Las abejas y el mundo

Por: Rodolfo Bueno 

Según el US Times, un indignado Putin se negó recibir durante tres hora a John Kerry, que había viajado a Moscú en misión diplomática, y accedió a hacerlo sólo por no entorpecer más aún las ya de por sí tensas y delicadas relaciones entre sus países.

¡Horror! ¿Qué pasó? ¿Será por el impune asesinato con drones, incluso de ciudadanos norteamericanos, ordenado por Obama sin que medie sentencia de tribunal alguno? ¡No! ¿Será por la descarada intervención de las potencias occidentales, con el apoyo de las monarquías del golfo Pérsico, en los asuntos internos de Siria y que ya ha causado la muerte de cerca cien mil sirios? ¡Tampoco! ¿Será porque el mulá Omar, terrorista por el que los EE.UU. hasta hace poco ofrecían diez millones de dólares por su cabeza, pudiera regresar a gobernar Afganistán, pese a que para derrocarlo los norteamericanos iniciaron la guerra más larga y costosa en que se han involucrado? ¡Qué va, de ninguna manera!

Entonces, ¿cómo así Putin le da tamaña bofetada diplomática a un personaje por  el que muchos gobernantes hacen genuflexiones y ante cuya majestuosa presencia le abren las puertas de par en par, le tienden alfombra roja y le cantan ditirambos para agradecerle por su honrosa visita? ¡Qué no les vaya a dar patatús! Lo hace por las abejas, por esos pobres e indefensos insectos.

Resulta que Syngenta y Monsanto, multinacionales biogenéticas protegidas por las regulaciones emitidas por la administración de Obama para que la población americana no las puedan demandar por sus delitos contra el medio ambiente, son culpables de la extinción en los EE.UU. del 90% de las abejas silvestres y del 80% de las caseras, fenómeno apocalíptico que también repercute en la naturaleza del resto del mundo y que, según Putin, “con toda seguridad” puede conducir a una guerra mundial.

¿Exagera? ¡No! Sin abejas y otros insectos, el polen que fecunda a las flores queda sólo a merced del soplo del viento y por lo tanto se merma la capacidad de producir alimentos en un mundo ya de por sí famélico, donde se tendría que guerrear para no morirse de hambre. ¡Lógica aristotélica pura!

El problema es tan grave que en los EE.UU. hay una demanda por envenenamiento del agua que beben 52 millones de estadounidenses, en Alemania la empresa Syngenta fue acusada de ocultar que su maíz transgénico mata al ganado y en Europa entera, por unanimidad, se va a prohibir a partir del 1 de diciembre del 2013 el uso de pesticidas neuro activos, llamados neonicotinoides, que asesinan a las abejas y afectan a toda la cadena alimentaria.

Ciudadanos del mundo, ¡ojo! Luchemos contra las multinacionales que nos asesinan a mansalva y sin distinción.

Cuando se analiza la locura colectiva del planeta, mejor dicho, la de quienes dirigen las multinacionales que lo devoran, a uno no le queda más que recordar las proféticas palabras de Lenin acerca de que los capitalistas, en su afán de lucro, son capaces de vender la soga con la que van a ser ahorcados. De cierto que no se equivocó, de otra manera se hace imposible entender la producción de neonicotinoides, insecticida transgénico de efectos tan negativos sobre la flora silvestre que, como ya se dijo, ha eliminado a la mayor parte de las abejas del planeta, sino pregúnteselo a los apicultores que viven el problema. La otra explicación, absurda aunque no imposible, es que esta manada de locos de atar tengan un plan B y se apresten a ser enterrados de por vida en esas bóvedas gigantescas que han construido con la quimérica esperanza de ser los únicos sobrevivientes a la apocalipsis que están generando.

Con una lógica de pacotilla, los ideólogos del capitalismo devorador sostienen que lo que pasa es que el planeta tiene muchos habitantes, de donde deducen que se debe eliminar a los que sobran; se olvidan, o no lo quieren decir, que los que según ellos sobran en la práctica no consumen casi nada, porque, aproximadamente, en la pirámide de población el 20 % con mayores ingresos consume el 80% de los recursos del planeta y el 80% restante, lo que sobra; por lo tanto, a los que habría que eliminar sería a los que consumen al planeta, que no son muchos.

Pero esta misión es imposible porque quienes realmente mandan imponen a los que gobiernan y estos se encargan de generar leyes según las cuales los culpables se vuelven intocables a nivel mundial; tan es así que cuando la Asociación Estadounidense de Apicultores demanda al Presidente Obama y le indica “vamos a llevar a la Environmental Protection Agency (EPA) ante los tribunales por su fracaso en la protección de las abejas de los pesticidas. A pesar de nuestro gran esfuerzo para alertar a la agencia sobre los problemas que plantean los neonicotinoides, la EPA continuó ignorando las claras señales de alerta de un sistema agrícola en dificultades”, Obama no les hace el mínimo caso y, más bien, intenta mal informarlos afirmando “haber encontrado múltiples razones para el colapso de las colmenas”.

El periódico The Guardian, en el artículo titulado EE.UU. rechaza la alegación de la EU de los insecticidas como principal razón del colapso de colonias de abejas, escribe: “La UE ha votado esta semana a favor de una prohibición de dos años para un tipo de pesticidas, conocidos como neonicotinoides, que han sido asociados al colapso de las abejas”. Por lo visto, no hay peor entendedor que el que no quiere entender.

Ante lo mal que está la agricultura debido al uso de estas “monstruosidades de semillas” criadas y modificadas genéticamente, Europa va a criminalizar a los agricultores que cultiven sus propias plantas a partir de semillas no reguladas. Según la ley, va a ser ilegal el cultivo, la reproducción o la comercialización de cualquier semilla vegetal que no haya sido aprobada y aceptada por la Agencia de Variedades Vegetales de la UE.

No está demás repetir que de no parar este barullo, la consecuencia directa es la muerte de las abejas, por lo que la fertilización de las flores queda a merced sólo del viento y con ello disminuye drásticamente la producción de alimentos, ya de por sí escasa. No se habla de un pelo de rana sino la de existencia misma de la especie, que, según Putin, tendría que guerrear para conseguir alimentos.

Pero no se trata sólo de abejas. Cynthia Palmer, que dirige el Programa para Pesticidas de la American Bird Conservancy, organización líder en USA para la conservación de las aves, sostiene: “Está claro que estos químicos tienen el potencial para afectar a toda la cadena alimentaria… Un solo grano de maíz recubierto de neonicotinoides puede matar un pájaro… Tan solo una décima parte de una semilla de maíz recubierta de neonicotinoides al día durante la época de incubación puede afectar a la reproducción”.

Por eso, nadie puede explicar por qué la prensa llamada libre, a pesar de tanta evidencia, en lugar de emprender un campaña mundial para dar a conocer este problema más bien lo oculta o no le da la importancia que merece y guarda un silencio cómplice. Como por su magnitud no lo debe ignorar, queda suponer la existencia de algún interés creado.

¿Cuál es? Resulta que Monsanto, que controla más del 90% de las semillas transgénicas que se vende en el mundo y que produce los insecticidas neuro-activos relacionados con la nicotina, que están destruyendo la población de abejas del planeta, es una transnacional que gana 14 mil millones de dólares por año, de los que gasta 6 mil millones en promoción, algo que explica el porqué de tanto silencio, porque como dijo Quevedo: Poderoso Caballero es don Dinero.

Este poder es explicado por Dan Glickman, que cuando era Secretario de Estado de Agricultura declaró: “… La única vez que osé hablar de ello durante el mandato de Clinton recibí una buena regañina, no solo de la industria, sino también de la gente del gobierno”.

Por todas estas razones los pueblos deben organizarse contra las transnacionales, para defender el derecho a existir.

Deja una respuesta