procede estructurando nuevas listas, empieza la trampa y los acomodos, de lo cual nuevamente se beneficiaron los hijos de los mismos explotadores coloniales.

El artículo 10 da una noticia dolorosa para la linguística y la etnocultura. Pues dice “Quedan abolidos los nombres de los pueblos, con que sean conocidas las parroquias indígenas; y estos podrán obtener toda clase de destinos, siempre que sean aptos, para desempeñarlos.” Pues como los indígenas pagaban tributos a la iglesia bajo advocaciones y delimitaciones parroquiales en el sentido eclesiástico, se anulan las denominaciones, y en realidad se opera un fenómeno que incide en los perfiles de etnicidad y se vuelve laberíntico el panorama para el historiador.

Estos y otros datos van tomados de la Gaceta de Colombia, Domingo 3 de marzo de 1822