Eloy Alfaro

Por:  Dr. Mario Jaramillo Paredes – Ex – Rector de la Universidad del Azuay.

Adorado por sus partidarios, detestado por sus detractores y pocas veces analizado en la objetiva realidad de su vida y sobre todo de su tiempo, Eloy Alfaro marca un hito fundamental en la historia del país, particularmente en el inicio de aquello que ha dado en llamarse el proceso de laicización del Estado. Un proceso que trasciende y por lo tanto va mucho más allá de hacer laica a la educación, que fue ciertamente un paso impulsado por este líder, pero no el único, pues el Estado asumió a partir de él muchas funciones antes reservadas casi exclusivamente para la iglesia.

El cambio que Eloy Alfaro inició, ciertamente fue profundo y alteró el esquema imperante. En un tiempo en que el quehacer político se asumía con mucho más pasión que hoy, ese cambio enfrentó al Estado laico con la Iglesia cuyo poder había sido indiscutible desde la creación de la república.

El enfrentamiento fue no solamente político sino también religioso y, como es conocido, las pasiones se desbordan cuando se trata de esos dos campos. La violencia apareció constantemente en ese enfrentamiento que no fue solamente ideológico. De parte y parte hubo excesos repudiables y derramamiento de sangre, no solamente en la lucha armada entre facciones sino también en la lucha política que cobró varias víctimas a manos de los fanatismos de uno y otro bando. Porque el fanatismo –hay que recalcar- estuvo en los dos bandos que se enfrentaron.

El cambio más profundo y duradero impulsado por Alfaro fue el de laicización del Estado, que asumió no solamente la educación, sino también otras funciones que estaban en manos de la Iglesia. Se hizo laico el sistema de salud antes servido por comunidades religiosas o, el registro civil que pasó a ser una función del estado para llevar el registro de nacimientos, matrimonios y defunciones. La creación de colegios fiscales laicos así como de centros para la formación de los profesores laicos, es parte de ese proceso que no fue ni lejanamente original, pues se inspiró en las propuestas del pensamiento del siglo XVIII expresadas en la Revolución Francesa de 1789 y que llegaron al Ecuador con un siglo de retraso.

Hoy, cien años después de su muerte, la vida del líder del liberalismo ecuatoriano sigue envuelta en un velo de leyenda, roja para unos y negra, para otros. Y, cien años después, todavía hay fanatismos de lado y lado que siguen reduciendo ese importante proceso político a una lucha entre clericales y anticlericales, entre masones y católicos, en definitiva entre Dios y el diablo con sus mil cachos.

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