Por: Dr. Juan Morales Ordóñez
Las exigencias del mundo contemporáneo para quienes se encuentran en el ámbito de la educación superior, son diferentes a las de años anteriores. Hoy el título de Licenciatura en cualquiera de las carreras ofertadas por el sistema no es suficiente, como si lo era hace quince años. Esos graduados miran, de manera natural, la continuidad de sus estudios a través de la realización de Maestrías y otros programas. Aquellos que deciden trabajar en la Academia o en la investigación científica, deben efectuar estudios de Doctorado.
Así, los años dedicados a la educación son muchos más que los que la tradición ecuatoriana vivió. Si contabilizamos los cinco años de formación para la Licenciatura, los dos para la Maestría y los dos o tres adicionales para la obtención del Doctorado, hablamos de siete a diez años de vinculación con el estudio formal.
Esta realidad, tampoco se agota en esos períodos, pues el profesor universitario, debe realizar estudios de posdoctorado y continuar de manera indefinida su formación intelectual. También lo deben hacer, en una dimensión diferente, quienes ejercen su profesión, pues requieren actualizaciones teóricas y prácticas en sus espacios laborales.
Existen algunas carreras con condiciones específicas, como Medicina, cuyos estudiantes luego de los seis años de formación de pregrado, realizan estudios de especialización por largos años, que contabilizados, pueden llegar a períodos de educación de nueve años y más.
Si esta situación es analizada desde la perspectiva tradicional de estudiar hasta cierto punto, para luego trabajar y poder concentrarse en otros aspectos de la vida, podemos llegar a niveles de ansiedad y frustración, porque estaríamos dedicando nuestra existencia a procesos de educación tan largos, que podrían ser vistos como excluyentes de otros relacionados con la familia y el placer.
Me parece que ese enfoque no es correcto. Por el contrario, la educación continua es una variable ineludible para los universitarios. Los otros espacios de su vida pueden, deben y, en realidad, son vividos simultáneamente. El estudio formal y serio no es contrario al desarrollo de vidas personales intensas en sus diferentes ámbitos como el familiar, el del esparcimiento, el deportivo, el de los viajes y el de tantas otras formas de disfrute.
Pensar en la educación como una etapa de la vida que debe ser superada para entrar después en otras, me parece una visión parcial y reduccionista. Pensar en vidas completas e intensas dentro de las cuales el estudio y la formación sean una constante, es más real.
Por último… ¿podría alguien afirmar que quienes estudian restringen su escenario vital a actividades académicas exclusivamente? ¡Todo lo contrario!