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Necesidad de la parrhesía. 2021

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato

“Solo la pertenencia a la tierra, la autoctonía, el arraigo en el suelo, esa continuidad histórica basada en un territorio, puede dar la parrhesía” nos advierte Foucault desde “El Gobierno de sí y de los vivos” (Curso del Colegio de Francia 1982-1983, p. 123). Si un político de los nuestros no ha leído estos conceptos fundamentales, le invitamos a que lo haga para que trate de ajustar sus planteamientos a una ética de la sinceridad; yo diría, confesando pública y abiertamente  sus ignorancias, pero siempre basado en sus principios de respeto, ahora mismo que está y estamos en plena difusión de pensamientos electoreros que devienen en mal llamados planteamientos políticos. Ojo. Nótese que no se les pide que hablen con la verdad, porque quizá necesita investigación para llegar a ello; sino sencillamente que se sincere para que sus confesiones a los electores proyecten un perfil del tipo de persona que es, y el ciudadano elector no elucubre lo que puede esconderse tras de una máscara.

Uno de los enfoques que Foucault realiza sobre la parrhesía, que es un término griego, se refiere a la Atenas democrática, posterior a la de Pericles “esa Atenas democrática donde todo el pueblo, claro está, tiene derecho al voto y, a la vez, los mejores y el mejor (Pericles) ejercen de hecho la autoridad y el poder políticos. En esa Atenas posterior a Pericles se plantea el problema de saber quién, en el marco de la ciudadanía legal, va a ejercer efectivamente el poder. Habida cuenta de que la ley es igual para todos, habida cuenta de que cada uno disfruta del derecho a votar y a expresar su opinión, ¿quién va a tener la posibilidad y el derecho a la parrhesía?…” (p. 123)

Apuntemos un par de reflexiones respecto del citado concepto: ¿En qué momento nos encontramos con que un predicador de una política a ejercer, nos está hablando desde su parrhesía de sinceridad? ¿Es parte de su ética o es solo un compromiso el asumir esa teatralidad para una representación, para la cual en Grecia usaban la  máscara? No es  fácil asumir una “subjetividad ética” si no se es un demagogo. No hay que olvidar que Foucault plantea el término primeramente en un ámbito casi místico, de buscar tranquilidad para el espíritu. Y aquí va nuestra pregunta: ¿Realiza el político nuestro un acto de confesión en público de su ética? ¿Va a defender intereses partidistas, personales o de quienes le están ayudando a empujar a que llegue al poder? ¿Es sincero con los postulados de los supuestos defendidos que están entre la masa de electores?

Quienes analizan este concepto dicen que “los estoicos pensaban en la parrhesía del maestro”, es decir, que en un acto de sinceridad, quien necesita confesarse ante un colectivo es el maestro, el que dirige o aspira a dirigir a un grupo. Miren no más que el cristianismo se aprovechó de la parrhesía griega y dio la vuelta a la tortilla, pidiendo que sea el seguidor, el simpatizante, el coideario, el adoctrinado quien tenga que practicar y evidenciar su sinceridad o parrhesía, confesándose ante quien se reserva el ejercicio del poder.  Miren cómo se ejerce y se ha ejercido control social pidiendo que sean sinceros los ingenuos.

Frente a esto, ¿qué nos toca? Aclarado el concepto, es el pueblo en democracia quien debe retomar el sentido de los términos, exigiendo que las confesiones surgidas desde una ética de la sinceridad sean pregonadas por los aspirantes a maestros. Pero el problema en nuestra práctica, y a estas alturas de los tiempos y de nuestra historia, es que con sus actos públicos, salvando los casos forzados a confundirnos como verdades de oficio que ha ejercido el ala nefasta de la justicia, o en nombre de esa justicia estatal administradora y legalizadora de la trampa, el problema es que estamos frente a entes del descrédito, que no les interesa ni el término parrhesía, peor indagar formas de acercamiento. Por eso es que Foucault postula lo que queda dicho al principio de este comentario, que solo una vivencia de “autoctonía”, que para nosotros sería el provincianismo y los linderos del Estado, nos permitiría exigir una parrhesía a tantos cristos que quieren sacrificarse por nosotros. “Porque es el maestro quien debe predicar su verdad, y no permitir que sus discípulos se engañen”. En el epicureísmo, es el amigo el que ejerce la parrhesía; y en el caso de los cínicos, están en su derecho de ser “interpelantes” porque alguien les está ocultando el principio de sinceridad. ¿Comprenden quiénes nos manipulan bajo el concepto del cinismo?

El pueblo de Nurandaluguaburabara. 1542

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Vitalicio de Ambato

¿Sería que copió bien el nombre haciendo deletrear al indio que le servía de guía? ¿Le preguntaría si   Nurandaluguaburabara era el nombre del indio mandón o el nombre del pueblo a donde iban llegando, o el nombre de la región? ¿Será una sola palabra lo que el indio pronunciaba, o será que ha escrito de oídas?, porque cuando se habla, nadie lo hace palabra por palabra, sino en una sola cadena fónica. ¿Qué querría decir Estijodelavalienterazamericana que me ha dicho que quiere  quizá confundirme diciendo dos cosas, o el nombre del cacique o el nombre de la población?: “estábamos en tierra muy poblada y de un señor que se llamaba Nurandaluguaburabara”.

“En comenzando a caminar, como dicho tengo, dende a un rato descubrimos un brazo de un río no muy grande, por el cual vimos salir dos escuadrones de piraguas con muy gran grita y alarido, y cada uno de estos escuadrones se fue a los bergantines, y comenzaron a nos ofender y pelear como perros encarnizados; y si no fuera por las baranderas que se habían hecho atrás, saliéramos de esta escaramuza bien diezmados; pero con esta defensa y con el daño que nuestros ballesteros y arcabuceros les hacían fuimos parte, con el ayuda de Nuestro Señor, para nos defender… estábamos en tierra muy poblada y de un señor que se llamaba Nurandaluguaburabara”. Esto, próximos a la desembocadura del Amazonas.

Así nos ha dejado escrito Fray Gaspar de Carvajal en su crónica en la que relata el llamado Descubrimiento del río Amazonas. La pregunta que nos hacemos es ¿Fue prolijo Carvajal en ir apuntando topónimos y antropónimos conforme iba adelantando el viaje? ¿Tuvo un solo informante de principio a fin de la travesía? Del propio relato, al parecer, operaron con indígenas amazónicos a quienes los iban secuestrando en su “camino”, aplicando su condición y práctica de piratería; es decir, asaltando y saqueando poblados en donde podían salir triunfantes e ilesos; y evitando los poblados más grandes que ponían resistencia y en donde podían salir perdiendo.

Se descarta que los indios llevados de la zona andina les hayan servido de “traductores”, puesto que ni unos ni otros empleaban los códigos lingüísticos que requiere el caso. Pero, cuidado con ponerse a pensar que a lo largo de semejante viaje, los pueblos hayan tenido una sola lengua amazónica supuestamente hablada a las orillas de los ríos por donde van los expedicionarios. Solo en la actual cabecera de los afluentes del referido Amazonas, es decir, en la zona colombo-ecuatoriana, todavía subsisten etnias que tienen lenguas y dialectos distintos. Carvajal seguramente apuntó las palabras de varios informantes. Con esto podemos afirmar que  no sabemos su filiación idiomática. Está de otro lado en tela de duda la veracidad del informante y la prolijidad del oyente o escribiente.

Descartamos la buena voluntad de Carvajal de convertir a Orellana en un ilustre entendido en filología aborigen, como lo hace aparecer en su crónica. Si la revisamos, entabla “diálogos” con diversos jefes de tribus. Nos hace creer Carvajal que su adulado Capitán era un experto en lenguas y dialectos de la selva. Importa en esta parte recalcar que el padre Carvajal escribió su crónica para que Orellana se defendiera de las represalias legales que iban a resultar por los subsiguientes enfrentamientos con Gonzalo Pizarro que quedó en el abandono. Además, el relato iba a servir, conforme sirvieron lo de otros cronistas, para que en España se fundamentaran las recompensas a tan insignes “adelantados” y descubridores. Las recompensas tenían que ver con reconocimientos burocráticos y con la entrega de territorios e indios para su explotación. ¿A qué lengua pertenecerá la palabra Nurandaluguaburabara? ¿Ya la pueden pronunciar?

La Venus de Frías

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador-Cronista Oficial de Ambato

En mis manos un libro sobre la Historia de Piura, 653 páginas (más adicionales de mapas y gráficos. Pasta dura). Es una “publicación de la Universidad de Piura financiada por la Municipalidad Provincial de Piura, según convenio de septiembre de 2004” El libro está editado bajo la dirección de José Antonio del Busto Duthurburu (Instituto de Investigaciones Humanísticas/Departamento de Humanidades/ Universidad de Piura, Perú, 2004). El libro se puede leer en la Biblioteca de la Ciudad y la Provincia, en Ambato, a donde ha llegado por donación. Estupenda donación y mensaje subliminal para quienes solo pensamos en las luchas territoriales. El Director es Profesor Emérito de la PUCE peruana, quien ha seleccionado los trabajos investigados por jóvenes estudiantes que sustentan cada artículo en por lo menos 50 libros citados, entre los que me parecen muy singulares los Boletines del Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA) (Ver: Bases de intercambio entre las sociedades norperuanas y surecuatorianas: Una zona de transición entre 1500 a.C. y 600 d.C.). Nota curiosa resulta mirar que en esta bibliografía casi no hay fuente de autor ecuatoriano, salvando el caso de Abya-yala.

Mi  interés en este libro tiene dos focalizaciones: a) entender mejor los aspectos culturales de la Costa Ecuatoriana que fueron desintegradas bajo estos dos esquemas de conquistas: la inca y la hispana; y b) aclarar ideas y principios de los  difundidos indios tallanes traductores de Pizarro y sus huestes en la conquista del incario, Martinillo, Francisquillo y Felipillo de Poechos (¡Qué cariñosos designativos!). Sin este soporte, el imperio inca hubiese demorado algún tiempo más en ser derrocado.

Ubiquémonos en las zonas de Tumbes y Piura. Pensemos que al margen de nuestras guerras fratricidas, nos subyace una historia común. Es decir, como ecuatorianos, no solo debemos decir que nos interesan territorios que se nos desvincularon, sino que, como gente de cultura, nos interesa saber sobre ese pasado que no tiene marca de patrioterismo efervescente, sino interés académico. Tumbes y Piura están “en la frontera climática –en esa frontera oscilante  que avanza o se retrae, según los caprichos del clima”. El río Piura unas veces recibe las lluvias que bajan a los desiertos costeros, y otras veces se queda seco porque las lluvias buscan cauces para viajar al Marañón. Por aquí surgieron las culturas llamadas Vicus y la de los Moche, que después de un gran apogeo, entraron en desestructuración sociopolítica por los años 700 y 900 d.C. “inducido seguramente por la aparición de las culturas Wari y Cajamarca en la costa norte” (Velezmoro Montes, Víctor, Orígenes y Primeros Tiempos, p. 32).

Ahora pasemos a lo del tesoro. “El tesoro de Frías es uno de los más importantes hallazgos arqueológicos, comparable al de las Tumbas del Señor de Sipán. El ajar está compuesto  por 60 piezas de oro, cobre dorado, incrustaciones de turquesa y mullu y cerámica afiliada a las tradiciones norandinas encontradas en el cerro Callinngará y recuperada de las manos de las fraguas de unos huaqueros en el año 1953.  La magnitud del tesoro  radica en la belleza de su objeto más reconocido y apreciado, que es el idolillo que lleva por nombre “Diosa” o “Venus de Frías”. Este “ídolo antropomorfo femenino de deslumbrante belleza, mide 8 cm de alto. La destreza del artista se manifiesta en el detalle particular de su rostro y manos; la posición que esta tiene nos sugiere que la estatuilla debió formar parte de un altar, en el cual era insertada para presidir algún ritual…tal vez es la diosa de la fertilidad, imagen de la luna o de la madre tierra, bienhechora de ese grupo humano. Posiblemente fue utilizada dentro de los rituales de iniciación fértil a las jóvenes o formó parte de la parafernalia en rituales de purificación y agradecimiento a la madre-tierra.

El exquisito trabajo de la delgada banda aplicada sobre los ojos almendrados, (formados por incrustaciones de piedras finamente talladas),  es una muestra de la alta calidad que había llegado a adquirir la orfebrería…todos los rasgos nos indican su procedencia norcosteña ecuatoriana, específicamente del conjunto cultural llamado Tolita-Tumaco (500 a.C.-500 d.C.)

Tolita-Tumaco destacó por ser un centro ceremonial de primer orden, al que acudían multitud de peregrinos de una vasta área (pudiendo incluir a los Andes nor-peruanos. También destacó por ser  la única cultura precolombina que conoció y trabajó el platino en sus profusamente decorados objetos y el uso de técnicas como el laminado, recorte y soldado en oro con el fin de crear variados colgantes, narigueras, alfileres que pendían de las piezas. Muchos ejemplares son cabezas antropomorfas o zoomorfas, las cuales presentan también incrustaciones de piedras preciosas: cuarzo, jaspe y jade, además de la turquesa, que debieron venir desde el sur a través del intercambio comercial.” (p. 33)

Salta a mi mente una inquietud vinculada a la iconografía de santos y vírgenes que implementó el cristianismo temprano en nuestros lares. Pongamos el ejemplo de la Virgen del Cisne que mide 65 cm., cuyo santuario o huaca magnética está en la zona de Loja (Ecuador). Según Pío Jaramillo Alvarado, su devoción es también por la fecundidad de la tierra y las bondades del agua. La pregunta es ¿de qué tamaño fue la imagen original suplantadora en esta mímesis que ha devenido en el sincretismo religioso? Si es una miniatura como las innumerables réplicas que sirven de para la profusión de la fe de sus devotos, ¿no estaremos ante un palimsesto icónico de una Venus adorada por las culturas norperuanas y costeras del Ecuador? De lo que sí hay evidencias es que, la iglesia católica suplantó la devoción a una diosa aborigen, ubicada en la Huaca del Cisne, desde 1596.

Resulta grotesca la imaginería de las esculturas de madera o de otros materiales que trajo la civilización hispana. Las divinidades aborígenes siempre  las encontramos representadas en oro, plata y pedrería preciosa. Las divinidades aborígenes  tienen un concepto más elevado que la artesanía escultórica europea. Los dioses amerindios son cosa de orfebres que vincularon el oro y los demás metales preciosos a una divinidad brillante, refulgente. Por otra parte no son dioses del martirio, sino de la alegría de vivir y de propiciar la fecundidad. Son dioses de la vida y no de la agonía ni de la muerte como el ejemplo que propone el cristianismo a sus seguidores, para el sometimiento a las castas de poder.

Del paciente que llegó macheteado

Por: Dr. Pedro Reino Garcés- Historiador-Cronista Oficial de Ambato

Sobre versión original del Dr. Juan Acurio S.

Muchos sabían que estaba caminando por los filos hirientes de los machetes montubios. Fue el destino el que me llevó a la Costa en pos de cumplir mi año de médico rural. En Manabí a todos los machetes se les sacan  filo en las piedras de las revanchas. La sangre reseca que va quedando de una mordedura de esas navajas no se lava en agua de ríos, ni en estanques; ni se deja que las lluvias invernales  las laven con la inocencia del perdón del cielo. Para eso están los machetes desvainados dispuestos a lavarse en sangre fresca conforme lo hace el sol que después de sus reyertas diarias busca esconder sus evidencias en la penumbra  de la noche tras los matorrales, o entre las ceibas de brazos con manos implorantes; o tras los espinales atestados de negros gallinazos; o entre los tumultos de palmeras de hojas desvencijadas, hasta que encuentra el mar que todo lo diluye en donde se suicida a último momento para renacer a sus  renovadas contiendas.

A Manabí, los  machetes de verdad llegan hechos por los diablos insomnes con aceros infernales; por los demonios del odio que se despiertan en las fraguas de los ajustes de cuentas. No es odio blanco  sino ensuciada revancha, justicia por mano propia, lo que se respira en ciertos  rincones de sus montes, bajo los tamarindos ácidos, las ceibas embarazadas, las casas de cañas  destripadas, o bajo  el aceite de las mazorcas de higuerillas resbalosas.

Los cholo-montubios, esos hombres de ojos difíciles, aseguran que tienen así esas miradas, porque las han quitado a sus víboras en contiendas de agazapados amorfinos por sus hembras: La mejor es para el más listo y el más  bravo.

Gente de camisa remangada  con nudo a su ancestral ombligo de cobre; calzón corto y pata al suelo,  viaja por la memoria de sus paisajes contemplando los desangres del sol tras los estanques de sus matorrales; o mirándolo caer en precipitada fuga, con su ojo sangrante,  en las arenas de  sus mares largos, donde sus cómplices destienden las sábanas en los mares de la lujuria. Las casas de caña y las mulas que se amarran en los traspatios bajo las matas de mangos y de tamarindos, muchas veces cargan el alma de sus conocidos para botarlas atrás del olvido que se esfuma en sus horizontes. Mulas y caballos por las cintas empolvadas de caminos sin regreso, esconden el bochorno de domingos perversos y de religiosos ajustes de cuentas, muchas veces sacrificadamente cumplidos a la luz del día en horas en las que se ve mejor el rostro de la ira.

 Era un sábado en la noche cuando estuve de turno en emergencia. De pronto llegó un patrullero en el que traían a un paciente que venía resguardado por dos policías y ayudado por otro hombre. Sangraba por cara, brazos y piernas. Tendría entre treinta a cuarenta años: corpulento y mal encarado como la fotografía de un tronco de ceiba derribada con odio.

Una mujer desnuda incrustada en su pecho sangraba desde un tatuaje erótico al filo de su corazón. Le acostaron en la camilla. Su busto desnudo convulsionaba ebrio como un mundo repleto de podredumbre. Se podría decir que no solo  estaba sin zapatos, sino que se le sentía haber huido descalzo con  todo su cuerpo.

Hice salir del patrullero al paciente junto con el hombre que lo ayudaba a sostenerse. Bajaron también  los dos policías, quienes se quedaron  para protegerme de cualquier situación que pudiera darse. Tenía cortes de arma blanca por todas partes.  Conté más de treinta. Algunos de ellos eran superficiales, y otros profundos. Los más delicados eran los de la cara.

Logré reconstruirle el pabellón auricular de uno de sus oídos, el que estaba por desprendérsele. No recuerdo cuántas horas  pasé suturando a aquél paciente que me pareció un ángel de la venganza, de esos que trajeron a Manabí los primeros conquistadores que asesinaron a sus nativos. Una vez terminado mí trabajo, fue ingresado al servicio de cirugía hombres.

Reservadamente pedí a los policías que me informaran si tenían  datos del paciente, y las circunstancias que rodearan el caso, para anotar en la hoja de ingreso.

Me dijeron que se trataba de un delincuente peligroso que hace ocho días había salido de la cárcel con libertad condicional.

Informaron que había estado bebiendo desde hace dos días, en “La Colina”, un sitio al que se sube con el esfuerzo  de la mala fama. Sabía que en su cumbrecilla es donde estaban los “Boliches”, como se llamaban a los prostíbulos de aquella zona, si se pueden llamar así a las enramadas que entrecubren la consumación de los instintos animales excitados por el  trópico.

El paciente había entablado una pelea a muerte con otros malandrines que se encontraban libando en una mesa cercana a la suya, entre gallinas con pollos y gallos de pelea de crestas sangrantes. La riña se había  iniciado  porque uno de ellos no había querido  pagar lo acordado por los servicios sexuales recibidos de la  prostituta del Boliche.

El herido y malandro que reclamaba por el pago  resultó que había sido el marido de la prostituta a la que pretendían estafarla en sus propias narices. Herido en su dignidad, había reaccionado violentamente y recibido la peor parte.

 

El Quito de los paisanos

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador-Cronista Oficial de Ambato

Quito de las décadas de los sesenta y de los años setenta era un cholerío andino de inmigrantes provincianos con sabor a pueblo grande en el sentido más hermoso que  tienen nuestros espacios urbanos. Quito era la patria nueva de los expatriados de sus pueblitos humildes, de quienes sufren de recaídas por las fiebres del abandono contagiadas sobre sus piedras del coloniaje.

El Quito era un laberinto de piedras históricas y de barrocas palabras fogosas que se silenciaban con los discursos de los ‘salvadores de la Patria’. Cuando pasaba por esas calles repletas de balcones sabía que, en todos ellos, todavía vivía Velasco Ibarra y resucitaba la misma demagogia desde cualquier calavera con un dedo acusador que volaba por los aires.

Me iba por la “Calle de las Cruces” pensando en que García Moreno estaba parado ahí, como un ídolo torpe, con esa obsesión fusiladora empedernida que se lo veía descascarándose de la mierda de las palomas.  Siempre que oía los disparos de la policía persiguiendo a los guambras de las manifestaciones, me llenaba de rabia por lo que le hicieron a Eloy Alfaro en nombre de la Patria edificada entre balas y obsesiones.

Y cuando veía las cúpulas de las iglesias coloniales, pensaba en tantos curas sin cabeza, en tantos padres Almeidas  dotados de tremendas herramientas para fecundar el trigo de la fe, principiando en los  monasterios. Pobres Cristos crucificados que oían lo que repetían los frailes: “Hasta la vuelta Señor”, cuando se escapaban por los ventanales de la lujuria, haciendo escalera al propio Cristo crucificado, a practicar las pedagogías del amor en los conventos llenos de palomitas inmaculadas.

Y hasta me encontraba con los hijos de Cantuña y de Caspicara, corriendo de loma en loma, repletos de bailejos, plomadas, niveles, martillos, brochas, pinceles. Recuerdo cómo iban capturando a su paso los rostros de sus cristos diarios, y de magdalenas de rostros aborígenes. Llegaban a “la obra” y seguían dejando inconclusos  los techos de las casas para que puedan entrar y salir los diablos que necesita una ciudad para mantener sus tradiciones.

El autobús que llegaba de provincia nos dejaba en la avenida llamada “Veinte y Cuatro de Mayo”, nombre puesto a una quebrada que los curas de la colonia bautizaron como “Jerusalén”, y que se la veía rellenada de escombros de las mezquitas aborígenes, prostitutas callejeras, vende muebles, ambulantes de la desocupación, cargadores, vagos, rateros y malandrines que estaban como pintados entre matorrales. La habían puesto “24 de Mayo” a esa llamada avenida,  para recordar la fecha en que los patrones de Quito habían recibido a venezolanos y colombianos para casarlas  a sus hijas con mulatos uniformados que se otorgaron la libertad de no contribuir con sus fortunas a los reyes de España. No querían ser más los esclavizados intermediarios de los tributadores a la península; sino que habían descubierto que mejor era  quedarse con el botín entre criollos nobles.

Toda esta gentuza que pululaba por allí buscaba sus víctimas y sus clientes. Se sabía que muchos provincianos que entraban y salían de la Capital, caían en esas trampas de la melosería, y en las garras de invitaciones tentadoras y peligrosas que ofrecían ciertas “damas de protocolo” que nos esperaban con minifalda para darnos la bienvenida por sus Arcos de la Reina.  Yo pensaba cívicamente, de acuerdo a mi educación, en la fecha “24 de Mayo”, y surgía en mí esa  asociación sustitutiva: en vez de ser fecha de mi Independencia Nacional, pasó a mí entender como ‘Día de la Prostitución Republicana’.

Seis mil pesos para el diputado Olmedo a Cádiz. 1810

Fondos del Malecón se destinan a viáticos

Por: Dr. Pedro Reino Garcés

Historiador-Cronista Oficial de Ambato

La resolución de que Olmedo fuera designado diputado a las Cortes de Cádiz, salió de la elección que hicieran varias autoridades coloniales porteñas: en el “Muy Ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento: don Bartolomé Cucalón y Villamayor, Brigadier de los reales ejércitos, Gobernador Militar y Político de esta plaza y subdelegado de Real Hacienda; don Vicente Rocafuerte y don francisco Javier Paredes, Alcaldes Ordinarios;… ”  Esto ocurrió en una sesión realizada el 11 de septiembre de 1810. Se trataba de elegir un diputado, según disposición de 14 de febrero de 1810. Para tomar esta resolución, “oyeron los señores concurrentes la misa del Espíritu Santo en la iglesia del Convento de San Agustín, y ocupando  en esta sala capitular sus lugares respectivos…” el Gobernador entregó al Regidor un oficio enviado por el virrey del Perú, de fecha 7 de agosto, que contenía la petición de realizar la referida designación, no sin antes  elogiar a “nuestro deseado Monarca el señor don Fernando VII que manda y gobierna los vastos dominios de la Monarquía Española”. Esta es una demostración de que Guayaquil no estaba dependiendo del virreinato de Nueva Granada.

Viajar a España como diputado debió haber generado inusitada expectativa y gran favor al elegido, puesto que a más de la representación, iban con todos los gastos pagados, a pesar de la crisis económica en la que se debatía la administración pública. Según se puede leer, cada integrante de esta junta electora tenía la opción de votar por tres candidatos. Finalmente, los resultados fueron: “8 votos al señor Alférez Real Dr. Dn. José Joaquín Pareja; con 10 el Dr. Dn. José Joaquín de Olmedo; con 6 votos el Dr. Dn. Miguel Moreno;…” Según relata el escribano, finalmente los nombres de Joaquín de Olmedo junto a los finalistas “entraron estos al cántaro, en tres distintas cédulas, y llamándose a un niño, se le previno que sacase una sola, y verificándole así a presencia de todos los señores y de mí el escribano que doy fe,  salió la que estaba escrito el nombre del Dr. Dn. José Joaquín de Olmedo…”. Es decir, ganó por el azar, parece.

El acta dice que fueron a llamarlo a Olmedo a que se posesionara del cargo. “luego se trató de proporcionar el dinero…para su ayuda de costa de gastos de su viaje, navegaciones y arribada hasta su llegada a la Isla de Mallorca, según y como lo previene el real decreto  citado igualmente, que la segura contribución de seis pesos fuertes al día para su subsistencia en España; y, considerando no deber exponérsele a contingencias en circunstancias del estado de cosas en la península, unánimemente se acordó  el que aquí se pongan, desde luego, seis mil pesos fuertes a disposición del enunciado  señor Diputado para que se los lleve consigo con el objeto de que se costee su entrada a dicha Isla de Mallorca o en donde Su Majestad disponga posteriormente, y que del sobrante líquido pueda tomar y gastar los seis pesos fuertes diarios con que debe subsistir en España, mientras que instruyendo oportunamente su inversión y consumo tome el Cabildo sus providencias de sucesivas remesas.”

Pero ocurre que el Cabildo de Guayaquil, hizo una sesión el 9 de octubre de 1810 en la cual se despreció la comunicación hecha desde Quito por el Conde Ruiz de Castilla, Presidente de Quito, que les pedía subordinación. “Asimismo, se recibió un oficio de don Martín de Icaza, en que participa a este Cabildo hallarse en su poder 4.191 pesos 7 y un cuartillo  reales de descuento de la tercera parte del derecho de avería aplicada a la obra del Malecón que hizo por disposición del Tribunal del Consulado de Cartagena, desde 28 de abril de 1802 hasta el 4 del mismo mes de 1804 Y se decretó …tomarla sobre sus Propios con calidad de reintegro, para habilitar el viaje del Diputado de Cortes,… (Rocafuerte: Su vida pública en el Ecuador, volumen XIII, Edición del Gobierno del Ecuador, Quito, 1947, págs. 6 a 20)En fin, la herencia colonial y sus manejos nos persiguen.

Los antecedentes teóricos: Independencia y Libertad

Bicentenario:

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador-Cronista Oficial de Ambato

Hay dos cosas que se deben plantear para el desarrollo de esta reflexión:

1.- ¿Quiénes necesitaban independencia en América?, y particularmente en la vida colonial de lo que hoy es Ecuador.

2.- ¿Quiénes fueron sus ejecutores y por qué asumieron ese rol?

Estos dos criterios parten de un equívoco que está en el imaginario comunitario: se  confunde independencia con libertad. Si esto ocurre, por la sola deducción de antítesis, la independencia guarda más relación con le jerarquía de poder, puesto que los que no quieren depender, por ser subalternos a un orden establecido, son los que buscarían romper esa cadena. La Real Academia es la que ha vinculado este concepto con la libertad como “falta de autonomía, especialmente de la de un Estado” que resulta ser independiente “cuando no es tributario, ni depende de otro” (1)

La independencia entonces fue un logro político-administrativo que tenía que ver directamente con lo económico, puesto que toda gestión administra bienes y riquezas estructuradamente, están en favor de quienes en la cúpula de un poder, así pensado y organizado, que en este caso fue el monárquico-religioso (cristiano).

Curiosamente los diccionarios básicos no incluyen mayores detalles del concepto de independencia, que de paso resulta ser de mucha celebración y utilización en el ámbito de usuarios de la lengua española que estamos en hispanoamérica. Ni siquiera consta como de uso de los llamados americanismos, para referirse al hecho político de haber roto con la monarquía española. Hay que buscar en la Real Academia el concepto de dependencia, para darnos cuenta que el principio que nos mueve es la subordinación, esa jerarquía y autoridad que se impone desde la estructura social básica como lo es la familia; porque el hijo, hasta que se autoabastezca es un dependiente de su madre y de sus mayores. Po ello, la definición de la Real Academia dice que la dependencia “viene de un reconocimiento de mayor poder o autoridad”.

Preguntémonos entonces ¿ómo y en qué circunstancias ocurre esto? Respondamos que alimentan la idea de dependencia quienes son de alguna manera beneficiarios del poder, aunque sea de sus migajas (dependencia al FMI por ejemplo). La independencia en cambio es un estado de insurgencia estructural que resulta como consecuencia de una actitud intelectual de conciencia, desarrollada entre sometidos solidarios, o entre interesados en captar el poder. Así las cosas, dejemos hecha la pregunta: ¿Fue de indios y de negros la idea de independizarse o la idea de libertad que significa disponer de su libre albedrío? ¿Quiénes eran los que no querían ser subalternos a una autoridad? ¿Con qué claridad de conceptos operaban?

La libertad en cambio es un concepto más profundo. Tiene que ver con el espíritu y con todas las amarras que pesan sobre ella. La libertad, en el caso americano, la necesitaban y la necesitan los sometidos, los esclavos, los considerados sin derechos a ser reconocidos como parte de la especie humana. En este caso y en nuestro medio, en tal situación estaban los indios y los negros que, inclusive, fueron objeto de compra-venta pública, amparados por un camuflado concepto utilitario que desligaba la reflexión sobre el problema de la conciencia y del alma. Vendibles, azotables, sin voz ni voto ante las leyes y ordenanzas, considerados animales productivos de rostro humanoide, domesticables por la religión, manipulables por el racismo, víctimas condenables del machismo, descartables de la salud pública, encarcelables y azotables, etc. ¿tendrán derecho al concepto de libertad?

Un viejo diccionario de filosofía dice que la libertad, “es la exención de trabas” (2). Lo que busca un ser libre es “una cierta facultad de autodeterminarse espontáneamente” (3). Fue el suceso histórico del llamado descubrimiento de América y las subsiguientes etapas de conquista y colonia, las que dejaron a los nativos sin esa “facultad de auto determinarse espontáneamente”, víctimas del imaginario medieval. Esto se corroboró con la trata de esclavizados que se comercializaban desde África, que también quedaron sin esa “facultad de autodeterminarse espontáneamente”. Esto, no es que fue un hecho de una barbarie de pensamiento de la época, sino una trampa de la conducta que implantaron los traficantes de poder con miras a extorsionar a unos en beneficio de su poderío.

Ahora vayamos a los planteamientos iniciales: ¿Quiénes eran los grupos de población hispanoamericana que necesitaban auto determinarse para proclamarse libres? La respuesta está clara: Eran los indios y los negros. Le seguirán los mezclados productos del machismo con negras e indias a quienes en dos palabras llamaremos mulatos y mestizos.

¿Quiénes buscaban romper las cadenas de las utilidades administrativas y quedarse en el poder? Pues, claro está,  los independizadores a quienes hemos llamado próceres y libertadores, por seguir los conceptos dependientes de los procesos educativos. Así han sido llamados y reconocidos por sus círculos de beneficiarios, por sus intelectuales  salidos de sus úteros oligárquicos, hacedores y escritores de las historias sectoriales, que han vendido la idea de que la independencia fue un hecho paternalista de gran sacrificio patriótico, orientado a beneficiar a los esclavizados que vivían y viven al margen de su libre determinación.

¿Qué hicieron los independizadores con los esclavizados indios y negros, más toda suerte de sometidos mestizados en el crisol colonial, en el contexto revolucionario? Pues los utilizaron como carne de cañón y les dejaron anónimos y sin el procerato; sin los reconocimientos, ni las medallas, ni las propias funciones públicas por las que les hicieron entrar en las batallas. Al parecer solo  los próceres independizadores aparecen en la historia como personajes que tomaron las armas.

Por esto, estas rememoraciones deben ser tenidas como sucesos de gente interesada. Son ellos quienes tienen pleno derecho a una “celebración”, incluidos los acólitos bisoños que sin más reflexión caminan por los senderos de adulo y el oportunismo. A los grupos sometidos a las independencias y a la libertad les queda alimentar los procesos de reconstrucción de un nuevo orden social que beneficie a los de su clase, atentos al peligro de quienes son gente armada que usa la fuerza para mantenerse en el poder estructurado para las cúpulas calculadoras.

Sobre la segunda interrogante que nos planteamos de ¿Quiénes fueron los ejecutores y por qué asumieron ese rol?   De un modo sencillo digamos que buscaron la independencia los que administraban el poder colonial, o sus hijos que la heredaron. Los que se militarizaron con ese pretexto. Es decir, fueron asuntos de intelectualidades de familia, fueron asuntos de visión de las oligarquías de la época que estaban preparadas y habían sufrido discriminaciones a los rancios conceptos racistas y de nobleza que amparaban a los chapetones que por todos los caminos desacreditaban a los indianos, nacidos en Indias, aun cuando fuesen de mejor estatus económico-intelectual. En la pugna oligárquica están dos bandos con sus seguidores: los de la mentalidad rancia de ser nacidos en la cuna de la casa noble hispánica peninsular; y los menospreciados descendientes de ellos mismo que por haber nacido en sus colonias, eran tenidos como producto de sus establos.

Entonces, desde el punto de la sicología social o de la sociología, una de las motivaciones y razones  independizadoras fue el romper con esos criterios. También fue objetivo el quitarse de encima a los discriminadores que legalmente no fueron tenidos con igualdad ante la ley. El caso es que no lucharon por abolir las castas, sino que pelearon para anclarse en las estructuras de ese imaginario que lo emplearon en beneficio propio. Recordemos que luego de los sucesos militares de la independencia, las mismas leyes coloniales siguieron vigentes.

Si el solo hecho de nacer en Indias les desmejoraba el estatus del imaginario monárquico, así las cosas, la independencia también fue un producto de los resentimientos emocionales. Por esto,  bien se podría hacer una lista categóricamente clara de “nuestros” próceres, militares, condes, marqueses, miembros del clero, etc. que habiendo estado primero al servicio de su “adorado monarca”, se voltearon a defender la “causa de la independencia”. La lista es larga.

Al margen de los dioses

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador-Cronista Oficial de Ambato

A-teos se registra, según leo en un Tratado de Ateología, como una denominación a quienes no querían creer en ese dios resucitado al tercer día. Esta palabra traída del griego fue empleada como un estigma que utilizaron los cristianos, según se dice, desde el siglo II de nuestra era, pero tomó mayor vigencia desde 1532, justamente cuando los cristianos entraban a la conquista del imperio inca.

En principio se tenía la palara “paganos” para referirse a quienes adoraban a otros dioses. El cristianismo, al no admitir que el hombre tuviera sus dioses, de acuerdo a sus culturas, las que están regadas por la tierra, divulga el término ateo, negando o invalidando ese principio de una libre determinación religiosa. Si no creían en su dios cristiano, un creyente en otra religión era un ateo a quien había que menospreciarlo, estigmatizarlo y perseguirlo con esos fanatismos ciegos que imprime el sectarismo enfermizo que sigue vigente en el mundo. Entonces, una cosa es no tener dioses como el sol, la luna, la Tungurahua, el rayo, Venus, Zeus, la Mama cocha (mar), Visnú, el toro, la vaca, etc.; y otra cosa es estar y vivir al margen de las divinidades, asumiendo la reflexión y la filosofía como normas de una moral de tolerancia humana.

Por eso, según dice el autor que leo: “los adoradores de todo y de cualquier cosa, los mismos que, en nombre de sus fetiches, justifican la violencia y la intolerancia y las guerras del pasado y del presente  contra los  sin dios, reducen a los incrédulos a ser, desde lo etimológico, no más que individuos incompletos, amputados, fragmentados, mutilados, entidades a las que les falta Dios para ser de verdad…Los seguidores de Dios disponen incluso de una disciplina consagrada por completo a estudiar los nombres de Dios, su vida y milagros, sus dichos memorables, sus pensamientos, sus palabras –porque habla- y sus actos, sus pensadores de confianza, que están a su servicio, sus profesionales, sus leyes, sus adulones, sus defensores, sus sicarios, sus dialécticos, sus retóricos, sus filósofos, y sí, sus secuaces, sus servidores, sus representantes en la tierra, sus instituciones inducidas, sus ideas, sus imposiciones y otras tonterías; la teología. La disciplina del discurso sobre Dios…” (Michel Onfray, Tratado de Ateología, Anagrama, Barcelona, (París) 2005.

Entre nosotros, una forma de dependencia es la que se nos ha impuesto como norma de vida. Tenemos, como obligación externa, por presión social, y hasta constitucionalmente, la de ser creyentes, en el sentido cristiano. Ni siquiera tenemos el derecho a ser dudantes (V.T.). Debemos ser sometidos a algo y a alguien, desde antes que tengamos uso de razón. Con el paso de los siglos, si el hombre se desarrollara en un mundo filosófico, si no tuviera que  batallar primero en las dependencias de la supervivencia, en enfrentarse a las impotencias de sus enfermedades no descubiertas por la ciencia, y peor, manipuladas por la infamia y el egoísmo congénito, si tuviera solucionado solventemente su felicidad terrena, tendría más tiempo para ejercitar el uso de ese potencial que se llama reflexión, fundamentado en sociedades superiores, no en mundos mediocres que patalean en los pantanos de la fe que es predicada por las promesas de sus profetas ilusos.

Cifras y procedencias de emigrantes hacia América

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Lingüista e Historiador- Cronista Oficial  de Ambato

Sería de mucha utilidad disponer de otras investigaciones como la presente para entender muchos comportamientos geo antropológicos y lingüísticos de los pueblos hispanoamericanos. Pues en muchos casos hasta evidenciaron rivalidades, así como solidaridades. Nuestro autor (Vicente Navarro del Castillo, La Epopeya de la Raza Extremeña en Indias, 1978 ) señala  que “calcular el número de extremeños que pasaron a Indias durante el período de 1493 – 1599, que es el que historiamos en esta obra, hoy resulta imposible. De los 200.000 a 225.000 españoles que en un cálculo aproximado pasaron a Indias durante todo el siglo XVI, solo unos 42.000 de entre todas las provincias españolas se han identificado, de los que son extremeños para el referido período de 1492 -1599, unos 7.000. El identificar mayor número es hoy casi imposible, pues lo impide la pérdida de muchos  de los libros de registro de pasajeros y papeletas o licencias de embarque, a lo que podríamos agregar para los emigrantes extremeños, que muchos se registraron como vecinos de Sevilla para poder conseguir con mayor facilidad la licencia de embarque” (p. 22) Mas adelante señala sin embargo que “a pesar de ser millares, calculo que solo representan una quinta parte de los que arribaron a Indias en el siglo XVI” (p. 39)

Aunque el autor va apuntando los nombres de los pueblos de donde son originarios los emigrantes, para nosotros resulta un tanto vago el dato pormenorizado, quien sabe por sentirlo como chauvinista. Lo que sí importa es la macro procedencia de Extremadura que demuestra esa “enorme sangría humana” producida por la diáspora derivada de la postración económica.

De nuestra parte, creo que es entendible afirmar que vino gente de variada condición humana e intelectual, gente de buenas y de malas costumbres, como es de suponer. Una de las condiciones para el paso de mujeres solteras a  Indias era cuidar su honestidad. Si insistían debían sacar licencia real, según cédula de 23 de marzo de 1537. “a los hombres casados se les prohíbe el paso si no cuentan con la licencia de sus esposas…aún así el permiso se les concederá por tres años y depositando una fianza de 1.000 ducados, si eran comerciantes. A las casadas con marido en Indias se les permite el paso, previa información si van acompañadas por algún miembro de familia, siquiera en cuarto grado de consanguinidad; pero se vuelve a remachar  la prohibición a las solteras por cédula de 8 de febrero (1838).  Los funcionarios destinados a Indias se les ordena que vayan acompañados de sus esposas según cédula de 18 de febrero de 1540…Para prevenir la bigamia se conmina a los que se casen en Indias  sin licencia real, con la pérdida de los bienes allí adquiridos” (p. 25)

No podemos justificar lo injustificable. Lo que hicieron los migrantes está contenido en la tramitología de pleitos que se investiga en los archivos que tenemos en nuestros entornos americanos. Además, muchas circunstancias de sus vidas habrían hecho cambiar  comportamientos. Lo dicho corre para los migrantes comunes; pero para quienes llegaron al pináculo de su gloria, este mismo autor consigna estos datos:

Una solapada rivalidad entre Pedrarias y Vasco Núñez de Balboa, descubridor y Adelantado del Mar del Sur, que este no tuvo la habilidad de soslayar, le llevaron a una miserable muerte en la picota de Acla entre el 14 y el 21de febrero  de 1519. Esta misma rivalidad, pero no solapada sino a ojos vista y sostenida con las armas en la mano, entre los Pizarro y los Almagro, llevaron a la muerte violenta a Francisco Pizarro y Francisco Martín de Alcántara el 26 de junio de 1541 a 1560. La abierta rebeldía contra las ordenanzas reales llevó a la muerte en el patíbulo a Gonzalo Pizarro el 10 de abril de 1548. El mismo Hernán Cortés vio truncada su carrera política y militar, a pesar de haber sido el más hábil y mejor dotado de los conquistadores, porque no supo poner sordina a tiempo a sus ambiciones personales. Pedro de Alvarado moriría con las botas puestas en los peñoles de la Nueva Galicia el 8 de julio de 1541, porque para su ambición personal el adelantamiento de Guatemala era un escenario demasiado pequeño. El desconocimiento del campo de operaciones o la improvisación y falta de organización llevaron al fracaso y la muerte a Hernando de Soto en La Florida en 1542 y a Francisco de Orellana en el Amazonas en 1546 y a Pedro Maraver de Silva en la Nueva Extremadura en 1572. Pedro de Valdivia  encontraría la muerte  en Tucapel el 25 de diciembre de 1553, porque supervaloró sus escasas fuerzas en una empresa que para finalizarse en su fase conquistadora deberían pasar muchísimos decenios. Una culpable temeridad llevó a la muerte en Venezuela a Juan Rodríguez Suárez y a Diego García de Paredes, fundadores de Mérida y Trujillo, en 1561 y 1563 respectivamente. Finalmente una abierta rebeldía fue la causa de la infamante muerte en el patíbulo de Francisco Hernández Girón en 1554.” (p. 38)

Sobre los participantes en el descubrimiento del Amazonas

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato

Según el presbítero Vicente Navarro: Orellana “Preparó una expedición de 210 españoles, 4.000 indios, 200 caballos, 1.000 perros y 5.000 cerdos y muchas llamas que habían de portear el cuantioso bagaje, al que contribuyó Orellana con 40.000 escudos y a finales de febrero se ponía en marcha.”

Pero qué curioso, este mismo autor dice renglones más adelante que siendo Gonzalo Díaz de Pineda el primer explorador que conoció el camino, “Orellana le seguiría después desde Guayaquil, acompañado de 30 hombres, al parecer armadores o carpinteros, dándose cita en Zumaco. Gonzalo Díaz de Pineda, que antes había explorado la ruta, guiaba la expedición. Reunidos Orellana y Pizarro en Zumaco, éste nombró al primero su teniente general”. Supongamos que es aquí, en Sumaco, donde se juntan los líderes de la expedición.

Leamos ahora lo que nos relata la Monografía del Oriente. Pensando en Gonzalo Pizarro redacta: “Fuertes capitales empleó en la compra de armas; se almacenó gran cantidad de víveres; fueron recogidos numerosos caballos y gallinas, dos mil cerdos y dos mil llamas. El número de valientes deseosos de tomar parte activa en aquella arriesgada empresa, aumentaba cada día, entre los que no faltaron los vagos y los deudores morosos, los estancieros y los encomenderos, los viejos soldados, que ya les hacía falta el usar de sus enmohecidas espadas, los chapetones forasteros en estas tierras que deseaban probar fortuna en alguna aventura; en total, más que todos los habitantes de Quito de aquel entonces, esto es 400 hombres. No faltó el indio, vehículo cómodo y barato del que no se preocupaban por ninguna clase de accesorios; fueron 4.000 indios los destinados a conducir el forraje de los animales, las armas que debían servir para sus hermanos de raza, las ropas de los soldados, y tal vez servir de caballito a algunos y quien sabe si de alimento. Por el mes de marzo de 1541, después de sus prácticas de devoción, es decir, después de asistir a misa, en la que se bendijeron sus armas, oyóse la voz de la trompeta que daba la señal de partida” (Sarmiento, p. 72-73).

Debo decir que no conozco autor que haya puesto los datos que siguen sobre una nómina de participantes en la expedición. Por lo menos se dispone de estos nacidos en Extremadura:

Nómina de los extremeños que intervinieron en el descubrimiento del Amazonas, comentarios

1 Alcántara, Juan de.-

2 Arévalo Rodrigo.- o Juan

3 Carvajal, Gaspar de.- Fray dominico

4 Enríquez, Cristóbal, el Comendador

5 García de Paredes, Diego

6 Gutiérrez Badajoz, Alonso

7 Herrera de Zalamea, Gonzalo

8 Matamoro, Diego

9 Matamoro, Fulano

10.Moreno, Pedro

11.Muñoz, Antonio

12.Muñoz, Francisco

13.Obeso, Francisca de

14.Orellana de Obeso, Vicente

15 Orellana (Hernández), Francisco de

16.Orellana, Francisco de

17.Plasencia, Francisco de

18.Robles Alonso.

19 Sánchez de Vargas, Hernando

Otros nombres deducidos de este mismo expediente

20.Vera, Gonzalo de, sacerdote mercedario

21.- Pizarro, Gonzalo

22.- Orellana Obeso, Vicente, hijo de Francisco de Orellana Hernández”.

Si el propio presbítero dice que fueron 210 españoles, hagan cuenta cuántos nombres están en el olvido. ¿No los habría registrado el padre Carvajal? Sería un fallo de la crónica no disponer de un registro. Esto no solo tiene que ver con un “descuido” imperdonable, sino que: o es falso, o se ocultó por las razones de sedición e infidelidades que había en la época entre aventureros del enriquecimiento.

Si la expedición fue de 210 españoles y había 200 caballos, quiere decir que 10 españoles iban a pie.

Comentando al presbítero español Navarro, me parece hiperbólica la numeración de recursos: “4.000 indios, 200 caballos, 1.000 perros y 5.000 cerdos y muchas llamas que habían de portear el cuantioso bagaje”.

Preguntas: ¿Cómo es que reclutaron 4.000 indios? Cifras parecidas se manejan cuando Pizarro fue a la captura de Atahualpa, pero se debía a opositores al incario. Sabemos que las encomiendas eran reparto de tierras con indios numerados. Esto debió haber generado conflictos con los encomenderos que no estaban involucrados en el objetivo de la canela. Los indios no eran cosa de cogerlos como manadas de ovejas a disposición de cualquier conquistador.

¿Cómo alimentar 4.000 indios hasta llegar al río Coca? ¿Cómo alimentar a 1.000 perros y a 5.000 cerdos? ¿De dónde sacaron tanto indio, tanto perro y tanto cerdo? Este autor, menos mal que dice que llevaron “muchas llamas”, en tanto que en la Monografía, sin citar fuente para el dato, alegremente se dice que fueron 2.000 llamas: “fueron recogidos numerosos caballos y gallinas, dos mil cerdos y dos mil llamas”. Queridos lectores. ¿Saben acaso lo que significa movilizar un cerdo a campo libre? Un puerco no es ni un perro ni una oveja que obedece guianza. Tampoco es cosa fácil de echarlo al hombro o hacerlo que lo cargue un indio. Por más que hayan llevado con hocicos amarrados, sus guarridos o gruñidos habrían sido cosa desesperante. No olvidemos que más que cronistas, eran fabuladores quienes relataban el “prodigio” de la conquista. Con esto “justificamos” el relato del siglo XVI, pero la Monografía, escrita en el siglo XX, es decir, 400 años después, sigue en el mito, y hasta lo perfecciona.

De otra parte, el autor de la Monografía dice que los indios, se supone no todos estaban “destinados a conducir el forraje de los animales”, de los caballos se entiende. Esta es una apreciación torpe, porque iban por los prados llenos de hierba. ¿Qué hierba llevarían a la selva? ¿Acaso ya había alfalfares en estos primeros cinco años de conquistas por Quito? Quien sabe porque se dice que Pizarro en 1532 ya llegó con alfalfa al Perú y se sabe que se sembró por las zonas del Cusco, pensamos en alfalfa porque con ello se movieron a vacas y caballos.

Nueva pregunta: ¿Por qué ruta se movilizó toda esta expedición? Muchos creen que no había caminos. Piensan que todo lo “hicieron” los aventureros. Minimizan que los indígenas tenían sus sendas de comunicación, y que ellos lo aprovecharon en los tramos que se consideraban pertinentes. Esto vale para referirnos a las rutas Guayaquil-Quito; y Quito-Sumaco.

Otra reflexión: si Orellana viajaba desde Guayaquil a Sumaco, seguro que lo haría a caballo. Son 30 jinetes. ¿Convenía a semejante expedición ir a quedarse en espera incierta en Sumaco? Creo que lo más lógico haya sido que salieran juntos desde Quito.

De otro lado se dice: “fueron recogidos numerosos caballos…” Aquí no es cosa fácil decir que hayan tenido que recoger caballos. El caballo era un vehículo con dueño. El caballo era un vehículo costoso y en esa época, el conquistador con caballo era un inversionista que sacaba provecho de su participación en estas que eran “empresas” conquistadoras. Si lo hacía con caballo tenía mejores condiciones en los repartos de utilidades de los saqueos, así como en vínculos a encomiendas.

Creo que hay que tener presente cómo funcionó la “empresa” que conquistó el incario. Gonzalo sabía perfectamente lo que hizo su hermano Francisco con Almagro y con Luque, que hasta comulgaron partiendo en tres pedazos la hostia, para asegurarse las “fidelidades”. Una cosa que nadie menciona en esta conquista de La Canela es el tipo de expectativa que se mantendría después del asesinato de Almagro que ocurrió finalmente luego de su apresamiento. “Finalmente, fue ejecutado el 8 de julio de 1538 en la cárcel por estrangulamiento de torniquete y su cadáver decapitado en la Plaza Mayor de Cuzco”. Después de atraer a nuestra memoria este dato, pensemos con quién estamos tratando. Un Pizarro tan ambicioso que sabemos se reveló a obedecer al propio Rey. Estamos también frente a un Orellana que “contribuyó con 40.000 escudos”. Vaya generosidad entre saqueadores.

Hay que fundamentarse en las causas y consecuencias de la muerte de Almagro, luego de la batalla de las Salinas. El empeño de ir al País de la Canela, del que derivó el descenso al Amazonas, en búsqueda de pueblos de riqueza legendaria; se daba, por una parte, por el control en la delimitación de territorios asignados a los Pizarro y a los Almagro; y por otra, por la propia codicia de ser quizá los descubridores de otra fortaleza o imperio de riquezas inesperadas.

Importante también decir que este hecho se dio luego del enriquecimiento de los aventureros por el rescate de Atahualpa, el asunto de los Pizarro, y en particular de Gonzalo, conlleva a suponer que hubo negociación previa para conseguir los adeptos. De esto puede deducirse que algo de verdad tendría el dato de haber reclutado los 4.000 indios para la odisea. En lo que no podemos estar de acuerdo es en lo que dice la mayoría de historiadores que fue Orellana quien “organizó” la expedición, relegando a un segundo plano a Gonzalo Pizarro que, como queda dicho, era quien tenía la sartén por el mango.